lunes, 22 de diciembre de 2008

Crónicas de un cajero (De la torre hermosa a la matríz canadiénse)


Los amigos que encontré
Había pasado por cinco pavorosas entrevistas; la jornada había terminado el mismo día en el que Fito Páez llegó a Lima sólo para enamorarme más. Superaba un momento difícil en mi vida emocional luego de una relación larga y tormentosa (aunque, por ratos, prolija, intensa y encantadoramente desequilibrada) que me había dejado con los brazos tocando mis pantorrillas. De pronto estaba ahí, en la torre principal del “banco canadiense con mayor presencia internacional”… canalladas que no nos importan a los pobres que soñamos con la esposa, los hijos, el perro, la casa y el carro. Sólo nos importa la chamba, en ese momento no hay compañeros, no hay vida que agobie, no hay más allá de lo carnal, de lo terrenal.

Te subes a la montaña de una nueva oportunidad, sabes que la puedes hacer pero tienes miedo, quizá tu equipo no es el adecuado y cuando menos te lo esperes te puedes caer y sacarte la mierda. Pero, señores, esto es vida social y resumirlo es muy fácil: conseguí chamba. Dejé mi mes de desempleado, y arribé a un banco que para mí había pasado desapercibido. Claro, en las reuniones bancarias siempre se habla la misma pavada: “BCP”, “conti”, “Interbank”… nadie menciona lo interesante que podría ser trabajar en el BIF o en el Banco de Comercio; nadie habla del Citibank, y cuando se habla se escucha el desdeñoso y despechado palabreo “si fuera gringo me hubieran aceptado ahí”. De pronto se oye del Wiese y no falta un jodido que dice que el Wiese ya no existe desde hace dos años, que ahora se llama “Escotianbank”. Luego aparece fantasmalmente otro jodido que dice “aprende a hablar, oe, serrano, se llama Escochabank”, y para culminar el descarriado círculo de los corregidores aparece el caballero de las letras, ese que nunca falta en un grupo social, ese que de verdad es a veces odiado por su obsesión con la ortografía y las buenas costumbres gramaticales, tan en contra de nuestra queridísima idiosincrasia peruana: “Se dice Scotiabank”… dice ese espeso, que por suerte (o por desdicha) me ha tocado ser la mayoría de las veces.

Entonces uno se entera de que existe ese banco extraño, con un nombre que hace creer que se trata de una institución escocesa. La verdad es que ya no importa… no se habla más del tema, hasta que alguien llega a trabajar ahí. De pronto llegué, me contrataron, y llegué… en el camino fui encontrándome con trabas, y llegué… ¿qué más puedo decir?

Aquel viernes 10 de Octubre la adorable representante de Recursos Humanos nos dio su última orden: teníamos que estar el lunes 13 a las 9 en punto de la mañana en la cuadra 11 de Larco. La avenida Larco me fue siempre un serpenteante camino de enigmas y atracciones bohemias, sin embargo siempre le huí, quizás porque me siento más del lado de la plebe. Aquella mañana me afeité como nunca, y eso lo puede corroborar mi número de agujeros en la cara, chorreantes, como siempre, de sangre caliente. Me lavé el rebelde cabello unas tres veces, dándole ese placer sólo para que se dejase peinar. Me eché el perfume de mi viejo, ¿les dije que yo no uso?, bueno, no usaba, el sistema financiero te obliga a oler bien, reconozco que siempre pensaré que no hay mejor olor que el natural, aunque a veces sea desagradable para la egocéntrica nariz. Salí como se dice que el argot criollo “enternado”, “a la tela”, “a la percha”, “como pa’ quino”. Tomé la primera combi, llegué a la avenida Arequipa y luego tomé otra que decía “Larco Mar”… ¿Larco Mar?, la última vez que había ido ahí era sólo para jugar a los discos con mi otrora eterna compañera; la que sin piedad me dijo que se cagaba de hambre haciéndome, involuntariamente, gastar en una sola noche lo que ganaba en dos semanas de trabajo. Qué tiempos aquellos. Qué bien se vivía, y cómo uno se lamentaba. Ahora regreso para trabajar, cómo es la vida.

Vi la agencia que mencionó la psicóloga en la dirección que nos dieron, hablé con el guardia, aquel que me abriría las puertas durante más de un mes, aquel que soportaría mi apuro, pero que no anotaría mayor tardanza, al menos por mi parte. Me interné entre las paredes de un patio de mediano tamaño, donde abundaban los Volkswagen Gol, Golf, y uno que otro BMW, “algún día, Benchito, algún día”…

El guardia se hartó de verme merodeando sin rumbo en aquel patio, y me dijo que entrara, que preguntara por “el auditorio”, ahí me esperaban los personajes que me hacen escribir esto ahora, claro, no todos habían llegado. Leslie y Mara fueron las primeras personas que reconocí desde aquella siempre horrible etapa de entrevistas. Poco hablé con ellas en aquella fría mañana, pero al menos supe sus nombres. A los cinco minutos hizo su aparición una muchacha pelopinta de prominentes y aperuanadas caderas, con un sastre gris que nunca pudo disimular su mirada perdida y juerguera; respondía al nombre de Ingrid, y aunque hablamos poco (para variar mi introversión primaria) al menos pude compartir con ella mi nerviosismo, mi ansiedad por saber de qué se trataba toda esta huevada a la que llaman “capacitación”. El nombre siempre me causó curiosidad: “capacitación”, ¿dícese de aquello que te hace capaz de hacer algo?, es decir, ¿antes de entrar a “capacitación” no soy capaz de hacer ese “algo”?, me rompo la cabeza tratando de saber porqué la sociedad es tan cruel con los sapiens. Quizás sea porque no todos los sapiens piensan, valga el jueguito de palabras.

Eran casi las 9:15 y la gente seguía llegando. La siempre sobresaltada Mayra, protagonista de épicas batallas por la excesiva libertad de expresión, fue la cuarta persona a la que dirigí mis palabras; no crean que intenté ser un Don Juan barato, aunque no lo crean era el único hombre hasta esa hora. Entonces llegó Carlos, recuerdo que le hablé en la penúltima entrevista, me llamó la atención su capacidad para joder sin querer hacerlo, aparentemente. Me ordenó apagar mi celular, porque le parecía bullero, lo admito, es algo escandaloso, pero, ¿no era esa labor de otra persona?, me cayó muy bien Carlitos, perdón, Carlos Jurado de los Reyes. Ya éramos dos hombres y llegó casi todo el clan de postulantes. Sí, aún éramos postulantes, ya habíamos firmado contrato, pero seguíamos siendo postulantes. Llegó Carlos Vértiz, el jefe de todo el proyecto de “capacitación” (comienzo a odiar la palabra, aunque no sus contextos). Nos dijo el bla bla bla que seguramente le instruyeron años atrás: que está para apoyarnos, que si hacemos las cosas bien todos estaremos adentro, que tenemos la capacidad para trabajar en Scotiabank, etc. Luego nos presentó a sus asistentes: Daniel, Christian, y Enrique. (Extrañas criaturas a la vista)

Minutos más tarde, se despidieron e ingresó un patita de lentes bastante animado, exacerbado por sus propios deseos de hacer las cosas “bien”. Lo hizo bien, nos explicó qué era el “Escotianbank”…

Luego de escucharlo varias horas entraron otros profesores tratando de meternos el bichito de la curiosidad; era un día de relajo, la gente ya había llegado. Me había sentado en la parte más occidental del salón, y escuchaba la quisquillosa voz de una chiquilla. Ya había oído esa voz antes, sinceramente me caía chinche. No la podía ver porque estaba a mis espaldas, conversaba con un tipo de ensortijados cabellos cuya voz no distaba mucho de la de aquella pequeña chica. Ambos rajaban, y de lo lindo. ¡Cómo extrañaba el raje!, me di cuenta de que quería estar ahí, al medio de ambos, cagándome de la risa como ellos lo hacían con tanta naturalidad. De pronto dejaron de hablar, había comenzado otra charla.

Finalmente llegaron los tutores: Daniel y Christian. Nombres que se harían célebres en el ambiente de la “promo”. Dividieron los salones por orden alfabético, bendito sea el alfabeto. Desde la M seríamos el “Grupo XII”; y bacán, teníamos un ambiente más reducido, de 50 a 25 personas gracias a una acertada decisión. Al día siguiente las cosas se dieron con normalidad; las mañanas frías miraflorinas, música de Charly en mi MP3, mi cigarro matutino esperando a que sean las 9 en aquel patio; la gente llegaba y me saludaba sin recordar tan siquiera mi nombre, otros ni siquiera me miraban, pero yo miraba todo como buen sapo. Con los que ya hablaba mi saludo era más largo, se prolongaba hasta los 6 segundos, luego ellos seguían su camino y yo me quedaba a terminar el pucho. Finalmente me metía al baño, me enjuagaba la boca, un caramelo de menta y listo, a escuchar las clases sin joder a nadie con mi mal aliento. Títulos valores, Sistema BT, cheques, letras, todas las horripilantes heces financieras desfilando ante nuestros ojos; claro, si queríamos la chamba algo de eso teníamos que saber. En ese contexto fui conociendo más a la gente, sin dudas la mejor cara de la moneda. Había escuchado “Escribo prosa poética” en una de nuestras aburridas presentaciones. Era un tipo ensimismado y gracioso. Un chibolo distinto, con ciertos aires de payaso, pero con una profunda visión de las cosas, tan parecida y diferente de mi máquina de mirar. Giancarlo Távara, ese es su nombre, y “sabinero” como nadie se dejó conocer con facilidad cuando lo escuché tarareando “Ciudad de Pobres Corazones”. Me di cuenta en ese instante que podía estar al frente de un compañero de bohemia empedernida. Frente un soberano de las luces que adornan los poemas más elegantes y a la vez ridículos para las damiselas. Era casi como yo a los 19, pero con 100 libros más encima más una carrera por terminar.

Eran las 7 de la noche de un día de esos, habían acabado las clases; todo estaba tranquilo: brisa del mar en Larco, y mi viejo llamándome al celular diciéndome que estaba cerca, iría a recogerme en su Station Wagon. Me senté en esa suerte de maceta de concreto que adornan las afueras de las agencias del banco. Entonces escuché otra vez aquella voz quisquillosa, agudísima. Viré la cabeza y la vi, era pequeña, delgaducha, cargaba con unos libros que parecían torcer sus huesos; eran casi más grandes que ella. Por si eso fuera poco estaba hablando por celular, como si le sobraran manos. Se acercaba hacia la maceta donde mi trasero se aplanaba en furor de mi masa corporal, mi alma de caballero despertó desde las profundidades; y antes de que le ofreciera mi ayuda ella ya me la había pedido: “¿me ayudas con esto?”

