martes, 25 de diciembre de 2007

¿La Lima de Papá Noel?


¿Realmente cumplimos con la navidad?
Nunca he escrito sobre la navidad, en realidad soy de los que piensan que la intromisión gringa le ha ganado, y por goleada, a la creencia religiosa sobre el nacimiento de Jesús y su respectiva celebración anual. Por ende trato de tomar la navidad como un simple ‘día especial’ a diferencia de mis años infantes cuando el 25 de Diciembre era la fecha con la que soñaba todas mis noches, y procuraba ser un niño de bien para conseguir algún buen regalo que entretuviera mis merecidas vacaciones de verano. Hoy en día las cosas son tan distintas que la palabra “pesimista” me quedaría chica. Coincido con el común de limeños en que la navidad tiene un toque distinto al resto de días, más allá del horrendo tráfico y la infartante demanda de chucherías típica de los capitalinos, no acostumbrados a manejar grandes cantidades de dinero. Pero la pura verdad es que ya no tengo esa sensación de alegría que me causaban las luces, el olor a pólvora y a pavo horneado. ¿Será que me estoy haciendo viejo?, podría ser, no descarto esa noble posibilidad, aunque un factor que pudo haber influido en ese desinfle de emociones hacia la navidad, es el comportamiento de la sociedad por esas fechas.

Cuando uno es niño no lo nota. Vas por la calle de la mano de tu papá o mamá, viendo otros niños jugando por doquier, en bicicletas o skateboards (ahora scooters), reventando cuetecillos, huyendo de calaveras, o luciendo una inocente chispita mariposa. Ves todo tan bello, tan fantasioso – “yo también quiero (papi) mami” – habremos dicho señalando alguno de esos artilugios detonantes, y nuestros padres, como siempre consentidores, habrán atinado a darnos esos deseados 2 o 5 soles para ir corriendo a la tienda a comprarlos. Qué tiempos. Qué navidades. Pues ahora la situación es distinta cuando se ve desde un punto de vista adulto. Los cuetecillos que tanto te fascinaban de niño, ahora te fastidian, te hacen brincar en tu sitio, los quieres apagar, a los cuetes y a los chiquillos que los encienden. La edad cambia mucho las cosas, las vivencias te hacen más intolerante, y hasta más vanidoso. Corrompes tu propia esencia, porque el niño de tu interior aún quiere salir con los otros niñitos a seguir reventando cuetes, o lanzando tronadores, pero como sabes que no puedes simplemente te la desquitas fingiendo odiarlos: sólo es envidia. Una vez que experimenté esos cambios internos, comencé a experimentar los externos al ver a la sociedad limeña ir en total contra de lo que significa la navidad. Al echar un vistazo a los grandes mercados limeños mi concepción de las sonadas letras “noche de paz, noche de amor…” comenzaban a esfumarse con suma cadencia por el aire. Caras sucias, malhumoradas, traumatizadas, irritadas e irritantes, sencillamente espantosas y repulsivas, insultos por doquier, en los autos, en las combies, en los taxis… tráficos descontrolados de todo tipo que sólo delatan la razón por la cual estamos tan cagados.

Cuando me di cuenta de todo este sub-mundo que encierra la mayor fiesta cristiana en nuestra capital simplemente me pregunté: “¿y la unión?, ¿y la paz?” – todo eso no existe. En Lima la navidad significa lucha, lucha por saber qué taxi o combie gana más pasajeros, lucha por conseguir mejores precios para los juguetes, lucha por aumentarlos y ganar más dinero, lucha por conseguir un mejor lugar de estacionamiento, lucha por cobrar cada vez más en cualquier producto o servicio ofertado, lucha por complacer hijos, hermanos, padres, amigos, enamoradas (os) o cualquier persona importante en nuestras vidas, deseosos de tener un regalo decente, mínimo inolvidable. Toda esa atmósfera llena de mala onda, llena de hedores insoportables, de tensión, es la que nos recubre en navidad. Es la realidad de una ciudad que, supuestamente, debería ser la más civilizada del país, pero que demuestra lo contrario con total facilidad ante los ojos de cualquiera que venga de afuera. El caos es lo primordial en una navidad limeña, y los niños, en sus casas mirando a todos lados, esperando la llegada de Santa mientras escuchan las agudas melodías de las tarjetas navideñas e inundándose la vista con las escandalosas luces del árbol de navidad, están absolutamente apartados de esa cruda situación. Finalmente, cuando los padres llegan a casa, la misión ha sido cumplida. El comando puede descansar tranquilamente, comer su pavo, o pollo, según ocasión, gustos o posibilidades; una satisfacción merecida después de una verdadera epopeya en la que el “criollismo” peruano fue llevado a un nivel extremo. Sino que te cuente tu papá cómo hizo para conseguir tan buen sitio en la cola de la caja, o tan buen lugar en el estacionamiento de la tienda. Cualquier niño creyente en Papá Noel podría hacerse la siguiente extraordinaria e inocua pregunta: “¿es esta la Lima que quiere Papá Noel?”

En fin. A pesar de todo lo relatado, y como lo dije anteriormente, la navidad no ha perdido (hasta hoy, aunque dudo mucho que lo pierda en el futuro) ese toque que la hace tan especial, y tan esperada. Un ente interno siempre nos provoca cierto escalofrío cada vez que estas fechas se acercan, y es que no debemos subestimar el poder de la sugestión, por más idealistas y tercos que seamos. Siempre surge algo que recordar en diciembre. Al menos en mi caso, esta es la primera navidad en la cual económicamente he podido hacer lo que usualmente hacen mis primos mayores: hacerme cargo de gastos realmente significativos en lo que a regalos y preparativos tradicionales se refiere. Eso me dio un cierto aire de independencia, aunque debo decir que aún me siento lejos de seguir esa maravillosa palabra a cabalidad, puesto que sigo viviendo con mis padres. En todo caso, me he sentido más cerca que otras veces. Sin lugar a dudas ha sido un año duro, pero con tremendas mejorías e inesperadas sorpresas que relataré conforme vayan brotando mis ideas. Por lo pronto les deseo (aunque tal vez tardíamente) a ustedes, mis pocos pero queridísimos lectores, una muy feliz navidad. Que el caos capitalino no manche su arbolito, o desarregle su nacimiento. Y que los regalos sean los que esperaban, o al menos no lo que no querían. Y si no les llegó ningún regalo tienen mi permiso para apelar al criollismo más lisuriento y soltar el “¡Qué chucha!” más poderoso que jamás hayan soltado.

No sé si este sea mi último post del año, va a depender mucho de los próximos días en los que, de hecho, tendré más de una cosa que hacer. Sin embargo, por si las moscas, les deseo también una buena fiesta de año nuevo. Aunque sanamente recomiendo que se queden en sus casas, con un buen vino al costado, viendo los mejores goles del 2007 o una buena película.

