Extraña felicidad
La vida está hecha de contrastes, en definitiva. No puedo negar que estoy gozando de uno de los momentos más felices de mi existencia. Ya no puedo decir que hace mucho no me sentía así, porque la verdad es que, lo más probable, jamás me haya sentido tan contento; quizás sea porque no tengo la necesidad de idealizar nada, porque ahora todo es tan real y sé qué tipo de territorio estoy pisando, sé a lo que me enfrento, y sé cuán feliz puedo ser, como también sé qué tipo de inconvenientes me esperan. Claro, uno nunca deja de conocer a una persona (y más aún si es una mujer), es cierto, incluso los viejos, que juntos se van muriendo, siguen aprendiendo mutuamente hasta el final de sus días. Pero cuánto vale el optimismo devenido de un análisis que ha durado más de diez años. Aunque, quizás, el tiempo sea sólo un indicativo, porque inseguridades quedan, y porque aún entre tanta felicidad, los malestares se siguen generando. Y esto es, pocos pero estimados lectores, el show de la vida. Que, como diría Blades, "te da, te quita, te quita y te da". No se puede ser feliz en todo aspecto. Simplemente no se puede, porque tal vez no sería justo.
He perdido amigos a lo largo de mi vida, aunque no tantos. La mayoría que perdí los perdí por cosas que yo consideraba graves: traiciones y ofensas, por ejemplo. En este mismo Blog, si son masoquistas y quieren hurgar entre tanta memez, he narrado algunas situaciones vividas con respecto a esos temas. Casi siempre he dejado amistades por sentirme engañado o usado. Como por ejemplo, en 1999, cuando un "amigo" me hizo creer que estaba enamorado de mi hermana, mientras yo le contaba que estaba enamorado de una chica que ambos conocíamos. Me pidió que le "hiciera el bajo" con Rocío, cómo negarme, era un buen tipo, o al menos así lo consideraba en ese entonces. Intenté ayudarlo con mi hermana, quien en ese entonces tenía 14 años, mientras nosotros bordeábamos los 17. Y en esos días, cuando con más empeño trataba de que fueran pareja, y mientras, tímidamente, intentaba enamorar a Pilar, mi "amigo" me salió con la sorpresa. Supongo que ya deben saber de qué se trata. Nunca más volví a saber de él, excepto una vez en la que lo vi, ya después de varios años, y me saludó como si fuéramos patazas. Sólo traté de ser amable, pero esas cosas nunca se olvidan.
Hasta ahí lo podría entender.
La vida, a menudo, me puso en el otro lado. Ahí donde la decepción es el arma que te hace heridas en la espalda, donde la vergüenza carcome tus intestinos, donde quieres desaparecer por completo del mundo y enredarte en tus propios y malignos deseos. Es ahí cuando sale nuestro peor lado, el indomable, el incontrolable, ese que te hace perder la razón y olvidar lo que antes pensabas que era lo más importante. Antes. Claro. Luego llega el tiempo y, con él, algo llamado sabiduría, sí, la que "llega cuando no nos sirve para nada" (Páez). Y, en supuesto, esa sabiduría, en buenas migas, inservible, es lo que debería poner todas las cosas en su lugar. Los sentimientos hacen el resto. Sí, claro. Estoy seguro que el amigo que acabo de perder no está recordando que alguna vez vivimos juntos una hermosa y prolongada etapa. No está recordando que nos defendimos el uno al otro, puño a puño, como hermanos. Que compartimos infinidad de conocimientos banales, infinidad de incomprensible encanto, el encanto que tenemos sólo los que no queremos crecer. Pero crecemos, flaco, crecemos. Crecimos, en realidad, y quizás sin darnos cuenta ya nos hicimos adultos, aunque a veces sigamos actuando como niños. Yo, siguiendo sentimientos fulgurosos, tú, decidido y radical, como aquel que ya no le entra al juego, al percibir que el otro hace trampa.
Si eso hizo que tu amistad tuviera esta (espero, breve) desaparición de mi vida, entonces me siento un puto traidor. Y ahora vuelvo a ser niño y pensar que quizás todo esto sea lo más justo. Y que yo, finalmente, hubiese hecho lo mismo. No lo sé. No estoy para dar ejemplos.
Lo único netamente real, es que... bueno, qué más... No te voy a olvidar nunca, pero tampoco a mi extraña felicidad. Te estaré esperando.
La vida, mi querido Bencho es todo un cúmulo de experiencias, donde solo tenemos dos opciones, o aprendemos de ellas o simple y llanamente las vivimos con absoluta vanalidad. Y por todo lo que escribes expresando de la mejor manera tu sentir, deduzco que eres de los que siempre están aprendiendo algo. Los principios como la lealtad y la honestidad son muy relativos. Siempre hay que poner en la balanza el daño o el beneficio que tiene cada situación. Particularmente pienso que no engañaste a nadie ni lastimaste intencionalmente a nadie. Es una situación muy incómoda, pero creo que las cosas caerán por su propio peso y todo seguirá su curso, porque la verdadera amistad va mas allá que cualquier cosa. Exitos.
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