Así, así como así; así de la nada; así por las huevas, comenzaría una amistad exorbitante, con aires de la más fina ironía criolla, disfrazada de un siempre gracioso coqueteo, pero con una maravillosa lealtad al oído, al compinchismo, al respetar los momentos. Cristina Rincón es más que un llavero, es más que una pulga atómica, es más que un títere sin ventrílocuo; se convirtió en mi amiga, en mi cónyuge de academia, en mi hazmerreír, en mi joda apersonada, en mi pata total. Junto a ella pasé casi todas mis horas en la eterna y desesperante “capacitación”, no se guardaba sus miedos, o sus lágrimas cuando sentía que ya no le entraban más cheques en la cabeza, de que no le cuadraba la caja, de que no le caía una que otra ladronzuela de corazones. Era pura energía cuando se trataba de reír o de hacer barullo, y siempre nos señalaban a los dos, aunque gran parte de las veces yo sólo estaba cabizbajo tratando de adivinar porqué diablos había entrado a un banco, si lo que realmente quería era estar pegado a un piano, o a un maldito libro, escuchando a Chopin, o desbaratando a Khalil Gibran. Luego escuchaba las risas, levantaba mi mirada y la veía a ella, y luego a todos los demás, risas inocentes, aunque no todos lo eran, pero ¡qué carajo! Habíamos hecho un lindo grupo, resolví mis dudas, estaba ahí por ellos, y ahora estoy aquí por ellos.

Estaba ahí por la alegría de Katia, estaba ahí por el paternalismo de Paolo, estaba ahí por la eterna compostura de Stephanie, estaba ahí por la voz ronca e infantil de Anthony, estaba ahí por el Sabina de Giancarlo, estaba ahí por el “poderío” de Sandy, estaba ahí por los ojazos de Kareen, estaba ahí por el “no muerdo” de Elizabeth, estaba ahí por la indomabilidad de Mayra, estaba ahí por las chapas de Jorge, estaba ahí por el “azúcar” de Janet, estaba ahí por la dulzura de Cris, estaba ahí por la boca abierta de Adriana, estaba ahí por el piano de Dixy, estaba ahí por el chongo de Luis, estaba ahí por la risa de Ingrid, estaba ahí por la siempre perdida mirada de Gladys, estaba ahí por el hijo de la promo, el hijo de Mery; estaba ahí por su gemela mala, Cinthya; estaba ahí por la interesantísima timidez de Susana, estaba ahí por jugar a los discos con Cristina, estaba ahí por la paciencia de Daniel. Ahora lo entiendo todo.

Ha pasado casi un mes desde que salimos de las aulas, de aquellos calurosos recintos donde nuestros humores (buenos o malos) se entremezclaban sólo para ahogarnos, para aprender a querernos y a soportarnos; desde aquel día cada reunión es una buena excusa para vernos, para tomar unos tragos, para conversar del banco de mierda, de nuestros faltantes, de nuestros sobrantes, de los seguros que vendimos, de los seguros que no vendemos, de estafadores, de los agarres, del raje; de poesía, de amor, de desamor, de hacer el amor, de virginidad, de tintes de cabello, de playa, de año nuevo, de primas, de universidad, y de todo, y de todo, y de todo. Porque sólo algo así podría hacerme pensar que seguir en el mundo financiero no es un simple error de la sociedad, se trata de una compensación, de la CTS que un extraño poder superior cree que me merezco por tener que aguantar tanta mierda; sólo espero que nada cambie, ni con ascensos, ni con descensos, ni nada. Sólo así, de verdad, no nos separaremos nunca.

Un abrazo, y gracias por la tenacidad de haber leído hasta aquí.


viernes, 14 de noviembre de 2008

Crónica de un Boleto Sagrado (Parte II)

La odisea de los salmones

Contra viento y marea esperamos casi 12 horas por la oportunidad de verlo, de escucharlo, de sentir la cruda y melodiosa esencia de sus canciones… fue un día memorable de principio a fin. Los compinches de siempre no tenemos más que decir, simplemente “mataríamos por 5 minutos más”.

Por la mañana…

Desperté sabiendo que tenía que estar a las 9:30 a.m. en el cruce de Aviación con Javier Prado. Marvin, Perrin y Pablo me estarían esperando desesperados, pero ausente de toda compasión volví a pensar en las miles de veces en las que los esperé para diversas cosas en las que habíamos quedado. Dormí más de lo que debí y llegué tarde… carajo y encima sin las entradas que nos abrirían camino a la gloria rockera. Tras una veloz ida y vuelta hacia mi casa emprendimos camino hacia el estadio Monumental de Ate, donde nos esperaba una larga lata hacia la entrada VIP. Los llamados “K-lamares”, armados de polos y banderolas alusivas a su ídolo, ya estaban esperando en la pseudo cola, mientras que los agentes de seguridad hueveaban al compás de un sol incipiente. El heladero, sabio premonitor de lo que se vendría, aguardaba en silencio nuestras primeras gotas de sudor. Finalmente salió el “gringo” y mi piel casi olía a chicharrón…

Casi al medio día…

El sol se agrandaba en nuestras cabezas, parecía reírse, burlarse de nuestros intentos de refrescarnos mientras llenábamos los sudorosos bolsillos del, para ese momento ya millonario, heladero de D’onofrio. Poco pensamos en lo que íbamos a almorzar, más se pensaba en hielo, mientras la cola ya iba tomando forma… éramos casi los primeros en llegar y tendríamos un buen sitio. Recordé bastante la epopeya que sufrimos el flaco y yo para el concierto de Soda, tuvo mucho parecido, pero ésta fue mucho más divertida y versátil: Pablo siempre con su genialidad para las chapas y estupideces que tanto nos encantan, Marvin, como de costumbre, presto para la chacota con sólo mostrarnos su no muy agraciada cara, Perrin, el eterno Bins, con sus dientes a lo Goofy, cuándo no objeto de burla… Yo, el que más chapas tiene sin lugar a dudas, y los ausentes también pagaron pato… luego llegó Helen, la entrañable musa del Ronaldinho peruano; y la cosa se hizo aún más cálida; siempre las mujeres poniendo su cuota de distinción.

Daba la tarde…

Llegaron las 3 p.m. ¡PM! Hacía mucha hambre. A alguien se le ocurrió la gran idea de llamar al que faltaba… Emiliano Rojas Sócola… ¿el apellido les suena familiar?, le pedimos que traiga unos sánguches de pollo, los que de seguro superarían al pabilo con pan que habíamos comido hacía unos minutos, cortesía de unas astutas y encantadoras muchachitas que se aprovecharon de nuestra hambrienta inocencia. “Emi” llegó buen rato después con los sánguches, unas papas y una gaseosa de 2 litros. Lo demás, señores, fue casi un picnic de guerra. Al terminar compramos cerveza, eso de seguro nos llenaría… sin darnos cuenta el sol se iba ocultando y con su sutil cincel nos pinto de rojo las frentes y mejillas, dejándonos con un ardor fulminante y a la vez satisfactorio. (¿Qué sería de Claudio?, el sol tal vez se hubiese resignado), ¿qué sería del ausente Mani?, uno de los más emocionados calamares de antología. Con sus correos nos llenó las bandejas de lágrimas, él hubiese tenido que estar ahí, pero bueno… a las finales tiene la impredictibilidad de una máquina, después de todo.

Oscurecía…

Sí, Lima se iba vistiendo de gala, con su traje negro - rojizo, esa extraña y melancólica combinación que le dan las luces de las avenidas. Finalmente las puertas se abrieron, entramos con cierto apuro y con destartalada emoción. Nos ubicamos a pocos metros del estrado. Veríamos a Andrés Calamaro, increíble; se cumpliría el sueño de Pablo. Siendo sinceros haremos un acto de confesión: bueno, hablaré por mí… de Calamaro no sabía tanto, es decir, es un grande, lo sé… es pata de Fito, es influyente, es un músico altamente reconocido, tiene canciones que ya se han convertido en himnos, todo bien… pero nunca fue mi sueño verlo, Pablo, en cambio, se había desvelado 500 noches tratando de saber la razón por la cual Andrelo no nació en el Perú, o él en la Argentina. Sus cabellos son parecidos, y su amor a la música los haría hermanos, pero son hincha e ídolo, nada más, y nada menos, porque la relación que acabo de mencionar tiene cosas de infarto, cosas que cualquier relación quisiera tener, una entrega y un compromiso a prueba de misiles bazuqueros. Luego de ir al baño, regresar, y escuchar aproximadamente unas 100 veces el mismo disco de Rock Peruano (muy bueno, por cierto… pero odioso por las 99 veces demás que lo pasaron), el ambiente se comenzaba a tornar intenso… se avecinaba la llegada de Andrés.

Y comenzó…

Como en una novela de Dostoievsky, el final queda incierto cuando los protagonistas ni siquiera dejaron ver el inicio… así llegó Calamaro, la gente lo aplaudió, pero de inmediato empezó a tocar con su implacable banda de 4 guitarristas espléndidos, un pianista que me hacía recordar mucho al Páez de los 80, y un baterista “para no olvidar”, y nosotros no teníamos idea de cómo carajo se presentaría, no importaba, tocaba, sonaba, nos llegaba al alma… nos hacía saltar en reducidos espacios. Contra todo pronóstico el “Output – Input” quedó de lado para dar pie a un “Salmón” inka kolero que se venía con fuerza… la banda realmente era un motor con caballos de fuerza infinitos. Lo siguiente fue simplemente Andrés Calamaro en concierto, un dominio escénico envidiable, una potencia sonora realmente de lujo, y canciones que, aunque algunas desconocidas para mí, llamaron poderosamente mi atención en cuanto a letras y melodías bien consolidadas, sin lugar a dudas se trata de un trovador amante del Rock. Andrelo también demostró tener una voz muy bien cuidada a pesar de su evidente fama de pachanguero (por no decir drogadicto empedernido); y con el pasar de las canciones la gente entraba cada vez más en un calor, quizás de lo más soportable.

Crímenes perfectos…

Modalidad “Emo”, dijo un huevón, con cabeza de plumero y lágrimas en los ojos… la gente se cagó de la risa y cantamos a viva voz el temazo (perdón a “mi dulce muñequita”) que la banda interpretaba sólo para nosotros, sí, porque sólo podíamos mirar hacia delante y no había nadie más que Andrés, su banda, y las extrañas criaturas.

Carnaval de Brasil…

El tema que puso fue este… para mí, uno de los mejores, sonó el verso más pendejo que jamás haya escuchado en mi vida:

“Habrá que desenvainar las espadas del texto,
Y escribir una canción aunque no haya algún pretexto,
y dedicársela al primero que pase caminando,
al que se quedó pensando, al que no quiere pensar,
al olvido selectivo, a la memoria perdida,
a los de los pedazos de vida que no vamos a perder... jamás”

Para los que gustamos de la escritura y de la poesía, un verso como este simplemente nos da envidia, no sé si de la sana o de la enferma, pero qué pendejo es Andrés. Qué maestro tan pendejo (entiéndase en el sentido más peruano de la palabra). Escucharlo en vivo ya me dejó más huevón de lo que usualmente soy… agradecerle sería poco. Y esa canción nos puso. Nos puso sin marihuana.

Y llegó “Flaca”…

“Flaca” es el tema que más se ha escuchado de Calamaro por lares limeños, y es un verdadero himno hecho canción. Se cantó a viva voz hasta los tonos que no tenían letra… por ejemplo el “Oh oh oh oh oh OH OHHH OOOOHH OOOOHHH OHHHHH OOOOHH Ohhh oh oh oh ohhhh ohhh, o o o ohh, o o o ohh o o!”, ¿alguien entiende lo que quiero decir?, si no me entienden entonces cambien de blog, hay muchos que no se han escrito con esta pasión… es decir, gran concierto, punto… pasión, punto.

