Creo que sólo faltaba yo
La muerte siempre es sorpresiva, incluso cuando llega a través de enfermedades largas y penosas. Siempre te sorprenderá saber que alguien que conocías o querías murió, dejó este mundo, para enrolarse en otro quizás un poco más cuerdo, o de repente por la simple razón biológica de que somos tan vulnerables como el carozo de un durazno.
Lo sucedido el pasado jueves 25 dejó a todos en un estado de shock. Personajes conocidos de nuestra variopinta farándula y de la farándula internacional iban desapareciendo sin dar lugar a respiro. Eso me trajo algunas cosas en la cabeza mientras trataba desesperadamente de concentrarme en el trabajo: ¿qué diablos es la muerte?, más allá de la vetusta excusa de que “el hombre teme a lo que no conoce” siempre me llamó la atención ese desatinado estado natural al que todos hemos de llegar algún día. En muchas ocasiones creí temerle, luego me desengañé, e incluso se me crearon ciertas ganas de experimentarlo (lo que no quiere decir que sea un suicida en potencia, aunque, quién sabe). Las situaciones en las cuales enfrentamos a la muerte pueden ser pocas o muchas; particularmente me he enfrentado pocas veces a ese “peligro”. Pero siempre lo vi cerca, en familiares, en amigos, en mascotas. Tal es así que la primera vez que realmente experimente las maldades de la muerte fue cuando mi mascota falleció. De pronto sentí que había muchas cosas que debí hacer junto a ella, o por ella, y no las hice. Quizás esté ahí una de las claves de nuestro temor a la muerte, un temor hacia lo ingratos que podemos ser con aquella persona que nos dejara. Eso viéndolo desde el punto de vista de un tercero, claro está. Desde el punto de vista en primera persona, creo que lo que más tememos de la muerte es, más bien, la forma de morir. Es diferente morir en un choque (instantáneamente) que morir tras una larga y horrorosa enfermedad. Es diferente morir ahogado que morir asfixiado, y diferente morir quemado a morir electrocutado. Hay miles de formas de encontrarse con la muerte, me pregunto cuál sería la peor…
¿La de Alicia en el país de las dobles caras?, echada cómodamente en su cama mientras un vil asesino aguardaba detrás de ella, llevando entre manos un cuchillo y una correa. ¿Debe de ser horrible?, ¿Alicia habría sufrido?, ¿habría pensado que no se lo merecía?, ¿habría pensado en los sucesivos errores que cometió?, ¿habría pensado que quizás nunca fue feliz?, o quizás, ¿habría muerto tranquila pensando que cumplió sus mayores metas? Todo es una incógnita, ella se llevó la verdad, en lo que todos estamos de acuerdo es que fue una forma execrable de perder la vida; y que quizás nadie se la merezca. Un asesinato, por lo general, es cobarde; y eso ya le da un toque espeluznante que de repente no tienen las enfermedades ni otras formas de morir. Sin embargo, sigo pensando cuál sería la peor forma de pasar a “mejor vida”…
La muerte siempre es sorpresiva, incluso cuando llega a través de enfermedades largas y penosas. Siempre te sorprenderá saber que alguien que conocías o querías murió, dejó este mundo, para enrolarse en otro quizás un poco más cuerdo, o de repente por la simple razón biológica de que somos tan vulnerables como el carozo de un durazno.
Lo sucedido el pasado jueves 25 dejó a todos en un estado de shock. Personajes conocidos de nuestra variopinta farándula y de la farándula internacional iban desapareciendo sin dar lugar a respiro. Eso me trajo algunas cosas en la cabeza mientras trataba desesperadamente de concentrarme en el trabajo: ¿qué diablos es la muerte?, más allá de la vetusta excusa de que “el hombre teme a lo que no conoce” siempre me llamó la atención ese desatinado estado natural al que todos hemos de llegar algún día. En muchas ocasiones creí temerle, luego me desengañé, e incluso se me crearon ciertas ganas de experimentarlo (lo que no quiere decir que sea un suicida en potencia, aunque, quién sabe). Las situaciones en las cuales enfrentamos a la muerte pueden ser pocas o muchas; particularmente me he enfrentado pocas veces a ese “peligro”. Pero siempre lo vi cerca, en familiares, en amigos, en mascotas. Tal es así que la primera vez que realmente experimente las maldades de la muerte fue cuando mi mascota falleció. De pronto sentí que había muchas cosas que debí hacer junto a ella, o por ella, y no las hice. Quizás esté ahí una de las claves de nuestro temor a la muerte, un temor hacia lo ingratos que podemos ser con aquella persona que nos dejara. Eso viéndolo desde el punto de vista de un tercero, claro está. Desde el punto de vista en primera persona, creo que lo que más tememos de la muerte es, más bien, la forma de morir. Es diferente morir en un choque (instantáneamente) que morir tras una larga y horrorosa enfermedad. Es diferente morir ahogado que morir asfixiado, y diferente morir quemado a morir electrocutado. Hay miles de formas de encontrarse con la muerte, me pregunto cuál sería la peor…