Después de un año tan incómodo, no hay mejor forma de recibir el nuevo año que estando lo más cómodo posible.

lunes, 17 de diciembre de 2007

Entre Marte y Venus (Parte III)


El odioso cartelito del “amigo nomás”

Llego a mi casa después del trabajo, me pongo algo más cómodo, prendo la PC y entro al MSN con la esperanza de encontrar a alguien con quien conversar fluidamente. Me encuentro con una amiga que no veo desde hace muchos años y con la cual tuve un bochornoso incidente que nos separó desde ese entonces. Sí, señores, adivinaron: me le mandé y no me aceptó. ¿Qué más puedo decir?, bueno hay mucho que desglosar.

Para comenzar me gustaría reafirmar que, como he dicho en post anteriores, me he mandado a muchas chicas a lo largo de mi vida. Podría calcular fácilmente unas 50 chicas, de las cuales sólo me acepto un honroso 20%. Haciendo matemáticas simples se puede vislumbrar la cantidad de enamoradas (criollamente llamadas: “firmes”) que he tenido hasta el día de hoy. Es tácito que aquellas chicas que tuvieron la valentía de aceptar a este servidor significaron mucho en mi vida, que acumularon en mi bagaje experiencias inolvidables, no siempre agradables pero a menudo encerrando enseñanzas que me harían más fuerte, y más preparado para próximos retos amorosos. Pero el núcleo de este post es saber lo que sucedió con el 80% que rechazó mis propuestas, y que dejó a mi corazón dando vueltas como trompo.

Para nadie es secreto que las mujeres tienen una habilidad especial para el manejo del factor “hombres”. Saben lo que deben hacer, aunque carezcan de mayor experiencia, al momento de conquistar, engatusar, encaprichar, obsesionar, o por último, rechazar a algún incauto muchacho. Y Pamela (pseudónimo, no te asustes), la chica que me encontré anoche en el MSN, es un verdadero “símbolo” de ese extraño y oculto arte que las féminas tan magníficamente manejan. Me contaba ella, durante el tiempo que estuvimos estudiando juntos en la academia, que la afanaban de 10 a 25 chicos al mismo tiempo. Al 99.9% de todos ellos, ella sólo los quería como amigos y nada más, sin embargo dejaba que la afanen, que los imberbes hombrecitos, rebosantes de hormonas, soltaran sus frases y palabras más bonitas, que aumentaran su ego, y que le dieran regalos. Y siempre, al final de cada salida con ellos, se despedía diciendo: “gracias por todo, amigo”, y listo. Había ganado, una vez más, la polivalente batalla de la seducción. Vean ustedes, no era una jugadora, o al menos no cumplía con el concepto que tengo de lo que es una jugadora: aquella chica que está con varios chicos al mismo tiempo. Pamela no se ensuciaba los labios con besos no deseados. Tampoco se comprometía con promesas falsas. Ella simplemente salía con sus desesperados y reprimidos afanadores, proporcionándoles horas de entretenimiento garantizadas (siempre tiene tema de conversación, está bien informada y bien leída) y la facilidad ficticia de poder lucirse con una bella chica por las variopintas calles limeñas. Ya en su casa, por las noches, contaba con aires maléficos los regalos y cartas recibidos, y administraba perfectamente los rótulos que le colocaba cruelmente a cada uno de sus pretendientes: para prácticamente todos, el cartel decía “amigo nomás”.

Gracias a Pamela comencé a comprender mejor el extraño mundo de las mujeres y me imagino que, de haber una especie de comunidad femenina estilo “el pentágono”, sería considerada una traidora por revelarme algunos de sus más complejos secretos. De todos ellos, el que más me llamó la atención fue el de los “rótulos”. Esos rótulos con los que a veces nos jugamos en broma (“oe gordo chato, flaco, mitrón, etc., ella te ve como amiguito nomás, entiende, ¡JA, JA, JA!” – ¿ven a lo que me refiero?), pero que son reales, y ocultan la más malévola misión que el, mal llamado, “sexo débil” deberá cumplir, al menos antes de salir embarazada y condenar su vida a la servidumbre (aclaración: no comparto el machismo, pero soy conciente de que al menos en nuestro país, de cada 10 mujeres 7 terminan siendo prácticamente empleadas del hogar por el resto de sus vidas). A pesar de todos estos comentarios no tardé en experimentar una atracción hacia esa interesante combinación de dulzura y maldad que encerraba Pamela. Y por más que sabía de todas sus triquiñuelas para sacar la mayor ventaja de todos los hombres que de ella se enamoraban, terminé, al igual que ellos, enamorándome perdidamente de ella. No se lo dije así nada más. Ahí sí tuve cuidado. Traté, más bien, de esperar aunque sea la más mínima insinuación de que yo le parecía diferente a todos los demás. Claro, no creo que a los demás les haya contado lo que hacía con ellos (o sí) y eso me daba ciertos aires de ser “el distinto” en su lista de amigos y afanes – la cual seguro era una sola lista.

Por mucho que esperé por esas insinuaciones, jamás llegaron, y fue lamentable darme con la desagradable sorpresa (¿?) de que no le gustaba, o al menos, de que si le gustaba no lo demostraría como buena astuta que es. Pero la esperanza en mí no moría a pesar de la adversidad, y sujetándome de mi teoría de “el distinto” no paré hasta mandarme un día de Febrero frente al otrora Parque de la Reserva y hoy, Parque de las Piletas. La respuesta fue clara y contundente: “ay, Rubencito, tú eres mi amigo nomás” – y esbozó una sonrisa diabólica aunque de las más bellas que haya visto. En ese momento me di cuenta de que el rótulo de “amigo nomás” es algo que todas las mujeres utilizan y que uno no se puede sacar así nada más. Es casi un tatuaje que se dibuja entre tu piel y tus músculos, no puedes ni siquiera verlo, pero ellas sí, lo tienen bien presente y cada vez que te ven, sea en las mañanas con un “buenos días”, o en la noche con un “hasta mañana” lo que más resalta en los desafortunados rotulados es ese maldito cartel: “SOY TU AMIGUITO, NADA MAS”, y eso les da seguridad, les da confianza para ir con mejores ánimos a sus verdaderas batallas, las que libran con los pocos o muchos, pero OTROS, hombres que sí les gustan o por los que sí se sienten atraídas.