Paloma…

Al menos en nuestro pequeño refugio al estilo sanmarquino, “Paloma” fue el tema que más habíamos estado esperando, sobre todo Perrin, con algún cierto interés en dedicar versos no suyos, pero que profetizan y definen con terrible simpleza su eterna melancolía amorosa (por cierto, ¿tuviste éxito?):

“…Quiero un pedazo de cielo
para invitarte a dormir
en la cama o en el suelo…”

Flaco: te jodemos cuando lloras porque lo haces riendo, pero si lloras con estas letras seré el primero en llorar contigo.

11 y pico…

Y el concierto llegó a un final alegórico y fugaz, sigo con mi ejemplo de Dostoievsky. Fedor pudo haber escrito tranquilamente el trámite de un concierto que simplemente fluyó. Fluyó como un primer aliento, como un último aliento, como un primer beso, como la primera vez que tocaste a una mujer, como la primera vez que tocaste a un hombre. Fluyó como sólo la vida puede hacerlo. Terminó con un encuentro fervoroso de amigos, con una larga caminata hacia la Javier Prado, con madrugadas memorables para todos. Increíble, ¿no?, la música lo puede todo, y los genios saben muy bien como hacerla entrar en las vidas de cada uno.

Andrelo: si estás leyendo esto (me aferro a esa posibilidad)… gracias, tío. Gracias por esa noche tan grandiosa (nunca se lo había dicho a un hombre). Por la música y los versos; ¿sabes? No era tan hincha, ahora las cosas son distintas. A la próxima prometo saberme más canciones que tu hijo Pablo Madrid que, por cierto, salió igual a Fito, ¿cosas de la vida no?, una vez más, gracias por la música. Un fuerte abrazo.

Extrañas criaturas: nos seguiremos metiendo aventuras en conciertos… los quiero.

Contra viento y marea esperamos casi 12 horas por la oportunidad de verlo, de escucharlo, de sentir la cruda y melodiosa esencia de sus canciones… fue un día memorable de principio a fin. Los compinches de siempre no tenemos más que decir, simplemente “mataríamos por 5 minutos más”…

Continuará, muchachos, continuará.





sábado, 18 de octubre de 2008

Entre Marte y Venus (Parte V) - Se acabó

¿El amor acaba?

Las relaciones sentimentales son bellas, lúcidas, resplandecientes de un fulgor propio de la esencia más profunda del ser humano. Llega un momento en el cual piensas que te sientes tan bien que nada de lo que vives actualmente tendría que estar sujeto a un cambio. Todo perfecto, todo tranquilo. Pero siempre hay un temor que sobrevive en las sombras de tu vida; el temor al fin. Algo que sólo puede ser comparado al incomprendido temor a la muerte.

Al estar con una pareja siempre se evita el tema, hasta que, quizás, en una noche de plena intimidad, bajo el silencio de unas cortinas estratégicamente colocadas en un no muy lujoso hostal, proviene la pregunta más horrenda pero necesaria que se puede hacer: “amor, ¿crees que algún día terminemos?”. Las respuestas pueden ser variadas, algunos optan por el más desfachatado y hermoso optimismo, “no, mi amor, estaremos juntos por siempre”, otros, quizás con más kilometraje, no dudan en no complicarse la vida: “mejor no pienses en eso, amor”, e inclusive hay otros que, obedeciendo a un patrón típicamente peruano dicen: “¿qué?, ¿o sea que quieres terminar conmigo?” e inician una innecesaria pelea. Sea cual sea la respuesta lo cierto es que es inevitable pensar en el fin de algo que puede ser tan bello pero a la vez tan siniestramente organizado por un poder superior. Es decir, si hay un destino, y ese es “no estar juntos” pues nos separaremos, así de fácil. Si no fuera así, entonces seguiríamos… carajo, tantas probabilidades que podrían manchar un momento.

Al día siguiente las cosas parecen seguir su curso, pero ya existe una piedra en el zapato: “si vamos a terminar en algún momento, ¿para qué seguir?”; la pregunta es tan lógica que pondría en apuros a cualquier “doctora corazón” de la ciudad. Al final preferimos optar por seguir, seguir y seguir hasta el final. De pronto pasa el tiempo, y pasa rápido; pueden ser días, semanas, meses o años, y llega el rotundo final. A pesar de que, en teoría, ya lo teníamos planeado, siempre caerá de sorpresa que alguna de las dos partes decida finiquitar la relación. Y, ojo, no interesa quién dio el primer (último) paso. Sólo interesa que se acabó, se terminó, se cerró un libro, o para los optimistas, una página. Y, ¿ahora?, ¿qué sigue?

Al terminar una relación larga es inevitable que no seas el único que lo sepas. Lo sabrán tus padres, tus hermanos, tus amigos, y hasta sapos que ni siquiera tienes en tu directorio de teléfonos. En menos de dos semanas lo sabrá medio Lima y confirmarás el sabio dicho que reza “los chismes vuelan con el viento”. Aún así, sea por joda o por pura impertinencia, siempre recibirás las molestosas preguntas de rigor “oye, y ¿cómo está tu enamorada (o)?”; otros, aún más espesos, harán sus típicas invitaciones a reuniones, y pondrán como epílogo a sus discursos la filuda frasuela “… y pásale la voz a tu enamorada (o), no te olvides ah”. Entonces las posturas pueden variar, puedes optar por contarle a todo el mundo que ya no estás con esa persona para que nadie vuelva a meter la pata, el nick del MSN es una buena opción. O puedes hacer las del caballero y no decir nada hasta que por pura inercia la gente cese en sus intentos de joderte aún más la paciencia.

Si las posibilidades de regresar son prácticamente nulas por consenso de ambos, entonces hay otra disyuntiva: ¿qué tiempo esperar para empezar a salir con alguien más? Desde muy niño me inculcaron que eso obedece a un dizque respeto hacia la otra persona. Digamos, si hay una chica que me vuelve loco y quisiera rehacer mi vida con ella no podría hasta que pase un tiempo prudencial en el cual pueda estar a la par con mi ex – pareja, quien quizás ya para ese momento también conoció a alguien y no sentiría mayores molestias al enterarse de mis nuevos andares. Yo pienso que eso es circunstancial. ¿Cuánto tiempo esperar?; ¿un mes?, ¿dos?, ¿un año? Para mí la cosa es simple, el amor no obedece a tiempos, no obedece a periodos, si te volviste a enamorar al día siguiente de tu ruptura pues a buena hora, y que te vaya bien (así que ya sabes, sigue bailando por un sueño jeje). Pienso que es parte del amor que se profesa el desear el bien a la persona con la que compartiste tantos momentos feos o bonitos durante mucho tiempo. Al menos conmigo aplicaron esa filosofía varias veces y, salvo en la primera, no me sentí ofuscado u ofendido. Al contrario, me alegré por la rapidez con la que aquella persona pudo re – encontrar el amor. Cuando me tocó hacer lo mismo, aquella chica de antaño me hizo un cuestionamiento que no olvidaré: “¿tan rápido se te acabó el amor?”, había pasado un mes y medio desde que terminamos, y tuve la suerte de iniciar algo con quien había sido una de mis mejores amigas, de esas que te sirven de “pañuelo”, aunque suene horrible el término. Me sentí mal, no es tan satisfactorio que alguien se resienta contigo, o te tilde de frívolo. Pero ya pasado un tiempo volvimos a conversar sobre el tema de manera muy somera, y me confesó que ella prefirió aguantar tres meses a un buen pretendiente por respeto hacia mí y que una vez que comenzó con él sintió que habían sido tres meses perdidos; que su felicidad ahora era mayor y no porque yo sea menos que aquel buen muchacho, sino porque su complementariedad era más afianzada. Eso es el amor, ¿no?, sentirse bien con alguien y ser feliz. Punto. Nos abrazamos y agradecimos por los buenos ratos que compartimos, y hasta el día de hoy seguimos manteniendo cierto contacto.

Cuando me preguntan si el amor acaba mi respuesta es un poco biológica: pienso que el amor es como la materia, no se acaba, sólo se transforma. Cuando se acaba una relación significativa el amor no se ha terminado, se transformó de amor de pareja a amor humano, el que quizás sea el más duradero (incluso que el de familia). Nunca dejas de preocuparte por esa persona y festejarás sus triunfos o lamentarás sus fracasos. Siempre preguntarás por ella o él en cualquier oportunidad. Y creo, señores, que esa es la manera más sana de dar por culminada una relación sentimental. Entonces conoces a otra persona, te vuelves a enamorar y la vida continúa, tu amor de amigo se transformó en amor de pareja, y quizás un día vuelva a sufrir otra transformación, no se sabrá. Lo que es una realidad comprobada es que el corazón humano es más grande de lo que muchos pensamos, y caben todos los tipos de amores que he mencionado y los que no también. La vida es un carrusel y siempre dará vueltas, resignarse a perder el amor sería simplemente una locura, cuando hay tantas cosas bellas que descubrir y que vivir.

Va dedicado el post para la gente que SIGNIFICA algo en la vida de alguien, y cuyo amor no se dará por perdido. Para aquellos que no estén de acuerdo con mis palabras, conversaremos en un futuro y veremos lo que pasa. Un abrazo.

lunes, 6 de octubre de 2008

Placeres versus Salud


La pelea del siglo…

Cuando uno es joven las preocupaciones no sobrepasan los hitos limítrofes de la satisfacción banal; de hecho prefieres un sábado – domingo alcohólico que un chequeo en algún hospital de la ciudad. ¿Saben qué?, lo comprendo muy bien, en realidad, cuando se vive el asunto comienza a tornarse aún más elocuente, más fácil de entender. Llega un momento en el cual te das cuenta de que las cosas más ricas de la vida son las que más daño te hacen. Los placeres de las comidas, las bebidas, los vinos, las malas noches y otros desenfrenos parecen sólo durar un día. Llega el domingo y dan las 6 de la tarde, ya no sientes dolores de cabeza ni mareos, ya dejaste de vomitar y te sientes lúcido. Piensas que venciste a la resaca; pero el cuerpo es una suerte de ente resentido y callado, sólo se guarda las cosas, y cuando llega el momento apropiado ZOACATE! Te las cobra todititas. Generalmente eso sucede cuando uno llega a cierta edad, tal vez a los 40 o 50 años, ya cuando tuviste algunos hijos, cuando acabaste una carrera, y cuando pudiste haber puesto algún buen negocio que te diera la tan deseada estabilidad que todo peruano quiere para su familia. Sin embargo, y para variar, me salí de lo general, y caí nuevamente en el estrecho mar de las singularidades.

Todo comenzó cuando hace un par de meses mi hermana y mi viejo decidieron dar inicio a un nuevo régimen alimenticio que los alejaría, a la primera, de su indeseado aspecto físico, y al segundo, de algún tipo de mal que pudiera truncar una vejez sin mayores problemas. Empecinados en sus nuevas vidas dejaron todos los placeres que durante años habían adornado la mesa Ravelo; las grasas, los condimentos, las gaseosas, y otros pseudo alimentos serían dejados a un lado por estas dos empeñosas ovejas blancas de la familia. Querían salir como sea de aquel círculo vicioso y grasoso que nos caracterizó durante casi toda nuestra existencia, y para mala suerte de mi evidente envidia, lo lograron. Bajaron varios kilos hasta el día de hoy, y a pesar de sus avances y consejos yo me mantuve terco en mi reglamento interno: “amarás la comida hasta que la muerte los separe”, pues bien, esa especie de matrimonio terminó cuando, asediado por horrorosos dolores de espalda y por insoportables fatigas musculares, decidí ir, finalmente, a chequearme al hospital. Al ser lo gordito que soy lo primero que se me recomendó fue hacerme exámenes de colesterol y triglicéridos, y cuando mi familia esperaba un desenlace de terror las buenas noticias sorprendieron a propios y extraños: mis triglicéridos y mi colesterol estaban de lo mejor. Por un lado le saqué la lengua a todos aquellos que pensaron que mi sangre era prácticamente un rojizo aceite vegetal. Pero el estar bien sanguíneamente condujo a otra posibilidad en la que no había pensado y que era mucho más seria que unas cuantas células adiposas pegadas a mis leucocitos. Lo que me podía estar pasando era algo hormonal… bueno, debo admitir que esa palabra me asusta, y como mierda. Al hacerme los exámenes la fortuna me volvió a sonreír, mi hipófisis brillaba de salud, y mi tiroides estaba más parada que la de cualquiera. Entonces, ¿qué chucha era lo que necesitaba?, pues lo más simple, señores, una buena dieta.

