lunes, 6 de octubre de 2008

Placeres versus Salud


La pelea del siglo…

Cuando uno es joven las preocupaciones no sobrepasan los hitos limítrofes de la satisfacción banal; de hecho prefieres un sábado – domingo alcohólico que un chequeo en algún hospital de la ciudad. ¿Saben qué?, lo comprendo muy bien, en realidad, cuando se vive el asunto comienza a tornarse aún más elocuente, más fácil de entender. Llega un momento en el cual te das cuenta de que las cosas más ricas de la vida son las que más daño te hacen. Los placeres de las comidas, las bebidas, los vinos, las malas noches y otros desenfrenos parecen sólo durar un día. Llega el domingo y dan las 6 de la tarde, ya no sientes dolores de cabeza ni mareos, ya dejaste de vomitar y te sientes lúcido. Piensas que venciste a la resaca; pero el cuerpo es una suerte de ente resentido y callado, sólo se guarda las cosas, y cuando llega el momento apropiado ZOACATE! Te las cobra todititas. Generalmente eso sucede cuando uno llega a cierta edad, tal vez a los 40 o 50 años, ya cuando tuviste algunos hijos, cuando acabaste una carrera, y cuando pudiste haber puesto algún buen negocio que te diera la tan deseada estabilidad que todo peruano quiere para su familia. Sin embargo, y para variar, me salí de lo general, y caí nuevamente en el estrecho mar de las singularidades.

Todo comenzó cuando hace un par de meses mi hermana y mi viejo decidieron dar inicio a un nuevo régimen alimenticio que los alejaría, a la primera, de su indeseado aspecto físico, y al segundo, de algún tipo de mal que pudiera truncar una vejez sin mayores problemas. Empecinados en sus nuevas vidas dejaron todos los placeres que durante años habían adornado la mesa Ravelo; las grasas, los condimentos, las gaseosas, y otros pseudo alimentos serían dejados a un lado por estas dos empeñosas ovejas blancas de la familia. Querían salir como sea de aquel círculo vicioso y grasoso que nos caracterizó durante casi toda nuestra existencia, y para mala suerte de mi evidente envidia, lo lograron. Bajaron varios kilos hasta el día de hoy, y a pesar de sus avances y consejos yo me mantuve terco en mi reglamento interno: “amarás la comida hasta que la muerte los separe”, pues bien, esa especie de matrimonio terminó cuando, asediado por horrorosos dolores de espalda y por insoportables fatigas musculares, decidí ir, finalmente, a chequearme al hospital. Al ser lo gordito que soy lo primero que se me recomendó fue hacerme exámenes de colesterol y triglicéridos, y cuando mi familia esperaba un desenlace de terror las buenas noticias sorprendieron a propios y extraños: mis triglicéridos y mi colesterol estaban de lo mejor. Por un lado le saqué la lengua a todos aquellos que pensaron que mi sangre era prácticamente un rojizo aceite vegetal. Pero el estar bien sanguíneamente condujo a otra posibilidad en la que no había pensado y que era mucho más seria que unas cuantas células adiposas pegadas a mis leucocitos. Lo que me podía estar pasando era algo hormonal… bueno, debo admitir que esa palabra me asusta, y como mierda. Al hacerme los exámenes la fortuna me volvió a sonreír, mi hipófisis brillaba de salud, y mi tiroides estaba más parada que la de cualquiera. Entonces, ¿qué chucha era lo que necesitaba?, pues lo más simple, señores, una buena dieta.

Durante muchos años, familiares, amigos, enamoradas, ex enamoradas, recién conocidos, y hasta cobradores de combie, me hicieron saber y recordar que el hecho de ser gordo era tal vez una de las cosas más risibles y dignas de mofa que pueda poseer un ser social. De hecho es más fácil burlarse de un gordito que de un flaco o un agarrado. Las chapas salen casi naturalmente y es por eso, más que por salud, que la mayoría de gente evita llegar a niveles de sobrepeso. Frases como “te verías muy bien si bajaras”, “no sabes cómo te van a llover las flacas”, o “sólo un poquito nomás, con 15 kilitos basta”, eran el pan de cada día en mi vida rutinaria desde que dejé de ser un niño; claro, cuando era niño las frases eran “ay! Qué lindo el gordito!” cuando ya creces te jodes.