A veces creo que las mujeres se resisten orgullosamente al hecho de dejarse conquistar, es decir, en todo el sentido de la palabra. Soportan la presión de no sacarnos el rótulo aunque en el fondo piensen que podemos ser los hombres de sus vidas, ¿por qué?, porque prefieren tener un esclavo, a ser esclavas de sí mismas. Esa es mi teoría (como todo, con sus debidas excepciones, por supuesto) y hasta ahora no ha habido mujer que me la pueda contrariar. Y es que, si bien es cierto, las mujeres tienen ciertas habilidades ocultas para manejar bien el juego de la seducción y el cortejo, la estadística dice que son ellas las que sufren más que los hombres en lo que a temas del amor se refiere. Las mujeres, una vez que se enamoran, cambian radicalmente su postura calculadora y fría y se vuelven engreidoras, cálidas y confiables; maravillosos refugios rebalsando cariño en cada momento. Entregan todo de sí, y en eso los hombres sólo tenemos que aplaudir, porque nuestra personalidad distraída jamás podría compararse a la detallista visión de una chica enamorada, quien tratará siempre de cubrir cada vacío, cada carencia que su hombre amado tenga. Y por todo eso, cuando hay una decepción amorosa (vale aclarar, post – cortejo) ellas son las que más sufren y concluyo que eso las hace esclavas de sí mismas. Cuando ellas dicen “éste es” y se embarcan en una relación amorosa, saben que se juegan mucho, en realidad, se juegan todo, incluyendo el orgullo y la reputación. Los hombres, en cambio, podemos experimentar sufrimiento y sensaciones complicadas, pero nunca nos asemejaremos, en lo más mínimo, al universo de engorrosos sentimientos que se encuentra dentro de una mujer. Por eso sufrimos menos, por eso ellas sufren más. Y gracias a eso es que ellas han adoptado los modos manipuladores que con el tiempo han ido amoldando según las necesidades sociales que las contextúen.

Como reflexión final quedará lo siguiente: para mí sigue siendo injusto el trato que les dan las mujeres a sus pretendientes, primero, porque lo que deberían sentir al momento de enterarse de que aquel chico, tímido o no, siente una atracción por ellas, o siente algo especial que podría convertirse en amor, es a-gra-de-ci-mien-to. Sí, agradecimiento; las mujeres deberían de agradecer a cada hombre que se haya fijado en ellas – para una relación seria, obviamente – y no brindarles el pésimo trato que muchas de ellas, con aires de divas, les dan inexorablemente. Lo más probable es que las féminas que hayan leído la última línea que acabo de postear se estarán preguntando, “¿y yo por qué debo agradecer?” Pensemos por un instante. En este país, y creo que en todo el planeta, la proporción de hombres a mujeres es de 1 a 4, por lo tanto si alguno de nosotros nos fijamos en alguna de ustedes quiere decir que las elegimos entre 4 posibles candidatas, lo que deben agradecer, ya que como las elegimos a ustedes también pudimos elegir a otras. Con toda la buena fe del mundo. No lo digo yo, lo dice la estadística.

Segundo, nuestra postura distraída del mundo, a diferencia de las femeninas técnicas controladoras de situaciones, es totalmente natural y genuina. Es decir, nace con nosotros, y por ende no tenemos la culpa de ser de esa manera que tanto odian las mujeres. Ellas también nacen con predisposiciones pero, señoras, a mí no me engañan, las técnicas manipuladoras las han ido aprendiendo de generación en generación; posturas totalmente sociales que se engendraron con la errónea y primigenia idea de que a las mujeres hay que conquistarlas, en lugar de formar una teoría equitativa que hubiese favorecido a ambos sexos.

Y tercero: deberían olvidarse de los horribles rótulos. Si echan otro vistazo a las estadísticas me gustaría que le tomen especial atención a la cantidad de relaciones conyugales o matrimoniales que realmente triunfan sobre la adversidad. Diciéndolo de otra forma, ¿cuántas personas de las que eligen parejas sobre otros pretendientes llegan a ser realmente felices?, si vieron el número, ¿no les parece alarmante?, digamos que de 10 parejas sólo 1 logra una felicidad completa (y esto es, con sus respectivas dudas), yo pregunto: ¿no está sucediendo algo extraño aquí?, los hombres elegimos cualquier mujer que nos guste, pero las mujeres son las que se jactan de ser selectivas, ¿verdad?, ¿no estarán eligiendo mal a sus parejas?, yo creo que algo de eso debe de haber. Si tanto se equivocan presumo que puede ser por la increíble reducción de universo selectivo que hacen (tal vez involuntariamente, sólo por satisfacer sus egos) al colocarnos rótulos tan ridículos como el “amigo nomás” o el “posible si se arregla” (ahondaré en los rótulos en otro post, lo prometo). Si dejaran de lado ese tipo de etiquetamiento su universo sería más amplio, y en ese “amiguito” que dicen tener, podrían encontrar a la persona con la que serían felices por muy buen tiempo, y ¿por qué no?, de por vida. Es hora de que comiencen a pensar mejor las cosas, la selección es necesaria, pero hay que tener criterio; tengamos en cuenta que muchos de esos decepcionados chicos terminan involucrándose con las chicas equivocadas, precisamente porque las que tal vez eran sus chicas ideales, perdieron la chance de comenzar algo bello solamente por vanidad.

Mientras culminaba de conversar con Pamela anoche, iba pensando en decirle todo lo que escribí en este post. Me hubiese arriesgado a que me mandara al diablo, o quizás a que me diga que las cosas han cambiado y que ya no tiene esas costumbres (con todo su derecho, por cierto). Preferí no hacerlo con el único afán de concentrarme mejor en escribir estas palabras, sin resentimientos que pudieran obstruir mi fluidez de ideas, mas es mi obligación pasarle el link una vez que lo haya posteado, y si eso llega a realizar un cambio positivo ya sea en su vida, o en la de su actual novio, mi misión habrá sido cumplida.

A ustedes, nuestras musas de siempre, les dejo la última palabra.

martes, 11 de diciembre de 2007

Por ellos, aunque mal paguen


Es penoso escribir sobre este tema, y es que la verdad mis ilusiones con la selección habían aumentado desde que se hizo público el buen desempeño de nuestros futbolistas que radican en Europa, la decisión de contratar a un técnico joven, innovador e inteligente al mando del equipo, las ganas y el ambiente que se iba formando, y todos aquellos elementos que avizoré desde que la atención futbolera peruana se centró en la popular y desdeñada “blanquiroja”. En fin, ya han pasado meses desde aquel inicio de mi ilusión, aquella ilusión que me permitía ver a Jefferson anotando goles en un mundial, a Guerrero peleando con defensas altos y colorados, a Pizarro ganándole en el juego aéreo a los jugadores más aguerridos del mundo, a Solano deslumbrando con su técnica a los cientos de países que lo verían jugar, al “loco” Vargas sudando hasta la última gota de sudor para llegar lo más lejos posible en un certamen totalmente imaginario. Bueno, no tanto, porque existirá, lo veré por televisión, pero la selección peruana no estará en aquella junta de selecciones luchadoras y respetables llamada “Mundial de Fútbol”, no estará, precisamente, porque no es una selección luchadora, mucho menos respetable.

