La vida también regala gente divina, de corazón (Fito Páez)
Recuerdo claramente aquel día en el que llegué tarde a la matrícula de la universidad. Era el año 2002. Iba a empezar el segundo ciclo, las ganas ya habían comenzado a bajar. Éramos cachimbos y la mayoría tenía una extraña predilección por el turno mañana. Otros, para no despertarse tan temprano preferían el turno tarde. Pero muy pocos elegían el turno noche; las razones me resultaban extrañas: “muy peligroso”, “muy pesado”, “mucha huevada”… seguir al remanso es algo que siempre he hecho, así que de mono intenté seguir mi camino mañanero, aquel camino que había iniciado en el primer ciclo con un relativo éxito. Sin embargo las clases de Ñavincopa se plasmaron en la cruda realidad, y la demanda supero a la oferta: el turno mañana estaba totalmente ocupado. Al darme con la sorpresa de que no había forma de seguir en el turno mañana me empecé a lamentar por inercia. Claro, era otro fracaso más, sólo comparable a desaprobar Matemática I. El encargado de las matrículas, entonces un desconocido y despilfarrado Cesar, me dijo que había tan sólo dos cupos en la tarde y casi la mitad en la noche. Entonces se me vino a la cabeza alguna que otra experiencia pasada en la que quise estudiar o hacer algo casi bordeando los medios días. Qué horrible – pensé. Se me vino el detestable sabor de la comida espesa, reclamando el no poder digerir tranquila: la tarde no era para mí. De modo que elegí el turno noche. No me quedó de otra, y quién imaginaría que sería la decisión obligada más acertada de mi vida. Y es que fue en ese olvidado y casi desvencijado salón nocturno, donde conocí a personas que alteraron el rumbo de mi vida. Personas que he mencionado en este mismo blog, personas que ya he mencionado demasiadas veces, pero nunca las suficientes.
(Salud, muchachos, por nosotros!)
San Marcos ha sido mi alma Mater, ha concurrido en sus noches mis más apresuradas locuras, y mis más horripilantes sucesos. Ha desencadenado mis decisiones más increíbles y dignas de contar, y ha hecho que me encuentre con gente divina de corazón. Me puso, a su vez, varios enemigos que no lamento, y más bien agradezco su existencia, pues sin ellos no podría valorar lo que es un verdadero amigo; y la dicha de tenerlos una vez más en mi, cada vez menos espaciosa, sala, me hizo sentir una extraña mezcla de orgullo y nostalgia. ¿Hasta cuándo duraría eso?, ¿hasta cuándo seguiremos siendo lo que somos?, ¿hasta cuándo?, “No importa, Bencho, salud por el reencuentro, por cada reencuentro de siempre”… Entonces Pablo contaba las aventuras de Ernesto en las paradisíacas playas del sur, y todos reíamos porque el exageraba, y todos reíamos porque aún exagerando no llegaba ni a la mitad de la verdad. Y el chato me dijo que mi amiga “la chata” estaba en algo, y que era capaz de hasta prestarle su Nextel – realmente es amor – pensé, y se tomaba un trago mientras cada uno pensaba que nueva chapa ponerle al otro. Entonces recuerdo a Marvin hablarme del amor, siempre a su estilo fiduciario, y a Richard presumiendo de una belleza por demás inexistente. Pasaron unas cuantas horas hasta que llegó nuestro querido Perrin, junto a una lindísima botella de Pisco cuyo nombre hizo que todos se rieran de mí otra vez, y yo junto con ellos, claro está. Y Junto a ellos pasé gran parte de mi noche, mi noche de copas, mi noche loca. En la que casi pierdo la razón una vez más después de mucho tiempo.