Durante muchos años, familiares, amigos, enamoradas, ex enamoradas, recién conocidos, y hasta cobradores de combie, me hicieron saber y recordar que el hecho de ser gordo era tal vez una de las cosas más risibles y dignas de mofa que pueda poseer un ser social. De hecho es más fácil burlarse de un gordito que de un flaco o un agarrado. Las chapas salen casi naturalmente y es por eso, más que por salud, que la mayoría de gente evita llegar a niveles de sobrepeso. Frases como “te verías muy bien si bajaras”, “no sabes cómo te van a llover las flacas”, o “sólo un poquito nomás, con 15 kilitos basta”, eran el pan de cada día en mi vida rutinaria desde que dejé de ser un niño; claro, cuando era niño las frases eran “ay! Qué lindo el gordito!” cuando ya creces te jodes.

Sin embargo nunca sentí necesario bajar de peso; algunos tíos trujillanos le decían a mis padres que bajaría cuando me enamorara… bueno, me he enamorado unas 5 veces, y en ninguna vi necesario cambiar mi turgente silueta. OK, admito que las veces que fallé en mis intentos de conquistar una chica perdí ante patas delgados, pero me las arreglé con mañas más inteligentes para suplantar esa injusta desventaja. Con el correr del tiempo me resigné a utilizar otros atributos para concederme placeres con el sexo opuesto, y me han servido de mucho, pero todo eso parece no importar cuando la salud comienza a hincarte con sus puntiagudas cuchillas. Por ello decidí comenzar un nuevo régimen de vida que me tiene más que incómodo. Cuando veo mi comida sin arroz o sin algún condimento no me siento yo mismo, me siento otra persona, una persona vacía. En las tardes me muero de hambre y me recomiendan una pinche manzana, ¿qué es una puta manzana?, algo que serviría sólo para cubrir el 0,00000000000001 % de la capacidad de mi primer estómago (debo tener 4 como buen rumiante). En las noches mi sufrimiento es más agudo, ya no puedo hacer mi usual recorrido por las sangucherías de Aviación. Eso sería romper todo lo que hasta ahora he conseguido. Pasaron las dos primeras semanas y dicen que me ha “bajado la cara”, suave recompensa… la siguiente semana más gente se suma a la lista de los que creen que estoy bajando mi inmensa medida abdominal. Pero luego me veo al espejo y “OH! SORPRESA!” sigo siendo el mismo gordito con cara de bonachón de siempre; sí pues, me veo exactamente igual que cada día de mi vida.

Pasó un mes y acudí a mi endocrinóloga. La amable doctora De Las Casas me pesó: 5 kilos menos. Mmm... Digamos que jamás en mi vida me puse alguna meta similar, pero lo que sí sé es que 5 kilos es bastante, es más, muchas vedettes luchan por bajar esa cantidad de kilos sin necesidad de matarse de hambre o de privarse de sus placeres más grasientos; lo cierto es que con el pasar de los días extraño menos las grasas, pero siento que cuando me toque regresar a alguna sanguchería no saldré de ahí en aproximadamente 3 días. No mentiré, no en este blog y por respeto a ustedes, he tenido mis escapadas (gracias Zoraida, gracias Muki), lo admito, pero creo que son tan humanas como las de cualquiera; sin embargo espero la existencia de la justicia divina, que todas esas noches sin haber consumido deliciosas grasas no sean empañadas por el par de veces que pequé de débil. Sólo espero que si algún día me libro de todo mal pueda volver, sin temores, aunque sea una vez al mes a mis verdaderos antros de la perdición, donde seré seguramente siempre bienvenido; después de todo, sin eso creo que perdería parte de mi esencia… y si llego a ser flaco creo que sencillamente dejaría de ser yo. Digamos que estoy hecho para ser gordo, y no me quejo, es sólo el papel que se me dio en el gran teatro del mundo.

A todos mis ex – compañeros de sanguchón, les dedico este post, algún día volveré a acompañarlos, sé que me extrañan, bueno yo sinceramente extraño más la mayonesa y la… chesu, ya se me olvidó el nombre, ah ya, la tártara. Un abrazo.

lunes, 29 de septiembre de 2008

Hígado Encebollado



Mi compañero de trabajo

10 de Diciembre del 2007


Desde que llegué a esta nueva área del banco supe que dos de mis nuevos compañeros de trabajo son cristianos. Quiero decir, de esos que van a una iglesia algo distinta a la católica, que dan el 10% de su sueldo para mejorarla, y que escuchan música con mensajes alusivos a Jesucristo. Todo eso me pareció de lo más normal y hasta positivo, puesto que muy pocos amigos míos (por no decir “ninguno”) me han expresado devoción de índole religiosa – “variaré un poco” – fue lo primero que pensé, y de hecho, lamentablemente, no me equivoqué. No tengo nada contra la religión cristiana, pero ¡¿es que acaso, por un carajo, los cristianos sólo escuchan música cristiana?! No puede ser posible que mi compañero sólo tenga un maldito CD para escuchar, aquel disco de Jesús Adrián Romero ya lo tengo clavado entre una y otra oreja. Me sé todas las canciones, podría cantarlas si me lo piden, podría incluso sacar los acordes. Pero, POR EL AMOR DE DIOS, ¡cámbienme esa música!, me aburre, me estresa tanta salubridad, tanta santurronería. ¿No tienes un CD de Chabelos?, o ¿algo de los Nosequién?, ¡por favor que alguien me ayude!

Lo peor del caso es que una vez que termina su CD mi Reproductor de Windows Media ya está preparado para que, con un simple “play”, nos haga escuchar música un poco más variada. Pero apenas termina su disco lo vuelve a poner, ¿pueden creerlo?, ¡LO VUELVE A PONER!, y otra vez a escuchar todo de nuevo, a tararear las canciones por inercia, y a nutrirme de un cristianismo que no quiero asimilar (al menos por ahora). ¿Qué puedo hacer?, no quiero ofender a nadie, sé que cuando me enfurezco puedo ser muy hiriente, y si él se pone respondón no sé qué podría pasar. Tampoco quiero que me boten del banco por pelearme con un infeliz. ¿Qué puedo hacer?, me trato de concentrar para hacer mi trabajo, y en momentos libres (los pocos que me quedan) quizás escribir algunas líneas, desfogar cóleras, o leer una que otra noticia en alguna Web, y de pronto escucho “Qué seas mi universo”, ¡CARAJO!, no quiero más universos, con el mío tengo suficiente. La música sigue y de a pocos comienzo a perder la cordura. No dudo de lo bonachón que puede ser mi, ahora célebre, compañero de trabajo, pero vaya que su música me tiene estresado. Él vive en el Cono Norte, pero siempre se las ingenia para llegar antes que yo (claro, me encanta la calidez de mi cama) y ahí tengo una clara desventaja, puesto que no me deja opción, llego y la música ya está activa, desintegrando mis oídos.

Pero todo lo narrado no es nada comparado con los dos sucesos que voy a detallar a continuación:

Suceso I: Cristiano cuando le conviene

Mi otro compañero de trabajo, quien se desempeña en otra parte del área, pertenece a una iglesia cristiana, y es una obligación suya, como cristiano, dar el 10% de su sueldo para las mejoras infraestructurales de su iglesia. Por ello es reconocido como un activo participante en lo que al resurgimiento cristiano se refiere, y dentro de su comunidad eclesiástica es considerado un joven ejemplo del cristiano moderno. Hasta hace unas semanas, mientras incrementaba mi repulsión hacia lo aburrida que puede ser la música cristiana, pensaba que mi compañero, el primero que mencioné, tenía el lado de la monotonía musical como su único lado negativo en cuanto a su religión – “debe de ser un buen cristiano” – conceptuaba, creyendo ingenuamente que cumplía con todos los requisitos que su religión sugería indispensablemente, amén de un adecuado crecimiento comunitario; eso a pesar de que a mí me abrumaba su forma de pensar y ser. Sin embargo, en una acalorada discusión religiosa, se le escapó un inconfesable secreto – “yo no doy diezmo, Dios no quiere plata” – mi rostro habrá sido tal que él sólo atinó a reflejar susto, incluso retrocedió un par de pasos, como aguardando una reacción estilo Triple H. ¡PUTA MADRE!, sólo es cristiano para aburrirme con su música, pero no da un centavo por su iglesia, a eso le llamo inconsecuencia de ideas, y ese tipo de gente es la típica gente “criollita” de la que el Perú está tan repleto. Por eso estamos cagados. ¿Qué defiendes?, simplemente lo indefendible, sencillamente no eres cristiano, sino un vulgar imitador, un simple ente sin personalidad que sigue la monada de otros, pero que no es capaz de seguir a cabalidad los principios que debería para convertirse en una persona íntegra. Y así pasarán los años y seguirás sólo tus conveniencias, a ver hasta dónde llegas. Pobre payaso.

Suceso II: La conchudez extrema

Era una tarde de Noviembre cuando le gané la posta y puse mi música. Procuré no moverme de mi sitio, ni siquiera para irme al baño… Carajo, tenía que quedarme o simplemente me apagaba la PC para poner sus zalamerías. Estaba escuchando el primer disco de Maestra Vida, producto del esfuerzo desmedido de Rubén Blades y Willie Colón, y cuyo álbum se ganó el reconocimiento y el aplauso de la crítica, calificándolo como el disco - drama más importante de la historia de la música. Oyendo atentamente la letra de “Yo soy una mujer”, iba haciendo mis labores bancarias, hasta que una frase de mi compañero rompió el silencio: “oe, cambia esa huevada pe’, aburre”.

¡QUE TAL CONCHA!


Me contuve de no responderle los vituperios que merecía, ¡pero cómo me costó!, lo admito, quería cogotearlo, estrangularlo, y demostrarle que no todas las canciones son tan aburridas como las que él acostumbra a escuchar. Y además, ¡qué tal frescura, carajo!, a mí me dice “aburrido”, cuando todo lo que ha hecho desde que descubrió que su PC tiene CD – ROM fue, justamente, aburrirnos a todos. Porque cabe mencionar que otras áreas aledañas a la nuestra también tienen la desdicha de escuchar lo que sale de esos parlantes.

En fin, el tema de los compañeros de trabajo da para mucho en cualquier blog o foro. Quiero recalcar que no dudo de la calidad de persona y trabajador que tiene mi mencionado compañero (al que no denomino ni siquiera con pseudónimos), pero a veces pasa; sí, a veces pasa que tengamos a alguien que nos complica la vida de una forma implacable, pero que por razones que hasta ahora trato de averiguar, no somos capaces de borrarlas del mapa.