No estará porque sus jugadores no están comprometidos con su bandera, porque no sueñan tanto como el hincha que escribe, o como tantos otros hinchas que no tienen ganas de volver a saber de ellos, y los comprendo. Vaya que sí, los comprendo.

Cuando Lánder Áleman, quizás uno de los dirigentes más repudiados del fútbol peruano, anunció que, efectivamente, habría habido conductas indisciplinarias durante la concentración para el nefasto Ecuador – Perú, simplemente no lo podía creer. Cuando de su boca salían frases como “se ha confirmado que hubo indisciplina…” o “se sancionará a los jugadores involucrados…”, mi corazón se iba partiendo en pedazos. Y es que siempre puse en tela de juicio la capacidad técnica y táctica de estos jugadores, pero jamás su conducta intachable, al menos en lo que va de la era Del Solar. Es así como pagan la confianza de un pueblo que a pesar de todo los ama, y los idolatra


De “Santi” no tiene nada

Como todo admirador del fútbol, como todo patriota, festejé el gol de Santiago (ya no lo llamaré “Santi”) Acasiete al Sevilla con mucha euforia. Y pensé: “contra Ecuador tuvo un mal partido, éste es el verdadero Acasiete”. Lo admiré y me sentí orgulloso porque representó bien a nuestra nación ante los exigentes ojos españoles que se rendirían en elogios para el corpulento zaguero peruano. Y ahora, la verdad señores, si lo viera por la calle le mentaría la madre sin reparos. Y no sólo eso, si él me respondiera me le iría encima, así no le hiciera ni un maldito rasguño, al menos mis golpes servirían para descargar mi tremenda pena, mi rabia contenida, aquella que no descargo con gritos de gol o festejos de triunfo.

La vergüenza de aquel 5 a 1 en Quito es algo que jamás se me quitará de la memoria, y de sólo imaginar que parte de esa degradante actuación se la debemos a unas horas no permitidas de diversión, sexo, alcohol y demás excesos, me encrispa los vellos. Me eriza. Me revuelve el hígado. Si bien es cierto aún no sale a la luz ninguna prueba que le dé el dardo como el gran responsable o, al menos, uno de los iniciadores de la juerga que se armó el pasado domingo 18 de Noviembre en el Hotel Golf los Inkas, todos los dedos apuntan al capitán del Almería (no sé si lo siga siendo después de comprobarse estos hechos), y así no sea todo totalmente cierto, algo de real debe de haber, y con esa pizca me basta para decepcionarme totalmente de él.


¿Otla ve’, Andlé?

Era el año 2005 cuando invité a mi actual enamorada a presenciar el crucial partido que disputaría nuestra selección peruana de fútbol contra su similar de Ecuador (vaya que ese país siempre se burla de nosotros) en el coloso de José Díaz; el partido fue vibrante, y Perú, más que Ecuador que ya casi estaba clasificado, tenía la terrible necesidad de ganar para poder mantener firme el delgadísimo hilo de esperanza que aún lo aferraba a la posibilidad de llegar al mundial de Alemania 2006. El resultado final fue un 2 a 2 por demás justo, y hasta ahí todo hubiese sido normal, de no ser por un grito de gol ahogado en los botines del que se convirtió en el jugador más odiado de todo ese año: Andrés Mendoza. Las campañas que hizo la prensa y que hicieron los hinchas para desacreditar, aún más, al chinchano eran cada vez más fuertes y fui yo uno de los acérrimos opositores de aquel cargamontón que sólo se destinaba a hacer leña del árbol caído y a dañar a un peruano que dentro de todos sus defectos tenía todo el derecho a vivir tranquilo y a trabajar honradamente en Europa. En resumen, fui uno de los que perdonó a “Andlé”, absolviéndolo de sus culpas, y teniendo fe de que en estos nuevos procesos que advendrían se comportaría como todo un profesional y llenaría nuestros corazones con su entrega y su innegable capacidad para jugar al fútbol.

Bueno, no fue así. Los rumores que vienen desde el lujoso Golf Los Inkas lo señalan también como uno de los organizadores de la supuesta orgía que en aquel hotel se consumara con nuestros seleccionados como protagonistas. Y al igual que con Santiago Acasiete (insisto, “Santi” se fue), mi bronca con el moreno es bélica. No soportaría ver su sonrisa nerviosa sin romperle si quiera un diente con mis puños, no soportaría verlo caminar con sus zapatillas nuevas, tan europeas, por las calles de Lima, sin decirle sus cuatro verdades a la cara: que es un mediocre, que es un irresponsable, un traidor a la patria, y que no sirve con la selección, por lo tanto: QUE NO VUELVA MÁS.


El Pizarro que no conquistó el Perú

Que Claudio Pizarro tiene, de por sí, una gran deuda con la afición peruana, es una verdad latente e irreprochable. Y que, después de estos alborotos hoteleros, su deuda se multiplicará tanto que se requerirá un embargo, pues también es casi una ley. Si bien es cierto él nos llenó de orgullo con sus buenas actuaciones en el Bayern München, lo real es que hasta ahora no ha podido redimir ni siquiera en un 5% aquellas maravillosas actuaciones en Alemania, con la bicolor. Si se llega a comprobar que Claudio fue otro de los que participó en la juerga post-empate ante Brasil, la afición peruana no querrá verlo nunca más con la 14 blanquiroja, menos con la franja de capitán, esa que nunca mereció. Se le acabó el crédito a “Pizza”, una verdadera pena ya que es, sin duda, el futbolista peruano más exitoso de todos los tiempos.


“Claro” que no vienes más

Prendo la tele y escucho la pegajosa canción que Gianmarco compuso para una conocida empresa de telefonía local. Aparece un moreno futbolista, con gran dominio del balón, haciendo maromas con el esférico delante de calles vacías; deslumbrando a todo aquel quien lo mire tras la pantalla chica, con esa sonrisa pícara, quimbosa, tan peruana como el más rico ceviche.

Jefferson Farfán tiene (o tenía) el cariño de un pueblo que lo vio crecer en una cancha de fútbol, aplicando su gran velocidad para alcanzar un pase, apilando rivales con su famosa diagonal, o rematando potentemente para gritar algún gol. Desde ese momento hasta hoy, la “foquita”, ha gozado del apoyo popular que otros no pueden presumir, y vaya que a menudo lo ha aprovechado de maravillas. Fue el goleador peruano en el anterior proceso con 7 tantos, sólo detrás de Ronaldo en la tabla final de artilleros, y sus extraordinarias actuaciones en el PSV Eindhoven lo han hecho pieza imprescindible del otrora equipo de Gus Hiddink y que actualmente comanda Ronald Koeman.