(Juanito "el caminante" a la vista, gracias flacos)
Cuando llegó Joel y Pecoso ya se hacía muy tarde. Sacaron un whisky rojito, de un tal Juanito “El caminante”, lo mezclaron con Guaraná Backus y resultó una mezcla formidable. Puse a prueba por enésima vez la hombría del flaco, Johana nos miraba atenta; mientras que en la pista de baile Richard le sacaba plan a Gaby, la gran Celia, la que siempre alegra las fiestas con sus oscuros apetitos de baile. En la otra esquina veía a mis viejos, con gaseosa mi vieja, con gaseosa mi viejo; mi hermana con un vino, al lado de “su San Borja” o debo decir San Martín (je, bienvenido). De mi cuarto provenía la bulla de Romina, mi nueva sobrina. De mi pasadizo los ya clásicos ladridos de Connie. Todo era música. Y punto.
Recuerdo claramente aquel día en el que llegué tarde a la matrícula de la universidad. Era el año 2002. Iba a empezar el segundo ciclo, las ganas ya habían comenzado a bajar. Éramos cachimbos y la mayoría tenía una extraña predilección por el turno mañana. Otros, para no despertarse tan temprano preferían el turno tarde. Pero muy pocos elegían el turno noche; las razones me resultaban extrañas: “muy peligroso”, “muy pesado”, “mucha huevada”… seguir al remanso es algo que siempre he hecho, así que de mono intenté seguir mi camino mañanero, aquel camino que había iniciado en el primer ciclo con un relativo éxito. Sin embargo las clases de Ñavincopa se plasmaron en la cruda realidad, y la demanda supero a la oferta: el turno mañana estaba totalmente ocupado. Al darme con la sorpresa de que no había forma de seguir en el turno mañana me empecé a lamentar por inercia. Claro, era otro fracaso más, sólo comparable a desaprobar Matemática I. El encargado de las matrículas, entonces un desconocido y despilfarrado Cesar, me dijo que había tan sólo dos cupos en la tarde y casi la mitad en la noche. Entonces se me vino a la cabeza alguna que otra experiencia pasada en la que quise estudiar o hacer algo casi bordeando los medios días. Qué horrible – pensé. Se me vino el detestable sabor de la comida espesa, reclamando el no poder digerir tranquila: la tarde no era para mí. De modo que elegí el turno noche. No me quedó de otra, y quién imaginaría que sería la decisión obligada más acertada de mi vida. Y es que fue en ese olvidado y casi desvencijado salón nocturno, donde conocí a personas que alteraron el rumbo de mi vida. Personas que he mencionado en este mismo blog, personas que ya he mencionado demasiadas veces, pero nunca las suficientes.
(Salud, muchachos, por nosotros!)
San Marcos ha sido mi alma Mater, ha concurrido en sus noches mis más apresuradas locuras, y mis más horripilantes sucesos. Ha desencadenado mis decisiones más increíbles y dignas de contar, y ha hecho que me encuentre con gente divina de corazón. Me puso, a su vez, varios enemigos que no lamento, y más bien agradezco su existencia, pues sin ellos no podría valorar lo que es un verdadero amigo; y la dicha de tenerlos una vez más en mi, cada vez menos espaciosa, sala, me hizo sentir una extraña mezcla de orgullo y nostalgia. ¿Hasta cuándo duraría eso?, ¿hasta cuándo seguiremos siendo lo que somos?, ¿hasta cuándo?, “No importa, Bencho, salud por el reencuentro, por cada reencuentro de siempre”… Entonces Pablo contaba las aventuras de Ernesto en las paradisíacas playas del sur, y todos reíamos porque el exageraba, y todos reíamos porque aún exagerando no llegaba ni a la mitad de la verdad. Y el chato me dijo que mi amiga “la chata” estaba en algo, y que era capaz de hasta prestarle su Nextel – realmente es amor – pensé, y se tomaba un trago mientras cada uno pensaba que nueva chapa ponerle al otro. Entonces recuerdo a Marvin hablarme del amor, siempre a su estilo fiduciario, y a Richard presumiendo de una belleza por demás inexistente. Pasaron unas cuantas horas hasta que llegó nuestro querido Perrin, junto a una lindísima botella de Pisco cuyo nombre hizo que todos se rieran de mí otra vez, y yo junto con ellos, claro está. Y Junto a ellos pasé gran parte de mi noche, mi noche de copas, mi noche loca. En la que casi pierdo la razón una vez más después de mucho tiempo.
