lunes, 28 de enero de 2008

Entre Marte y Venus (Parte IV)


El craso error de la idealización prematura.

Después de haber tenido tantos años jugando al seductor y al seducido, he llegado a otra certera conclusión: el peor error que los hombres o mujeres pueden cometer es idealizar a alguien antes de, si quiera, conocerse. Es un error tan común como garrafal tan sólo ver a una persona, experimentar un gusto, una sensación de agrado, y de pronto crear ideas disparatadas sobre su manera de ser, recrear un perfil de alguien que nada hizo más que esbozar una sonrisa, dirigir una mirada o pronunciar una palabra. Entonces nos hallamos en un mar de fantasías, en las cuales aquella inocente persona toma un rol protagonista en nuestras novelas mentales; en un abrir y cerrar de ojos nos encontramos en mundos utópicos, haciendo las cosas más románticas y divertidas que una pareja pueda hacer, y sintiendo que podemos estar frente a la persona con la que toda la vida hemos soñado. Cuando de repente cometemos el error de conocer a tan idealizada personalidad, y nos damos contra la pared mandando todo lo imaginado por el water mientras la decepción cumple a toda cabalidad la terrible función que los dioses le han encomendado: la de destrozarnos por dentro. Seguidamente tomamos represalias contra ese ‘alguien’ que nos decepcionó, nos resentimos con ella o con él, auto arengándonos “¡bah!, mejores puedo conseguir”, y dejando de tomarle la atención que nunca (supuestamente) mereció. ¿Qué culpa tiene esa persona de nuestro desacierto mental?, pues ninguna, la responsabilidad de idealizar a un recién conocido es totalmente nuestra, de nadie más. Por lo que la reacción se vuelve injusta, e improcedente.

Este tipo de creación mental me ha afectado desde siempre y debo admitir que en la gran mayoría de los casos (salvo una sagrada excepción) terminé con la nariz ñata de tantos golpes que me di contra la pared. Como cuando conocí a una muchacha en la escuela. Apenas le había hablado un par de veces, pero me parecía tan bella, tan única, que simplemente le creaba poemas sin saber que la realidad era totalmente distinta a mi estúpida ficción. Aquella pulcra e impecable idealización acabó siendo la peor decepción de ese año: no sólo era una jugadora sin remedio, sino también dedicaba sus tiempos libres a la droga y a seducir profesores para apuntarse un 20 a costa de ‘¿quién sabe qué?’ (Aún no asimilo la idea). Cuando la conocí y me di cuenta del gran desengaño que estaba ensayando, no pude evitar putearla en silencio, mentarle la madre en mi mente mientras la miraba con odio, y luego decidí quitarle por completo mi foco de vista, no volví a dirigirle las pocas palabras que le dirigía, ni tampoco a escribirle poemas, simplemente intenté “castigarla” dejando de pensar en ella y dedicándome exclusivamente a otras cosas. Lógicamente ella nunca se dio cuenta de mi castigo, y tampoco tuvo porqué recibir esos insultos de mi parte. Ella era así desde que la vi, desde que la idealicé erróneamente, y por ende no tenía la culpa de que mi percepción fuera tan novelera. Me até la soga al cuello y me deshice de la silla en la que estaba parado, yo solito, porque nadie me metió ideas en la cabeza sino este humilde servidor ansioso de enamorarse. Me sucedió también en la academia, tenía 18 años y tiempo libre de sobra, por lo que comencé una pávida búsqueda amorosa que terminó en la idealización de una delgaducha e interesantísima chica a la que llamaré Connie. Ella sólo se mostraba caminando por los pasillos, a paso lento y cadencioso. Vestía siempre de negro, y su cabello, negro también, se movía al compás de su magnético ritmo. No tardé, para variar, en hacerme ideas sobre su forma de ser, sobre su modo de amar, sobre lo que hacía en sus ratos libres, y un increíble etc. De pronto, uno de esos extraños días, en la cafetería, la tenía frente a mí solicitando mi permiso para tomar una silla, acepté casi instantáneamente, ella se sentó y comenzó la horripilante decepción. Su voz no era tan femenina como pensé, eso para empezar, era medio ronca y con rasgos varoniles. La forma como tomó el jugo denotaba sus inexistentes modales en la mesa. Casi todos en la cafetería se dieron cuenta, gracias a la detestable bulla que hacía con el sorbete, de que ese ruido venía de nuestra mesa, y a juzgar por mi aspecto porcino, nadie dudó en señalarme con el dedo índice. Hasta ahí la vergüenza era pasable – “ya pues, eso se puede mejorar” – pensé, insistiendo en que mis ideas no estaban tan alejadas de la realidad. Cuando pasaron unos minutos traté de hacerle el habla de la manera más básica posible – “¿cómo te llamas?” – a lo que, con la boca llena de un keke del que no me había percatado me contestó en un extraño idioma: “oumnie”.