Se ganó el cariño de la hinchada holandesa como se ganó el de la hinchada peruana: a base de entrega y un vertiginoso y emocionante fútbol que ahora lo pone a tiro de ser el jale de equipos tan poderosos como el Arsenal de Inglaterra. ¿Cómo explicar lo que está sucediendo ahora?, es cierto, a Jeffri no le pagan por santo. Tiene algunos líos de paternidad, y seguramente conoce de manera perfecta el sabor del licor. En fin, ¿Quién no lo conoce?, y a Jeffri, ¿quién no lo perdona?

Pero hay algo que Jefferson debió calcular antes de hacer la travesura del sodomítico domingo 18 de Noviembre: los peruanos ya no tenemos paciencia para nada. Ya estamos muy embaucados, engañados y burlados. Ya estamos hartos. Y por mucho que nuestro cariño a Farfán sea eterno, esta no se la íbamos a pasar. Para nada. No, Jeffri, así no. Lo único que le queda al 17 del PSV es aguardar por las pruebas y rezar para que éstas no sean tan comprometedoras como las que se vocean para Mendoza, Pizarro o Acasiete; aparentemente todo hace indicar que es el que menos juergueó aquella noche del empate ante la verdeamarelha, pero no por eso merece la mínima compasión de un pueblo peruano cada vez más asqueado de sus futbolistas y sus infantiles patrañas. Por eso, para mí, que no vuelva más.


La sonrisa del gilipollas

Muchos me comentaron con profunda indignación la sonrisa que Chemo del Solar esbozó cuando cayó el cuarto gol en el Atahualpa de Quito. La compararon con la tristemente célebre sonrisa de Andrés Mendoza luego del gol fallido ante Ecuador en Lima en el pasado proceso eliminatorio, y el criollo resumen de aquellas palabras es el siguiente: “y todavía ese ríe ese huevón”.

Quienes conocen gente tan segura de sí misma (por no decir “autosuficiente”) como el D.T. peruano saben que ese tipo de personas no aceptan tan fácilmente situaciones vergonzosas o derrotas estrepitosas; y la defensa que más rápido alcanzan es la de querer tomar las cosas con un humor inexistente. Por ende la sonrisa de Chemo fue una especie de burla hacia su propio trabajo, algo así como decir “soy un gilipollas, todo me ha salido mal, ja, ja”. Particularmente comprendo la posición de Del Solar, hasta cierto punto me identifico con él (no tanto por lo de gilipollas). ¿Quién no ha tenido alguna vez la desdicha de ser defraudado por alguien?, apliquemos esta pregunta a todos los terrenos de la vida. Son varias, ¿verdad? Son muchas las veces en las que la gente nos falla. Y a Chemo le ha pasado exactamente lo mismo.

Él pudo haberse equivocado en un planteamiento utópico, utilizando jugadores no apropiados, aplicando mal las brillantes u opacas ideas que provienen de su cabeza, pero jamás previó la displicencia absoluta que mostró su (nuestra) selección en el fatídico 5 a 1 que nos propinó la tricolor ecuatorial. Por ello, aunque para muchos el puesto le quede grande, creo que José Guillermo Del Solar debe seguir al mando de nuestra alicaída selección, y continuar un proceso que a largo plazo podría traer (quién sabe, miremos a los jóvenes “jotitas”) resultados favorables que alivien un poco las tétricas heridas que unos cuantos nos han hecho durante tantos años.


¿A quién culpar?

Fiel a mi condición de peruano picón y despechado, me hago esta inocentísima pregunta: “¿de quién es la culpa?”. En un post anterior me sumé a todos aquellos que creen que Manuel Burga es el culpable de la actual y desastrosa situación del fútbol peruano (o al menos de seguir la fracasada línea que le trazó Nicolás Delfino); pero esta vez haré un pequeño retroceso en mis ideas.

Señores, de lo que haya acontecido en el Golf los Inkas, Manuel Burga Seoane no es ni un pelo de culpable. La irresponsabilidad demostrada por los futbolistas es simplemente de ellos, de nadie más. Por más que nuestra dirigencia sea tan mediocre y corrupta, ninguno de esos inefables personajes que día a día calientan sillas y sillones en la F.P.F. tiene responsabilidad, directa al menos, de lo ocurrido. Por ende, la respuesta a la pregunta es muy sencilla: la culpa es de los jugadores. Punto. A ellos que les caiga el peso de la amargura del pueblo; la ley del hielo colectiva, si así quieren llamarlo. Los hinchas debemos ser más duros que nunca. Sí, sé que da pena. También sé que hay tantas ilusiones que parece mentira que esto esté sucediendo. Pero esos tipejos nos han engañado, nos traicionaron. Y a los traidores se les trata con mano dura e indiferencia. No yendo al aeropuerto a insultar, ni tirando objetos a sus huecas cabezas; simplemente siendo fuertes, y no darles aquella atención de la que alguna vez gozaron. Ese engreimiento que, incluso los jugadores más maduros del mundo, llegan a extrañar cuando se retiran de sus selecciones.

Insisto con el mensaje del post “Palabra de hincha”. ¡A despertar, peruanos!, no dejemos que unos cuantos nos sigan engañando. Desengañémonos y empecemos a construir nuevas bases para que nazcan nuevos jugadores con nuevos talentos y una conciencia verdaderamente patriota. Y partamos por echar al tacho todos los planes y expectativas que teníamos con los traicioneros “julbolistas” que, una vez más, nos demostraron no tener las agallas que se necesitan para cumplir los apasionados sueños de toda una generación.

El cambio empieza por uno mismo.



Lima, 5 de Diciembre del 2007.

lunes, 10 de diciembre de 2007

Crónica de un boleto sagrado


Sábado 8 de Diciembre a las 7:30 a.m.

Mis padres se alistaban para el bautizo de Pepito, el hijo de Gladis, una antigua amiga de la familia. Yo comenzaba a abrir los ojos con un resplandor especial proveniente de mi borrosa ventana. La razón la sabía, pero no la creía. Qué rápido pasaron los meses. Recuerdo como si fuera ayer el caluroso abrazo que le di al flaco Perrin (sí, el de el partido con Paraguay) cuando obtuvo las entradas a Picnic. Qué día tan glorioso. “Hicimos historia”, le dije, y él sonreía (tipo Ronaldinho) mientras su frágil semblante levantaba la mano llamando un taxi: tenía que presentar un trabajo en la universidad y no había avanzado nada por estar casi todo el día haciendo la cola en Ripley. Qué rápido pasó el tiempo.


