Sábado 8 de Diciembre a las 7:30 a.m.
Mis padres se alistaban para el bautizo de Pepito, el hijo de Gladis, una antigua amiga de la familia. Yo comenzaba a abrir los ojos con un resplandor especial proveniente de mi borrosa ventana. La razón la sabía, pero no la creía. Qué rápido pasaron los meses. Recuerdo como si fuera ayer el caluroso abrazo que le di al flaco Perrin (sí, el de el partido con Paraguay) cuando obtuvo las entradas a Picnic. Qué día tan glorioso. “Hicimos historia”, le dije, y él sonreía (tipo Ronaldinho) mientras su frágil semblante levantaba la mano llamando un taxi: tenía que presentar un trabajo en la universidad y no había avanzado nada por estar casi todo el día haciendo la cola en Ripley. Qué rápido pasó el tiempo.
A las 7:45 a.m.
Me metí a la ducha con extraño apuro. Sabía que el flaco iba a llegar tarde a nuestro punto de encuentro, pero una fuerza interna me decía que por hoy iba a ser la excepción contra las millones de veces que me dejó esperando horas en otras circunstancias universitarias (admito que yo también le hice algunas). Salí “retocado” del baño y me puse lo que encontré. Me eché algo de colonia y bastante desodorante para no espantar a quienes estarían a mis costados cuando aplauda en Zoom o para el “¡olé, olé, olé!… ¡Soda, Soda!”. Qué rápido pasaron los minutos.
Me entretuve un poco con algunos escritos llegados desde Bolivia donde envidiaban la suerte de todos los peruanos al presenciar un evento que ellos, por razones políticas (apostaría), no verán; al menos en esta gira – esperemos que no la última – del afamado trío argentino. Respondí algunos de los e-mails con mensajes de esperanza. La fanaticada allá es grande, vaya que sí.
A las 8:30 a.m.
Tomé mi boleto, lo metí a mi billetera. Salí de casa dejándola sola. Eché llave para sentirme más tranquilo, retiré un billete del cajero, y llegué al paradero con el fin de dirigirme al cruce de la av. Arequipa con 28 de Julio, ahí esperaría hasta la llegada del flaco. Finalmente llegó (tarde como siempre y temprano como nunca) y nos fuimos a la cola. Ya estaba más o menos poblada. Como lo sospeché, había llegado gente en la madrugada para tomar los mejores sitios. A pesar de nuestra relativa tardanza el sitio que tomamos en la mencionada cola no era nada pesimista. Apenas había unas 60 personas delante de nosotros y considerando la anchura de la plataforma me emocioné imaginándome casi en la Cúpula, como los pituquitos. Qué lento empezó a correr el tiempo.
Eran ya casi las 12 del medio día.
El sol era achicharrante y ni los helados bamba ni los periódicos abandonados podían soslayar aquel inclemente calor. A la 1 decidí ir a comer algo. Un arroz con lentejas y pescado, para los machos. Con su ensalada rusa sin sazón ni son, y su respectiva Inca Cola de “luca”. Para a cualquiera, ¿no? Regresé a la cola y la situación se iba tornando tensa. Perrin no quiso almorzar por motivos que no mencionaré por respeto a su estómago y comenzaron a llegar los invitados de honor. Esos que se llevan los premios sin sudar, y los vítores sin aparecer. Sólo están, aunque no sepas dónde, escondidos en una zanja, o metidos entre tus cejas. Esos seres tan insultados y envidiados por tener una conchudez de acero: los colones.
¡Qué calor! El sol no bajaba su intensidad y los colones eran cada vez más insultados. Los policías no sabían qué hacer. Después de todo, no es un delito ser conchudo. Aunque la gente sabe poco de eso, ellos sólo hacen caso a sus maravillosos y primitivos instintos. Finalmente las cosas se calmaron y la espera se volvía desesperante.
Llegaron las 4 de la tarde.