Los compañeros de trabajo serán siempre, pero siempre, el tema de discusión más recurrente en cualquier organización o en cualquier reunión amical; especialmente diseñados para el raje, estarán siempre a merced de nuestros más mentales insultos y de nuestros más imaginarios golpes.

A ellos, dedico este hepático post.

miércoles, 24 de septiembre de 2008

La choteadora y hippie doncella de la PAMER


En un verano académico, sucedió…

Lucía, creo yo, es el ícono de las chicas choteadoras que me han tocado. Saber de ella es saber de la típica chiquilla que te engatusa, que te hace quererla, disfrutar de su compañía, pero que en las tardes-noches, al despedirse, lo hace con un efímero beso en la mejilla y con un “cuídate amigo” que te deja las cosas más que claras. Aún así, los hombres, quizás por un orgullo que muy pocos aceptamos, insistimos en mandarnos a ese tipo de chicas incluso sabiendo el resultado final de antemano.

¿Qué sucedió con Lucía?, la conocí en la academia y fue una de las tantas chicas que me gustaron en aquel recinto pre-universitario donde sudaba la gota gorda en pleno verano del 2001. En la primera clase (recuerdo que fue de Aritmética) me senté, por cosas de la vida, en la carpeta que se encontraba a sus espaldas, lo curioso es que ella aún no había llegado. El salón estaba medio vacío, y de pronto ella entró, junto con otra linda chica. Sus delgadas siluetas, hermosos rostros y sus pintas de hippie llamaron la atención del poco vulgo estudiantil que se encontraba en el salón, y a pesar de las 10 carpetas vacías que pudieron elegir, eligieron la que se encontraba delante de mí, se sentaron y empezaron a reírse de temas exclusivamente suyos, mientras yo miraba impertérrito los hermosos ojos de la doncella que acababa de aparecer ante los míos. El profesor volvió a llamar nuestra atención con la intención de enseñarnos, de manera rápida y concisa, los trucos más efectivos para resolver problemas matemáticos; mientras eso sucedía, yo seguía mirando a Lucía. Fue su amiga, esa chica cuyo nombre no recuerdo, quien advirtió mi mirada de pavo triste, e inmediatamente se lo comentó. Al darme cuenta de esto traté de barajarla haciéndome el estudioso, y revisé mi separata del curso de una forma nerviosa y desesperada. Otra vez fui obvio y notorio.

Durante todo ese día académico ellas no hicieron más que cuchichear y reír, y de vez en cuando volteaban la mirada hacia atrás, quizás buscando un indicio más de mi estado absorto y embobado. Ni siquiera en los breaks dejaron de mirarme, y claro, ahora sé que era por mera curiosidad y afán de mofa, pero en ese entonces mi mente era por demás voladora y novelera. Y así, imaginaba, sin mentir (y espero pocas burlas) que esas miradas que Lucía me lanzaba eran la prueba más fuerte de una supuesta atracción. Aún dudaba, pero esos ojos coquetos me incitaban. Tenía que hacer algo, no podía cometer errores pasados. Y para esos casos los amigos sirven y vaya que de mucho. Ronald era el único que tenía en la academia y era por demás dicharachero y alabancioso. Por un momento pensé que sería un error confiar en él (recordé lo que pasó con Yu) pero le puse las cosas en claro desde el principio: “si me cagas te reviento”, y dadas las amables palabras, él aceptó ayudarme.

Al día siguiente me senté en el mismo lugar, y para mi buena suerte ellas también; en la segunda clase, Ronald ya hablaba campantemente con su amiga, y luego con Lucía (envidié durante años esa facilidad para conversar con desconocidas). Todo sentado desde mi sitio. Los tres conversaban y yo seguía recostado contra la pared y con la separata a medio centímetro de mi rostro. Todo un nerd compulsivo. Las mágicas palabras de Ronald fueron - ¿Sí o no, Rubén? – viré mi rostro hacia él de una forma eléctrica y le dije “Sí”, los tres emprendieron una maratón de carcajadas en la cual me incluí dubitativamente, Lucía me dijo – “qué chistoso eres” – le respondí con unas risas y luego con un – “¿de qué hablan, ah?” – bien acompañados de una cara estilo Tobey Maguire, más risas sonaron y comenzó mi exitosa participación en la conversa. En pocas horas me había hecho su amigo.

Los minutos siguientes fueron bastante comunes, aguardamos en silencios cortos, en los cuales nos emparejamos de manera muy marcada, Lucía y yo, y Ronald con su nueva amiga. Nos preguntamos las cosas básicas y repetitivas: “¿cómo te llamas?, ¿dónde vives?, ¿qué edad tienes?, ¿cuántas veces vas postulando?, ¿a qué carrera postulas?”, etc. Luego de enterarnos de prácticamente toda nuestra vida de ciudadanos, vendría la parte más complicada y riesgosa: El momento de la salida. No hay momento más difícil que ese. ¿Por qué?, porque es en ese instante cuando se demuestra interés, cuando uno saca su línea de cuánto es lo que le has llegado a importar a aquella persona a la cual quieres acompañar con tantas ansias hasta el paradero, por más lejano que éste fuera. Por lo general las reacciones de las chicas en estos casos suelen ser variadas pero siguiendo un aburrido estándar los hombres preguntamos – “¿para dónde vas?” – como si tuviésemos un auto para jalarlas. Las mujeres, supuestamente, responden la verdad, y la verdad es que van al paradero, como todos los pre-universitarios que, cansados, sólo piensan en la comodidad de sus camas o en los programas de TV que verían en la noche. Sin embargo hay casos en los que las maniobras evasivas toman un protagonismo flagrante, y entonces te dicen: “¿ahorita?, hummm, este… voy a ir a ver a una amiga, en otro salón”, u otros floros baratos que te dejan el sinsabor del “no quiero que me acompañes, no insistas”. Pero claro, ellas quedan muy bien, y nosotros tenemos que tratar de simular o fingir un rostro amable para que no noten nuestra decepción, nuestra total vergüenza. Máscara absurda, por cierto, ya que ellas saben perfectamente lo que sentimos. Y eso fue exactamente lo que me pasó en ese segundo día. Le conté a Ronald lo que había sucedido, pero el hijo de su madre estaba muy apurado, acompañaría al paradero a una chica de otro salón, de modo que poco caso me hizo y se largó como un pedo cuando escuchó su nombre desde las escaleras de abajo. “Qué envidia” – pensaba – “¿cuándo me tocará a mí?” – me preguntaba, y de esa forma salí solo de la academia, con la intención de tomarme una heladísima gaseosa y una grasienta hamburguesa para pasar rico mi pena.

La llamada “tía veneno” se demoró más de la cuenta en atenderme, por lo que estuve parado buen rato en aquella esquina de su carrito sanguchero, aguardando por mi chatarra, mirando sin órbita hacia la puerta de la academia, de donde muchos chicos salían alegres y sonrientes, acompañados de amigas y amigos. Otra vez la envidia. “Pero bueno, recién empiezo” – me autoanimé, y seguí esperando mi hamburguesa. Cuando de pronto veo salir a la mismísima Lucía. Salió sola, por lo que me dije “ahorita sale su amiga”; su amiga nunca salió. En su lugar salieron tres imberbes muchachos, y los 4 se fueron juntos al paradero ante mi mirada perdida. No lo podía creer. Me sentía engañado. Sabía que lo de “… una amiga en otro salón…” podía ser una tremenda falacia, pero jamás pensé que saldría, en cambio, con tres jovencitos a los que las hormonas se le salía hasta por los poros. Mi concepto sobre Lucía fue cambiando y cuando estaba casi convencido de que se trataba de una “chica popular” la razón me cacheteó y me hizo seguirlos hasta la av. Arequipa, destino final para la mayoría. Al llegar, me quedé camuflado entre la multitud, ellos estaban en la vereda del frente, y cruzaron – “claro, vive en Villa María” – recordé, y acto seguido crucé las dos pistas de sentidos contrarios que conforman la avenida. ¿Qué quería conseguir?, saber si alguno de ellos era su enamorado, o su afanador, o peor, si ese afanador se atrevería a subir en la misma combie que mi hippie doncella. Para mi buena suerte, se despidió de cada uno con besos en la mejilla, y nadie la acompañó. Mis esperanzas estaban intactas.

Con el pasar de los días mi amistad con Lucía se fue afianzando, y a la semana me dio el honor de acompañarla al paradero por primera vez. Nuestras conversaciones eran muy fluidas y la química era notable. Teníamos pasiones en común, la música, los libros, los chistes, incluso los videojuegos. Pasé la prueba de rigor al preguntarle si había ya un chico que le robara el sueño, y con su respuesta negativa me dejó el campo libre para seguir imaginando. Todo andaba de maravillas, tanto así que empecé a planear, después de un mes, el día y el momento de mi declaración. Ensayaba, como en mis primeros acercamientos a féminas, las palabras que diría, los gestos que haría y las posturas que tomaría al momento de recibir el sí de la satisfacción. Ah, obviamente también imaginaba el beso de la consumación, la señal de mi victoria sobre todos aquellos púberes que hubiesen tratado de atrasarme. Qué vuelco había dado mi situación. Me reía en son de burla de aquellos que pensaron que jamás sería capaz de conquistar a una chica tan bella y encantadora, algo así como hacer un gol delante de un público que te pifió todo el partido: simplemente pones tu dedo índice en los labios cerrados – “cállense, yo festejo solo” – y así es. Pero mis imaginativas poses de galán me duraron poco. Entre apuros por la cantidad de separatas que debíamos repasar, y los horripilantes E.T.I.’s (Examen Tipo Ingreso) de los domingos, me decidí a declararle de una buena vez mi amor. Los recuerdos pasados los dejé de lado, era otro, era distinto. No dejaría pasar más oportunidades.

No sé cómo definir lo que pasó esa rojiza tarde, mientras circulábamos por la plaza de armas de Lince.

La había citado con la excusa de visitar una feria de libros, pero la verdadera finalidad era la de regalarle mis cantares amorosos, recitarle mis poemas cursis, y declararle mi enorme atracción hacia ella; cuando estaba en el preámbulo de todo, ella cortó intempestivamente mi fraseo de manera emocionada: “A que no sabes quién me acaba de mandar un mensaje” – puse mi cara de confundido – “… jeje, el chico del que te hablé la vez pasada, ¿te acuerdas?, es tan lindo. Mira, mira lo que me puso: ‘no hago más que pensar en ti todo el día, hasta mis estudios estoy descuidando’, ¿te das cuenta?, es lindísimo” – la verdad es que me había dado cuenta de una sola cosa: otra vez había rebotado. Lo peor del caso es que ni siquiera me había hablado de aquel idiota que me mencionó, se lo hice saber y ella sólo atinó a decirme: “¡uy! Entonces se lo dije a Sergio, jeje, siempre confundo a mis amigos” – ¡AMIGOS! Qué palabra más sentenciadora. Con eso había terminado de sepultar toda esperanza, había asesinado mi ilusión con terrorista elegancia. En términos criollos, me había dejado ‘tirando cintura’. Luego de unos días, en los cuales estuve más que deprimido, empecé mi recuperación anímica cobrándome algunas revanchas. Yo no soy ningún santo, lo he dicho y lo seguiré diciendo, y para mí eso de que “un clavo saca otro” es totalmente válido, y vaya que me sirvió. Olvidé por completo lo que me había sucedido accediendo a temerosas invitaciones para asistir a fiestas académicas; dejé las separatas y me despreocupaba por los E.T.I.’s de una manera delirante. Me volví un juerguero pre-universitario. Debo admitir que esto me dio una fama algo más respetable que la del típico nerd que solía ser hasta ese entonces, por lo que sabía que en cualquier momento la mismísima Lucía podría recapacitar su decisión de cortarme con tijera de jardinero y sin anestesia. Y, señores, así fue, tendría más adelante la oportunidad de chotearla y a su estilo.

