Manipulación y dominio
Los empalmes drásticos que ocurren entre los sexos son realmente fascinantes cuando uno trata de estudiarlos y comprenderlos. El hecho de ser humano y ver el mundo de una forma, para luego encontrar otro humano distinto (física, sexual y mentalmente) que ve todo de forma diferente, siempre trae consecuencias; muchas veces explosivas, otras veces hilarantes, y si tienes suerte, las consecuencias son más que placenteras. Eso sucede cuando un hombre trata con una mujer. Qué tremendo choque de sensaciones. Qué extraña forma de conocer lo que realmente es la discrepancia en todo su sentido. La atracción física se hace fuerte, mientras que la detracción de ideas jala en sentido contrario, pero no nos importa, porque a las finales siempre queremos estar ahí… situaciones extrañas que hacen de la relación “Macho – Hembra” la más interesante del universo.
No podría comenzar a expresar mis ideas sin antes decir que la vida me ha dejado cicatrices en cuanto a mujeres se trata, y que quizás por eso encuentren en estas letras un poco de resentimiento, mas vale decir que estoy siendo lo más objetivo posible, incluyendo en mis conclusiones experiencias vividas por amigos y conocidos que han probado el exquisito sabor de una linda chica, y el amargo sabor del asfalto que comes cuando te encuentras con una frustración.
Los hombres somos, por excelencia, simples; vemos las cosas de un modo totalmente sencillo. Para nosotros no hay cortejos que valgan, ni observaciones obligatorias de gestos y expresiones; no hay coquetería “interesante”, ni miradas con mensajes subliminales. El hombre común y corriente (rubro en el que me incluyo) es distraído, y se preocupa en las cosas más básicas, y poco más que eso irrumpe en su orbita cerebral. Para nosotros las cosas son, o no son.
Las mujeres, en cambio, parecen no creerse que las cosas sean tan simples, y tratan de llenarlo todo de detalles y complementos. Para ellas “las cosas no son así”, el cortejo debe ser largo para que se demuestre un real interés por ellas, la coquetería es obligatoria, las miradas deben de ser insinuantes y a la vez se debe de demostrar indiferencia; luchan por tener un control de la situación que a los hombres no nos interesa en lo más mínimo. Como si no quisiéramos ver televisión y ellas traten de decirnos: “por si acaso el control lo manejo yo, ah”. Luego viene su desdicha, al darse cuenta de que, en realidad, poco nos importan sus complementos, y nos llaman “cavernícolas”, “primates”, “simios”, y además nos acusan de sólo quererlas para el sexo. Injusto pero real y hasta natural.
La incomprensión entre los sexos opuestos (y vaya que se oponen en casi todo) es por demás extraña e irónica. Recuerdo que a los 13 años tuve mi primera enamorada, cortesía de una alcahuetería de mi hermana, ya que a esa edad las únicas mujeres que me interesaban eran Chun Li, Samus Arán, y la tía que atendía en el vicio, a la vuelta de la manzana. En el tercer piso de mi casa, lugar donde no había más que ropa tendida y paredes sin tarrajear, solía pasar parte de mis tardes con ella y mi hermana haciendo quién sabe qué; sólo recuerdo que en uno de esos días mi hermana nos declaró “marido y mujer” delante del tendedero y el cielo gris. Graciela (así la llamaré) se lo había tomado más que en serio, y cuando mi hermana dijo algo así como “puede besar a la novia”, no tardó en estirar sus labios de una forma que me pareció más que graciosa, súper cómica. Reí a carcajadas sin compasión mientras que el rostro de Graciela se tornaba cada vez más rojo, y el de mi hermana se iba convirtiendo en un enorme signo de interrogación. Aún con ese bochornoso incidente Graciela y yo duramos dos extrañas semanas.