¿La de Alicia en el país de las dobles caras?, echada cómodamente en su cama mientras un vil asesino aguardaba detrás de ella, llevando entre manos un cuchillo y una correa. ¿Debe de ser horrible?, ¿Alicia habría sufrido?, ¿habría pensado que no se lo merecía?, ¿habría pensado en los sucesivos errores que cometió?, ¿habría pensado que quizás nunca fue feliz?, o quizás, ¿habría muerto tranquila pensando que cumplió sus mayores metas? Todo es una incógnita, ella se llevó la verdad, en lo que todos estamos de acuerdo es que fue una forma execrable de perder la vida; y que quizás nadie se la merezca. Un asesinato, por lo general, es cobarde; y eso ya le da un toque espeluznante que de repente no tienen las enfermedades ni otras formas de morir. Sin embargo, sigo pensando cuál sería la peor forma de pasar a “mejor vida”…
¿La del, ahora eterno ángel, Farrah Fawcett?, aquella sex simbol con la que tanto habrá alucinado mi viejo en sus años mozos. Morir de cáncer debe ser, en realidad, la muerte más penosa de todas, aunque no sé si la peor. Si bien es cierto el sufrimiento es continuo y extenso, te da la chance de luchar por tu vida, digamos que una enfermedad larga es algo piadosa en su forma de matar, aunque irónicamente nunca detiene su marcha. Pero por otro lado siempre pensaré que son los familiares de un enfermo quienes se tienen que soplar todo el sufrimiento que quizás el agonizante soslaya con su lucha. Si a esto le sumamos que el tiempo nos prepara para todo (o casi todo), podemos estar frente a una forma no tan fea de perder la vida. Aunque, insisto, no deja de ser triste. Aún me quedo pensando, cuál sería la peor forma de dejar este mundo…
¿La del mítico Michael Jackson?, a quien todos señalábamos por más de alguna barrabasada (humana, ¿ves?, no eras un dios) que cometía, y que ahora todos tildan de genio incomprendido. Debe de ser algo complicado estar con las justas y que de pronto sientas que dependas de otros para poder decir que estás vivo. Michael vivió ese horrendo estado desde hace mucho tiempo. Se le fue la mano, eso es seguro, pero ni sus millones pudieron alejarlo de las negligencias médicas (irónicamente, tampoco de las deudas). Debe de ser jodido sentir que todo está como siempre (o sea, normalmente cagado) y que de repente sientes un fuerte hincón en el pecho que te quita el aire, y ya no sientes tus latidos. Debe de ser jodido sentir que te mueres sin siquiera estar realmente enfermo, o haberte estrellado en algún avión o automóvil. Debe de ser jodido, claro que sí, pensar que mientras hay vida hay esperanza y que en pocos segundos la vida y todas sus esperanzas se esfumen sin que nadie esté ahí para ayudarte, o siquiera decirte: “chau, gracias por todo tu legado, eres un genio”, o simplemente: “perdón…” es jodido morir así, y por eso creo que la muerte de Michael fue la peor de las acontecidas aquél fatídico 25 de Junio. Fue la peor porque fue la más sorpresiva; porque nadie la planeó, porque nadie la esperaba; siquiera en la muerte de Alicia Delgado había alguien que ya sabía que eso pasaría. Con Jackson no fue así. Simplemente se fue. Y yo que pensaba que con todos los artistas exitosos que iban pisando, uno a uno, tierras lorchas, Michael se olvidaría de la puta contaminación limeña y vendría a reconquistarnos con su genialidad.
La muerte es parte de la vida, siempre nos estará rondando, y esperando. Siempre la sentiremos cerca, a pesar de que contemos con buena salud, a pesar de que veamos a los demás con buena salud, y con tantas ganas de vivir. Pero, piensen en esto un instante, quizás la muerte sea una oportunidad; una oportunidad para decir las cosas que sientes, una oportunidad para no dejar cabos sueltos, una oportunidad para vivir… increíble, ¿no?, la muerte es una oportunidad para vivir, a eso llegué. Si no existiera la muerte tampoco existiría la vida. Si crees que alguien es un genio, díselo, si crees que alguien es jodido, díselo también, pero no esperen a que la muerte nos gane la partida. Quizás por eso esté escribiendo todo esto, porque de repente mañana no podré hacerlo, quién sabe: la muerte me puede estar esperando debajo de la cama.
PD. Dedico este post a doña Lidia, por ella nació la señora Jenny, y por Jenny nació mi flor de la canela. La señora Lidia falleció el 25 de Junio; el día internacional de la muerte nos tocó a todos. Pensamiento final, cortesía de El Gran Combo de Puerto Rico, “lo que me vayan a dar, que me lo den en vida”.