Hicieron su fantasmal aparición dos amigos más de la universidad. Nos caen muy bien, la verdad. Aunque no me pareció ético que se quedaran en nuestros lugares. Estaban bien bañados, sin sudar, pero no recibieron insultos. No me molestó su presencia, más bien fue entretenido volver a verlos desde… mmm… a ver, ¿el partido Perú – Brasil? Sí, desde el 18 del mes pasado no los veía. Y milagrosamente la cola empezó a avanzar.
Los problemas no se hicieron esperar, y los colones más conchudos, esos que no conocían a nadie y sólo aguardaban el mínimo espacio para interponerse entre un incauto y otro, comenzaron a dar gala de sus nefastas habilidades. Los gritos de gente que había presenciado la salida del sol tras la tribuna occidente eran a viva voz, y los inoperantes efectivos (¿?) policiales demostraron su absoluta incapacidad. La cola se hacía cada vez más larga, y la ansiedad cada vez más apetente.
Cuando dieron las 5 de la tarde mi sagrado boleto fue partido en dos.
Finalmente, entramos a toda velocidad, ocupamos un muy buen sitio y la emoción se acrecentó cuando noté la claridad con la que veía el rostro del arreglador de instrumentos que deambulaba por el escenario. “Así de claro veré a Cerati”, pensé, y nos sentamos a fumar luego de encontrarnos con otros amigos que habían estado en la cola antes que nosotros. Así es la vida.
Dieron las 6:30 p.m. de la tarde.
El cielo limeño había adoptado una linda coloración, de esas que sólo toma cuando hay cosas importantes que cobijar. Entre bromas y noticias oficiales avisaban la presentación de Max Castro, Lucía de la Cruz, el dúo Ayacucho y Eva Ayllón. Me pareció poco probable que todas estas estrellas (mal ubicadas como apertura en un concierto de Rock, por cierto) peruanas tuvieran el tiempo necesario para realizar sus actividades musicales, considerando que apenas faltaban 2 horas y media para el puntual inicio del concierto más esperado de los últimos 10 años. Dicho y hecho, no aparecieron todos.
En realidad, sólo los ayacuchanos tuvieron la valentía de dar la cara y tratar de entretener a un exigente y esquivo público. Y como suele suceder, los teloneros fueron repelidos por el respetable ansioso del más esencial rock latinoamericano. Mención honrosa para los provincianos: hicieron lo mejor que pudieron y en San Marcos siempre, pero siempre, serán bienvenidos.
No calculé bien el tiempo que estuvieron en escena, pero dudo que hayan pasado la media hora. Nos quedamos sin música en vivo durante casi dos horas, en las que nos entretuvimos de maneras poco esperadas.
El reloj de mi celular marcaba las 7:00 p.m.
Una extrovertida, intelectual y voluminosa mujer no se hizo problemas para incluirnos en un entretenido juego de rapidez mental. El juego se llama “Fantasma”. ¿Cómo empezó?, casi como una burla. Una total pero sonriente desconocida tuvo la hidalguía de decir “juguemos algo para no aburrirnos”. La extrovertida mujer, quien respondía al nombre de Mane, no tardó en responderle, “ok, juguemos al fantasma, ¿sabes de qué se trata?”. Yo escuchaba atento pero con la mirada en el estrado, cuando mis recuerdos de películas gringas me llevaron a un momento crucial – “le dirá que desaparezca”, pensé mientras me reía en silencio.
Aparentemente, la sonriente muchacha pensó lo mismo, y rió rendida, como sometida ante el inminente chote que iba a recibir. De forma increíble, Mane, le explicó las reglas del juego y para su buena suerte no tenía que desaparecer de su vista. Los aires de tranquilidad volvieron, y bien invitado procedí a jugar con ellas y el, también voluminoso (¿como bueno hablo?), novio de Mane. Comentar lo divertido del juego sería fatal, porque la verdad es que me han dado unas ganas incontrolables de volver a jugarlo. Sólo diré que la pasamos tan bien, que las 2 horas pasaron volando y la espera se nos hizo más corta.
Gracias Mane, aunque después nos traicionaste desde la Cúpula.
Las 8:50 p.m. venían acompañados de gritos.