Aquellos días marcaron un hito en mi experiencia, me di cuenta de que tener enamorada no era como lo pintaban mis amigos del colegio, quienes solían lucirse transitando de la mano con alguna chiquilla por el patio, a la hora del recreo. A pesar de que en esa época era 30 o 40 veces más distraído que ahora, pude darme cuenta de que algo extraño estaba pasando con mi vida. Mis actividades diarias iban cambiando lentamente de administrador. De pronto las llamadas por teléfono y las citas obligatorias eran mis nuevas tareas cotidianas: “te espero a las 8”, “voy a tu casa a las 5”, “me acompañas al complejo el domingo”, “me llamas a las 6”, y un largo, larguísimo, etcétera. Se acabaron mis visitas al vicio, se terminaron mis encuentros con Chun Li y Samus. Mi espacio se había convertido en su espacio. Y todo de una forma realmente automática y con un mínimo esfuerzo de su parte. Me había hecho de su propiedad y eso me hacía sentir raro y hasta melancólico. Sin embargo los beneficios sociales hacían el contrapeso. La innegable belleza de Graciela subía mi “nivel social” de una forma sorprendente, pasando de ser el clásico “gordito sin flaca” del salón, acusado de “jeropa”, a un “gordito pendejo”, que ya tenía en sus brazos a una “jermita” con quien “debutar”; qué fácil de entender es la jerarquía infantil, ¿verdad?
Aun cumpliendo a cabalidad con los requerimientos de Graciela (quien tenía unos 11 o 12 años en aquel momento), fue ella misma la que le dio fin a nuestra marketeada relación, excusándose del “poco tiempo que tenemos para vernos”. Y sin preguntar “por qués” o entristecerme, le dije “bueno, gracias”, y me fui de su portal directamente al vicio de la vuelta, a reconciliarme con Chun y con Sa’. Tiempo después me confesó que tomó ese “gracias” como un “gracias por haberme elegido, fueron dos semanas maravillosas”, y se quedó tranquila.
Lo que nunca supo ni sabrá es que ese “gracias” fue un “gracias por devolverme mi libertad”.
La manipulación será siempre parte de la mecánica de una mujer. No digo, y aquí quisiera enfatizar, que sean malas o malintencionadas, ni que los hombres seamos inocentes palomitas. Es simplemente naturaleza. Y así como aceptamos a la naturaleza y a todo lo que ella implica (llámese terremotos, sabanas, animales, plantas, etc.) también debemos aceptar que la misma naturaleza nos hizo distintos. ¿Qué nos queda? Simplemente aceptarnos y juntar nuestros dos ángulos para ver el mundo de una manera más completa. Después de todo, la vida misma está compuesta de cosas básicas y cosas complementarias, y unas no podrían existir sin las otras.
Con los hombres y las mujeres, sucede exactamente lo mismo.
Lima, 31 de Octubre de 2007
Los empalmes drásticos que ocurren entre los sexos son realmente fascinantes cuando uno trata de estudiarlos y comprenderlos. El hecho de ser humano y ver el mundo de una forma, para luego encontrar otro humano distinto (física, sexual y mentalmente) que ve todo de forma diferente, siempre trae consecuencias; muchas veces explosivas, otras veces hilarantes, y si tienes suerte, las consecuencias son más que placenteras. Eso sucede cuando un hombre trata con una mujer. Qué tremendo choque de sensaciones. Qué extraña forma de conocer lo que realmente es la discrepancia en todo su sentido. La atracción física se hace fuerte, mientras que la detracción de ideas jala en sentido contrario, pero no nos importa, porque a las finales siempre queremos estar ahí… situaciones extrañas que hacen de la relación “Macho – Hembra” la más interesante del universo.
No podría comenzar a expresar mis ideas sin antes decir que la vida me ha dejado cicatrices en cuanto a mujeres se trata, y que quizás por eso encuentren en estas letras un poco de resentimiento, mas vale decir que estoy siendo lo más objetivo posible, incluyendo en mis conclusiones experiencias vividas por amigos y conocidos que han probado el exquisito sabor de una linda chica, y el amargo sabor del asfalto que comes cuando te encuentras con una frustración.
Los hombres somos, por excelencia, simples; vemos las cosas de un modo totalmente sencillo. Para nosotros no hay cortejos que valgan, ni observaciones obligatorias de gestos y expresiones; no hay coquetería “interesante”, ni miradas con mensajes subliminales. El hombre común y corriente (rubro en el que me incluyo) es distraído, y se preocupa en las cosas más básicas, y poco más que eso irrumpe en su orbita cerebral. Para nosotros las cosas son, o no son.
Las mujeres, en cambio, parecen no creerse que las cosas sean tan simples, y tratan de llenarlo todo de detalles y complementos. Para ellas “las cosas no son así”, el cortejo debe ser largo para que se demuestre un real interés por ellas, la coquetería es obligatoria, las miradas deben de ser insinuantes y a la vez se debe de demostrar indiferencia; luchan por tener un control de la situación que a los hombres no nos interesa en lo más mínimo. Como si no quisiéramos ver televisión y ellas traten de decirnos: “por si acaso el control lo manejo yo, ah”. Luego viene su desdicha, al darse cuenta de que, en realidad, poco nos importan sus complementos, y nos llaman “cavernícolas”, “primates”, “simios”, y además nos acusan de sólo quererlas para el sexo. Injusto pero real y hasta natural.