“¿Cómo?” – Pregunté esperanzado en que, ¡por el amor de Dios!, comenzara a portarse adecuadamente y de paso acercarse a lo que mi mente había creado – “Connie, ¿y tú?”, respondió apenas había pasado abruptamente el tremendo trozo de harina horneada que tenía en la garganta… acto seguido le dije mi nombre y ella volvió a callar gracias a otro enorme trozo de keke que ingirió frente a mi estupefacto rostro, mientras notaba los braquets que tenía y el grasiento grano que su cerquillo intentaba tapar. Pasaron más minutos y aquí el detalle que muy pocos me creen por sonar a película gringa, pero que es cierto, y los pocos testigos que ahí estuvieron no me dejarán mentir: aquella chica tan ideal, tan adornada por mi cerebro, soltó un eructo sonoro y desvergonzado – “puta madre” – pensé – “lo único que me faltaba” – y luego se fue sin despedirse. Si bien es cierto no exijo los modales y el caché que no tengo, jamás he experimentado sensación de asco tan grande como la que tuve ese día, y peor aún, sabiendo que era mi imaginaria princesa, la que había creado en mis más profundas entelequias., quien se iba malcriadamente de nuestra mesa dejando una fatal y desganada flatulencia. Esa experiencia me enseño, como muchas otras, a no desglosar tanto la primera impresión que me pueda dejar una chica, por más ilusionante que pueda ser. Desde el momento en que aprendí la lección he bajado el número de errores considerablemente, y mi más grande acierto sigue a mi lado hasta hoy. De ella sólo puedo decir que traté de idealizarla lo menos posible (aunque me resulta inevitable), simplemente la conocí, me mostré tal y como soy, se mostró tal y como es, nos enamoramos, nos mandamos, y aquí estamos. ¿Qué más puedo decirles?, el amor es así de simple, como lo dije antes, es esencial y las esencias no saben de idealizaciones, aunque no dudo que esa errónea forma de conceptuar a alguien tiene siempre como aliado mayor al arte, sino que lo digan mis poemas y mis canciones.

Toda experiencia es válida cuando deja alguna enseñanza, y la idealización da experiencia garantizada.

martes, 22 de enero de 2008

Mis sueños frustrados


Todos tenemos frustraciones, cosas que hubiésemos querido hacer y no hemos podido por distintas razones o circunstancias. Hasta hace unos años pensé que mi sueño de poder ser escritor se había esfumado, pero gracias a este ciber espacio pude, nuevamente, recobrar esos aires escribanos que necesitaba para convencerme de que aún puedo cumplir ese sueño. De modo que no lo considero frustrado. Habiendo descartado esa posibilidad, narraré algunos de mis sueños más imposibles a estas alturas, con el fin de que se puedan identificar y sufrir juntos a la distancia.

Bencho, el goleador

Para nadie es un secreto que me encanta el fútbol, en especial hacer goles utilizando la técnica que Dios nunca me dio. A pesar de que en pichangas he anotado más de un gol, la verdad es que soy tan malo para el fútbol como para la cocina. Sinceramente no sirvo para eso. Me demoro media hora en parar una pelota, en rematar chueco al arco, o en girar todo mi voluminoso cuerpo para ubicarme mejor en la cancha y dar un pase, si es que lo puedo dar, y si es que lo doy acertado, porque lo más normal es que le dé el pase al rival, para luego recibir las respectivas mentadas de madre tan típicas en eventos pichangueros. Lo peor del caso es que por mi contextura física muchos cometen el error de ponerme de arquero, y ahí sí que ni la cuento. Así de apestoso soy en una cancha de fulbito, y aún así, sueño con poder algún día vestirme con una camiseta, cualquiera sea el color, con la 9 atrás y hacer delirar a la tribuna con mis jugadas inventadas, y con mi técnica depurada. El talento que muchos tienen para el fútbol yo lo envidio y es por eso que me encoleriza la actitud de quienes, ostentándolo, se la pasan de juerga en juerga sin aprovechar debidamente ese maravilloso don de jugar a la pelota con naturalidad – y por lo que además te pagan muy bien, por cierto. Ese fue, señores, mi primer sueño frustrado del post.