Un entretenido sketch argentino proyectado en las pantallas gigantes, nos animó a corroborar la fiebre por la “sodamanía”, los comediantes que ahí hicieron algunos de sus chistes ayudaron, y mucho, a soslayar parte de la euforia contenida haciéndonos desfogarla en risas fuertes y bulliciosas. De aquel sketch sólo me queda la imagen del cantante inconcluso y su “algo está por pasar, algo está por venir, algo está por pasar, algo está por venir…”, seguramente mis risas se escucharon hasta Buenos Aires.
9:00 p.m.
Las luces se apagaron, y los gritos femeninos (que son siempre los que más se escuchan en este tipo de congregaciones) hicieron temblar el Nacional. Cerati, Zeta y Charlie salieron al escenario ante la incredulidad de aquellos hinchas, como yo, que jamás los habíamos visto en persona. Tomaron sus posiciones y comenzaron a jugar con nuestra seducción, llevándonos al extremo y haciéndonos sentir en telarañas. Intenté grabar aquel momento con mi inactivo celular japonés, pero el movimiento excesivo de los fans que me rodeaban y sobre todo el mío, evitaron que pudiera tener una grabación digna. Aunque me queda el sonido. El sonido expresa tanto de ese momento que jamás me atrevería a borrar aquel video tan mal grabado por quien escribe.
Las canciones se sucedían una tras otra, y cada una de ellas nos transportaba a mundos distintos. Hoy me preguntaron con qué presentación me quedaría, es decir, cuál fue la canción que más me gustó de la noche del sábado 8 de Diciembre. Luego de una complicadísima crisis de ideas y sensaciones, me decidí por el que quizás fue el momento más impresionante del show: Gustavo Cerati, genio musical, y maestro en el manejo de masas, hizo que todos y cada uno de los asistentes al José Díaz, encendiera cualquier cosa que pudiera encender, sea un encendedor, un celular, un láser o una bomba molotov, todos debíamos encender algo, y así lo hicimos. Irónica y acertadamente se apagaron las luces del escenario.
Cuando eché un vistazo a las tribunas no lo podía creer, era como estar en una hermosa constelación. Soda creó un ambiente único, como la banda, y rompió la oscuridad con sus luces púrpura, y el melancólico sonar de su guitarra eléctrica anunciando uno de sus mejores temas: “Fue”. Y fue… lejos, el momento más memorable de mi vida como amante de la música.
Otros momentos gratos fueron protagonizados por el, a veces incomprendido, pero siempre respetable público. Dentro del cual me incluyo, por supuesto. En los dos breaks que Soda se tomó, no los dejamos de llamar con nuestras barras, con esos vítores que los artistas tanto adoran, y que jamás olvidan. El público estuvo metido las 2 horas y media que duró el extraordinario concierto, y el mismo Cerati parecía, a ratos, no creerse tanta adoración de un público que no veían desde hacía tantos años.
Poco faltaba para la media noche.
Al terminar el concierto llegó el clásico abrazo de la justamente llamada “Trilogía del Rock”, y por más de que nos esperanzamos en que volvieran a salir, tuvimos que recordar que son seres humanos, como nosotros, y que al igual que nosotros, ellos también necesitaban un merecido descanso después del éxtasis.
A las 12 de la noche.
Salimos después de una tumultuosa travesía en la que los llamados “bolsillistas” quisieron ser protagonistas eximios. Felizmente por mi lado no hubo mayores perdidas, aunque poco faltó.
Salimos del estadio con las voces roncas, y el cansancio de un soldado guerrero que luchó hasta el último para cumplir su sueño de paz. Abrazados como borrachos, el flaco y yo fuimos por unas gaseosas, y emprendimos caminata hasta la avenida Javier Prado, donde tomamos los respectivos y caros taxis que nos llevarían a nuestros lugares de siempre. Obviamente, nada sería igual.
A la 1:30 a.m.