La incomprensión entre los sexos opuestos (y vaya que se oponen en casi todo) es por demás extraña e irónica. Recuerdo que a los 13 años tuve mi primera enamorada, cortesía de una alcahuetería de mi hermana, ya que a esa edad las únicas mujeres que me interesaban eran Chun Li, Samus Arán, y la tía que atendía en el vicio, a la vuelta de la manzana. En el tercer piso de mi casa, lugar donde no había más que ropa tendida y paredes sin tarrajear, solía pasar parte de mis tardes con ella y mi hermana haciendo quién sabe qué; sólo recuerdo que en uno de esos días mi hermana nos declaró “marido y mujer” delante del tendedero y el cielo gris. Graciela (así la llamaré) se lo había tomado más que en serio, y cuando mi hermana dijo algo así como “puede besar a la novia”, no tardó en estirar sus labios de una forma que me pareció más que graciosa, súper cómica. Reí a carcajadas sin compasión mientras que el rostro de Graciela se tornaba cada vez más rojo, y el de mi hermana se iba convirtiendo en un enorme signo de interrogación. Aún con ese bochornoso incidente Graciela y yo duramos dos extrañas semanas.
Aquellos días marcaron un hito en mi experiencia, me di cuenta de que tener enamorada no era como lo pintaban mis amigos del colegio, quienes solían lucirse transitando de la mano con alguna chiquilla por el patio, a la hora del recreo. A pesar de que en esa época era 30 o 40 veces más distraído que ahora, pude darme cuenta de que algo extraño estaba pasando con mi vida. Mis actividades diarias iban cambiando lentamente de administrador. De pronto las llamadas por teléfono y las citas obligatorias eran mis nuevas tareas cotidianas: “te espero a las 8”, “voy a tu casa a las 5”, “me acompañas al complejo el domingo”, “me llamas a las 6”, y un largo, larguísimo, etcétera. Se acabaron mis visitas al vicio, se terminaron mis encuentros con Chun Li y Samus. Mi espacio se había convertido en su espacio. Y todo de una forma realmente automática y con un mínimo esfuerzo de su parte. Me había hecho de su propiedad y eso me hacía sentir raro y hasta melancólico. Sin embargo los beneficios sociales hacían el contrapeso. La innegable belleza de Graciela subía mi “nivel social” de una forma sorprendente, pasando de ser el clásico “gordito sin flaca” del salón, acusado de “jeropa”, a un “gordito pendejo”, que ya tenía en sus brazos a una “jermita” con quien “debutar”; qué fácil de entender es la jerarquía infantil, ¿verdad?
Aun cumpliendo a cabalidad con los requerimientos de Graciela (quien tenía unos 11 o 12 años en aquel momento), fue ella misma la que le dio fin a nuestra marketeada relación, excusándose del “poco tiempo que tenemos para vernos”. Y sin preguntar “por qués” o entristecerme, le dije “bueno, gracias”, y me fui de su portal directamente al vicio de la vuelta, a reconciliarme con Chun y con Sa’. Tiempo después me confesó que tomó ese “gracias” como un “gracias por haberme elegido, fueron dos semanas maravillosas”, y se quedó tranquila.
Lo que nunca supo ni sabrá es que ese “gracias” fue un “gracias por devolverme mi libertad”.
La manipulación será siempre parte de la mecánica de una mujer. No digo, y aquí quisiera enfatizar, que sean malas o malintencionadas, ni que los hombres seamos inocentes palomitas. Es simplemente naturaleza. Y así como aceptamos a la naturaleza y a todo lo que ella implica (llámese terremotos, sabanas, animales, plantas, etc.) también debemos aceptar que la misma naturaleza nos hizo distintos. ¿Qué nos queda? Simplemente aceptarnos y juntar nuestros dos ángulos para ver el mundo de una manera más completa. Después de todo, la vida misma está compuesta de cosas básicas y cosas complementarias, y unas no podrían existir sin las otras.
Con los hombres y las mujeres, sucede exactamente lo mismo.
Lima, 31 de Octubre de 2007