jueves, 14 de agosto de 2008

Con los huevos en la garganta



“No me viene”

El sexo es un placer que practico con alevosía desde los 17 primeros años de mi vida. Es, después de comer, jugar videojuegos y dormir (en ese orden), el acto que más me deleita y satisface. Desde mis inicios en estos jugosos campos de desenfreno he tenido diversas etapas, cada una con sus distintas y marcadas características. Fui impulsivo, dominante, sumiso, regalón, difícil, creativo, aburrido, fallido, efectivo, precoz, duradero, robot, frío, eléctrico, enfermizo, violento, etc. Sin embargo, todas estas etapas, por diferentes que parezcan siempre tuvieron finales parecidos: “gordo, no me viene la ruler, ¿y ahora?”.

El corazón parece pararse, pero luego comienza a latir a mil por hora; la saliva se acumula en tu garganta dando esa sensación de ahogo que sólo te da cuando suceden desgracias, cuando pierde tu equipo favorito, o cuando sabes que te metiste con la enamorada de un pandillero chalaco. De pronto te quedas sin palabras, ese floro fluido del que tanto te jactabas se fue, se largó, tomó el avión, tomó su combie, se quitó, o como quieras pensarlo. Esa locuacidad que usaste para conquistar a tantas chicas ya no te sirve, ahora arrugas y te quedas callado: “uy chucha”, serán las dos palabras que rondarán tu mente durante largos y sufridos segundos. Cuando se te ocurre decir algo sólo te salen estupideces: “pucha bebita, ¿estás segura?” – claro que sí, idiota, sino no te estaría llamando tan preocupada, a menos que quiera que la mandes al carajo por esa pésima y supuesta broma que no te está haciendo. Ella sólo responde asustada, “sí, ¿y ahora qué hacemos?” conciente del margen de error que ella puede tener al calcular sus fechas de menstruación, propones hacer la prueba de la varita mágica, esa sucia y delgaducha suerte de termómetro para pichi. Ella no quiere, tiene miedo, y tú comienzas a exasperarte: “¡¿qué quieres?!seguir con la duda hasta que te crezca la panza?!” – vociferas sin compasión. Ella empieza el llanto, en voz baja para que sus padres o hermanos no se enteren. Finalmente deciden esperar tres días.

La mala suerte está de tu lado, son días de exámenes. En mi caso, fueron días previos al importantísimo examen de admisión 2001. “Carajo, ¿por qué ahora?”, gritas a los cuatro vientos, conteniendo tu rabia y culpándote de no haber usado esa bendita bolsa de marcianos elástica a la que llamamos ‘condón’ – en homenaje al físico Quondam, algo así como el doctor sexo del siglo XVII. ¿Bendito sea este Denegri antiguo?, la verdad hubiese preferido otros métodos, pero bueno… así se dieron las cosas- No se puede estudiar cuando empiezas a pensar en los llantos de un inocente e indeseado bebé. En las cosas que tendrías que dejar de hacer para mantenerlo. Adiós a los vinos, a las noches de rumba, al ron barato que alegraba tus sábados por la noche, al sanguchón que te para, al apoyo de tus padres; a todo lo que tenías cuando eras hijo, ahora serás padre… la concha e’ su mare, la vida empezó (gracias Fito). Ahora trabajarías, dejarías de estudiar, o en ese momento, renunciaría a la posibilidad de estudiar en una universidad. Te dedicarías sólo a chambear como burro hasta que, a pura perseverancia, te asciendan y consigas un sueldo al menos decoroso que te permita sacar un préstamo, poner un negocio, ¿qué digo “negocio”?, un mini – negocio, algo que te sirva como sustento para sobrevivir y de esa forma evitar que a tu familia le falte un pan o un almuerzo decente.

Comienzas a cuadricular, cual fotografía digital artísticamente pixelada, tu imagen de aquellos momentos en los cuales el trabajo se convierta en tu vida: te ves demacrado, ojeroso, con manchas en la frente, con arrugas hasta en los pelos, con canas que se ensortijan de entre tus chuecos anteojos, y que te dan la sensación de desorden, de angustia, de terror por esperar el día siguiente, ya que será igual. Ahora imaginas a tu enamorada, la que sería la madre de tu hijo, te olvidas por un minuto de ese cuerpo tan torneado y deseable, ves una mujer sobrepasada en grasas, desenfadadamente resignada. Finalmente imaginas a tu hijo; pones en una balanza el amor que le tendrás versus lo infeliz que serás para poder lograr que nada le falte. A las finales ganará el amor, pero seguirás siendo infeliz.

La pesadilla termina cuando, sudoroso como nadie, te miras al espejo y recuerdas que sigues siendo joven, y que la esperanza de que ese embarazo no se dé aún sigue latente y esperando a que creas en ella. Llamas a tu chica, la que se podría convertir en tu mujer. Y mientras suena el “rin, rin” telefónico, comienzas a pensar en que tu relación no va nada bien, en que aún no conoces al detalle a aquella muchacha cuyo derrier tanto te aloca. Que no es lo que hubieses deseado como esposa. Que no le gusta hacer nada de la casa, que no sabe cocinar, planchar y menos cambiar un apestoso pañal. Y que para colmo de males, se dejó tocar en la primera cita que tuvieron (aunque eso es más que relativo). Deseas a morir que no esté embarazada, que aquel travieso espermatozoide ganador se haya cansado antes de llegar a su meta. Que los demás se hayan burlado de él diciéndole, “para otra será, cabezón”… No, esa otra no llegará porque TODOS SE ME VAN AL CONDON, CARAJO.