Abrí la puerta de mi casa, tomé la poca gaseosa que me dejaron, fui al baño a lavarme y luego saludé a mi vieja y a mi hermana, quienes no tardaron en notar mi espléndido semblante de felicidad. A duras penas les pregunté por el bautizo, todo había salido bien. Pero yo seguía allá, mi mente aún no había salido del José Díaz, seguía vibrando con Soda, con la gente, con Perrin, con Julio y Verónica, con Pierina y sus amigos del trabajo, con Helen, con la chica sonriente, con Mane en la Cúpula, con su novio y con todos los elementos que, juntos, dieron a luz la experiencia más vertiginosa e inolvidable de mi vida.
Al llegar a mi cama ni siquiera tuve fuerzas para cambiarme de ropa. Revisé mi bolsillo trasero, y encontré la parte que me quedó del boleto Picnic que con tanto sacrificio logré comprar: “esto, y mis recuerdos, los pondré en un cuadro” – pensé, y me quedé profundamente dormido.
Gracias totales, Soda Stereo.
Lunes, 10 de Diciembre del 2007.
Mis padres se alistaban para el bautizo de Pepito, el hijo de Gladis, una antigua amiga de la familia. Yo comenzaba a abrir los ojos con un resplandor especial proveniente de mi borrosa ventana. La razón la sabía, pero no la creía. Qué rápido pasaron los meses. Recuerdo como si fuera ayer el caluroso abrazo que le di al flaco Perrin (sí, el de el partido con Paraguay) cuando obtuvo las entradas a Picnic. Qué día tan glorioso. “Hicimos historia”, le dije, y él sonreía (tipo Ronaldinho) mientras su frágil semblante levantaba la mano llamando un taxi: tenía que presentar un trabajo en la universidad y no había avanzado nada por estar casi todo el día haciendo la cola en Ripley. Qué rápido pasó el tiempo.
A las 7:45 a.m.
Me metí a la ducha con extraño apuro. Sabía que el flaco iba a llegar tarde a nuestro punto de encuentro, pero una fuerza interna me decía que por hoy iba a ser la excepción contra las millones de veces que me dejó esperando horas en otras circunstancias universitarias (admito que yo también le hice algunas). Salí “retocado” del baño y me puse lo que encontré. Me eché algo de colonia y bastante desodorante para no espantar a quienes estarían a mis costados cuando aplauda en Zoom o para el “¡olé, olé, olé!… ¡Soda, Soda!”. Qué rápido pasaron los minutos.
Me entretuve un poco con algunos escritos llegados desde Bolivia donde envidiaban la suerte de todos los peruanos al presenciar un evento que ellos, por razones políticas (apostaría), no verán; al menos en esta gira – esperemos que no la última – del afamado trío argentino. Respondí algunos de los e-mails con mensajes de esperanza. La fanaticada allá es grande, vaya que sí.
A las 8:30 a.m.
Tomé mi boleto, lo metí a mi billetera. Salí de casa dejándola sola. Eché llave para sentirme más tranquilo, retiré un billete del cajero, y llegué al paradero con el fin de dirigirme al cruce de la av. Arequipa con 28 de Julio, ahí esperaría hasta la llegada del flaco. Finalmente llegó (tarde como siempre y temprano como nunca) y nos fuimos a la cola. Ya estaba más o menos poblada. Como lo sospeché, había llegado gente en la madrugada para tomar los mejores sitios. A pesar de nuestra relativa tardanza el sitio que tomamos en la mencionada cola no era nada pesimista. Apenas había unas 60 personas delante de nosotros y considerando la anchura de la plataforma me emocioné imaginándome casi en la Cúpula, como los pituquitos. Qué lento empezó a correr el tiempo.
Así lució el Estadio Nacional la noche del 08 de diciembre de 2007. |
El sol era achicharrante y ni los helados bamba ni los periódicos abandonados podían soslayar aquel inclemente calor. A la 1 decidí ir a comer algo. Un arroz con lentejas y pescado, para los machos. Con su ensalada rusa sin sazón ni son, y su respectiva Inca Cola de “luca”. Para a cualquiera, ¿no? Regresé a la cola y la situación se iba tornando tensa. Perrin no quiso almorzar por motivos que no mencionaré por respeto a su estómago y comenzaron a llegar los invitados de honor. Esos que se llevan los premios sin sudar, y los vítores sin aparecer. Sólo están, aunque no sepas dónde, escondidos en una zanja, o metidos entre tus cejas. Esos seres tan insultados y envidiados por tener una conchudez de acero: los colones.