La cosa fue muy simple pero tuve que tener mucha paciencia. Esperé algunos meses hasta que llegara el examen de admisión, el cual arrasaría a punta de memoria y champazo; ingresé a Ciencias Biológicas y como es costumbre en las academias, los ingresos se celebraron con fervor en románicas fiestas que parecían no tener fin. Luego de ser rapado, las felicitaciones no se hicieron esperar. Abrazos de gente desconocida, cerveza por todos lados, chicas que celebraban saltando y haciendo mover sus protuberancias pectorales, y un jolgórico etc. Cuando mi éxtasis había terminado y me preparaba para degustar algunos espumosos tragos, llegó la felicitación de Lucía; me abrazó y me dijo que ella aún no sabía sus resultados, que estaba muy nerviosa, y todo ese bla bla bla. Le respondí fríamente que estaba seguro de que ella ingresaría. Mentira. No estaba seguro, es más, no quería que ingrese. Sí, sé que eso es maldad, pero es la verdad, estaba picón. De repente me confesó que esa misma noche habría una reunión en la casa de uno de sus amigos, pasara lo que pasara, y que contaba con mi asistencia para ‘pasarla bien’, hubiesen visto su cara. Fue una de esas expresiones que ponen las vedettes en los sketchs de programas cómicos, una coquetería exagerada y hasta ridícula, en la que obviamente no creí, no tanto por mi ‘experiencia ganada’, sino porque realmente estaba resentido y piconazo, quería vengarme, era lo único que me importaba.

Me dio la dirección de la casa y pasadas unas horas asistí, la encontré muy feliz, los resultados se habían conocido, ella había ingresado: mi parte diabólica empezó a mentarle la madre al aire, pero mi parte bonachona (que es casi siempre a la que más hago caso) se alegró sobremanera; sin embargo era conciente de mi plan, y ese acontecimiento no tenía porqué alterarlo, por lo que me mantuve sobrio, pero lógicamente demostrando alegría para no levantar sospechas. Conocí a sus famosos amiguitos, todos tenían los ojos saltones, los pelos parados y otras cosas que de seguro también permanecían paradas; la casa era del tal “Sergio”, aquel muchachito del que sólo escuchaba el nombre y que generó cierta antipatía en mí debido al incidente de hacía unos meses en la plaza de Lince. La celebración comenzó cuando el trago corto empezó a rondar las mesas y sillones de la casa de Sergio, y yo no me abstuve de probar; estaba mal preparado, horrible, como me gusta. Terminé picándome muy rápido y decidí parar de tomar, de modo que mi plan pudiese seguir siendo llevado a cabo sin inconvenientes; para mi buena suerte, esa que muy pocas veces tengo, Lucía estaba totalmente ebria y siendo manoseada por sus, repito, ‘amiguitos’. Uno de ellos, el que se creía más vivo, trataba desesperadamente de robarle un beso que, entre risas, la linda Lucy le negaba. Cuando la cosa pasó de castaño oscuro aparecí como una suerte de “Súper Pig”, para rescatarla, cacheteé a ese pobre flacuchento que, nuevamente, se quedaría sin ‘comer’ en cacería, los demás retrocedieron como hienas, y entre carajos y… madres llevé a Lucía a la terraza de Sergio con la vetusta excusa de ‘tomar aire’. De verdad estaba ebria, así no la esperaba, era demasiado, pero era sólo cuestión de tiempo para que me diga algo con lo cual pueda finiquitar mi malévolo plan.

Luego de algunas indeseables interrupciones, finalmente, mi choteadora doncella comenzó a decirme esas cositas típicas de chicas ebrias. Aquellas que sólo esperan esos momentos etílicos para reconocer las bondades de sus verdaderos admiradores enamorados, de sus amigos fieles, aquellos que darían su vida con tal de tener una sola oportunidad. Aquellos a los que, penosamente, las mujeres más maltratan. Ese era yo, un antiguo y perdido enamorado que ahora tenía sed de venganza, y escuchaba atentamente las virtudes más resecas que Lucía trataba de humedecer con sus fluidos. Cosas como – “de verdad eres una buena persona, eres un lindo chico…” o…”soy una tonta, no sé elegir… ¿por qué no te conocí antes?” son ejemplos relucientes de toda la ráfaga de estupideces que las mujeres esperan decir sólo en momentos críticos y que la mayoría de hombres cometemos el error de creer. Felizmente estaba totalmente curado, al menos en ese momento, de todas las mentiras alcoholizadas que mis oídos pudieran escuchar. Sin embargo, antes de cortar su intermitente discurso, algo de compasión inundó mi maldad. No era una mala chica después de todo, era coqueta como muchas, nada malo hacía; las demás hacen lo mismo y nadie se venga. ¿Será que así está determinada la juventud post-adolescencia? Comencé a dudar sobre la conclusión de mi plan, aquel plan que tanto había ideado y practicado. Al final me ganó el sentimiento y decidí llevar a Lucía a su casa y olvidar todo en el camino. Días después me enteré del rumor que circulaba por todo el ambiente, ahora, universitario que recitaba una noche de placer extremo con la gran Lucía, que era un abusivo porque estaba borracha, y que además de abusivo era un cobarde. Me gané más antipatías que respetos, pero bueno, así es este negocio de ser ‘buena gente’. Como todo negocio, a veces se gana o se pierde.

No volví a saber nada de Lucía hasta que la vi en el campus, apurada porque llegaría tarde a una clase. Conversamos sólo unos segundos, me dio su nuevo e-mail y su número telefónico. A veces conversamos vía MSN y parece siempre ignorar los rumores que se crearon sobre nosotros; tampoco recuerda las cosas que me dijo en la casa de su amigo, era de esperarse. Para ella ese lapso no existió, para mí fue una verdadera tormenta llena de tensión en la cual estuve a punto de cometer un atropello a mis propias ideas. Nunca he choteado a nadie, he rechazado ofertas de manera educada, sí, pero lo que me hizo ella, y me hicieron muchas otras, jamás. Y prefiero mantenerme en esa posición, aunque mi lado maligno a veces esté a punto de ganarme. ¿Cuántos chotes más tendré que pasar?, el tiempo lo dirá, lo que sí sé es que al menos por esa postura ya debo tener, al menos, un pequeño cuarto asegurado arriba, junto a Frankie, Héctor y Celia.

Mujeres…

sábado, 20 de septiembre de 2008

Rapsodias de un Septiembre movido


Las buenas y malas de un mes siempre distinto

Es cierto que aún no termina, es más, apenas hemos pasado por la mitad, pero este Septiembre del 2008 realmente ha removido la usual calma que me ha caracterizado, suceda lo que suceda, durante los meses anteriores. Aquí una síntesis:

6 de Septiembre, la blanquiroja ataca otra vez


Otra vez, sí, señores, otra vez nos llenó de ilusión, ¿estaremos cayendo nuevamente bajo sus encantos?, ¿será que el articulo “La” (LA selección, LA blanquiroja) explica los femeninos aires hipnotizantes que serían la caduca explicación para que tantos hombres caigamos en un mismo engaño?, ¿será acaso tan magnética nuestra selección de fútbol? El caso, lectores míos, es que a base de huevos y corazón (mezcla magnífica en el fútbol) un equipo de guerreros nos hizo confiar nuevamente en que, al menos, no haremos más ridículos a nivel internacional, y que volveremos a tener el respeto que antes otros, no tan bien pagados, grandes deportistas nos habían adjudicado. Perú venció a Venezuela, los comentarios sobran, se ganó bien, aunque no como antes. Claro, aquel 6 de Septiembre los que alguna vez vieron a un Cueto o Cubillas recordaban con melancolía aquellas gloriosas jornadas repletas de goles y humillaciones para una “Vino Tinto” incipiente. Hoy las cosas han cambiado, y como equipo chico que somos tuvimos que sufrir para vencer a una selección que a diferencia de nosotros, viene en alza desde hace ya varias primaveras. El gol del crecido Alva se gritó en cada rincón del Perú, y no era para menos, había mucha cólera acumulada, y creo yo que ganar así tiene su lado placentero.

10 de Septiembre, la noche de las afonías


Amanecía el 11 de Septiembre y todos estábamos afónicos, y no era para menos. Un mudo bien hincha pudo haber soltado sus cuerdas vocales con ese gol de Fano estilo “en contra”, sí, porque estamos naturalmente acostumbrados a recibirlos, antes que a hacerlos. De la corrida de Vargas también se ha hablado mucho, pero si alguien tenía dudas sobre esta selección y la necesidad de que regresen los “juergueros” creo que este partido disipó las interrogantes. No los necesitamos, punto. Que les vaya bien en Europa, siempre es bueno ver triunfar a un peruano, pero en la selección, como me dicen cada vez que voy a una cancha a pelotear, “ya estamos completos”.

11 de Septiembre, el fin de una era

Llegó el lunes y creo que todos estábamos de buen humor, a pesar de que sabíamos que se nos venía una semana jodida de trabajo, como casi todas las semanas en las que se trabaja. Ya hacía mucho rato que la hostilidad en mi centro de labores se hacía sentir hasta en el aire, y bastaba con que alguien tomara una decisión final. Decidí buscar chamba hace casi un mes, pero mis jefes se me adelantaron. La presión fue muy grande y renuncié cuando prácticamente estaba todo listo, hasta mi reemplazo. Me quedé sin chamba, aunque con una liquidación incierta que, espero, pueda cubrir mis necesidades hasta que consiga algo nuevo (dije “nuevo” porque no me interesa si será mejor o peor) que me permita terminar unos estudios que parecen ya haberse truncado por completo. A pesar de que me siento bien, y de que no me afectó tanto como muchos podrían pensar, califico mi desligue de Interbank como una mala noticia. Es decir, tenía planes muy interesantes ahí, me faltó suerte, quizás algo más de control, o simplemente capacidad; después de todo, como ya me he hartado de decirlo, no sirvo para ser “socialmente” eficiente en una empresa. Sumergido en el mar del desempleo, y tomándome unas extrañas pero merecidas vacaciones, acepto todas las propuestas que me lluevan por este medio, sin roches ah, es la situación.

12 de Septiembre, Campeonato en Bencho’s House III

Suena arrogante decir que soy el mejor, pero lo escrito en un post anterior se confirmó aquel viernes donde súbitamente mis compañeros, algunos resentidos por lo expresado en este humilde canal, unieron fuerzas para repeler mi “buena fortuna” en el Winning Eleven; sin embargo ni los puntos robados ni los cánticos eufóricos pudieron contra mi calma y buen juego en la cancha virtual. Fui reconocido como un justo campeón, me vinieron con el floro de que ahora soy una suerte de “campeón nacional” y que eso me hace bicampeón; bueno lo pongo más simple, jugué 3 campeonatos en mi casa y gané los tres, los detallitos que queden en la estadística. Un abrazo para todos mis amiguitos, y sigan practicando :D

13 de Septiembre, a veces es necesaria una “Hora de Recreo”

Es un tema muy personal, no suelo compartirlo así nada más… pero bueno, el hecho de haberme separado (temporalmente) de mi enamorada me dará el espacio que necesito para pensar ciertas cosas. La amo, pero el amor no basta para mantener una relación sana. Sólo espero que este tiempo sea también beneficioso para ella.