(Juanito "el caminante" a la vista, gracias flacos)
Cuando llegó Joel y Pecoso ya se hacía muy tarde. Sacaron un whisky rojito, de un tal Juanito “El caminante”, lo mezclaron con Guaraná Backus y resultó una mezcla formidable. Puse a prueba por enésima vez la hombría del flaco, Johana nos miraba atenta; mientras que en la pista de baile Richard le sacaba plan a Gaby, la gran Celia, la que siempre alegra las fiestas con sus oscuros apetitos de baile. En la otra esquina veía a mis viejos, con gaseosa mi vieja, con gaseosa mi viejo; mi hermana con un vino, al lado de “su San Borja” o debo decir San Martín (je, bienvenido). De mi cuarto provenía la bulla de Romina, mi nueva sobrina. De mi pasadizo los ya clásicos ladridos de Connie. Todo era música. Y punto.
(Frank, saludos a tu enamorada je, gracias por venir)
En otro ambiente estaban los scotiabankers, llegaron algunos que no esperaba, como Daniel mi capacitador, y desde la hermosa ciudadela de Villa el Salvador, Frank, mi descapacitador. Janet y su larga travesía para llegar a mi casa, con una caliente botella de borgoña. La chata llavero y su visita médica, sólo para cautivar a la tele audiencia liliputiense. La siempre poderosa Sandy, diciendo que está gorda cuando todo aquel que dice llamarse hombre la ve como quiere. Katia y sus infaltables ocurrencias y coqueteos. Gladys con sus clásicas frases y miradas perdidas en el tiempo y espacio. Luis Ángel Molina (de verdad no te esperaba, maricón), el popular Krusty, el popular Gastón Acurio, el popular Scott, el popular Chemo (JA!), con su amanerada voz, y su chispa saliente. Giancarlo Távara cumplió años dos días antes, y tenía para hacerme la competencia (de seguro me ganaba y se jalaba a todos), sin embargo su nobleza trovadora hizo que fuera parar a la calle Hans Oersted, en San Borja, donde sabía que lo esperaba alguien que no sólo escuchaba “Mariposa” o “El amor después del amor”… sino alguien que estuvo en un mágico concierto, y con el cuál podía cantar a viva voz “La rumba del piano”…
(Puedo leer los pensamientos de Sandy: "qué gordo más confianzudo!"... sorry Daniel je)
No sé a qué hora empecé a vomitar. Creo que eran las 5 A.m.
Me vi en el lavatorio de mi cocina soltando hileras de baba, y escuchando a Miguel pidiendo mi respaldo, enfermo de celos. Quería pegarle a alguien y le dije que lo respaldaría. Nunca lo hice porque no supe con quién quería mecharse. Luego me enteré que quería bajarse a uno de los amigos de mi prima Andrea, quien había ido bien acompañada por su locuaz emo. Entonces me vi en la escalera que da a la puerta de la calle. Escuchando las frases más íntimas de la noche cortesía de Marvin Avellaneda, el “rico mc. Pato” de la promo. Por gente como tú es que sigo escribiendo aunque a veces siento que lo hago pésimo. Aunque a veces sienta que sólo yo me leo. Porque este es un medio de desfogue, o quizás, como lo dije antes, es una simple blogterapia. Pero si tengo madera como dices, entonces de aquí a 5 años me verás un poquito mejor.
A eso de las 7 (creo) me decidí a dormir ante las constantes llamadas de mis amigos, y sólo pude despertar con los desesperados gritos de Homero, quien ya tomaba una siesta – “Rubén, ¿quieres vomitar? Conchesumare! Anda al baño!” – entonces volví a verme con el water para una revancha. Y vaya que me arrulló el sonar de mi panza alborotada, porque unos minutos después dormí como un león, hasta las 3 P.m., cuando, adolorido, y contento por haber sobrevivido a otra resaca, salí de mi cama almorzar, y de almorzar a mi cama, pensando en que no pude haber pasado una noche más memorable; que ni siquiera mis bailantas mas temibles de cuando joven pueden igualar. Volví a la cama y a mensajear, a agradecer, y mediante este humilde espacio lo vuelvo a hacer sin temor a burlas ni a malos entendidos, total, son mis patas, y todo quedará entre nosotros.