A las 7:45 a.m.

Me metí a la ducha con extraño apuro. Sabía que el flaco iba a llegar tarde a nuestro punto de encuentro, pero una fuerza interna me decía que por hoy iba a ser la excepción contra las millones de veces que me dejó esperando horas en otras circunstancias universitarias (admito que yo también le hice algunas). Salí “retocado” del baño y me puse lo que encontré. Me eché algo de colonia y bastante desodorante para no espantar a quienes estarían a mis costados cuando aplauda en Zoom o para el “¡olé, olé, olé!… ¡Soda, Soda!”. Qué rápido pasaron los minutos.

Me entretuve un poco con algunos escritos llegados desde Bolivia donde envidiaban la suerte de todos los peruanos al presenciar un evento que ellos, por razones políticas (apostaría), no verán; al menos en esta gira – esperemos que no la última – del afamado trío argentino. Respondí algunos de los e-mails con mensajes de esperanza. La fanaticada allá es grande, vaya que sí.

A las 8:30 a.m.

Tomé mi boleto, lo metí a mi billetera. Salí de casa dejándola sola. Eché llave para sentirme más tranquilo, retiré un billete del cajero, y llegué al paradero con el fin de dirigirme al cruce de la av. Arequipa con 28 de Julio, ahí esperaría hasta la llegada del flaco. Finalmente llegó (tarde como siempre y temprano como nunca) y nos fuimos a la cola. Ya estaba más o menos poblada. Como lo sospeché, había llegado gente en la madrugada para tomar los mejores sitios. A pesar de nuestra relativa tardanza el sitio que tomamos en la mencionada cola no era nada pesimista. Apenas había unas 60 personas delante de nosotros y considerando la anchura de la plataforma me emocioné imaginándome casi en la Cúpula, como los pituquitos. Qué lento empezó a correr el tiempo.



Así lució el Estadio Nacional la noche del 08 de diciembre de 2007.
Eran ya casi las 12 del medio día.
 
El sol era achicharrante y ni los helados bamba ni los periódicos abandonados podían soslayar aquel inclemente calor. A la 1 decidí ir a comer algo. Un arroz con lentejas y pescado, para los machos. Con su ensalada rusa sin sazón ni son, y su respectiva Inca Cola de “luca”. Para a cualquiera, ¿no? Regresé a la cola y la situación se iba tornando tensa. Perrin no quiso almorzar por motivos que no mencionaré por respeto a su estómago y comenzaron a llegar los invitados de honor. Esos que se llevan los premios sin sudar, y los vítores sin aparecer. Sólo están, aunque no sepas dónde, escondidos en una zanja, o metidos entre tus cejas. Esos seres tan insultados y envidiados por tener una conchudez de acero: los colones.

¡Qué calor! El sol no bajaba su intensidad y los colones eran cada vez más insultados. Los policías no sabían qué hacer. Después de todo, no es un delito ser conchudo. Aunque la gente sabe poco de eso, ellos sólo hacen caso a sus maravillosos y primitivos instintos. Finalmente las cosas se calmaron y la espera se volvía desesperante.

Llegaron las 4 de la tarde.

Hicieron su fantasmal aparición dos amigos más de la universidad. Nos caen muy bien, la verdad. Aunque no me pareció ético que se quedaran en nuestros lugares. Estaban bien bañados, sin sudar, pero no recibieron insultos. No me molestó su presencia, más bien fue entretenido volver a verlos desde… mmm… a ver, ¿el partido Perú – Brasil? Sí, desde el 18 del mes pasado no los veía. Y milagrosamente la cola empezó a avanzar.

Los problemas no se hicieron esperar, y los colones más conchudos, esos que no conocían a nadie y sólo aguardaban el mínimo espacio para interponerse entre un incauto y otro, comenzaron a dar gala de sus nefastas habilidades. Los gritos de gente que había presenciado la salida del sol tras la tribuna occidente eran a viva voz, y los inoperantes efectivos (¿?) policiales demostraron su absoluta incapacidad. La cola se hacía cada vez más larga, y la ansiedad cada vez más apetente.

Cuando dieron las 5 de la tarde mi sagrado boleto fue partido en dos.

Finalmente, entramos a toda velocidad, ocupamos un muy buen sitio y la emoción se acrecentó cuando noté la claridad con la que veía el rostro del arreglador de instrumentos que deambulaba por el escenario. “Así de claro veré a Cerati”, pensé, y nos sentamos a fumar luego de encontrarnos con otros amigos que habían estado en la cola antes que nosotros. Así es la vida.

Dieron las 6:30 p.m. de la tarde.

El cielo limeño había adoptado una linda coloración, de esas que sólo toma cuando hay cosas importantes que cobijar. Entre bromas y noticias oficiales avisaban la presentación de Max Castro, Lucía de la Cruz, el dúo Ayacucho y Eva Ayllón. Me pareció poco probable que todas estas estrellas (mal ubicadas como apertura en un concierto de Rock, por cierto) peruanas tuvieran el tiempo necesario para realizar sus actividades musicales, considerando que apenas faltaban 2 horas y media para el puntual inicio del concierto más esperado de los últimos 10 años. Dicho y hecho, no aparecieron todos.

En realidad, sólo los ayacuchanos tuvieron la valentía de dar la cara y tratar de entretener a un exigente y esquivo público. Y como suele suceder, los teloneros fueron repelidos por el respetable ansioso del más esencial rock latinoamericano. Mención honrosa para los provincianos: hicieron lo mejor que pudieron y en San Marcos siempre, pero siempre, serán bienvenidos.

No calculé bien el tiempo que estuvieron en escena, pero dudo que hayan pasado la media hora. Nos quedamos sin música en vivo durante casi dos horas, en las que nos entretuvimos de maneras poco esperadas.


El reloj de mi celular marcaba las 7:00 p.m.
 
Una extrovertida, intelectual y voluminosa mujer no se hizo problemas para incluirnos en un entretenido juego de rapidez mental. El juego se llama “Fantasma”. ¿Cómo empezó?, casi como una burla. Una total pero sonriente desconocida tuvo la hidalguía de decir “juguemos algo para no aburrirnos”. La extrovertida mujer, quien respondía al nombre de Mane, no tardó en responderle, “ok, juguemos al fantasma, ¿sabes de qué se trata?”. Yo escuchaba atento pero con la mirada en el estrado, cuando mis recuerdos de películas gringas me llevaron a un momento crucial – “le dirá que desaparezca”, pensé mientras me reía en silencio.