Bencho, el músico

Hace unos años tenía la esperanza de cumplir este mágico sueño, pero conforme iba pasando el tiempo, las cosas que tenía que hacer ocuparon todos mis espacios, y jamás pude aprovechar ese pequeño tramo que necesitaba para seguir algunas clases de piano, o guitarra – tampoco tenía la plata, valgan verdades. Por ello, salvo un majestuoso milagro, hoy doy como un sueño frustrado el tener mi propia banda en la cual yo pueda ser uno de los participantes, mediante alguno de mis instrumentos favoritos. De todos ellos me quedo con el piano. Verme frente a una multitud, tocando el piano en algún teatro o centro de convenciones, es una maravilla que sólo se hila en mi imaginación, y que será siempre una de las frustraciones más grandes de mi vida. Aquí sí encuentro culpables: mis viejos. Obviamente queda para la anécdota, aunque tengo un ligero pero existente resentimiento con ellos. Es decir, si yo veo que mi pequeño hijo de 4 años es fanático a morir de Richard Clayderman, y que finge tener un piano entre sus manos mientras lo ve por TV juntaría hasta el último centavo para comprarle aunque sea un pianito de juguete, pero no, no se les ocurrió esa magnífica idea que pudo cambiar el rumbo de nuestras vidas. Lo que me ha ayudado, y mucho, a catalizar esta enorme frustración es mi afición al canto. Por un lado, dos amigos de la universidad y yo formamos una banda arcaica pero exquisita a la cual denominamos “Pornostar” (no me pregunten más sobre el nombre); es con ellos con quienes desfogo mis penurias musicales, escribiendo canciones y cantándolas a viva voz. Y por otro lado, me he vuelto un asiduo visitante de karaokes. Conozco muchos en Lima y en todos me he ganado al menos un tímido, condicionado u obligado aplauso. En fin. Este tema da para mucho más, pero prefiero dejarlo hasta aquí antes de que me ponga a llorar.

Bencho, el ‘wrestler’

Desde muy niño soy fanático de la lucha libre. Debido a mi volumen físico siempre he tenido un extraño afán por demostrar mi fuerza comparándola con la de otros inocentes niños que no llegaban ni a los 25 kilos. Lógicamente siempre salía bien parado, tal vez sea por eso que me gustó tanto el tema. El hecho es que la lucha siempre ha sido digna de mi preferencia, haciéndome fanático de Hulk Hogan, André “el gigante”, Kevin Nash, etc., hasta llegar a lo más reciente, entre los que ubico a Stone Cold, The Rock (a quien recién ahora valoro, porque en su mejor momento lo detestaba) y al gran Triple H, quien con su personalidad rebelde y su fuerza descomunal me robó más de un aplauso (por favor, no me hablen de John Cena – aunque lo único bueno que ha hecho es hacerle el F.U. al jijuna de Kevin Federline). Mientras los veía, por TV obviamente, luchar en esos grandes escenarios estadounidenses, iba alucinando con la lejana y complicada posibilidad de que algún día pueda llegar a esa lona y demostrar mi fuerza ante todo el público. Qué sé yo, hacer un suplex, o un rompe espina dorsal, y culminar la pelea tumbando a mi víctima con una llave final que aún no he creado, pero que sería algo así como la desnucadora de DDP y que descaradamente copió Randy Orton. La pasión que despierta la lucha libre es tal que no he dudado en practicarla con algunos primitos más pequeños que yo. Sí, grítenme “abusivo”, pero ¿qué querían?, ¿que practique las llaves con mi vieja?

Algunos incautos que han visto mi desempeño en esos conatos de lucha piensan que pude haber tenido futuro en los rings, pero lamentablemente, así hubiera querido ser luchador, no hubiese podido debido al paupérrimo apoyo del gobierno al entretenimiento deportivo. De ahí que Sandokan, el luchador peruano más recordado de la historia, no tenga ni para comer y tenga que hacer pequeñas escuelitas de lucha para chiquillos chalacos. Otro sueño más al tacho.


