domingo, 25 de enero de 2009

Hígado Encebollado (Bilis II) - Los inefables cobradores de combie



"Habla, ¿vas?"

Apostaría 1000 a 1 que al menos el 99% de ustedes ha tenido alguna vez un altercado no muy agradable con algún cobrador de combie. Apostaría, también, que en algún momento, la mayoría de ustedes, soñaron con apartarlos definitivamente de la faz de la tierra. Este servidor ha tenido un “romance” con los cobradores de combie que se remonta a mis primeros años, sí, cuando era un pequeño, regordete e indefenso bebé que mi madre, jadeante de tanto caminar después de haber hecho el mercado, cargaba con especial afecto y valentía. En aquellos tiempos las cosas no distaban mucho de las actuales y los cobradores, ahora famosos por sus paupérrimos modales y por ser portadores de la más clara libertad de instintos que se pueda apreciar en la capital, no dudaban hacer “de las suyas” mientras mi vieja (en aquel momento joven y atractiva madre) trataba de no caerse en un colectivo que se movía como una placa tectónica. Aquel cobrador, cuyo horripilante rostro jamás recordaría, no sólo se frotó descaradamente en el cuerpo de mi mamá, sino que además contribuyó a que ella perdiera el equilibrio generando una aparatosa caída en la que estuve a punto de (sí, no exagero) perder la vida. Los insultos de la colectividad no se hicieron esperar. Claro, el cobrador aprovechó la situación para mostrar su supuestísima valentía, hacerse el machito e insultar a los hombres que se encontraban al fondo del vehículo, los cuales muy difícilmente pudieron haberle dado un “tatequieto”, debido a la cantidad de gente acumulada a lo largo del bus.

Yo, siendo un llorón engendro, no tenía ni la menor idea de lo que pudo estar pasando, pero años después, cuando mi vieja me contó todo con lujo de detalles (casi como una experiencia graciosa) algunas sensaciones punzantes llegaron a mi cuerpo, y desde entonces supe que jamás me llevaría bien con alguna persona que pudiera ejercer el esclavizante y desdeñado oficio de cobrador.

Una vez que cumplí los 13 años, comencé a usar colectivos para cortar distancias no muy grandes, para hacer los mandados de la casa, o para alquilar alguna película original en el otrora Blockbuster de San Borja o Chacarilla. Si bien es cierto nunca tuve un problema en ese entonces (claro, no todos son iguales), siempre miraba con un inexplicable recelo a los cobradores, quienes ejercían su trabajo sin importarles mucho mi fija y resentida mirada. Luego de dos años, cuando las distancias que utilizaba se volvieron más largas (tenía que ir desde San Borja hasta Breña para llegar al colegio), comencé a tener mis primeros roches con los mencionados y malcriados emisarios microbuseros. El primero de ellos fue en plena Av. Salaverry, regresaba a mi casa después de un pesado día entre matemáticas y Física aplicada, y me quedé dormido en el asiento de atrás. Aún no había pagado el pasaje. De pronto, en lo más profundo de mi sueño, una voz aguardentosa me despabiló por completo: “¡GORDITO, PASAJE PE’!” – al despertar moviéndome como pez recién pescado, sólo atiné a verle el no muy agraciado rostro. Me había despertado de una manera deplorable y obviamente no me sentía de muy buen humor, de modo que le aclaré: “¿Acaso te conozco para que me digas ‘gordito’?, cuidao’ con esa confianza, ah” – obviamente mi tono no le sonó nada amenazante, de modo que se burló en mi cara mientras yo seguía buscando los 50 céntimos que pagaría por mi derecho a un trasporte de tan baja calidad. Cuando los aires parecían haberse calmado, encontré la moneda que buscaba y se la di – “falta” – me dijo en tono achorado – “¿qué falta?” – Contrapregunté – “cómo que ‘¿qué falta?’, tú pagas doble pe’ gordito” – y se echó a reír despaturradamente sobre uno de los asientos, mientras miraba al chofer para que se ría junto con él. En la combie casi no había gente, sólo un señor con su esposa, sentados adelante, una chica encerrada en su Walkman, en el asiento inmediatamente continuo al mío, y un anciano que se reía de las estúpidas mofas del cobrador. Nunca he sido bueno para responder de boca a boca a alguien, por lo que generalmente utilizo el último recurso de la fuerza, pero al verme contra un cobrador, extrañamente, corpulento, un obeso chofer, y por último un experimentado anciano que pudo fácilmente meterse al pugilato, preferí no arriesgarme y, avergonzado, soportar las chacotas que me tocaran, esperanzado en que el vehículo avance rápido para acelerar la llegada a mi hogar. Lamentablemente la combie fue lenta, y el tramo que faltaba era largo, por lo que estuve casi una hora transigiendo una que otra indeseada chanza. Finalmente llegué a mi paradero, vencido y abatido. En un estado de total depresión. Sumergido en un mar de ideas de lo que “debí hacer” (es lo peor que me pasa) y no hice. Y luego los auto-insultos; finalmente la conclusión: soy un perfecto huevón.

