jueves, 29 de enero de 2009

Cartas cobardes jamás enviadas (Parte III)

A Zadith A.

“Cada mañana, cuando llego al colegio, busco la ubicación más apropiada para ser testigo de la magnificencia que se encuentra entre tus piernas, justo ahí, debajo de esa corta falda que sueles ajustarte antes de emprender tu corto camino hacia este recinto escolar. Esa ubicación, la cual tomo por asalto apenas llego, tempranísimo dicho sea de paso, es la más envidiada del salón, sin exagerar. Es la ubicación dorada, aquella que todos quieren, pero que sólo yo poseo, porque yo descubrí el tesoro que había a tan sólo unos metros de mí, cuando otros solamente se regían a las aburridas reglas y prestaban total atención a la pizarra que se encontraba en sentido opuesto a su sensacional cuerpo, y que miras con despistada atención mientras yo aprecio el cruzar de piernas más sedante que jamás haya apreciado.

Dirás que soy un simple mañoso, un aguantado, un reprimido sexual que busca solamente una adolescente aventura contigo. La verdad, mi hermosa Zadith, es que no te equivocas. Eres mi fantasía, eres la mujer que sueño desnuda sobre mí, gimiendo con voz aguda, gritando con fuerza extrema, gozando mientras se mueve en círculos, mientras yo, estupefacto, agradezco al cielo por haberme dado tan grato e imaginario momento.

Nunca te hablé, fuiste tú la que una vez me hablaste y a mí por poco se me baja el pantalón, ¿recuerdas?, cuando me pediste un lapicero con esa voz tan ronquita, tan seminal. No sé si te lo di, sólo te quedé mirando. Me di cuenta de que no sólo tus piernas eran capaces de enloquecerme, también tus ojos medios chinos, y tu cabello negro azabache. También tu voz, claro está. Eran los momentos más mojados de mi adolescencia, y no me avergüenza decir que tú eras la actriz principal en el reparto que hacía de mis noches las más placenteras. En mi imaginación fuiste mi princesa, mi esclava, mi reina, mi esposa, mi amante, mi novia, mi confidente, mi mejor amiga, mi compañera de trabajo, mi compañera de universidad, mi copiloto de Porsche, mi Alicia Silverstone (en el video de Aerosmith, “Amazing”) y un sensual etc. Y es que lo sensual te pertenece, va contigo, con tus labios (¿mencioné que también me gustan tus labios?), en tus ojos, en tu cuerpo, en tu lengua, la cual sacas a cada momento queriendo hacer los globos de chicle que no te salen, y me encanta que no te salgan, porque así veo con más claridad lo acuosa e intimidante que es.

A estas alturas (si es que todavía no has partido esta carta en pedazos) debes estar asqueada de mí, y no sería raro. Segundos antes de comenzar a escribir estas letras supe que saldría algo fuera de contexto, algo fuerte, algo sucio. Pero también sé que algo de eso debe de haber en ti. Porque proyectas una suciedad adornada, delicada, de esas que me gustan y no sólo a mí sino a todo aquel que se haga llamar “hombre”. Las mujeres puritanas no gustan, hoy no. Ahora son las chicas como tú las que rigen el mundo, ese mundo que los hombres catalogamos de “en sueño”. Serás, si es que aún no lo eres, el sueño de muchos hombres, y aprenderás, si es que aún no has aprendido, a controlarlos a tu antojo, a jugar con ellos, y ¿sabes?, tienes todo el derecho, porque eres una diosa, una diosa sexual que vino al mundo con atributos genuinos, no eres prefabricada, emanas sensualidad, emanas atracción; y mereces ese poder.

Ya es fin de año y la promoción está muy dividida. He visto que te apuntaste a la que yo pertenezco. Se está planeando un viaje a Arequipa, espero que vayas. Dudo mucho que pueda cumplir mis fantasías contigo, porque soy un terrible cobarde (prueba de ello es que esta carta muy difícilmente llegará a tus manos), pero al menos terminar mi ciclo escolar apreciando tus curvas, o la belleza de tus piernas, será muy reconfortante para mí, muy ideal, una despedida digna de un admirador de tu hermosura.

Espero volver a verte alguna vez y que para ese entonces, sea capaz, por lo menos, de invitarte a salir, de conquistarte, y de hacerte el amor como nadie lo ha hecho jamás. Para que no te separes de mí, y me permitas dominar a la diosa sexual más maravillosa que jamás haya conocido.


Hasta ese día, mi hermosa Zadith.



Lima, 4 de Diciembre de 1999.”


Epílogo

Era Junio del 2003 cuando volví a ver a Zadith en una discoteca barranquina.

Estaba acompañado de tres amigos ansiosos de aventurarse, de salir de sus abrumantes rutinas. Yo, por mi lado, no solía buscar situaciones distintas, aunque no me negaba a cualquier eventualidad que se me presentase. Sólo quería divertirme, tomar, cantar, bailar, reír, y usualmente era lo único que conseguía con total seguridad. Entonces, una de esas noches alcoholizadas, vi a mi fantasía escolar moviéndose mientras bailaba con un moreno y gracioso muchacho bastante delgado. Había bebido (y vivido) lo suficiente como para, aunque sea, acercarme a ella y decirle “Hola, eres del Saco, ¿no?”, y contrariamente a lo que solía sucederme en mi adolescencia, eso fue lo que hice, le hablé, le hablé mientras bailaba con el moreno. Al saludarla noté en ella un aire de experiencia increíble, como si hubiesen pasado diez largos años. Sólo habían pasado cuatro, hasta menos. Pero la intensidad con la que viví cada momento durante ese periodo de tiempo hizo que asimilara muchas experiencias y las digiriera rápido. Con ella parecía haber sucedido lo mismo.

