Al sol, y a los recuerdos
Larco Mar, 5:45 de la tarde. La mente me da vueltas mientras los recuerdos de una ruptura terrible me carcomen. No era lo que quería después de todo, ¿o sí?, las remembranzas de las situaciones amorosas destruyen lo que quiera construir. Su mensaje de texto está aquí, lo tengo entre neurona y neurona, y se me estruja la panza cada vez que mi máquina cerebral me pone la imagen, tan perfectamente delineada, pincelada, que hasta escalofríos me da. Yo en un parque de mi barrio, sentado en esa banca helada, sucia por los excrementos de las aves que, indiferentes, hacen su vida sobre los árboles. En aquella banca donde tuve tantas buenas jornadas rebosantes de pasión junto a ella. Donde la conocí en una de sus grandes facetas: la de saber provocarme exquisitamente. Escuchando una canción que alguna vez le cantara en una habitación de hotel, donde la vi al borde de las lágrimas, emocionada, por no poder creer que podía existir tanta felicidad, o al menos eso me decía. Le había mandado varios mensajes previamente… hacía más de un mes que no hablábamos (yo me la busqué, sí), esperaba su respuesta, sinceramente no la esperaba tan dura, tan cataclísmica. La canción había terminado en mi MP3, sólo se oía el silencio, y de pronto el sonar de mi celular, un mensaje suyo había llegado.
El sol comienza a caer, y otros recuerdos más edulcorados tratan de borrar los agrios. Recuerdos de una capacitación hermosa (ya asimilé la palabrita). Donde conocí gente sencillamente inolvidable. Luego llegaba tarde a la puesta del sol, y para olvidarme de ese fracaso diario jugaba en el Conney Park, junto a la entrañable chata llavero. Luego íbamos por unos helados, me hablaba de su afortunado Jesús. No exactamente el de Nazaret si algún curioso piensa que se trataba de una tertulia cristiana. Me pregunto cuánto creen que valen las chicas. Toda mi vida las vi superiores a mí. Ahora veo que la mayoría de ellas creen que valen menos que los hombres, creen que necesitan ser poseídas, que necesitan sufrir, que sin eso no se les puede denominar “mujeres”. Desdichado yo que pienso lo contrario, que pienso que somos nosotros los destinados a sufrir por ellas, por su desgarradora inteligencia, por su magnética forma de ser, por su siempre buen olor. Desdichado yo que, al oír la musicalidad de las olas limeñas, empiezo a darme cuenta de que encontrar el amor perfectamente correspondido no me será tan sencillo después de todo. Siento un jalón en mi camisa, es una niña pidiéndome limosna.
Aquella niña podría llamarse Jacky. ¿Qué será de Jacky de acá a unos años?, conocerá un muchacho, posiblemente sea bueno, posiblemente sea una basura. Sea cual sea su destino parece estar definido, incluso desde antes de su nacimiento. Porque si un papanatas como un servidor puede acertar en esto, entonces la vida es más que predecible. La veré de acá a un tiempo, ojala que sin hijos abandonados, sin abortos en su kilometraje, sin golpes en la cara, sin amenazas constantes, sin un Tour asegurado en Santa Mónica. Ojala la vea viva, después de todo mejor es estar vivo y escribir, imaginar, o crear, a estar muerto y haber pasado por el mundo como si se tratase de un insecto en una chacra. Insecto que pudo haber perecido en su intento de alimentarse y nadie se daría cuenta. Y así de absurdo podría ser todo si no sabemos dejar una huella.
Se hace tarde, y el sol sólo muestra la mitad de su precioso cuerpo. Ese cuerpo tan dorado, bronceado, como sacando pica. Recuerdo que hacía mucho tiempo hablaba del sol con Catherine en las afueras de la PAMER. Me decía que era una mierda, que no debería de existir, aunque sabe que sin él no existiríamos, pero que lo odiaba porque quemaba, y ella detestaba el calor. Yo respondía con extrañeza: “me gusta el verano pero más me gusta el invierno, pero no odio al sol ni a la luna, porque ambos son mucho más grandes que yo, y eso se respeta”, luego ella fumaba marihuana cagándose de risa, burlándose de mí y de mis poses de filósofo barato con aires de hippie andino; traté de acompañarla sólo una vez, y de pronto me veía envuelto en mareos, en asco. Seguí con mi Hamilton hasta que ella se aburriera y me pedía que la acompañara a su paradero, así terminaba la tarde. En la Av. Arequipa veía a lo lejos las nubes rojizas que anunciaban un atardecer insaciable, pero no veía al sol, seguramente le huía a Catherine.
La universidad también me hacía ver atardeceres preciosos. En el último pabellón de la facultad de Economía había una salida que conectaba con el frontis de la facultad de Derecho. Algunas parejas se posaban ahí, como mariposas. Traté de seguir a una y me perdí, hasta llegar al lugar… y de pronto me di cuenta de que hasta San Marcos puede ser romántica, puede ser metafísica. Sentía el vibrar de mi celular, era una llamada de un amigo… me hacía bajar para ir a jugar Smash. A la salida del antro el sol ya se había marchado. El sol… tanta compañía y lejanía. El mar, su fiel compañera, la que siempre lo hace brillar aún más.