Bencho, el “galán de telenovela”

He pensado mucho antes de delatar este sueño frustrado, sé que recibiré burlas, sé que seré objeto de mofas, y además, por estar cerca de mi onomástico, me espera una lluvia de jodas en mi propia casa. Pero es verdad. Durante un gran tramo de mi vida he deseado afanosamente ser un galán de telenovelas. No crean que eso haya sido resultado de un fanatismo extremo hacia esas lloriqueantes producciones o algo por el estilo. En realidad nunca me han gustado las telenovelas. El deseo casi incontrolable de ser galán llegó cuando comencé a tomarle un poco de atención a las propagandas televisivas que hacía un tiempo ignoraba. Mientras esperaba el programa que de verdad me interesaba, las propagandas me mostraban los avances y percances de telenovelas con cierta fama a inicios del nuevo milenio; y esos spots sólo me llevaban al deseo carnal más grande que pudiera haber imaginado – carajo cómo han mejorado los cuerpos de las actrices últimamente. Recuerdo que a inicios de los 90 la actriz más famosa y deseada era Victoria Ruffo, y ahora que la veo me parece un verdadero chancay de a 20 comparándola con las espectaculares y curvas figuras de las actuales reinas telenoveleras. Ver a pobres y prefabricados galancetes besar las bocas más carnosas y tocar los cuerpos más perfectos creó en mí una ardiente envidia acompañada de un escandaloso deseo de destrozarles las cuadradas caras y de paso hacer un casting en alguna productora de ese tipo, para que se convenzan de mis dotes actorales.

No fue hasta hace unos pocos años cuando terminé de convencerme de que la única cosa que podría hacerme un galán de telenovela es mi vieja, voladora y fiel imaginación. Lo hice cuando le tomé especial atención a la impresionante Bárbara Mori, quien declaró a un medio de prensa mexicano que se sentía a gusto con sus ‘galanes’ porque todos eran guapos – ¿y la calidad actoral?, ¿y la interpretación? – a ella no le importa, y siendo ‘Rubí’ el estandarte más alto en cuanto a actrices telenoveleras hermosas se refiere, simplemente me quedé sin esperanza alguna. Tendré que conformarme con ser galán de barrio, aunque creo que eso les sale mejor a los pandilleros de mi esquina.

En fin, hemos llegado al momento más estrepitoso del post. El siguiente sueño no realizado es, lejos, la mayor frustración de mi vida. Al igual que el anterior también he meditado mucho en compartirlo, pero todo sea por ustedes, mis pocos pero adorados lectores. No garantizo que sea algo con lo que ustedes también hayan soñado alguna vez, pero de verdad, se los digo en serio, este es mi sueño más grande:


Bencho, el trotamundos

Digo yo, ¿alguna persona en el planeta respira más aires de libertad que un trotamundos?, lo veo muy difícil. Lo cierto es que es ese mi deseo más fuerte, es decir, si me preguntan qué es lo que me haría REALMENTE feliz, respondería: vagar por el mundo y viviendo de lo que salga. Sé que suena socialmente mediocre y conformista y que hay muchas trabas por mencionar, en especial el compromiso que uno tiene con su familia; pero demás está decir que si no tuviera ese encadenamiento futurista con mis padres, futuros hijos y esposa, simplemente la decisión la hubiese tomado hace rato. Conocería miles de lugares bellos, feos, pero todos interesantes, viviría millares de experiencias, sería amado y rechazado por mucha gente, me enredaría con muchas mujeres metiéndome en situaciones engorrosas, pero siempre saliendo del apuro emprendiendo mi camino hacia el horizonte. Vivir sería simplemente hermoso. La sociedad nos ha hecho creer lo contrario, para los estándares inventados por el hombre debemos nacer y comenzar a estudiar, nutrirnos de los muchos o pocos valores que aprendemos en casa, profesionalizarnos en algún tema, y trabajar durante toda nuestra vida para poder tener un seguro para nosotros y nuestras familias, ¿no les parece una transa egoísta?, tener que cambiar la libertad de ser errante por una esclavitud camuflada en empresas bien consolidadas. Nada justo. Vivir en este sistema implica mucha paciencia y asimilar que desde que alguien nos dice que ‘tenemos’ que estudiar hemos dejado de ser nosotros mismos, hemos dejado de lado nuestra esencia viva, esa que nos hace explorar todo lo que podamos y descubrir todo lo maravilloso que, a pesar de…, el mundo tiene para nosotros. ‘Debemos’ de seguir el algoritmo esclavizante de vivir en esta sociedad por la única razón de que los seres que de ti dependen no entienden tus ideas, ellos sólo quieren subsistencia y tranquilidad, y volver a la era nómada no garantiza comodidades como las que muchos tenemos y no cambiaríamos jamás. Y de eso no me quejo. Sólo riño por las cosas que olvidamos, olvidamos que somos nosotros, y nadie más que nosotros, yo soy yo, y yo no debería de estar haciendo cosas que no quiero así me pagaran millones. Luego de esta pequeñísima reflexión, doy un pequeño giro y llego a lo mismo, me frustra no poder ser un trotamundos.