Sin embargo nunca sentí necesario bajar de peso; algunos tíos trujillanos le decían a mis padres que bajaría cuando me enamorara… bueno, me he enamorado unas 5 veces, y en ninguna vi necesario cambiar mi turgente silueta. OK, admito que las veces que fallé en mis intentos de conquistar una chica perdí ante patas delgados, pero me las arreglé con mañas más inteligentes para suplantar esa injusta desventaja. Con el correr del tiempo me resigné a utilizar otros atributos para concederme placeres con el sexo opuesto, y me han servido de mucho, pero todo eso parece no importar cuando la salud comienza a hincarte con sus puntiagudas cuchillas. Por ello decidí comenzar un nuevo régimen de vida que me tiene más que incómodo. Cuando veo mi comida sin arroz o sin algún condimento no me siento yo mismo, me siento otra persona, una persona vacía. En las tardes me muero de hambre y me recomiendan una pinche manzana, ¿qué es una puta manzana?, algo que serviría sólo para cubrir el 0,00000000000001 % de la capacidad de mi primer estómago (debo tener 4 como buen rumiante). En las noches mi sufrimiento es más agudo, ya no puedo hacer mi usual recorrido por las sangucherías de Aviación. Eso sería romper todo lo que hasta ahora he conseguido. Pasaron las dos primeras semanas y dicen que me ha “bajado la cara”, suave recompensa… la siguiente semana más gente se suma a la lista de los que creen que estoy bajando mi inmensa medida abdominal. Pero luego me veo al espejo y “OH! SORPRESA!” sigo siendo el mismo gordito con cara de bonachón de siempre; sí pues, me veo exactamente igual que cada día de mi vida.

Pasó un mes y acudí a mi endocrinóloga. La amable doctora De Las Casas me pesó: 5 kilos menos. Mmm... Digamos que jamás en mi vida me puse alguna meta similar, pero lo que sí sé es que 5 kilos es bastante, es más, muchas vedettes luchan por bajar esa cantidad de kilos sin necesidad de matarse de hambre o de privarse de sus placeres más grasientos; lo cierto es que con el pasar de los días extraño menos las grasas, pero siento que cuando me toque regresar a alguna sanguchería no saldré de ahí en aproximadamente 3 días. No mentiré, no en este blog y por respeto a ustedes, he tenido mis escapadas (gracias Zoraida, gracias Muki), lo admito, pero creo que son tan humanas como las de cualquiera; sin embargo espero la existencia de la justicia divina, que todas esas noches sin haber consumido deliciosas grasas no sean empañadas por el par de veces que pequé de débil. Sólo espero que si algún día me libro de todo mal pueda volver, sin temores, aunque sea una vez al mes a mis verdaderos antros de la perdición, donde seré seguramente siempre bienvenido; después de todo, sin eso creo que perdería parte de mi esencia… y si llego a ser flaco creo que sencillamente dejaría de ser yo. Digamos que estoy hecho para ser gordo, y no me quejo, es sólo el papel que se me dio en el gran teatro del mundo.

A todos mis ex – compañeros de sanguchón, les dedico este post, algún día volveré a acompañarlos, sé que me extrañan, bueno yo sinceramente extraño más la mayonesa y la… chesu, ya se me olvidó el nombre, ah ya, la tártara. Un abrazo.

3 comentarios:

  1. A dieta amigo??? pero si te ves tan bien! bueno si estabas un poco gordito pero mal no te queda eh, ojala no bajes tanto porq no me gustan los palillos jiji un beso

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  2. Mi querido bencho, las tres cosas más importantes en ésta vida son salud, dinero y amor. Pero de las tres, la más importante es la salud, porque sin ella las otras dos se desvanecen. Me parece muy bien que te cuides. No se trata sólo de figura física, se trata de sentirse bien en todo sentido. Cuando sientas que te falta alimento recurre al alimento espiritual y verdaderamente te sentirás mucho mejor.

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  3. jajajaja!... por Dios!.. soy gordo y? las exquisiteces que suele preparar las morenas manos de mi mamá no las cambio x nada!.. en mi casa hay un dicho:"te puedes morir de pobre, pero de hambre no te mueres"

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