¡Qué calor! El sol no bajaba su intensidad y los colones eran cada vez más insultados. Los policías no sabían qué hacer. Después de todo, no es un delito ser conchudo. Aunque la gente sabe poco de eso, ellos sólo hacen caso a sus maravillosos y primitivos instintos. Finalmente las cosas se calmaron y la espera se volvía desesperante.
Llegaron las 4 de la tarde.
Hicieron su fantasmal aparición dos amigos más de la universidad. Nos caen muy bien, la verdad. Aunque no me pareció ético que se quedaran en nuestros lugares. Estaban bien bañados, sin sudar, pero no recibieron insultos. No me molestó su presencia, más bien fue entretenido volver a verlos desde… mmm… a ver, ¿el partido Perú – Brasil? Sí, desde el 18 del mes pasado no los veía. Y milagrosamente la cola empezó a avanzar.
Los problemas no se hicieron esperar, y los colones más conchudos, esos que no conocían a nadie y sólo aguardaban el mínimo espacio para interponerse entre un incauto y otro, comenzaron a dar gala de sus nefastas habilidades. Los gritos de gente que había presenciado la salida del sol tras la tribuna occidente eran a viva voz, y los inoperantes efectivos (¿?) policiales demostraron su absoluta incapacidad. La cola se hacía cada vez más larga, y la ansiedad cada vez más apetente.
Cuando dieron las 5 de la tarde mi sagrado boleto fue partido en dos.
Finalmente, entramos a toda velocidad, ocupamos un muy buen sitio y la emoción se acrecentó cuando noté la claridad con la que veía el rostro del arreglador de instrumentos que deambulaba por el escenario. “Así de claro veré a Cerati”, pensé, y nos sentamos a fumar luego de encontrarnos con otros amigos que habían estado en la cola antes que nosotros. Así es la vida.
Dieron las 6:30 p.m. de la tarde.
El cielo limeño había adoptado una linda coloración, de esas que sólo toma cuando hay cosas importantes que cobijar. Entre bromas y noticias oficiales avisaban la presentación de Max Castro, Lucía de la Cruz, el dúo Ayacucho y Eva Ayllón. Me pareció poco probable que todas estas estrellas (mal ubicadas como apertura en un concierto de Rock, por cierto) peruanas tuvieran el tiempo necesario para realizar sus actividades musicales, considerando que apenas faltaban 2 horas y media para el puntual inicio del concierto más esperado de los últimos 10 años. Dicho y hecho, no aparecieron todos.
En realidad, sólo los ayacuchanos tuvieron la valentía de dar la cara y tratar de entretener a un exigente y esquivo público. Y como suele suceder, los teloneros fueron repelidos por el respetable ansioso del más esencial rock latinoamericano. Mención honrosa para los provincianos: hicieron lo mejor que pudieron y en San Marcos siempre, pero siempre, serán bienvenidos.
No calculé bien el tiempo que estuvieron en escena, pero dudo que hayan pasado la media hora. Nos quedamos sin música en vivo durante casi dos horas, en las que nos entretuvimos de maneras poco esperadas.
El reloj de mi celular marcaba las 7:00 p.m.
Una extrovertida, intelectual y voluminosa mujer no se hizo problemas para incluirnos en un entretenido juego de rapidez mental. El juego se llama “Fantasma”. ¿Cómo empezó?, casi como una burla. Una total pero sonriente desconocida tuvo la hidalguía de decir “juguemos algo para no aburrirnos”. La extrovertida mujer, quien respondía al nombre de Mane, no tardó en responderle, “ok, juguemos al fantasma, ¿sabes de qué se trata?”. Yo escuchaba atento pero con la mirada en el estrado, cuando mis recuerdos de películas gringas me llevaron a un momento crucial – “le dirá que desaparezca”, pensé mientras me reía en silencio.