Ella levanta el fono y te da la mala noticia: “todavía no…”. Al colgar, imploras al Todopoderoso por una oportunidad más: “Dios santo, si me sacas de esta te juro por mi madre que no vuelvo a cagarla, por favor, dame una oportunidad más… te lo juro, no la vuelvo a cagar”. Dios parece ignorarte, porque no te da señales, no hay una luz que traspase las densas nubes limeñas que te diga que te escuchó, menos un sonido parecido al coro de la catedral. Sólo hay silencio, y el silencio te hace avanzar y te hace recordar que los tres días de espera ya se han ido, y que la sangre vaginal que tanto esperas, aún no se ha vertido.

La suerte sigue de espaldas, llamas al intercomunicador y contesta su madre, sí, tu posible futura suegra: “ah… señora, ¿qué tal?, ¿có…cómo está? --------- este… se encuentra Patty?” – La vieja zorra del desierto (“zorra” en el sentido más sabio de la palabra) se acaba de enterar de que algo no anda bien – “sí, sí está, ahorita la llamo”.

Pasan los minutos y la demora te hace sospechar que algo está sucediendo detrás de esas paredes. Finalmente tu amada doncella sale de su casa, más asustada que nunca – “Mi vieja ya sospecha, puta mare…” – ya pues, te lo imaginabas, sólo atinas a ir a la botica a comprar la prueba. Ah, la botica tiene que estar lejos, porque las boticarias del barrio saben quien eres, y lo que es peor, saben quiénes son tus padres. Tomas tu combie de china y llegas a la botica “Mariana”… entras y pides tu prueba, la compras y la boticaria te ofrece su baño, a cincuenta céntimos más si quieres con papel higiénico. La puta madre, tu flaca no quiere orinar… vas a la tienda del frente y compras una gaseosa, se la das a ver si se hace una. Después de 20 minutos entra al baño y no te aguantas… entras con ella. Concedido el acto ella pone la vara en el taper de Dorina (la suavecita…) que le prestaron las boticarias, el cual usó como sanitario. Y a esperar… esperar, desesperar… las miles de imágenes fotográficas que mortificaron tus días previos empiezan a correr como una película desgastada y veloz por tu mente.

Carajo, no puede ser… han pasado casi 25 minutos y no se nota ninguna barrita en la vara; HICIERON MAL LA PRUEBA. Al repetirla piensas en que, si bien es cierto no eres un pan de Dios, no te mereces esto, claro, nadie se lo merece. Eres un pata bueno, tienes planes bonitos y amas mucho a tu familia; eres buen amigo con tus brothers, siempre te lo dicen (por cierto, ¿dónde están??!), les pones chela y te abrazan, te cuentan sus cosas, eres querido en el barrio… carajo, no mereces esto!

La prueba culmina y sólo una rojiza barra se dibuja en la, ya amarillenta, varita. UFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF!!!!
Se acabó el misterio, la zafaste; ahora te quedan varias opciones: la primera, sigues con la chica y te cuidas como loco, es decir, si pudieras plantificártela lo harías; la segunda, renuncias al sexo al menos por un buen tiempo, aunque eso pueda significar la ruptura de la relación (o quién sabe, el ascenso); y hay una tercera opción, el susto podría tener un efecto resorte en aquella chica que, admitámoslo o no, hubiese sido la más perjudicada en el caso de que la prueba diera positivo; con toda la frialdad del mundo podría decirte “sabes qué? Hasta acá llegamos, no me busques ni me llames, que te vaya bien”… tendría todo el derecho, no? Después de todo la responsabilidad del “cuidado” de una pareja recae siempre sobre el hombre a pesar de que siempre se dice la desdeñada frasuela “hombre es hombre”; o me van a decir que de 10 mujeres que practican sexo, ¿la mayoría es capaz de comprar un solo condón en la botica?!? Pues no, y aunque eso contribuya deliberadamente al machismo parece ser la dicha de toda mujer dejarle toda la responsabilidad al varón, aun sabiendo que nuestra calentura nos es casi siempre incontrolable. Claro, las pastillas engordan, no?, las inyecciones son caras no?, pueden dejar estériles no?, en fin.

Las maromas casi subversivas que se dan entre el hombre y la mujer cuando una situación tan jodida como un riesgo de embarazo asoma, son muchas y dan siempre para la polémica, pero una cosa sí es segura: no seré el último, ni el primero que haya pasado por esta terrible vorágine. Y tú, que me estás leyendo, seguro te traje recuerdos eh. A cuidarse sin descuidarse. Para los sufridos que han estado recordando, para los que no lo han vivido (ya lo harán JEJE) y para las chicas que sí “saben cuidar su cuerpo”, va este jijuna post.

Un abrazo.

5 comentarios:

  1. "pandillero chalacaco"
    pucha, q pasa, causita??

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  2. Malos dias brother... de verdad malos dias, salu2

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  3. QUE BUEN POST TIO.BUENOTE...BIEN AHI..CREO QUE A TODOS NOS HA PASADO ALGUNA VEZ...A ALGUNOS LAS HECHOS RECORDAR VIEJOS TIEMPOS JAJAJA

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  4. Alguna vez te paso algo asi????

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  5. Carlos: Aproximadamente unas 10 veces, pero sé que tú escarmentarías más rápido.

    Saludos.

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