Aparentemente, la sonriente muchacha pensó lo mismo, y rió rendida, como sometida ante el inminente chote que iba a recibir. De forma increíble, Mane, le explicó las reglas del juego y para su buena suerte no tenía que desaparecer de su vista. Los aires de tranquilidad volvieron, y bien invitado procedí a jugar con ellas y el, también voluminoso (¿como bueno hablo?), novio de Mane. Comentar lo divertido del juego sería fatal, porque la verdad es que me han dado unas ganas incontrolables de volver a jugarlo. Sólo diré que la pasamos tan bien, que las 2 horas pasaron volando y la espera se nos hizo más corta.

Gracias Mane, aunque después nos traicionaste desde la Cúpula.

Las 8:50 p.m. venían acompañados de gritos.

Un entretenido sketch argentino proyectado en las pantallas gigantes, nos animó a corroborar la fiebre por la “sodamanía”, los comediantes que ahí hicieron algunos de sus chistes ayudaron, y mucho, a soslayar parte de la euforia contenida haciéndonos desfogarla en risas fuertes y bulliciosas. De aquel sketch sólo me queda la imagen del cantante inconcluso y su “algo está por pasar, algo está por venir, algo está por pasar, algo está por venir…”, seguramente mis risas se escucharon hasta Buenos Aires.

9:00 p.m.

Las luces se apagaron, y los gritos femeninos (que son siempre los que más se escuchan en este tipo de congregaciones) hicieron temblar el Nacional. Cerati, Zeta y Charlie salieron al escenario ante la incredulidad de aquellos hinchas, como yo, que jamás los habíamos visto en persona. Tomaron sus posiciones y comenzaron a jugar con nuestra seducción, llevándonos al extremo y haciéndonos sentir en telarañas. Intenté grabar aquel momento con mi inactivo celular japonés, pero el movimiento excesivo de los fans que me rodeaban y sobre todo el mío, evitaron que pudiera tener una grabación digna. Aunque me queda el sonido. El sonido expresa tanto de ese momento que jamás me atrevería a borrar aquel video tan mal grabado por quien escribe.

Las canciones se sucedían una tras otra, y cada una de ellas nos transportaba a mundos distintos. Hoy me preguntaron con qué presentación me quedaría, es decir, cuál fue la canción que más me gustó de la noche del sábado 8 de Diciembre. Luego de una complicadísima crisis de ideas y sensaciones, me decidí por el que quizás fue el momento más impresionante del show: Gustavo Cerati, genio musical, y maestro en el manejo de masas, hizo que todos y cada uno de los asistentes al José Díaz, encendiera cualquier cosa que pudiera encender, sea un encendedor, un celular, un láser o una bomba molotov, todos debíamos encender algo, y así lo hicimos. Irónica y acertadamente se apagaron las luces del escenario.

Cuando eché un vistazo a las tribunas no lo podía creer, era como estar en una hermosa constelación. Soda creó un ambiente único, como la banda, y rompió la oscuridad con sus luces púrpura, y el melancólico sonar de su guitarra eléctrica anunciando uno de sus mejores temas: “Fue”. Y fue… lejos, el momento más memorable de mi vida como amante de la música.

Otros momentos gratos fueron protagonizados por el, a veces incomprendido, pero siempre respetable público. Dentro del cual me incluyo, por supuesto. En los dos breaks que Soda se tomó, no los dejamos de llamar con nuestras barras, con esos vítores que los artistas tanto adoran, y que jamás olvidan. El público estuvo metido las 2 horas y media que duró el extraordinario concierto, y el mismo Cerati parecía, a ratos, no creerse tanta adoración de un público que no veían desde hacía tantos años.


Gustavo Cerati.
Poco faltaba para la media noche.

Al terminar el concierto llegó el clásico abrazo de la justamente llamada “Trilogía del Rock”, y por más de que nos esperanzamos en que volvieran a salir, tuvimos que recordar que son seres humanos, como nosotros, y que al igual que nosotros, ellos también necesitaban un merecido descanso después del éxtasis.

A las 12 de la noche.

Salimos después de una tumultuosa travesía en la que los llamados “bolsillistas” quisieron ser protagonistas eximios. Felizmente por mi lado no hubo mayores perdidas, aunque poco faltó.

Salimos del estadio con las voces roncas, y el cansancio de un soldado guerrero que luchó hasta el último para cumplir su sueño de paz. Abrazados como borrachos, el flaco y yo fuimos por unas gaseosas, y emprendimos caminata hasta la avenida Javier Prado, donde tomamos los respectivos y caros taxis que nos llevarían a nuestros lugares de siempre. Obviamente, nada sería igual.

A la 1:30 a.m.

Abrí la puerta de mi casa, tomé la poca gaseosa que me dejaron, fui al baño a lavarme y luego saludé a mi vieja y a mi hermana, quienes no tardaron en notar mi espléndido semblante de felicidad. A duras penas les pregunté por el bautizo, todo había salido bien. Pero yo seguía allá, mi mente aún no había salido del José Díaz, seguía vibrando con Soda, con la gente, con Perrin, con Julio y Verónica, con Pierina y sus amigos del trabajo, con Helen, con la chica sonriente, con Mane en la Cúpula, con su novio y con todos los elementos que, juntos, dieron a luz la experiencia más vertiginosa e inolvidable de mi vida.

Al llegar a mi cama ni siquiera tuve fuerzas para cambiarme de ropa. Revisé mi bolsillo trasero, y encontré la parte que me quedó del boleto Picnic que con tanto sacrificio logré comprar: “esto, y mis recuerdos, los pondré en un cuadro” – pensé, y me quedé profundamente dormido.

Gracias totales, Soda Stereo.

Lunes, 10 de Diciembre del 2007.

lunes, 3 de diciembre de 2007

Recuerdos totales


Faltan pocos días, menos de una semana para disfrutar del concierto de Soda Stereo y vienen a mi memoria gratos recuerdos relacionados con la música profesada por esta gran banda bonaerense. Recuerdos muy variados, podríamos decir: malos y buenos. Todos entremezclados, pero inolvidables. Como cuando asistía a la academia cobijado por mi Walkman, tarareando en silencio canciones como “En camino”, “Un millón de años luz”, o “Nada personal”. En aquel entonces, como lo dije antes, mi posición ante el mundo comenzaba a tomar aires de alpinchismo desmedido, y canciones como esas llevaban mi mente a mundos imaginarios donde me sentía 100, 1000 o tal vez 10000 veces mejor que en el mundo, hipotéticamente, real, mundo lleno de hipocresías, de egocentrismos, de caos mundial, de guerras, de mujeres bellas con corazones vacíos, de hombres machistas, de familias desunidas, de corrupción, y otro largo etcétera. De modo que, Soda, hacía que me olvidara por momentos de lo terrible que significaba vivir en este mundo asqueroso y complicado. Prefería simplemente alejarme de él, y aquellas melodiosas y góticas canciones me ayudaban bastante.