En realidad me frustran muchas cosas más, y estoy seguro que este es un tema que evitamos todos en reuniones y momentos de parla; ¿por qué?, ¿nos da vergüenza haber vivido siempre a dispensa de otros?, en el fondo sí, nos llega altamente tener que cumplir órdenes, una cosa es que nos hagamos los sumisos y nos traguemos ordenanzas fútiles, y otra que realmente seamos trapeadores humanos, o marionetas que sólo hacen lo que los amos mandan. Sinceramente me ha servido de mucho compartir este sui géneris post, nunca antes había compartido este tema ni con mis mejores amigos, sin embargo lo hago ahora, frente a ustedes, insisto, mis pocos y amados lectores. La verdad es que fue algo novedoso hacerlo, una especie de blogterapia (apunten, esa palabra la inventé yo). Hay personas que nacen para ciertas labores, si naciste para gerente agradece a Dios porque te va a caer harta plata, si naciste para músico agradece porque la gente amará tu arte, si naciste para cura agradece porque la gente creerá en ti, si naciste para presidente agradece porque tendrás una vida de rico, si naciste para bohemio la cosa se te complica.

Los sueños son para realizarlos, no para frustrarlos. Sólo nos faltan agallas, ¿y si nos atrevemos?

martes, 15 de enero de 2008

No sirvo para esto


Hay cosas que nunca entenderé, hay otras que entiendo a medias pero no recuerdo en momentos decisivos, y hay otras que comprendo a la perfección pero que nunca aceptaré; el hecho de trabajar en un banco es uno de esos hechos que no entiendo; aún no me veo aquí, es decir, no siento que Rubén el “Bencho” Ravelo sea realmente una grana más en el inmenso engranaje financiero de Interbank, me cuesta creerlo y no por razones de baja autoestima, por el contrario, me siento cada vez más fuerte como persona pero lo que sí es verdad es que hasta ahora, incluso hasta el día de hoy con prácticamente 25 años en mi haber, no he definido mi vocación.

El sólo hecho de escribir en este blog y titularlo “Letras de un escritor desesperado” ya declara directa o indirectamente la enorme confusión que encierra mi cráneo. Desde que era un niño tuve diversos gustos, diversas corrientes y tendencias que seguramente pudieron haber definido de una mejor manera mi, ahora, incierto futuro; por ejemplo: Me gustaba la actuación, siempre salía a hacer todo tipo de números en el colegio, sé que muchos estarán pensando que eso no significa nada, pero en verdad me gustaba y la gente me aplaudía, los profesores se ponían de pie, las madres reían o lloraban según el personaje que haya estado interpretando, y la verdad es que estar sobre el escenario me daba ese plus de adrenalina que me hacía sentir tan bien y que hoy tanto extraño.

Luego experimenté una enorme atracción por la música, grababa cuanta canción me pareciera interesante, desde las huachafadas de “Muñecos de Papel” hasta las elaboradas notas de himnos nacionales de diversos países; lo grababa todo, y luego lo escuchaba detenidamente, recostado sobre el frío piso de la entonces habitación vacía que sólo ocupaba mi tía Santos cuando llegaba de su trabajo los miércoles. Prendía el minicomponente y escuchaba; escuchaba, analizaba, me enamoraba, imaginaba; y finalmente, cantaba desafinado todo lo que recordaba de las letras y tarareaba en silenciosos quiebres de voz los tonos instrumentales; iba descubriendo a la música, la iba desnudando y eso desarrolló algunas virtudes que hoy por hoy me sirven para hacer buenos papeles cuando de cantar se trata. Sin embargo, con el pasar de los años, fui absorbiendo las negativas y a la vez realistas ideas sobre la vida del músico (o cantante) en el Perú; y obviamente no tardé en desanimarme. Sí, también suelo desanimarme rápido.

