Lo que los dioses nos dan a cambio de la inmortalidad
Después de casi treinta años de diversas experiencias, pensó que sería simple manejar la situación. O de repente no tan "simple", pero que con su bagaje podría sacar adelante su felicidad rezagada. Pensó que podría triunfar ante una adversidad que encerraba, a su vez, un conjunto de impedimentos que él mismo se había impuesto a lo largo de su vida. ¿Baja autoestima?, quién sabe. Lo único cierto es que, ya en una edad relativamente avanzada, sentía que era su oportunidad de sacarle la vuelta a todos aquellos "no" que había oído tanto desde el exterior como desde adentro. Era su chance. No quería desperdiciarla. Costara lo que costara.
- Todavía no entiendo cómo ha pasado. Éramos tan amigos, casi hermanos. De pronto algo lo cambió todo. No sé, quizás salíamos juntos tantas veces que terminamos "confundiendo las cosas", como se suele decir. O de repente esto se fue cocinando sin que nos diéramos cuenta. Aún así, incluso hasta el último momento que tuvimos como amigos netos, ella confió en mí y yo en ella. Entonces dimos pie a este momento. El cual es bello, inexplicable, pero bello.
Había tomado como referencia algo similar que le había sucedido, cuando alguna vez le tocó ser el amante. Él y ella habían sido muy amigos, quizás no tan amigos como en su caso actual, sobre todo por la cantidad de años que conocía a su gran amiga; pero ha sido lo más parecido que vivió. ¿Cómo actuar en un momento así; en ese momento, preciso momento en el que terminan de besarse por primera vez y luego se miran las caras, para luego mirar hacia otros lados en busca de alguna respuesta?, "¿qué demonios estamos haciendo?", se preguntan ambos. Y entonces siguen los besos. Una situación que linda con el descontrol. Así es esto del amor, un descontrol total. Entonces se dio cuenta de que, una vez más, la experiencia no le serviría.
- Sé mucho de ella: lo bueno, lo malo, lo bonito, lo feo. Lógico, sé que no me ha contado todo, tonta no es y vale la dosificación. Quizás ella sí lo sepa todo de mí. No tuve nunca tanto por contar, así que todo se lo conté. Las cosas que no sabe, son las no tan relevantes. En todo caso, nuestra amistad me empezaba a cambiar los conceptos. Comenzaba a creer que la amistad entre el hombre y la mujer realmente existe. Hoy sé que no es así. Una vez más, me equivoqué al no confiar en mis propias teorías. Sólo en este caso, me ha encantado equivocarme.
Alguna vez le confesó secretos que a nadie más confesaría. Y él, con la calidez del amigo que te entiende, abrigó todos sus fríos momentos esparcidos por el bar, para luego dilucidar la tensión con un sabio consejo, o quizás un sabio silencio. Ya, cuando la situación así lo exige, saltan los insultos, y con ellos la maldad que a veces se necesita para despertar y culminar un dañino letargo. Eso es lo que hace un amigo. Eso hacía con ella. Y ella, con él. Hoy, han cambiado los consejos por acalorados besos. Han cambiado los silencios por suspiros. Han cambiado los insultos por mordiscos y la maldad por perversión. La oscuridad ayuda porque les hace saber lo ciegos que son, que ha sido y que siempre serán.
- No sabría cómo describir un beso suyo. Si me lo preguntas ahora, diría algo muy chabacano. Jamás podría describir esa sensación tan magnificente. No, señor, ni con toda la labia del mundo, ni con todas las palabras del mundo a mi merced. Nunca daría con ese punto exacto que se produce en ese divino momento, en el cual ella junta sus bellos labios con los horribles míos. Y de pronto sentir que no existe nada más en el mundo que su cuerpo y el mío, iniciando una fusión extraña de ternura y deseos sexuales. Sí, definitivamente, besarla ha sido lo mejor que hice en mi vida. Uno de mis pocos aciertos. Jugármela de esa forma, luchando con su cabello negro para llegar a su boca, ha sido algo por lo que podré morir tranquilo. Y algo, además y como te decía, que nunca podré describir con exactitud ni proximidad.
Pero como en toda historia, están también las adversidades. No todos aceptarían esta sorpresiva transición. Sentimientos cruzados, encontrados en la inmensa calle de las coincidencias, un terreno inexplorado por él hasta el día en el que se vio obligado a conocerlo y sentirse mal por sus acciones, cuando en el fondo se sentía el hombre más feliz del universo. ¿Qué habría de malo en sentir todo lo que estaba sintiendo?, ¿qué habría de malo en darle una inyección de vida a su sombría y solitaria existencia?, ¿qué habría de malo en decirle que la amaba y que a partir de ese momento se sentía más llamado que nunca a protegerla hasta con su alma si fuera necesario?, ¿qué habría de malo en amar como hacía tiempo no amaba, o quizás con más intensidad, la intensidad que da el riesgo?, el riesgo, ese cambio de amistad por amor, esa transición diabólicamente planificada por el azar, el tiempo y las cosquillas de los dioses. Los que siempre se reirán, aunque nosotros lloremos.
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