Pero Soda no solamente me ayudó a alejarme de lo feo de este mundo, sino que también me ayudó a acercarme a lo bello. Cómo no recordar aquella tarde en la que me enamoré de Adela, una lindísima compañera de clase en el salón de mediobecados. Normalmente hubiese dudado en acercármele (vale la pena hacer recordar que en la academia, por cada chica linda había 4 o 5 machos en pleno cortejo), pero escuchando “El rito”, las cosas se me hicieron más simples. Esa canción es mágica, vaya que sí. Y tal fue su magia que al ritmo de sus hermosas notas tuve el atrevimiento de ofrecer mi compañía a la bella Adela, desde la academia hasta el paradero. Simple y a la vez importante, y más cuando ella aceptó, renunciando a los otros muchachos que pugnaban por una oportunidad. La tuve y no la desaproveché. Con el audífono izquierdo bien puesto, oyendo “… sueles encontrarme en aquel lugar, y ya lo sabes, nada es casualidad”, y el oído derecho expectante a cualquier insinuación sonora, le dije un discurso plagiado y a la vez encantador: “no es casualidad que esté aquí acompañándote”, soltó una hermosísima sonrisa y luego intercambiamos teléfonos: la había sonrojado. Y comenzó un romance maravilloso en pocos días. Afirmar a quién le debo aquella compañía bien complementada con besos, abrazos y ternura extrema, sería tácito. Se lo debo a Soda, a Cerati, y a la creatividad que tanto caló en los jóvenes de más de una generación.

Y hablando de generaciones. Para muchos les es difícil creer que Soda no musicalizó mi adolescencia en pleno apogeo. Más bien, comencé a interesarme en la banda luego de su separación. Hasta entonces yo era un clásico radioyente, conciente de que la banda argentina había creado “Persiana Americana”, “Prófugos”, y otra cuyo nombre no sabía, pero que me hacía enloquecer con su coro primitivo y sensual al mismo tiempo: “¡TE LLEVARÉ!, HACIA EL EXTREMO”. Luego de eso, poco y nada era lo que sabía de Soda Stereo. No sabía los nombres de los integrantes, ni siquiera una pizca de su historia. No sabía (ni me interesaba) si habían venido al Perú, ni si seguían juntos o separados. Sólo tenía en cuenta de que era una banda muy parecida a Indochina, de la que tampoco era ferviente admirador, pero que escuchaba con mucha más frecuencia. Sin embargo, por cosas que sólo la vida (si hablara) podría explicar, me desligué de lo latino para sumergirme en un grave proceso de alienación, el cual me llevó a ser fan de canales y radios que transmitían música en inglés o máximo, rock en castellano. Bajo este sombrío contexto, me hice fan de Mtv, de su “Beavis & Butt Head”, de Ruth y su sensualísima voz, de Mtv Classic, de los especiales de bandas legendarias como The Rolling Stones, REM, Aerosmith o Radiohead, y en fin, todo lo que implica ser un seguidor de la música anglo y el rock en hablahispana. Las tardes que pasaba frente al televisor, con el VHS listo para poner “REC”, eran largas e intensas, y cuando más me afanaba con mis nuevos ídolos, se anuncia algo que para mí era totalmente ajeno: El último concierto de Soda Stereo. Los especiales homenajeando a la banda, en Mtv, eran realmente desesperantes, y comenzaba a desinteresarme de el canal, por lo que encontré en M21 un buen aliado. Sin embargo poco tardé en descubrir que M21 es un canal argentino, tan hincha de Soda como el resto de los gauchos, y pasaría también homenajes miles. Entre los canales locales (los que en ese entonces sólo sabían recurrir a los Talk Shows y a los chicheritos para ganar rating) y los de cable la victoria era de la visita, y por goleada, por lo que a pesar de las pocas ganas de ver a aquel ondulado personajillo de saco marrón, me sometí a su música tratando de buscarle algo especial. Y sí que lo encontré.

No sé si haya sido la fuerza interpretativa de “De música ligera”, o las miles de almas en el estadio de River que me decían “escúchalos, malos no son”, pero ingresaron en mí unas ganas impactantes de investigar y ahondar todo lo referente a la banda. Por lo que me sumergí en la Internet, adquirí algunos discos, los grabé en cassette y listo. Ahora todo corría por cuenta de mi fiel Walkman y mi traslucida imaginación. Descubrí muchos himnos que adornaban mi simple vida de aquellos años, y me hice un fan incondicional. Aunque la pregunta de rigor llegaba junto a un melancólico lamento: ¿por qué no te conocí antes?

Lamenté durante diez años el hecho de haberme hecho el fan Nº 1 de una manera póstuma, casi homenajeando, mientras otros (varios años mayores que yo, por cierto) habían vivido la época de Soda al Máximo. Sin embargo, un día de Agosto en este año, al ritmo de “Ángel eléctrico”, escuché el rumor que provenía de la boca de un gran amigo: “SODA SE JUNTA”, mi alegría fue grande aunque algo incrédula, pues durante los últimos tres años los rumores sobre un posible reencuentro musical de la banda habían sido varios, y todos mentirosos. Sin embargo esta vez era distinto. Revisé su Web oficial, y ahí estaba, el anuncio de la gira: “Me verás volver”, lindo título, referente a otra de las históricas de Soda, “La ciudad de la furia”. Mi emoción se acrecentó. Lo que siguió fue una serie de sucesos que jugaron con mi corazón. “Sí vienen”, “no vienen”, “sólo pasarán por aquí”, etc. Finalmente se dictó el último veredicto: Soda viene en Diciembre, y ya hasta se sabe la fecha.

Han pasado casi dos meses desde que obtuve esa costosa pero justificada entrada. Y mi corazón comienza a latir a mil por hora. A pesar de las mil y un opiniones sobre el regreso de Cerati, Alberti y Bosio a la escena latinoamericana (habladurías sobre el interés económico que existe) lo cierto es que una reunión como esta jamás será negativa para nadie, ni para ellos, ni para nosotros, los fans, quienes tenemos la oportunidad de, para muchos, volver a vivir épocas de gloria, y para otros, de vivirlas por primera vez.

Y para aquellos que comparan a Soda con futbolistas parrilleros: ¿Oyeron el concierto que hicieron en Baires?, a diferencia de los parrilleros, Soda no ha disminuido su calidad. Me atrevería a decir que ahora han cuajado sus estilos musicales, y son mucho mejores que antes. Recuerden que el resentimiento y la envidia son venenos que uno se traga pensando en que el otro morirá.

Nos vemos el 8, y gracias totales por volver al Perú.



Lima, 3 de Diciembre del 2007.