Luego de algún tiempo, a los 18 años, desarrollé un gusto especial por la lectura. Tuve la oportunidad de cuidar la solitaria casa de mi tío mientras él viajó a su ciudad natal, y experimenté, por primera y única vez, las bondades y maldades de vivir solo. Gracias a eso pude pasar momentos inolvidables conmigo mismo, en los que, después de maravillarme con mi Play Station, me sumergía en una serie de libros que contenían todo tipo de historias, vivencias, enseñanzas, quimeras, y sorpresas. El encierro duró poco, apenas un par de meses, pero me bastó ese pequeño lapso para asimilar el exagerado vocablo de Shakespeare, el apasionante pesimismo de Vallejo, la elegancia de Bryce Echenique, y la exquisita técnica de Dostoievsky. Poco antes de que mi tío llegara (y me botara a gritos por el desorden total en el que se encontraba su casa) empecé a escribir mi primer diario; en realidad no era un diario, porque no lo escribía todos los días; era una especie de bitácora intermitente que de vez en cuando me permitía desfogar algunas profundas emociones, hipótesis e inventos que me afloraban desde adentro, agobiándome asolapadamente. Cuando terminaba de escribir, releía detalladamente cada letra que había implantado en aquellas hojas, y me parecía entretenido ver mi vida escrita; por lo que lo seguí haciendo hasta que los quehaceres académicos comenzaron a arrebatarme mis pasiones. A pesar del poco tiempo del que disponía me atreví a escribir un libro, el cual está custodiado bajo siete llaves y que pienso publicar en algún momento de mi vida. Me sentí logrado, hecho para la escritura, finalmente sentí que mi vocación había sido encontrada. Pero nuevamente la negativa de un sistema gubernamental absurdo, terminó por cortarme las alas.

Luego de un viaje a la soledad (Canta), regresé decidido a lanzarme al abismo sin importar hacerlo con las alas rotas, pero llegó algo con lo que no contaba: mis viejos se opusieron a que estudie Literatura, o alguna carrera relacionada; me recomendaron estudiar algo que no se aleje tanto de las letras, pero que dé plata. Yo estuve de acuerdo y tenía uso de razón, por lo que no los culpo del todo, eso sería cobarde. Elegí estudiar Administración de Negocios Internacionales de una manera sorpresiva. Hacía un año cursaba Biología en la misma universidad, la de San Marcos, y mis ex – compañeros de carrera sólo atinaron a sorprenderse y a preguntarme ‘¿estás seguro?’, les respondía que sí, pero no era verdad; tenía mucho miedo, miedo a no ser ese líder que se necesitaba ser para triunfar en una carrera como esta, miedo a no complacer a mis viejos, miedo a no ‘hacerla’, miedo a terminar mi carrera y hacer taxi como tantos, etc., una lista interminable de ‘peros’ que no ponía, ni a mí ni a mis padres; simplemente postulé a la carrera, ingresé con relativa facilidad, y empecé un camino que hasta ahora no termino de andar. Durante más de 5 años (en los cuales ya he debido de terminar) he tratado de encontrarme en la carrera y no he podido; no se lo atribuyo a la carrera en sí, sino a mucha motivación faltante, a muchas cosas que no tuve, a una universidad a la cual quiero a pesar de ser tan esquiva conmigo, y que nunca me apoyó cuando pedí que lo hiciera.

Hace unos meses descubrí que me gusta analizar los problemas y las mentes de las personas; no diré que me encanta ayudar, pero no me molesta, y si por eso se me pagara pues lo haría aún con más gusto: ‘¡psicología, pues!’ – pensé mientras ponía una expresión de susto, cuánto tiempo perdí… demasiado, mucho como para comenzar a pensar en eso ahora; con la psicología pude haber hecho todo lo que quería, todo lo que me imaginaba de mí en el futuro, incluso imaginarme trabajando con una abultada barba, y escribir como loco en las noches. ‘No sé porqué no se me ocurrió antes’ – fue otra cosa que pensé. Un gran amigo subió mi moral, diciendo que para ser psicólogo, a diferencia de otras carreras, no se necesita juventud; no hay una empresa de psicólogos que te exija ser joven o vestirte al terno; y eso me animó. Pero he aquí otra confusión: “¿a los 25 años me doy cuenta de que quiero ser psicólogo?, ¿no es eso algo que se ve desde la niñez?” – carajo, ¿ya empezamos con las preguntas y las trabas? Pero son inevitables, es verdad.

La realidad dice que ya no soy ningún chiquillo, tampoco soy treintón, estoy justo en el punto medio, y es ahora nunca, la decisión se debe de tomar ahora y ya la tomé.