Aparentemente, la sonriente muchacha pensó lo mismo, y rió rendida, como sometida ante el inminente chote que iba a recibir. De forma increíble, Mane, le explicó las reglas del juego y para su buena suerte no tenía que desaparecer de su vista. Los aires de tranquilidad volvieron, y bien invitado procedí a jugar con ellas y el, también voluminoso (¿como bueno hablo?), novio de Mane. Comentar lo divertido del juego sería fatal, porque la verdad es que me han dado unas ganas incontrolables de volver a jugarlo. Sólo diré que la pasamos tan bien, que las 2 horas pasaron volando y la espera se nos hizo más corta.
Gracias Mane, aunque después nos traicionaste desde la Cúpula.
Las 8:50 p.m. venían acompañados de gritos.
Un entretenido sketch argentino proyectado en las pantallas gigantes, nos animó a corroborar la fiebre por la “sodamanía”, los comediantes que ahí hicieron algunos de sus chistes ayudaron, y mucho, a soslayar parte de la euforia contenida haciéndonos desfogarla en risas fuertes y bulliciosas. De aquel sketch sólo me queda la imagen del cantante inconcluso y su “algo está por pasar, algo está por venir, algo está por pasar, algo está por venir…”, seguramente mis risas se escucharon hasta Buenos Aires.
9:00 p.m.
Las luces se apagaron, y los gritos femeninos (que son siempre los que más se escuchan en este tipo de congregaciones) hicieron temblar el Nacional. Cerati, Zeta y Charlie salieron al escenario ante la incredulidad de aquellos hinchas, como yo, que jamás los habíamos visto en persona. Tomaron sus posiciones y comenzaron a jugar con nuestra seducción, llevándonos al extremo y haciéndonos sentir en telarañas. Intenté grabar aquel momento con mi inactivo celular japonés, pero el movimiento excesivo de los fans que me rodeaban y sobre todo el mío, evitaron que pudiera tener una grabación digna. Aunque me queda el sonido. El sonido expresa tanto de ese momento que jamás me atrevería a borrar aquel video tan mal grabado por quien escribe.
Las canciones se sucedían una tras otra, y cada una de ellas nos transportaba a mundos distintos. Hoy me preguntaron con qué presentación me quedaría, es decir, cuál fue la canción que más me gustó de la noche del sábado 8 de Diciembre. Luego de una complicadísima crisis de ideas y sensaciones, me decidí por el que quizás fue el momento más impresionante del show: Gustavo Cerati, genio musical, y maestro en el manejo de masas, hizo que todos y cada uno de los asistentes al José Díaz, encendiera cualquier cosa que pudiera encender, sea un encendedor, un celular, un láser o una bomba molotov, todos debíamos encender algo, y así lo hicimos. Irónica y acertadamente se apagaron las luces del escenario.
Cuando eché un vistazo a las tribunas no lo podía creer, era como estar en una hermosa constelación. Soda creó un ambiente único, como la banda, y rompió la oscuridad con sus luces púrpura, y el melancólico sonar de su guitarra eléctrica anunciando uno de sus mejores temas: “Fue”. Y fue… lejos, el momento más memorable de mi vida como amante de la música.
Otros momentos gratos fueron protagonizados por el, a veces incomprendido, pero siempre respetable público. Dentro del cual me incluyo, por supuesto. En los dos breaks que Soda se tomó, no los dejamos de llamar con nuestras barras, con esos vítores que los artistas tanto adoran, y que jamás olvidan. El público estuvo metido las 2 horas y media que duró el extraordinario concierto, y el mismo Cerati parecía, a ratos, no creerse tanta adoración de un público que no veían desde hacía tantos años.
Gustavo Cerati. |
Al terminar el concierto llegó el clásico abrazo de la justamente llamada “Trilogía del Rock”, y por más de que nos esperanzamos en que volvieran a salir, tuvimos que recordar que son seres humanos, como nosotros, y que al igual que nosotros, ellos también necesitaban un merecido descanso después del éxtasis.
A las 12 de la noche.
Salimos después de una tumultuosa travesía en la que los llamados “bolsillistas” quisieron ser protagonistas eximios. Felizmente por mi lado no hubo mayores perdidas, aunque poco faltó.