Gracias, un año más.
PD. (si acaso valiese): Mención especial para mi nueva familia, se fueron temprano, lástima... no habíamos empezado, lástima. Lo que no es una lástima es haberte vuelto a conocer, y el regalo disfrazado de "desgracia" que me trajiste.
En otro ambiente estaban los scotiabankers, llegaron algunos que no esperaba, como Daniel mi capacitador, y desde la hermosa ciudadela de Villa el Salvador, Frank, mi descapacitador. Janet y su larga travesía para llegar a mi casa, con una caliente botella de borgoña. La chata llavero y su visita médica, sólo para cautivar a la tele audiencia liliputiense. La siempre poderosa Sandy, diciendo que está gorda cuando todo aquel que dice llamarse hombre la ve como quiere. Katia y sus infaltables ocurrencias y coqueteos. Gladys con sus clásicas frases y miradas perdidas en el tiempo y espacio. Luis Ángel Molina (de verdad no te esperaba, maricón), el popular Krusty, el popular Gastón Acurio, el popular Scott, el popular Chemo (JA!), con su amanerada voz, y su chispa saliente. Giancarlo Távara cumplió años dos días antes, y tenía para hacerme la competencia (de seguro me ganaba y se jalaba a todos), sin embargo su nobleza trovadora hizo que fuera parar a la calle Hans Oersted, en San Borja, donde sabía que lo esperaba alguien que no sólo escuchaba “Mariposa” o “El amor después del amor”… sino alguien que estuvo en un mágico concierto, y con el cuál podía cantar a viva voz “La rumba del piano”…
(Puedo leer los pensamientos de Sandy: "qué gordo más confianzudo!"... sorry Daniel je)
No sé a qué hora empecé a vomitar. Creo que eran las 5 A.m.
Me vi en el lavatorio de mi cocina soltando hileras de baba, y escuchando a Miguel pidiendo mi respaldo, enfermo de celos. Quería pegarle a alguien y le dije que lo respaldaría. Nunca lo hice porque no supe con quién quería mecharse. Luego me enteré que quería bajarse a uno de los amigos de mi prima Andrea, quien había ido bien acompañada por su locuaz emo. Entonces me vi en la escalera que da a la puerta de la calle. Escuchando las frases más íntimas de la noche cortesía de Marvin Avellaneda, el “rico mc. Pato” de la promo. Por gente como tú es que sigo escribiendo aunque a veces siento que lo hago pésimo. Aunque a veces sienta que sólo yo me leo. Porque este es un medio de desfogue, o quizás, como lo dije antes, es una simple blogterapia. Pero si tengo madera como dices, entonces de aquí a 5 años me verás un poquito mejor.
A eso de las 7 (creo) me decidí a dormir ante las constantes llamadas de mis amigos, y sólo pude despertar con los desesperados gritos de Homero, quien ya tomaba una siesta – “Rubén, ¿quieres vomitar? Conchesumare! Anda al baño!” – entonces volví a verme con el water para una revancha. Y vaya que me arrulló el sonar de mi panza alborotada, porque unos minutos después dormí como un león, hasta las 3 P.m., cuando, adolorido, y contento por haber sobrevivido a otra resaca, salí de mi cama almorzar, y de almorzar a mi cama, pensando en que no pude haber pasado una noche más memorable; que ni siquiera mis bailantas mas temibles de cuando joven pueden igualar. Volví a la cama y a mensajear, a agradecer, y mediante este humilde espacio lo vuelvo a hacer sin temor a burlas ni a malos entendidos, total, son mis patas, y todo quedará entre nosotros.
Gracias, un año más.
PD. (si acaso valiese): Mención especial para mi nueva familia, se fueron temprano, lástima... no habíamos empezado, lástima. Lo que no es una lástima es haberte vuelto a conocer, y el regalo disfrazado de "desgracia" que me trajiste.
Te falto la última: "Tu que hablas oe Namekusein" jajajajajaja
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