Pero antes de comentarla quería decir que todo esto lo escribí a raíz de una fuerte llamada de atención por parte de mis jefes; lo que ha puesto en peligro mi permanencia en el banco; y eso me hizo formular la terrible pregunta “¿sirvo para esto?”, yo creo que no. Jamás me adaptaré al caótico y desesperante sistema en el que vivimos. Por ello no sé cuánto tiempo duraré aquí. Entre dimes y diretes mañana cumpliré 2 años trabajando para Interbank. No es poco para lo que hubiese pensado, y me cuesta decir que depende de mi permanencia en esta seria organización mi suerte en los próximos años, sea como administrador, como psicólogo, como escritor, o como taxista. Terminaré Negocios en una universidad particular, algo que sólo podré hacer si es que sigo siendo un empleado bancario. Luego aspiraré a ascender un poco más, y de pronto juntar un capital para poner mi propio negocio, aún no lo defino, debe de ser algo que conozca. Luego, largarme del banco (si es que no me largan antes) y de su espantoso sistema de trabajo, para enfrascarme en la psicología; calculo que para ese momento ya estaré por encima de los 30 años. Qué chucha, la psicología no pide chibolos pateros y educaditos. Luego de convertirme en psicólogo sólo viviría de eso, de mi negocio, y escribiendo barbudamente seré feliz. Ese es mi magno plan, ¿lindo, no?, ya se pueden respirar aires de libertad y de independencia.

Sólo le pido a los dioses griegos, nórdicos y cristianos que las cosas salgan como las planeé, sino dentro de unos días diré que tampoco tengo vocación para hacer planes.

lunes, 7 de enero de 2008

La princesa en peligro...


... y los príncipes traicioneros
¿Quién no se ha detenido, aunque sea por un segundo, a mirar su tiernísimo rostro y pensar “qué bella es”?, ¿quién ha podido resistirse a ese torso tan perfecto que llenaba nuestros ojos a inicios del nuevo milenio?, ¿quién no ha sentido la pegada de alguna huachafa pero encantadora canción suya?, ¿quién no ha detenido su habitual ‘sapping’, aunque sea una vez, para verla, tan bella, haciendo lujo de su playback, en algún concierto, moviéndose tan sensualmente como una princesa del pop podría hacerlo?, por último, ¿quién no la ha visto en alguna foto por Internet y pensar “por Dios, qué rica está”?

Darle la espalda a Britney Spears, ahora, significa una flagrante traición que debería de ser castigada como si se tratase de una traición a la patria. Una traición a una ideología que nos atrapó a todos. Seamos hombres. Aceptémoslo, esa chica nos hipnotizó, nos hizo ver sus especiales 10 o 20 veces seguidas, nos hizo repetir “from the bottom of my broken heart” tantas veces como quiso. Nos hizo alucinar con sus videos playeros, y con su “i'm a slave for you”, con gemidos incluidos. Nos llevó a dimensiones a las que ni la misma Madonna pudo. Hizo de nosotros lo que quiso, engatusando no sólo a los hombres mañosones, sino también a los chicos pequeños de la casa, a las niñas soñadoras, las que piden muñecas para navidad, y a los niños que piden transformers y exigen diversas consolas de videojuegos cada cumpleaños. Esa capacidad para meter a todos en una misma jaula, haciéndonos esclavos de su no muy agraciada voz, pero de su arrollador carisma, es lo que hizo de Britney la artista más exitosa de los últimos 50 años. Y que me perdonen otras figuras pop que quizás ostenten más talento, pero esta chica nos esclavizó a pura sonrisa y marketing, y eso, señores, no es tan fácil como muchos creen.

Aquella hermosa chica que nos hizo pensar en mariposas y en camas mojadas a la vez, ahora está pasando por un momento complicadísimo. Se enredó con tipos indeseables, no la culpo, conozco a muchas chicas que, teniendo la belleza e inteligencia necesarios para elegir un buen compañero, eligen lo peor que se puedan imaginar. Si eso le pasa a la chica de mi esquina, ¿por qué no podría pasarle a ella? Luego tuvo hijos. Sí, no era el momento, quizás. Además deformó su otrora perfecto cuerpo, y perdió a muchos fans condicionales que sólo la adoraban por su perfección física. Quedaron dos, los fieles subjetivos, es decir, los fans totalmente incondicionales que la amarían haga lo que haga, y los fans objetivos, como yo, que reconocían sus esfuerzos y problemas, y que además miran su vida como un interesante libro del cual podrían sacar más de una enseñanza. Y vaya que hay muchas cosas que aprender de todo esto. Pero al margen de las enseñanzas hay algo que me llena el corazón de rabia, de pica: es el hecho de saber que muchos ahora se lavan las manos, y se unen al resto de críticos traidores, esos que alguna vez la adularon como a una diosa y que ahora le dan con palo y fierro. Aquellos personajes que, con dedos fiscalizadores, creen ser ahora los héroes de la sociedad, y que no admiten haber caído en los encantos de Britney, son la razón de mi molestia, de mi actual dolor de hígado y que para mí deberían de ser castigados como los traidores que son. Lástima que no haya una entidad que regule la lealtad a los artistas. En fin.