14 de Septiembre, de visita por el “gallinero”

Me encanta el Monumental de Ate, sobretodo porque las dos veces que he ido he visto buenos partidos; la primera vez fui a ver el amistoso de Perú – Colombia, en el cual empatamos 2 a 2 con goles de Guerrero. Y el pasado domingo fui testigo de una remontada histórica donde se le calló la boca a la mitad – 1 del Perú. Los repugnantes de siempre tenemos esas cosas, a veces nos odiamos y otras nos amamos en exceso, pero al ser casi todos aliancistas las cosas quedan claras cuando hay que apoyar a la blanquiazul. Llegamos algo accidentados al estadio, gozamos con cada jugada dividida y aunque nos asustamos con el gol de Mayer, la alegría nos regresó rápido cuando Gonzáles Vigil se disfrazó de Luca Toni, y cuando Aguirre se creyó Romario. Entonces les seguimos la corriente creyéndonos hinchas campeones, créanme de vez en cuando ayuda. La pasamos súper y nos fuimos del Monumental con 3 puntos llenos de esperanza. A la U sólo le deseo suerte, y a mi pata “el chato” único y acérrimo hincha crema, le recomiendo una buena dosis de calma, a pesar de la derrota, la U no está peleando por la baja como nosotros.











19 de Septiembre, día de liquidación

(Quizás esté pecando de ingenuo) Recibí mi cheque de liquidación, el cual fue más generoso de lo que imaginaba. No me alcanzó para meter mi plata en la bolsa de Valores como hacen algunos amigos que tengo; pero al menos pude cumplir un par de sueños: comprar mi entrada Platinum para ver a Fito Páez, y un pequeño presente de los dioses disfrazado de sofisticación moderna llamado: Play Station 3. Sólo faltaría mi pequeño viaje a Huancayo para culminar mi ciclo de gustos, y luego de eso me volveré a sepultar bajo las arenas de una situación tercermundista. Buscaré chamba como loco para cumplir el resto de mis sueños, y de seguro tendré algunas cosas más para compartir con ustedes, mis pocos y adorados lectores. Hasta entonces.

miércoles, 17 de septiembre de 2008

Porque siempre quedamos mal...

“No te metas”

Hace unos 5 meses una buena amiga del banco me tomó por sorpresa en la salida y me invitó un café con la explicación de que quería urgentemente unos consejos. El frío limeño (que dicho sea el paso se mantiene hasta estos días) me hizo más fácil la decisión, acepté y nos metimos a un cafetín, por Las Begonias.

Esta amiga, a la que llamaré “Susana”, me comenzó a hablar sobre una suerte de tormento de amor que rondaba por su escueta mente, un dilema, del cual no podía salir sola, y por lo que necesitaba de mis, dizque, sabias sugerencias. Le gustaba un pata 7 años mayor que ella, Susana ronda los 26, el tipo tiene 33; la fama de “pendejo” lo adornaba de pies a cabeza, aunque ella ignoraba todo eso, claro, hay cosas que sólo los hombres podemos saber, quizás porque en el fondo, como dicen las mujeres, todos tenemos un mismo molde. El pata tiene trabajando casi 10 años en el banco, por lo que su trabajo es, por decir lo menos, estable; lo que le alcanza para mantener bien a su pequeño hijo de 2 años. Susana es bastante guapa y sólo era cuestión de tiempo para que “Fabricio” comenzara el afane, y así fue. Cortejada y obnubilada por sus experimentadas tácticas de amor, ella ya comenzaba a sentir algo, y su preocupación caía de madura; ¿era Fabricio ideal para ella?

A ver, vayamos por partes. Era el verano del 2006 cuando conocí a Fabricio. Me lo había presentado un amigo con el cual ingresé al banco en ese entonces. No sé si habrá sido mi lerdo semblante o su extrema confianza, pero en la primera cita que tuvimos los tres para tomarnos unas cervezas empezaron a hablar de ciertas damas que rondaban los pasillos del banco; hasta ahí todo me parecía normal, y aunque no metía mi cuchara me entretenía (lo admito) escuchar a hablar a Fabricio con tanta naturalidad sobre los posibles gustos sexuales de cada una de nuestras compañeras de trabajo. Mi otro amigo, menor que yo, incluso, le festejaba a Fabricio todas sus frases y pseudo conclusiones, parecía ser ya una relación de alumno – maestro. Las otras veces que pudimos salir Fabricio ya conocía más a fondo a las compañeras de trabajo de las cuales tanto especuló, y sus apreciaciones se hicieron algo más certeras, luego hablaban de otras chicas, quizás de amigas de barrio o de otros trabajos anteriores, y fue entonces cuando delataron sus maquiavélicas intenciones: iniciaron las apuestas.

No recuerdo específicamente cuánto era el dinero que apostaban, pero lo que pensé que sólo se daba en películas gringas era también reflejado en mi realidad chola. Fijaron un nombre, y sin escrúpulo alguno, se prometían enamorarla para ver con quién caía primero. No me haré el héroe, fingí risas y no dije nada, pero eso sí, me prometí no volver a salir con ellos, y así fue. Sin embargo seguí frecuentando, ya por motivos estrictos de trabajo, a aquellos descarados galifardos.

En aquel tiempo Susana salía de una relación larga y con un final, clásicamente, tormentoso. Eso le dio el aliciente que necesitaba para tomarse un tiempo de reflexión en el cual se dedicó (quizás con demasiado ahínco) a sí misma. Y pasados los años, la vida la pone en otra circunstancia emocional de corte complicado. Sentados en el cafetín, Susana negó siempre estar enamorada de Fabricio, sólo le “gustaba”, eso me decía. Fabricio, por su lado, le había prometido de todo: una relación seria, respeto, amor incondicional y satisfacción plena en todos los aspectos de su vida. La cosa era simple, aceptar o no aceptar. Luego de que me pidió formalmente consejos, yo, tal vez pecando de hue…n tipo, cumplí con detallarle el concepto que tengo de Fabricio. Le dibujé, cual narrador de cuentos jubilado, el momento que me hizo definir a tan sonado antihéroe de juglar moderno. Aquella media tarde fue algo protocolar, ella me dijo, asombrada, que me agradecía por los consejos, y que los tomaría en cuenta. Con algo de escepticismo pero con mucha satisfacción dormí tranquilo esa noche sabiéndome una suerte de justiciero, algo así como el “Capaudaz” de Nalvarte en toda su expresión.

Pasaron los meses y llegamos a Setiembre. Debido al horrible trabajo me alejé de Susana, y de casi todos los amigos a los que frecuentaba, al bajar mis revoluciones vuelvo a hablar con Susana, ella ya empezó una relación con Fabricio hace casi un mes.
Mi reacción fue instantánea, quizás no la adecuada, pero es obvio que no me sentí nada bien al enterarme de que mis consejos sólo sirvieron como disonante música a las ideas fantasiosas de Susana. Ella notó esa reacción, y de inmediato la relacionó con resentimiento. Quería contar nuevamente con mis consejos, de seguro tenía problemas con su flamante enamorado, no lo sé, pero mi posición reacia ante dicho pedido se hizo notar. Al colgar el teléfono, sabía que la había cagado. Poco después me manda un mensaje de texto diciéndome: “oye debiste haber sido sincero desde el principio”… yo no contesté, y mandó otro sin darme lugar a respiro, “si me hubieses dicho que te gustaba tal vez lo hubiese pensado pero has sido un cobarde, no pensaba eso de ti… pensé que eras mi amigo”… ¿perdón?, acaso ella pensaba que… aguanta, otro mensaje llegó, “pero no te preocupes, Fabricio no se molestará cuando le cuente que querías estar conmigo, lo que me duele es que lo hayas querido embarrar, eso no se hace”… PLOP!!! Disparatadamente empecé a mentar la madre a los 4 vientos, antes de que se me ocurriera mandar un mensaje de respuesta. Ese mensaje nunca se me ocurrió, en realidad no sabía que decirle… sólo pude pensar: “Bencho, a la próxima no te metas”. Un último y fulminante mensaje llegó, “siempre el amor va a ganar, entiendes? Hagas lo que hagas, sorry ‘amiguito’ (sabe que odio esa palabra), ojala sepas perder, bye”. ¿Algún comentario? Dicen que el amor te ciega, pero, ¿al punto de perder con tanta facilidad a un amigo?

Esto ya me había pasado antes, pero no de una manera tan desfachatada y rochosa. La lección queda aprendida, y era mi deber compartirla con ustedes, mis pocos pero adorados lectores. Ah, acepto sugerencias, aún no he tomado acciones correspondientes, es decir, sería bueno cuadrarla, ¿no?; decirle que “EN SU SUEÑOS” hubiese querido que un tipo como yo tan siquiera le haga un pequeño poema, pero… quién sabe, tal vez el silencio hable mejor… de todas maneras ahora soy yo el que les pide un consejo.

Un abrazo.

miércoles, 3 de septiembre de 2008

La Copa "Copa Rota"


A falta de un mundial…

Un repugnante sin remedio, un mazamorrero cansado, una rizada y extraña criatura, un “Bins” perdido en Lima y un gordito que quiere hacer en la tele lo que no puede hacer en la cancha, son algunos de los elementos que recrean el vano, amado y ya clásico campeonato de Winning Eleven.


Protagonistas:

El Winning Eleven (Alias: Winin, Winazo, Soccer, y para algunos antidiluvianos “excitante”): Es quizás el videojuego de fútbol más exitoso en su rubro. Hasta ahora sólo hemos usado el 4, el 3 y el 10… hay muchos más pero por alguna oculta razón sólo esas versiones nos atrajeron lo suficiente como para hacer los campeonatos.

Claudio Gutiérrez Orihuela (Alias: el negro, Amilton Prado, La locaza, el fiestero, y todo lo que tenga que ver con África o Chincha): es uno de los participantes más asiduos que he conocido, a pesar de que nunca pudo consolidarse campeón, Claudio es uno de esos jugadores que suelen dar la sorpresa en cualquier competición, y es un rival de temer cuando comienza a alterarse y a gritar “GOOOLA… OOOOEE!!!”; si se le tuviera que comparar con alguna selección sudamericana, yo diría que sería Ecuador, no sólo por alguna colorida característica en común, sino que, a los equipos chicos ya los pasó y a los grandes los preocupa. Equipos favoritos: Brasil, Alemania.

Carlos Rojas Sócola (Alias: Perrin, Jar Jar Bins, Ronaldinho andino, y para algunos zanahorias, Sorín): Perrin es video jugador por naturaleza; lleva en la sangre señales eléctricas que siempre lo llevarán a un mando, sea de Play, sea de Nintendo, o de cualquier consola existente; quizás sea por eso que congeniamos tan bien. Perrin suele crecer conforme van pasando los campeonatos; empieza medio flojo, y luego, cuando se da cuenta de que puede, llega a tener momentos de genialidad; es humilde en la derrota y en la victoria y eso le da casta de campeón, y eso se confirmó en su, hasta ahora, único campeonato ganado: el de la casa del chato. Es un rival de temer aunque con ciertas debilidades ya detectadas por quienes lo conocemos, pero que desaparecen si su pinta de Ronaldinho se traslada en la cancha virtual. Equipos favoritos: Nigeria, Holanda.