Salimos del estadio con las voces roncas, y el cansancio de un soldado guerrero que luchó hasta el último para cumplir su sueño de paz. Abrazados como borrachos, el flaco y yo fuimos por unas gaseosas, y emprendimos caminata hasta la avenida Javier Prado, donde tomamos los respectivos y caros taxis que nos llevarían a nuestros lugares de siempre. Obviamente, nada sería igual.
A la 1:30 a.m.
Abrí la puerta de mi casa, tomé la poca gaseosa que me dejaron, fui al baño a lavarme y luego saludé a mi vieja y a mi hermana, quienes no tardaron en notar mi espléndido semblante de felicidad. A duras penas les pregunté por el bautizo, todo había salido bien. Pero yo seguía allá, mi mente aún no había salido del José Díaz, seguía vibrando con Soda, con la gente, con Perrin, con Julio y Verónica, con Pierina y sus amigos del trabajo, con Helen, con la chica sonriente, con Mane en la Cúpula, con su novio y con todos los elementos que, juntos, dieron a luz la experiencia más vertiginosa e inolvidable de mi vida.
Al llegar a mi cama ni siquiera tuve fuerzas para cambiarme de ropa. Revisé mi bolsillo trasero, y encontré la parte que me quedó del boleto Picnic que con tanto sacrificio logré comprar: “esto, y mis recuerdos, los pondré en un cuadro” – pensé, y me quedé profundamente dormido.
Gracias totales, Soda Stereo.
Lunes, 10 de Diciembre del 2007.
Me encanta tu manera de escribir, describes todos los detalles. Yo tb he ido a conciertos y el de soda aqui en bogota estuvo excelente, espero q te hayas divertido tanto como yo.
ResponderEliminargran dia! quedará tatuado en el esplandor de mis recuerdos..desde la llegada inesperada de "mi" musa..hasta el ultimo suspiro vocal de Cerati.
ResponderEliminarLa hicimos compare.
Ufff que concierto áquel, todavía me recuerdo divertido, ebrio y en contacto humano con los sobacos de las señoritas, que parecían coños cerrados, o frotándome por detrás, el paquete abultado sobre sus nalgas morenas de latinas con ritmo. Soda Stereo siempre siempre (o casi nunca) serán los mejores que he escuchado jamás. Estoy muy contento de haber ido a ese concierto, fue la mejor expeirnecia de mi vida, me encantan los sobacos de las chicas de verdad, me parecen coños que quiero besar, lamer, acaricia ¡OH, COÑOS DEL MUNDO, SOLO VOSOTROS SABÉIS LO QUE ES NUNCA TENER HAMBRE! Las canciones todas estupendas. Hubo un momento en el que estaba en medio de muchas mujeres y todas subieron los brazos al cielo por una canción -no recuerdo cual- y entonces, te juro juro juro rejuro, que me sentí en el jodido paraíso de Adán y Eva sin la serpiente. ¡Cuantos coños! Frescos, delicados, oscuros, espolvoreados de café, algunos con un poco de vello asomando su cabeza, otros depilados hasta el hueso: todos ellos coños afables, dulces, esponjosos. En fin, ojalá pueda volver. Pero no lo creo, mi madre era la que me pagaba los conciertos y murió al caérsele un tractor encima hace dos años, en 2012. La encontré yo mismo, en su sangre y sus tripas. Estaba calentita, había un hedor dulzón y por mucho que traté de buscarlo no encontré sus axilas entre tanto estropicio. Quería mucho a mi madre. Ella fue la que me enseñó a mover lso dedos de los pies cada uno por su cuenta, es un talento con el que he seducido a muchas mujeres.
ResponderEliminarbueno, nada más, te dejo con este poema que hice tras el concierto:
la gente salta
suda, se oscurece
bajo la sombra de un cielo nublado.
Empieza la música, todos juntos
miramos el escenario elemental
y ahí están, a mi alrededor
tantos coños-axilas como jamás pude desear
no podré tenerlos todos
pero podré tocar algunos.