Desde muy niños los peruanos somos, directa o indirectamente, instruidos usando una ideología antichilena muy marcada. Se habla de las guerras, de los asesinatos, de los ataques cobardes, de los antiguos buques de guerra, de Miguel Grau, y una serie de acontecimientos que montan un teatro en el cual los chilenos toman con honores el papel de “malos”, dejando a los peruanos como los sanos e inocentes “buenos” que lucharon incansablemente por la justicia. Muchos de nosotros, los peruanos, crecemos generación tras generación con cierta aberración hacia nuestros vecinos del sur, debido a que nuestros padres y profesores nos hacen creer, con historias y héroes muertos, que el ejercito mapochino siempre nos tiene y nos tendrá en la mira de sus matonescas pretensiones; y que además, nos humillan con un marcado lenguaje racista y discriminatorio. Crece de a pocos una cultura chauvinista bastante preocupante, y lo es para ambos países, ya que Chile no es ajeno a las mismas historias cambiadas, modificadas especialmente para que los peruanos tomen el papel de “malos” que en nuestro feudo lucen los chilenos. De modo que en ambos países, niños inocentes y de mente pura son diariamente corrompidos por entes educativos con claros intereses políticos en sus espaldas; siendo la única verdad que en la guerra no hay buenos ni malos, y que además, dichas situaciones suelen sacar lo peor de la gente.
Por mucho que algunos intentamos poner paños fríos al asunto, la autosugestión mutua (suena a paráfrasis pero analicen bien) es tan fuerte que hasta los mismos políticos, intelectuales, incluso deportistas, caen en la misma tontería: la de pensar que desde nuestro nacimiento ya tenemos rivales de por vida, los chilenos. Y para nuestra mala fortuna, los enfrentamientos políticos son cada vez más agudos y acentuados; y definitivamente, la fecha de las eliminatorias que se aproxima, será una excelente oportunidad para seguir caldeando los ánimos: Chile se enfrenta a Perú en el Nacional de Santiago. Por lo que, luego de la deslucida actuación de nuestros seleccionados ante Paraguay, y a pesar de que ya sabíamos con anticipación el fixture que debíamos enfrentar, lo primero que pensé cuando recordé a nuestro próximo rival fue: “otra vez tú”.
Y es que después de tantas batallas por el dominio de este fragmento del Océano Pacífico, la prensa y demás personas públicas no han hecho más que rivalizar por años a los mencionados dos países que, para sorpresa de muchos, tienen más cosas en común de lo que pueda creer la mayoría. Son culturas bastante similares, con costumbres igual de similares, y razas también similares (no olvidemos que Chile también es un país andino). Ambos países están en vías de desarrollo, el estanco económico peruano parece haber terminado y la situación para nosotros mejora, mientras que Chile, tras haber alcanzado un nivel de desarrollo superior al de casi toda Sudamérica, se ha consolidado como un país lleno de empresas con afanes de inversión y expansión, viendo en el Perú una enorme gama de posibilidades para producir rentabilidad, generando miles de puestos de trabajo. Por lo tanto, los que en teoría son rivales, en la práctica son dos poderosos aliados que, de no ser por tonterías políticas, serían aún más fuertes como bloque económico andino.
La otra cara de la moneda la representan los peruanos que van a Chile en busca de “un futuro mejor” (y resalto las comillas). Muchos de los inmigrantes peruanos en Chile poseen un bajo nivel de educación y una cultura social que deja mucho que desear. Lima (aunque ahora mejor) sigue siendo, por ratos, un basural con aspecto de ciudad, o tal vez a la inversa, y gran parte de los que abandonan el Perú para trabajar en Chile, creen que pueden redimir sus costumbres antihigiénicas en calles santiaguinas. Si a esto le agregamos la delincuencia peruana que allá encuentra refugio pues entonces se puede concluir que el mítico odio del chileno hacia el peruano, no es sólo cuestión de enseñanzas escolares, historias sobre O’Higgins o de cuentos familiares. La verdad es que nosotros mismos nos hacemos odiar. O mejor dicho, unos pocos hacen que nos odien a todos.
Todo este ambiente hostil es el que encuentran nuestras selecciones peruanas cada vez que les toca visitar Santiago de Chile ya sea por partidos amistosos u oficiales. La reacción del público chileno siempre es la misma, presión total a base de insultos y humillaciones. Nuestros jugadores no sólo han estado obligados a prepararse física y tácticamente, sino también mentalmente. Afinando la fortaleza de sus personalidades y enriqueciendo su carácter para defenderse de cualquier “peruano culiao’” o “cholo asqueroso”, entre otras joyitas sureñas que bajan constantemente de la tribuna. De modo que el llamado “clásico del pacífico” tiene siempre una sazón especial que muy pocos clásicos en el mundo tienen; dos naciones con dos personalidades distintas cada una: la que dice “te necesito pare seguir creciendo” y la otra que clama “no quiero que existas”. Y esto no es ajeno en la cancha. Generalmente los partidos entre ambos seleccionados terminan con roces y broncas innecesarias, con jugadores exaltados y con discutidos fallos arbitrales; sin embargo algunos peruanos terminan jugando en ligas chilenas, y viceversa. Todo un espectáculo sólo comparable con aquellas luchas de la época de emperadores romanos que se daban en el coliseo de la capital italiana de aquella época. Serán los DT’s quienes levanten o bajen el pulgar, para decidir quién sigue o quién no en el próximo partido, y serán los dirigentes quienes hagan lo propio con respecto a sus técnicos.
