lunes, 2 de agosto de 2010

Mi primera pelea

Entre la inteligencia y la cobardía

Y ahí estaba yo, con las piernas tembleques pero con la cara bien hacia arriba, como si tratase de alcanzar la vista de un ovni imaginario. Al frente, mi rival, el chico más alto y adusto del salón. Mi campo de batalla era el pequeño patio de mi colegio. ¿El pecado?, haberle dicho "burro" delante de todos presumiendo de mis altas notas y confesar además que me gustaba la misma chica que a él. Tenía siete años y no me pregunten cómo demonios recuerdo tantos detalles (se pueden topar con mi habilidad para mentir). Mi rival era un poco más "viejo", tenía nueve, es decir, dos repitencias, un par de cicatrices en los brazos, una familia llena de problemas y una fama demoledora de pegalón. Mi fama era la del "chico tranquilo" del salón, un nerd asolapado con aires de galancete, soñador empedernido, hacedor de cartas amorosas sin destinatario y eterno engreído de los maestros.

A nuestro alrededor había cerca de diez alumnos entre chicos y chicas gritando el clásico clamor popular: "¡BRONCA!, ¡BRONCA!", mientras que por dentro sentía el temor de un desenlace fatal. El rival empezó a jugarme a la boquilla, dictando una serie de improperios, muchos de ellos desconocidos para mí hasta entonces; de repente sentía que me estaba enseñando y ya desde pequeño sentía una extraña admiración por todo aquel que me enseñara cosas. Cuál habrá sido mi cara de atención que el tipo se quedó sorprendido, quería que le responda algo que no estaba en mi vocabulario, simplemente yo no podía, no sabía qué decirle, todo lo que sabía era que tenía que sobrevivir y que para eso es bueno aprender. Al no hallar las respuestas que esperaba mi rival de ese entonces atinó a dar el primer paso al contacto físico, un empujón que por poco me manda a la puerta del colegio. No sé cómo pero no me caí, sólo trastabillé y enseguida me erguí, trataba de no quitarle la mirada fija en sus ojos desorbitados. Esto enardeció aún más su mancillado orgullo y es que el tipo era un pésimo alumno pero a nadie le gusta que le digan "burro" y menos delante de casi cuarenta muchachitos ávidos de burlarse. Entonces siguió la boquilla y empezó a recriminarme las buenas calificaciones diciendo que era un patero, que en el colegio todos sabían que mi madre era amiga de todos los profesores y que no me haga el chévere por destacar bajo esas condiciones. Yo seguí sin responder, sólo escuchaba su procaz lenguaje y empezaba a entender sus frustraciones.

Luego de un silencio de casi tres minutos uno de sus más leales compinches le 'ordenó' que me pegara de una vez, y entonces soltó su primer zarpazo; el blanco fue mi abultado abdomen y ante la incertidumbre de todos sólo atiné a dar un pequeño suspiro de dolor, tomar mi boca estomacal con la mano izquierda y volver a erguirme como si nada hubiera pasado. Claro, me dolía como el orto, pero me tenía que aguantar si quería sobrevivir. Al ver que su golpe no dio el resultado esperado volvió a usar su venenosa lengua, esta vez hablando de su amor platónico, el cual coincidentemente era también el mío. Al mencionarla pude ver un brillo especial que brotaba en sus ojos, comenzaba a darme cuenta de que el tipo realmente la amaba, a la manera de un niño, pero la amaba, y que yo, con mi registro invicto, con mi libreta sin jalados, con mi familia sólida, y con mi mejor labia, estaba sin querer interponiéndome en su camino. En el fondo no éramos tan distintos, de ahí que nos gustara la misma chiquilla. Entonces le dije algo, finalmente: "ya no la quiero, te la regalo". Tan desatinada habría sido mi frase que el tipo se puso rojo, aún más de lo que estaba, y sus ojos empezaban a desorbitarse más, me di cuenta que la había regado; mi rival estaba molesto, iracundo y casi fuera de control.

Entonces empecé a sentir miedo, quería que algún profesor me defendiera, que alguna maestra intercediera, que mi mamá llegara rápido para que evite lo que estaba a punto de pasarme, pero me encontré muy solo, tan solo que hasta frío sentí. Mi rival en cambio contaba con el apoyo del morbo coloquial, aquellos que querían ver sangre en el patio, ojos morados al día siguiente y pasar la historia de grado a grado, de generación en generación. Entonces se me vino encima; me tomó del cuello y me estampó soberano puñetazo, al caerme intenté nuevamente levantarme pero el tipo no me dejó, y se me lanzó. Pensaba que era mi fin, imaginaba las caras en mi funeral, a mi madre llorando, a mi padre sin poder creerlo y a mis amigos festejando. Mi única esperanza era que mi rival se equivocara, que hiciera una mala maniobra y me dejara unos centímetros para poder pararme y emprender una veloz carrera hacia la seguridad de mi casa, felizmente sucedió algo parecido. Y es que con tanto alboroto el tipo había roto una parte "delicada" de su pantalón, entonces vi ahí mi salvación. Tomé el borde de la grieta y estiré la tela con todas mis fuerzas hasta romper toda la parte superior de su prenda escolar, mientras él intentaba seguir dándome puñetes que para mí buena suerte por lo general acababan en el piso o en mis orejas. Finalmente el rival se había quedado prácticamente en calzoncillos mientras mis compañeros ya no sabían de qué manera reírse. El tipo no se percató hasta que sintió un friecito entre sus piernas, entonces miró hacia sus extremidades inferiores y vio la desnudez que hasta entonces sólo veía en su intimidad. Si estaba rojo por la colera su coloración volvió a cambiar, ahora el color era medio azulino; él se paró, trató de armarse el pantalón pero era inútil, estaba totalmente destruído. Me miró con un odio único, mientras yo me iba parando nuevamente, insisto, como si nada hubiera pasado. Tenía unos rasguños y un par de moretones, la estampa de su puño en mi mejilla izquierda y las orejas tan coloradas como las de un campesino escocés. Pero nuevamente lo miré a los ojos, y nuevamente con admiración. El tipo se fue corriendo, nada dolorido pero sí avergonzado, yo me quedé recontra dolorido pero la vergüenza era toda suya. Al final la escena fue la siguiente: él corriendo al baño a esperar que todos se fueran y yo parado, viendo cómo se iba. ¿Ganador?, los chicos empezaron a corear mi nombre, pero yo no esbocé ninguna sonrisa, para mí nadie había ganado, porque me salvé de una paliza, y porque mi rival me había dado enseñanzas y a cambio le hice pasar el bochorno de su vida.

Al día siguiente, en secreto, tomé el pantalón que me sobraba (mi madre, sabia, me compraba siempre dos), no le quedaría exacto, pero al menos los auxiliares no lo joderían por llevar pantalón de buzo. Me acerqué a él esa mañana y le di la bolsa con el pantalón, me quedó mirando y no me dijo nada. Me fuí a mi sitio. A la salida me interceptó en la puerta, ya tenía puesto el pantalón; después de un largo silencio me dijo: "gracias" - a lo que respondí: "gracias a ti". No tardó en cuestionar el agradecimiento que yo había dado, entonces le dije lo que pensaba: "es que me enseñaste que no siempre los más fuertes ganan las peleas".

El "burro" del salón hoy en día es un micro-empresario exitoso, el primer puesto del salón hoy escribe sobre su primera pelea en un Blog.

1 comentario:

  1. Muy bonita anécdota. Las oportunidades para aprender siempre están a nuestro alcance en todas las etapas de nuestra vida.

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