Pablo Madrid Gómez (Alias: Calamaro, Fito, Canchita, Bulma, Santiago Magill, y para su marido, Pablo Clos): A pesar de que los números no lo acompañan, Pablo tiene un desplazamiento interesante dentro de la cancha virtual; maneja bien la desintoxicación de juego y sabe cuando dar el pase final. La definición sea quizás su punto más flaco (¿tiene algún punto gordo?) y eso le cuesta partidos. Más allá de los resultados, siempre será un rival a considerar. Equipos favoritos: en Winning 3, Colombia con el “pibe”… en Winning 10 el condenado no tiene…

Ernesto Nalvarte Beltrán (Alias: Repugnante, Vegeta, Giovanni Ciccia, Enchilada Nalvarte y por su turgente pancita de embarazada, Junior). Es el contrincante más extraño de esta, ya de por sí, extraña lista de repugnantes especies. Por un lado su juego es simple y predecible, pero por otro, gracias a su sólida defensa es un rival híper archi complicado si por A o B ya te hizo algún gol (sin importar la factura… sorry, tenía que decirlo). No importa si le expulsan uno, dos o tres jugadores, mientras su defensa no se mueva las posibilidades de que te gane serán siempre las mismas. Y si no quieres escuchar el odioso grito: “Y CON DIEZ HOMBRES!!!” mejor será que tomes tus precauciones. Repu y yo hemos sido protagonistas de partidos épicos, como la recordada final en mi casa (victoria mía), o la celebérrima semifinal en el recinto del chato (victoria suya); pero lo constante entre ambos es que siempre se dan buenos partidos, o sino que lo diga el respetable. Equipos favoritos: Inglaterra (SHEARERR!!!), Italia.

Rubén Ravelo Ruljancic (Alias: El gordo, Bencho, Kung Fu Panda, Osito, Barney… y muchos más… Carajo se malearon): No sé cómo describirme, soy partidario del “Jogo Bonito” antes que el juego táctico y tengo en mi haber dos campeonatos hasta el día de hoy, creo que con eso basta. Lo único que sé es que mis rivales suelen hacerse barra cuando alguno se enfrenta conmigo JE, suficiente. Equipos favoritos: Holanda, Francia.

Los que a veces se apuntan:

Andrés Escalante Velarde (Alias: el chato, Willow, Chatanás, Tévez, Chicho Salas, Mini mí… y muchos más… carajo aquí nos maleamos): He jugado dos campeonatos con él, el de mi casa y el de la suya, y a pesar de que los resultados me fueron favorables considero al chato como un rival muy complicado; espero que te anotes para la que viene, chato. Equipos favoritos: no me acuerdo FC, no me culpes…

Jesús Astete Soriano (Alias: el primitivo, y punto, las demás son derivados… JA): Tal y como su chapa lo dice, el primitivo juega al guerrazo, y así gana partidos, felizmente en nuestros enfrentamientos la estadística sigue favorable hacia mí, pero créanme que con marcadores tan ajustados como sus oscuros y monocromos politos de verano. Ojala se una de nuevo al clan, aunque en la UPC debe de haber gente que juegue mejor que nosotros. Equipos favoritos: Holanda.

Oscar Rosas (Alias: este no tiene… mare): Por lo único que se le recuerda al buen Osquitar (aparte de un cierto jale con las féminas de la San Marcos) es por su tristemente célebre frase: “ay chato, tu perro tiene unas BOLAZAS!” en alusión al legendario semental Acker. Lo demás fue sólo leyenda urbana, terminó siendo eliminado en segunda ronda en el campeonato de la casa del chato; rápido con el control pero lento en lo demás. Me pregunto si ahora daría pelea. Equipos favoritos: Brasil.

Víctor Aguirre (Alias: El Pincel, Culebra Gay, Fido Dido, Carlos Zegarra, y un largo y flaco etcétera): Pincel pudo haber quedado como uno de los animadores del campeonato, y en realidad lo fue, porque sus chistes son lo máximo. Ojala pueda, finalmente, jugar Winning. Equipos favoritos: Roñosos FC. (Un abrazo :D)

(Mira que te puse ah…)

Gabriel Carbonel (Alias: el tío, el abuelo, el bisabuelo, el tatarabuelo, Clint Eastwood, y un longevo etcétera): Tío, ¿cuándo un karaoke?, se te extraña eh. Equipos favoritos: Perú.

Manuel del Pino (Alias: el pelao’, Luis Alberto Bonnet, y creo que había un profe igualito a él, carajo, no me acuerdo del nombre pero de verdad era idéntico): En su casa se llevó a cabo el primer campeonato de Winning. Más no les puedo decir porque no hay más… ah bueno, hasta donde sabía le está yendo muy bien en el BCP. Saludos desde la competencia. Equipos favoritos: Sport Boys y Deportivo Municipal.


Historia

Campeonato en la Mansión Del Pino:

Los inicios de estas alcohólicas competiciones se dieron en el año 2002, cuando nuestro queridísimo y eterno compañero universitario, Manuel del Pino (saludos donde quiera que estés pelao’) nos invitó amable, e ingenuamente, a su casa ubicada en chalaquilandia. Ahí, ese mismo día, se jugó una suerte de campeonato experimental, se utilizó en Winning Eleven 4, y mi fama de “aplanador” no me sirvió de nada, quedando eliminado en primera ronda. Mi fuerte era el 3, pero bueno… perdí y aún así tomé como campeón. No recuerdo exactamente quién fue el primer lugar, pero lo que sí recuerdo es que el primero en caer borracho fue, como casi siempre a lo largo de nuestra historia cervecera, nuestro amigo Perrin (en ese entonces lo iba conociendo).

Campeonato en Bencho’s House I:

Pasaron algunos meses hasta que se decidió hacer un campeonato verdaderamente serio, y la sede fue, por decisión casi unánime, mi humilde hogar. Preparé el sofá y la tele más grande que tenía en ese entonces. Limpié mi Play Station una y mil veces para que no tengamos problemas, y mientras mis amigos (rivales) iban llegando, las ansias aumentaban, esa vez nadie me arrebataría el título. La final fue entre Repu y yo, la semifinal la jugué con Perrin y a pesar de la goleada que le propiné se cobraría su revancha un tiempito después. Cuando vencí a Repu, quien en ese entonces lucía su casi perfecta Inglaterra, alcé la imaginaria copa y me consagré campeón; hice respetar la casa, algo que no podría hacer luego nuestro amigo Andrés, aunque dio pelea.

Campeonato en el chalé del Chato:

Este campeonato fue realmente vibrante, en intensidad fue superior al anterior; participaron más competidores y tuvo ratos de suspenso que, fácil, podrían envidiar algunos mundiales de verdad. Ejemplos hay muchos, pero quedó en la memoria la derrota que sufrí ante Repu en la semifinal, partido que quedó 3 a 2 y que por poco hace que los vecinos del chato quieran entrar a ver lo que estaba ocurriendo (mentira, seguro estaban a punto del llamar al Serenazgo…). Los golazos de Beckham y de Seedorf fueron las cerezas de la torta; el partidazo acabó a favor de un Ernesto verdaderamente eufórico, y la final, con un Perrin algo asustado, lo esperaba en pocos minutos. Nos felicitamos y nos deseamos suerte, soy picón pero sé reconocer derrotas justas, luego fuimos testigos de que ni siquiera en los videojuegos el fútbol tiene lógica, y Perrin le propinó 6 goles a Repu sin dejarlo respirar. El campeonato fue para Bins, y Nalvarte, quizás con demasiado trago en las venas, estaba a punto de echar algunas lágrimas. Como dato anecdótico quedó el Affaire de Oscar con la mascota del chato; y la lucha por el tercer lugar que creo, si no me equivoco, disputé con Claudio.

Pasaron varios años, sí, años para volver a jugar un campeonato organizado. Todo comenzó cuando hace un par de meses Ernesto volvió a mi casa, esta vez con su nueva adquisición: Pablo (empiezo a hablar como Marvin?, no, no soy tan celoso). Aquel día fue memorable para el popular Vegeta, puesto que sólo le gané dos partidos, el resto, que deben de haber sido unos 8 o 9 (de seguro él dirá que fueron más :/), me los ganó, con su férrea y táctica Italia; no niego que mi más infantil piconería salió a la luz después de mucho tiempo. Sin embargo, ya al día siguiente, mi estudio al juego de Repu comenzó a dar sus frutos, y le gané 2 de 4, y los otros dos los empatamos. Finalmente organizamos el último campeonato ejecutado hasta el día de hoy:

Campeonato en Bencho’s House II:

Fuimos sólo 5 participantes pero la emoción fue de principio a fin. El nivel ya no era tan disparejo como antes, claro ya no era el mismo juego, ahora tenemos Play 2, las cosas cambian con la modernidad. El toque especial de este campeonato fue nuestro compartimiento hostil, nadie tuvo treguas con nadie, y el arsenal de chapas estuvo a la orden del día; como diría un enrulado camarada: “si alguien nos hubiera escuchado sin conocernos pensaría que no somos patas”, felizmente lo somos y cada vez con más fuerza (patas). Los partidos más recordados son:

2da Fecha: Repu vs. Bencho; un partido que gané 4 a 3, me aseguré 3 puntos con el rival más jodido hasta ese momento.

5ta Fecha: Claudio vs. Perrin; el flaco tuvo un mal arranque con República Checa, y la sólida Alemania del negro terminó por sepultarlo en lo más hondo de la tabla. Las cosas cambiarían después.

8va Fecha: Perrin vs. Bencho; Para ese momento Perrin ya había cambiado, por disposiciones del campeonato (El último de la primera ronda tenía la opción a cambiar de equipo), de selección, de los checos a los holandeses. Robben hizo trizas a Thuram y tras un corner el flaco anotó el único gol del partido; por mucho que intenté no la emboqué y Perrin ratificó su mejoría y su calidad de candidato para el próximo campeonato.

Última fecha: Bencho vs. Pablo; La última fecha fue especial, PORQUE NADIE LA VIO!!! Casi todos estaban dormidos, incluyendo a Repu que debió de haber estado rogándoles a sus demonios sagrados que Pablo me ganase; el resultado fue abultado y favorable para este servidor, adjudicándome mi segundo campeonato, lo que me convierte en dos veces campeón, ¿no?, o ¿sumé mal? (:D)

Todo terminó cuando los desperté con mis ronquidos, sorry chicos, en poco tiempo eso cambiará, se los prometo.

Los campeonatos de Winning Eleven no sólo nos divierten sino también nos unifican, algunos definiendo caminos, otros a puertas de un título universitario, y otros pocos ya con él, nos olvidamos de cualquier diferencia en nuestras vidas, cualquier circunstancia adversa que destruya alguna ilusión; nos olvidamos de los problemas cotidianos, sólo somos nosotros, nuestras bromas y chapas, nuestros gritos y jodas; todo lo que somos y nada más, para bien o para mal; y sin importar quien campeone siempre habrá un ganador: la mancha.

Un saludo para ustedes y espero verlos pronto…

AH! Y no se hagan los graciosos, carajo… vayan juntando para mi premio, no lo he olvidado. Un abrazo.