domingo, 31 de agosto de 2014

Humildad, soberbia... hipocresía

Hace unos días, en el marco de una acalorada discusión, alguien me dijo que me creo «superior a los demás». No es la primera vez que me lo dicen. De hecho, admito que soy soberbio en ciertas cosas -si se puede ser soberbio de forma parcial-, considerando que ser soberbio es aceptar, y presumir de -según las exigencias del momento-, que superas en algo a alguien. Y aunque el enunciado cae en un error típico de generalización, no deja de tener un lado cierto. No en todo me siento igual a todos, eso es verdad, y eso automáticamente me excluye de ser humilde. Sin embargo esto implica que, así como me siento más que algunos, en otros casos me siento menos. 

Supongo que es natural rendirse ante talentos que nosotros no tenemos. Veamos, en una discoteca, por ejemplo, -en ese breve o amplio período de visita- me siento menos que la mayoría de muchachos, quienes van mejor vestidos que yo, oliendo mejor, son más extrovertidos y confiados, suelen ser más guapos, esbeltos, y presumiblemente tienen más dinero que yo en los bolsillos -al diablo con eso de que es plata de sus padres, en una discoteca nadie te pregunta eso y tu dinero vale lo mismo venga de donde venga-, por tanto tienen más posibilidades de, digamos, pasarlo mejor o tener éxito en los diversos objetivos que uno se puede trazar en una noche de sábado. En un centro de labores me siento menos que mis jefes y gerentes, por obvias razones. Ganan más, son más exitosos y están encima de mí jerárquicamente, al menos mientras dura la jornada laboral, que es casi siempre. Me siento menos, también, que la gente que admiro. Los músicos, escritores, deportistas, científicos y políticos a los que considero genios, y a algunos hasta ídolos. Y creo que ahí paramos de contar a los que me hacen sentir inferior, no necesariamente porque me hayan menospreciado -con respecto a los últimos ejemplos, al menos, ni siquiera saben de mi existencia- sino por simple criterio. Es decir, me sé menos que ellos en aspectos puntuales, ¿cómo podría admirarlos si no fuera así?; siento no estar a su nivel intelectual, artístico, de éxito, qué sé yo, tantas cosas. Y creo que eso no está mal siempre y cuando no sea capaz de ir y mamarles la verga o dejar que me humillen de alguna forma.

Ahora vayamos a los que me hacen sentir más.

Los que me hacen sentir más son los idiotas, pero no cualquier tipo de idiotas, pues hay idiotas que saben muy bien que son idiotas -créanme que eso es algo que también admiro, aunque no al punto de sentirme menos, claro-, que prefieren muchas veces el más prudente silencio antes que decir cualquier sandez que se les ocurra y que gracias a eso viven en armonía con el resto de personas, así estas no sean idiotas. No, con ellos no me siento más, más bien, como acoté, los llego a admirar mucho porque son sensatos, y eso para mí es una gran virtud, más allá de las ideas retorcidas e incongruentes que pueden tener sobre determinados asuntos. Durante mucho tiempo, por cierto, creí ser un idiota de ese tipo. Luego, cuando superé parte de mi baja autoestima, concluí que si bien no llegaba a ser como la gente que admiro hasta hacerme sentir menos -y que nunca lo seré- tampoco soy un idiota sensato que sabe que es idiota, sino un poco más que eso. Podría autocatalogarme, entonces, como un casi idiota sensato, por decirlo de cierta manera. Pero insisto, este tipo de idiotas, que de vez en cuando pueden lanzar uno que otro espasmo memorable, producto más de la inspiración que de su capacidad intelectual o de raciocinio, son mis idiotas preferidos y de los que suelo rodearme para pasar momentos muy gratos. 