Me traje un recuerdo desde Lunahuaná, era un vino… el vino que se llamaba “El sol”, extraña marca para esa extraña maceración de uvas. Y ese vino llegó con un sinfín de situaciones, un sinfín de vivencias. Cómo extraño las cosas bellas. Con ella también solía ver el sol, mientras tratábamos de entendernos. Mientras ella decía “Z”, yo estaba en “Gamma”; y cuando ella entraba en “Beta”, yo había vuelto al “a, b, c”. Pero cuando las palabras no servían buenos eran nuestros cuerpos. Y otra vez estaba ahí el astro rey, quemándonos, hasta hartarnos, y de pronto buscar un lugar más seguro, más cerrado, más íntimo. Sus ojos eran tan grandes que el sol cabía perfectamente en ellos, aunque ella por poco y se quedaba ciega. Que te vaya bien.
A ti también que te vaya bien. Me chocó, sí… pero nunca le huí al dolor, aunque me asusta un poco haberlo buscado, cosa que tampoco me había sucedido. Delante de este sol que me acompañó en tantas aventuras y desventuras, juro no guardarte rencor. Aunque los juramentos son como los contratos, están hechos para romperse. Pero este juramento es especial, es un juramento de desamor, el cual promete ser más fuerte que los juramentos de amor que he hecho en toda mi vida. Yo sabía en el fondo que iba a terminar todo así, que el mundo no está preparado para una relación tan extraña, que por momentos parece perfecta, pero en otros parece ser el infierno más gélido que hubiese podido imaginar Alighieri (si es que hubiese podido imaginar un infierno que hiele).
Dan las 6:30 y el sol ya se fue. Caminaré por Larco en busca de lo que no encontraré jamás, la avenida que describía Frágil. Tal vez visite una tienda de discos, tal vez compre alguno endeudándome por enésima vez consecutiva. Tal vez te siga recordando. Tal vez planee mejor lo que haré esta noche. Tal vez piense en personas que no piensan en mí. Tal vez pase por una licorería. Tal vez termine de escribir este incomprensible relato. Tal vez te olvide de una vez por todas. Tal vez me asalten. Tal vez yo asalte. Tal vez me caiga y me golpee. Tal vez se me ocurra una canción. Tal vez se acabe la batería de mi MP3, a mitad de “Cinema Verité”. Tal vez empiece a quererme un poco más.
Tal vez tome una combie que me lleve de vuelta a casa.
El sol comienza a caer, y otros recuerdos más edulcorados tratan de borrar los agrios. Recuerdos de una capacitación hermosa (ya asimilé la palabrita). Donde conocí gente sencillamente inolvidable. Luego llegaba tarde a la puesta del sol, y para olvidarme de ese fracaso diario jugaba en el Conney Park, junto a la entrañable chata llavero. Luego íbamos por unos helados, me hablaba de su afortunado Jesús. No exactamente el de Nazaret si algún curioso piensa que se trataba de una tertulia cristiana. Me pregunto cuánto creen que valen las chicas. Toda mi vida las vi superiores a mí. Ahora veo que la mayoría de ellas creen que valen menos que los hombres, creen que necesitan ser poseídas, que necesitan sufrir, que sin eso no se les puede denominar “mujeres”. Desdichado yo que pienso lo contrario, que pienso que somos nosotros los destinados a sufrir por ellas, por su desgarradora inteligencia, por su magnética forma de ser, por su siempre buen olor. Desdichado yo que, al oír la musicalidad de las olas limeñas, empiezo a darme cuenta de que encontrar el amor perfectamente correspondido no me será tan sencillo después de todo. Siento un jalón en mi camisa, es una niña pidiéndome limosna.
Aquella niña podría llamarse Jacky. ¿Qué será de Jacky de acá a unos años?, conocerá un muchacho, posiblemente sea bueno, posiblemente sea una basura. Sea cual sea su destino parece estar definido, incluso desde antes de su nacimiento. Porque si un papanatas como un servidor puede acertar en esto, entonces la vida es más que predecible. La veré de acá a un tiempo, ojala que sin hijos abandonados, sin abortos en su kilometraje, sin golpes en la cara, sin amenazas constantes, sin un Tour asegurado en Santa Mónica. Ojala la vea viva, después de todo mejor es estar vivo y escribir, imaginar, o crear, a estar muerto y haber pasado por el mundo como si se tratase de un insecto en una chacra. Insecto que pudo haber perecido en su intento de alimentarse y nadie se daría cuenta. Y así de absurdo podría ser todo si no sabemos dejar una huella.