Al preguntarme “¿cómo estás?”, no pude evitar decirle al oído “feliz, porque por fin te encontré”, ella sonrió, le hizo una seña al moreno y él se fue carcajeándose – “es un amigo del barrio”, me dijo, y yo, sabiendo que no estaba para pedirle explicaciones, le comenté que también había venido con gente de mi barrio, y que estarían encantados de unir las mesas (aunque se encontraban de polo a polo). Lo siguiente fue un vaivén de situaciones embarazosas, divertidas e inolvidables. Georgette se llamaba la pelopinta amiga de Zadith, y mis amigos no dudaron en emplear sus mejores armas para conquistarla, yo, sólo conversaba con mi ex compañera de una manera muy jovial. De pronto me fui dando cuenta de que el baile, los tragos y las malas caras de sus amigos me eran insuficientes, quería hacer algo distinto: “¿me acompañas a comprar?”, le propuse, y ella aceptó. Salimos de la discoteca sin pedir nuestro sello, con el cual podríamos regresar sin pagar nuevamente la entrada. Entrar nuevamente ya no nos interesaba. Caminamos por el boulevard de Barranco conversando y riéndonos de todo, ya picados. Compramos unos cuantos cigarros, los encendimos y seguimos el viaje. Entre tambaleantes caminares arribamos al sonoro puente de los suspiros, y luego, en un arranque de locura, ella tomó mi mano y me jaló hacia las escaleras que daban al camino del mirador. Bajamos entre la oscuridad y el silencio de esa sinuosa callecilla, hasta que llegamos al mirador. El mar ni se notaba pero emanaba un ambiente romántico y ensordecedor. Entonces comenzó a contarme lo que había sido de su vida los últimos 3 años, las experiencias que tuvo, los enamorados que dejó, los amigos con quienes se besó, las veces y los lugares donde hizo el amor. Yo hice lo propio, aunque mis viajes y experiencias me parecieron nada ante lo magnífico de su hablar. Sus relatos eran como mitos, poemas épicos, rapsodias que quedarían en mi mente para toda la eternidad. Fue un momento excitante, uno de los pocos que tuve que no acabaran con un intento de beso forzado, con una cachetada, con un intercambio de fluidos bucales, con un “oye, eres mi amigo”, o con una larga y loca noche en un hotel cercano. Eran ya las 4 y media de la madrugada cuando decidimos regresar al boulevard en búsqueda de sus amigos y de los míos. Ella parecía cansada, con sueño acumulado; y las subidas siempre son difíciles, por lo que le propuse se suba en mi espalda. Al principio rió, mientras evitaba mirarme el rostro, luego, con bohemio escepticismo, subió. La llevé hasta las alturas, mientras pensaba, risueño, en las miles de cosas que había imaginado con aquella musa que en mis espaldas se iba quedando dormida. Me di cuenta de que esas mismas piernas con las que tanto aluciné, estaban siendo tomadas por mis sucias manos, y la sensación del “sueño hecho realidad” llegó repentinamente a colmarme de satisfacción.

Llegamos a la discoteca y nuestros amigos estaban afuera bebiendo la última chata de ron que quedaba en el bolsillo de uno de ellos. Zadith estaba semi dormida, pero tuvo lucidez para despedirse de mí de una manera muy afectuosa, le deseé buena suerte y vi cómo sus amigos, y la vanagloriada Georgette, se iban junto a ella en un taxi directamente al corazón de breña, distrito donde Zadith vivía y donde alguna vez estudiamos juntos. Casi de manera automática mis amigos me preguntaron qué era lo que había pasado en esas casi 2 horas que tuve a Zadith sólo para mí. Atiné a decir “la hice”, y ellos me siguieron preguntando detalles que nunca les di.

Y es que Zadith no cumplió mis fantasías escolares, hizo algo mejor, creo otras nuevas. Al verla después de años y darme cuenta de la linda persona en la que se ha convertido, mi tonta teoría de la diosa sexual y su poder dominante, se fue por un tubo. Zadith se había hecho un gran ser humano, no era una diosa. Era sensual, y seguramente hace el amor como nadie; pero no era un simple ente complaciente. Es un compendio de sentimientos y jovialidad exquisito. Una persona de la cual cualquiera se podría enamorar ciegamente. Y esas fantasías que creó en mí todavía no se me borran, las guardo como recuerdos gratos. Recuerdos de la chica que jamás tendré entre mis brazos, pero que siempre será necesaria para saber el tipo de compañera que querré en mi largo futuro. Las odas y los poemas no serán suficientes para reflejar lo que esa chica creó en mí, y con tanta facilidad. Y con este epílogo (extraño, por cierto) sólo trato de reflejarla aunque sea un poco, para que se den idea de lo que realmente significa una verdadera musa inspiradora.

Hasta otra, hermosa Zadith.

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