Cuando el año pasado vi a Spears con un peinado tipo Sigourney Weaber en Alien III, me di cuenta de que definitivamente algo andaba mal. De que sus salidas con Paris Hilton no eran pura coincidencia. De que sus encontrones con Lindsay Lohan eran su válvula de escape. Y que, lamentablemente, le daba a muchos hombres el lujo de tocarla y tenerla sin valorar una sola célula de su ser, aquel ser que ella desconoce y que cree dominar. La terrible e intempestiva conducta de Brit sólo denotó los problemas que la abundan, más allá de la vida maravillosa que mostraba en cámaras, donde siempre su sonrisa nos decía que ‘todo está bien’, cuando en realidad el abismo estaba en sus narices. La crisis de la princesa del pop se agudizó con la decisión del juzgado que se encargaba del tema de la custodia de sus hijos, al darle esa prerrogativa a su ex esposo (hijo de puta, ¿no?) Kevin Federline – quien enganchó con Britney en su mejor momento, tanto monetario, como artístico, y también físico; en buen criollo: se la agarró en su punto – de ahí podemos concluir el increíblemente desequilibrado estado de Britney Spears, perdiendo la facultad de criar a sus dos pequeños niños ante un pobre y triste bailarín sin mayores logros ni aspiraciones. A esto debemos sumarle su supuesta adicción a los narcóticos y el rechazo unánime de su pueblerina familia al enterarse de que su ‘pequeña’ no era menos que una 'joyita' más en la amplia farándula estadounidense.

Después de todo esto la autoestima de Britney ha quedado sepultada en las profundidades del fracaso; la presentación que hizo en los Mtv VMA 2007 fue uno de sus últimos manotazos de ahogada, siendo criticada duramente por la prensa, quien la catalogó de fofa e incapaz, nada que ver con lo que alguna vez fue, ¿se olvidan de que apenas tiene 26 años?, ¿se olvidan de su talento para agradar a 7 de 10?, no creo que estas preguntas sean difíciles de responder. Han pasado casi 8 años desde su debut como cantante pop, desde ese increíble año 1999 en el que todos nos enamoramos de su extraña combinación entre inocencia y sensualidad, mientras tomaba sugerentemente esa balón de básquet en el video de “baby, one more time”, y decidí escribir sobre ella en este primer post del año. Seguro no faltarán algunas críticas, así como fue querida, Britney también ha sido odiada, quizás por sus innegables carencias como artista, quizás por envidia, quién sabe; pero fue el tema de esta legendaria (quieran o no, nadie se olvidará de ella) estrella pop lo que más me ha llamado la atención en los últimos meses.

La vida no le ha sonreído últimamente y eso es algo por lo que todos pasamos, sin embargo debe ser por demás jodido pasarlo mientras todos están pendientes de ti; es más sencillo hacerlo en tu cuarto, alejado del mundo entero mientras muerdes la almohada o gritas descontroladamente para minimizar tus penas; Brit no puede hacer eso, debe siempre huir de paparazzis inconcientes e inclementes, llorar en sus pocos momentos a solas, y sonreír siempre para el fan que la vea por ahí, emocionado, esperanzado en que algún día vuelva a brillar como alguna vez lo hizo; sin tener la voz de Aguilera, o la experiencia de Madonna, pero reluciendo esa sonrisa única que la hizo robarse nuestra preferencia, aquella que muchos negamos haberle brindado, pero que sin lugar a dudas la tuvo. Ahora, que la mayoría de expertos afirman que está en constante peligro de tomar la fatal decisión del suicidio, debemos hacer fuerza para que levante cabeza, para que deje de pensar que todo está perdido. Este no es un mensaje del hermano Pablo, esto es real, ella merece una oportunidad, como la mereces tú, que estás leyendo, o aquella persona que conoces, quien cometió tantos errores que hasta la odiaste, pero que, al igual que tú, tiene la virtud de seguir viviendo, y como dice el gran Rubén Blades: mientras hay vida, hay esperanza.

A aquella musa que alguna vez te hizo soñar con mundos de colores, elevar tu adrenalina, darte ganas de bailar, formar una cónica protuberancia en tu pantalón, o por último humedecerlo por completo; dale esa chance que merece, y de seguro no la desaprovechará, como no desaprovechó la oportunidad que la hizo darse a conocer en cada rincón del mundo, y hacer que, ese mismo mundo, la califique como la única y genuina princesa del pop.

Fuerza.