Se hace tarde, y el sol sólo muestra la mitad de su precioso cuerpo. Ese cuerpo tan dorado, bronceado, como sacando pica. Recuerdo que hacía mucho tiempo hablaba del sol con Catherine en las afueras de la PAMER. Me decía que era una mierda, que no debería de existir, aunque sabe que sin él no existiríamos, pero que lo odiaba porque quemaba, y ella detestaba el calor. Yo respondía con extrañeza: “me gusta el verano pero más me gusta el invierno, pero no odio al sol ni a la luna, porque ambos son mucho más grandes que yo, y eso se respeta”, luego ella fumaba marihuana cagándose de risa, burlándose de mí y de mis poses de filósofo barato con aires de hippie andino; traté de acompañarla sólo una vez, y de pronto me veía envuelto en mareos, en asco. Seguí con mi Hamilton hasta que ella se aburriera y me pedía que la acompañara a su paradero, así terminaba la tarde. En la Av. Arequipa veía a lo lejos las nubes rojizas que anunciaban un atardecer insaciable, pero no veía al sol, seguramente le huía a Catherine.
La universidad también me hacía ver atardeceres preciosos. En el último pabellón de la facultad de Economía había una salida que conectaba con el frontis de la facultad de Derecho. Algunas parejas se posaban ahí, como mariposas. Traté de seguir a una y me perdí, hasta llegar al lugar… y de pronto me di cuenta de que hasta San Marcos puede ser romántica, puede ser metafísica. Sentía el vibrar de mi celular, era una llamada de un amigo… me hacía bajar para ir a jugar Smash. A la salida del antro el sol ya se había marchado. El sol… tanta compañía y lejanía. El mar, su fiel compañera, la que siempre lo hace brillar aún más.
Me traje un recuerdo desde Lunahuaná, era un vino… el vino que se llamaba “El sol”, extraña marca para esa extraña maceración de uvas. Y ese vino llegó con un sinfín de situaciones, un sinfín de vivencias. Cómo extraño las cosas bellas. Con ella también solía ver el sol, mientras tratábamos de entendernos. Mientras ella decía “Z”, yo estaba en “Gamma”; y cuando ella entraba en “Beta”, yo había vuelto al “a, b, c”. Pero cuando las palabras no servían buenos eran nuestros cuerpos. Y otra vez estaba ahí el astro rey, quemándonos, hasta hartarnos, y de pronto buscar un lugar más seguro, más cerrado, más íntimo. Sus ojos eran tan grandes que el sol cabía perfectamente en ellos, aunque ella por poco y se quedaba ciega. Que te vaya bien.
A ti también que te vaya bien. Me chocó, sí… pero nunca le huí al dolor, aunque me asusta un poco haberlo buscado, cosa que tampoco me había sucedido. Delante de este sol que me acompañó en tantas aventuras y desventuras, juro no guardarte rencor. Aunque los juramentos son como los contratos, están hechos para romperse. Pero este juramento es especial, es un juramento de desamor, el cual promete ser más fuerte que los juramentos de amor que he hecho en toda mi vida. Yo sabía en el fondo que iba a terminar todo así, que el mundo no está preparado para una relación tan extraña, que por momentos parece perfecta, pero en otros parece ser el infierno más gélido que hubiese podido imaginar Alighieri (si es que hubiese podido imaginar un infierno que hiele).
Dan las 6:30 y el sol ya se fue. Caminaré por Larco en busca de lo que no encontraré jamás, la avenida que describía Frágil. Tal vez visite una tienda de discos, tal vez compre alguno endeudándome por enésima vez consecutiva. Tal vez te siga recordando. Tal vez planee mejor lo que haré esta noche. Tal vez piense en personas que no piensan en mí. Tal vez pase por una licorería. Tal vez termine de escribir este incomprensible relato. Tal vez te olvide de una vez por todas. Tal vez me asalten. Tal vez yo asalte. Tal vez me caiga y me golpee. Tal vez se me ocurra una canción. Tal vez se acabe la batería de mi MP3, a mitad de “Cinema Verité”. Tal vez empiece a quererme un poco más.
Tal vez tome una combie que me lleve de vuelta a casa.
Lima, Enero del 2009
es hora del "move on", para ambos...(el smash siempre presente! xD).
ResponderEliminarTal vez me encuentre una BUENA mina.
Flaco: siempre te dije que no me gustaba tu alienación, pero ese "move on" te salió perfecto. Move on, Perrin, move on...
ResponderEliminarTal vez seas de las pocas personas que me obligan a leer los textos sin música (pues casi nada concibo estimulante si no hay una ligera melodía de fondo), pero esa es tu cualidad, querido amigo, que haces que me moleste la música de fuera cuando leo tus textos, más que nada porque la musicalidad de tus palabras hace que todo lo demás sobre, llenando de magia cada escena, y siempre con un dulzura entre lineas.
ResponderEliminarGracias por compartir tus textos, con ellos haces por un momento que tener ilusión...valga la pena.
Un abrazonube.
Rosa.