Pero un año más tarde me tomaría la revancha. Recuerdo perfectamente el lugar y hasta la línea. Fue llegando al cruce de Colmena con Wilson, la historia es casi un calco. Yo estaba dormido, me dirigía a la iglesia San Agustín para asistir a la Legión de María, era un sábado por la tarde. La línea era la C-64, ruta SJM – RIMAC (no sé si seguirá existiendo) y el cobrador respondía al nombre de “Cucho” (Cuchito, si estás leyendo, sin picarse, eh). De pronto el cobrador me despertó con una voz rauca, casi idéntica a la de aquel cobrador burlón que se salió con la suya en el 99’. Yo, un poco más preparado para estos roces, me desperté tranquilo y le di mi sol de pasaje. El cobrador no dudo en decirme que faltaba, y que la tarifa era de S/.1.20, hasta ahí todo bien, a excepción de que siempre me cobraban 1 sol, pero bueno, admito que la distancia desde Aviación hasta Tacna ameritaría más de S/.1.20. Le di lo que me sugirió que faltaba, y luego me preguntó – “¿de dónde vienes, ah?” – No le respondí, puesto que quise creer que ese tonito amenazador no era para mí, sin embargo él insistió y aumentó su dosis de ‘amenacilina’ – “¡oe!, ¿de dónde vienes?” – “¿a mí me hablas?”, pregunté – “sí pe’, sordo, a ti te hablo, ¿de dónde vienes?” – Su rostro era terrible, parecía haber sufrido una afrenta, parecía buscar un culpable para todos sus males, era la desesperación pura – “hermano” – comencé a florear – “háblame bien pues, aquí no estamos para discutir, dime, ¿qué sucede?” – Al parecer la amabilidad era lo último que aquel mestizo recaudador esperaba – “¿qué dices?, malcriao’ eres ¿no?” – No recuerdo haber sido malcriado, pero todo depende de cómo se interprete, y aquel muchacho interpretó mis palabras de la manera más extraña – “¿quién te crees?, ¿Jesucristo?, dime de una vez, ¿de dónde vienes?” – Le dije que venía desde Aviación, y cerré mi boca ante mi ofuscación, el tipejo ya me estaba hinchando las bolas – “un sol cincuenta, al toque” – “¿QUÉ COSA?” – Lo callé y continué – “Estás recontra huevón ¿no?” – como escribí líneas atrás, nunca fui bueno para la boquilla, quizás porque (como me dijo una vez una ex) tengo ‘voz de buena gente’, (JA. Tendré que aprender a convivir con eso) por lo que empezó mi espera para ver quién daba el empujón inicial y vernos con los golpes; con lo cual (no es por jactarme) nunca he tenido mayores problemas para deshacerme de algunos rivales.

Para mi buena suerte, el tráfico era insoportable y no habría problemas si emprendiésemos una feroz y corta pelea entre el bus y la vereda. Por el estado de ofuscación en el que me encontraba, estaba dispuesto a todo, y así se dio – “Vao’ afuera pe’, a ver si eres machito allá” – me dijo, y yo contento y saltarín, bajé junto con él. Contar el resto sería una pérdida de tiempo. Si bien es cierto, él tenía varios años más de calle que yo, su ínfimo físico no pudo hacer nada contra un certero golpe que lo tumbó, y yo, encima, mientras poco le faltaba para pedir auxilio – según yo, la fórmula más rápida para ganarle a cualquier flaco achorado es ser certero, tumbar, lanzarse y no salirse hasta nuevo aviso, puede haber uno que otro canchero, pero ninguno es físico culturista como para levantar 90 kilos. El chofer fue el que tuvo que bajar, felizmente a separarnos, y Cucho tuvo que resignarse a quedar con el vergonzoso cartelito de “perdedor”, ante las risas y miradas curiosas de quienes espectaron lo sucedido. No me sentía el vencedor de esa pelea, sino el vencedor de una raza guerrera que lucha incansablemente con otra, digamos la raza “cobrador” y la “pasajero”. De ahí en más he tenido incidentes que he resuelto sólo con rostros molestos o con indiferencia total, aunque cabe mencionar que mi romance con los cobradores será eterno. Sino que lo digan los asustadizos alumnos sanmarquinos que presenciaron la severa paliza que le di a un cobrador frente a la puerta 3 de la ciudad universitaria, hace apenas un par de años. Y aunque nada de esto me llene de orgullo (no me gusta la violencia, a menos de que sea necesaria o a menos de que sea contra violentos) debo decir que la lucha entre cobradores y pasajeros será eterna mientras la educación siga como está. Mientras haya cobradores impúdicos y libidinosos, mientras haya enfermos al volante, o mientras se siga pensando que un gordito con lentes tiene que ser, necesariamente, un nerd o un simple mentecato. Mientras tanto, las razas seguirán luchando una contra otra, aunque jamás surja un auténtico ganador.


A esos inenarrables muchachos y señores que día a día se rajan en dolor y sudor por conseguir sus cutras y elegir bien a quién joder, va dirigido este hepático post.

5 comentarios:

  1. JAAJA QUE BUENA TIO YA ERA HORA QUE ESCRIBIERAS ALGO MAS CHISTOSO ESOS COBRADORES DE MELA JAJA SALU2

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  2. no lo publiques... pero creo q es hora de hacerte una revelación: es "combi" no "combie" =P

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  3. JE! Lo dejo para los que incursionan en el mundo de los anglicismos; y publico tu comentario, mas no cambio las palabras que empleé, porque sino tu aporte no tendría validez; gracias por postear después de tanto tiempo... cuándo un KFC? jeje, un abrazo.

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  4. Tranquilo pe Street Fighter jajajaja. Que cage de risa el post, pero es cierto: Que tire la primera piedra el que no ha pensando meterle su chiquita a un cobrador malcriado.

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  5. Mientras haya cobradores impúdicos y libidinosos, mientras haya enfermos al volante, o mientras se siga pensando que un gordito con lentes tiene que ser, necesariamente, un nerd o un simple mentecato...

    ..siempre existirá CAPA AUDAZ!!!

    Malditos cobradores.

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