Los resultados que han obtenido las últimas selecciones son, por demás, desalentadores. Mas la esperanza no se debe de perder, porque en una guerra no siempre gana el más fuerte, o el que tiene más gente en sus trincheras, sino el que plantea inteligentemente sus estrategias, teniendo en cuenta sus limitaciones y dando el golpe de gracia en el momento justo. Sólo queda apoyar y dejar que nuestros instintos antichilenos actúen por sólo dos horas, en las cuales nuestra selección necesitará más apoyo del que tenían los gladiadores romanos.
Veremos qué pasa.
Lima 15 de Octubre de 2007
Por mucho que algunos intentamos poner paños fríos al asunto, la autosugestión mutua (suena a paráfrasis pero analicen bien) es tan fuerte que hasta los mismos políticos, intelectuales, incluso deportistas, caen en la misma tontería: la de pensar que desde nuestro nacimiento ya tenemos rivales de por vida, los chilenos. Y para nuestra mala fortuna, los enfrentamientos políticos son cada vez más agudos y acentuados; y definitivamente, la fecha de las eliminatorias que se aproxima, será una excelente oportunidad para seguir caldeando los ánimos: Chile se enfrenta a Perú en el Nacional de Santiago. Por lo que, luego de la deslucida actuación de nuestros seleccionados ante Paraguay, y a pesar de que ya sabíamos con anticipación el fixture que debíamos enfrentar, lo primero que pensé cuando recordé a nuestro próximo rival fue: “otra vez tú”.
Y es que después de tantas batallas por el dominio de este fragmento del Océano Pacífico, la prensa y demás personas públicas no han hecho más que rivalizar por años a los mencionados dos países que, para sorpresa de muchos, tienen más cosas en común de lo que pueda creer la mayoría. Son culturas bastante similares, con costumbres igual de similares, y razas también similares (no olvidemos que Chile también es un país andino). Ambos países están en vías de desarrollo, el estanco económico peruano parece haber terminado y la situación para nosotros mejora, mientras que Chile, tras haber alcanzado un nivel de desarrollo superior al de casi toda Sudamérica, se ha consolidado como un país lleno de empresas con afanes de inversión y expansión, viendo en el Perú una enorme gama de posibilidades para producir rentabilidad, generando miles de puestos de trabajo. Por lo tanto, los que en teoría son rivales, en la práctica son dos poderosos aliados que, de no ser por tonterías políticas, serían aún más fuertes como bloque económico andino.
La otra cara de la moneda la representan los peruanos que van a Chile en busca de “un futuro mejor” (y resalto las comillas). Muchos de los inmigrantes peruanos en Chile poseen un bajo nivel de educación y una cultura social que deja mucho que desear. Lima (aunque ahora mejor) sigue siendo, por ratos, un basural con aspecto de ciudad, o tal vez a la inversa, y gran parte de los que abandonan el Perú para trabajar en Chile, creen que pueden redimir sus costumbres antihigiénicas en calles santiaguinas. Si a esto le agregamos la delincuencia peruana que allá encuentra refugio pues entonces se puede concluir que el mítico odio del chileno hacia el peruano, no es sólo cuestión de enseñanzas escolares, historias sobre O’Higgins o de cuentos familiares. La verdad es que nosotros mismos nos hacemos odiar. O mejor dicho, unos pocos hacen que nos odien a todos.
Todo este ambiente hostil es el que encuentran nuestras selecciones peruanas cada vez que les toca visitar Santiago de Chile ya sea por partidos amistosos u oficiales. La reacción del público chileno siempre es la misma, presión total a base de insultos y humillaciones. Nuestros jugadores no sólo han estado obligados a prepararse física y tácticamente, sino también mentalmente. Afinando la fortaleza de sus personalidades y enriqueciendo su carácter para defenderse de cualquier “peruano culiao’” o “cholo asqueroso”, entre otras joyitas sureñas que bajan constantemente de la tribuna. De modo que el llamado “clásico del pacífico” tiene siempre una sazón especial que muy pocos clásicos en el mundo tienen; dos naciones con dos personalidades distintas cada una: la que dice “te necesito pare seguir creciendo” y la otra que clama “no quiero que existas”. Y esto no es ajeno en la cancha. Generalmente los partidos entre ambos seleccionados terminan con roces y broncas innecesarias, con jugadores exaltados y con discutidos fallos arbitrales; sin embargo algunos peruanos terminan jugando en ligas chilenas, y viceversa. Todo un espectáculo sólo comparable con aquellas luchas de la época de emperadores romanos que se daban en el coliseo de la capital italiana de aquella época. Serán los DT’s quienes levanten o bajen el pulgar, para decidir quién sigue o quién no en el próximo partido, y serán los dirigentes quienes hagan lo propio con respecto a sus técnicos.
Los resultados que han obtenido las últimas selecciones son, por demás, desalentadores. Mas la esperanza no se debe de perder, porque en una guerra no siempre gana el más fuerte, o el que tiene más gente en sus trincheras, sino el que plantea inteligentemente sus estrategias, teniendo en cuenta sus limitaciones y dando el golpe de gracia en el momento justo. Sólo queda apoyar y dejar que nuestros instintos antichilenos actúen por sólo dos horas, en las cuales nuestra selección necesitará más apoyo del que tenían los gladiadores romanos.
Veremos qué pasa.
Lima 15 de Octubre de 2007
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