Los que me hacen sentir más son, justamente, los idiotas que ignoran que lo son. ¿Cómo identificarlos?, no es nada difícil: siempre creen tener la razón, aún cuando todos los argumentos críticos los desarman por completo. Pero porfían hasta cierto punto -aquí es donde se empiezan a diferenciar de otros tipos de idiotas-, de pronto amenazan y proponen «solucionar el problema» a golpes. A ver, yo no soy pacifista. Rechazo la violencia, sí, pero el hecho de que no me guste pelear -confieso que antes sí me gustaba, antes, cuando no cumplía ni los quince- no implica que no me sienta capaz de moler a alguien a trompadas, ni mucho menos que no reaccionaría «mal» si alguien llega y me pone un dedo encima. Con la poca experiencia que tengo en cuestiones pugilísticas, cien kilos de peso y 1.75 de altura, al menos en este país, no creo ser rival fácil para nadie, pero yo prefiero la discusión alturada, el debate sano y a la vez condimentado, algo donde al menos se pueda sacar conclusiones, aprender, entre otras cosas. En pocas palabras, intentar razonar con alguien. Lamentablemente no siempre se puede y soy consciente de ello. Por eso cuando un idiota me reta a pelear -o sea ensuciarme las manos y ropa, porque eso es lo único que trae consigo una pelea- sólo porque no puede superarme argumentalmente -lo que en su modesta cabeza es una causa justa-, no dudo un segundo en anteponerle su dolorosa verdad: que es un idiota insensato. Entonces el idiota insensato me dirá que me creo superior a él -a manera, obviamente, de crítica- y yo le diré que sí, efectivamente, aunque no soy superior en todo, probablemente ese idiota tenga talentos que yo no tengo, pero al menos en lo intelectual, sí, soy superior, no hace falta explicarle más -probablemente no lo entendería-. Y si ser soberbio es ser consciente de que no soy igual a ese tipo de idiotas, entonces, sí, soy soberbio. Poniéndolo a la inversa: si ser humilde significa sentirme igual que este tipo de idiotas, entonces no soy humilde, y agradezco sobremanera a lo que sea que me haya permitido no serlo.

Tras esta reflexión, que de seguro a muchos no les terminará de gustar, concluyo que los conceptos de humildad y soberbia están bastante condimentados de hipocresía, al menos en la sociedad donde vivo. Sociedad donde no se trata de ser realmente humilde o soberbio, sino de aparentar o no aparentar, según el caso. Perdonen, pero las apariencias no van mucho conmigo. El ser un eterno antipático me es más que suficiente, al menos para estar tranquilo.

domingo, 17 de agosto de 2014

Sobre ser hincha (pequeña teoría sobre los idiomas distintos)


Soy hincha de Alianza Lima. Pude haber sido hincha de Universitario, pues un familiar relativamente cercano siempre estuvo muy relacionado con el club crema -incluso hay quienes dicen que gracias a él fui hincha de la 'U' por una tarde, cuando quien escribe no pasaba de los siete años de edad (mi familiar es casi diez años mayor que yo)-, sin embargo no logró que me uniera permanentemente a sus filas. Pude ser hincha del Sporting Cristal. Mi madre es simpatizante de los rimenses. Además tuve unos vecinos algo insistentes que intentaron también, sin éxito, llevarme a sus laderas pasionales desde que era pequeño. Mi padre es simpatizante blanquiazul, pero no es un hincha consumado. Pocas veces me llevó al estadio, aunque sí me hablaba, recuerdo, de pericos, nenes, cholos y poetas. Mi hinchaje por Alianza nace, pues, muchos años después de estos acontecimientos que bien pudieron cambiarme la vida. 

Disfruté plenamente del aliancismo, creo yo, finalizando mi adolescencia e iniciando la universidad, aunque justamente debido a estas actividades académicas -y posteriormente laborales- no fueron muchas las veces en las que fui al Villanueva a alentar a la azul y blanca. Me considero un hincha que fue poco activo hasta que comencé a investigar y escribir sobre el equipo. Crónicas, sucesos históricos, anécdotas, ídolos, fundación. Alianza acaparó toda mi atención y gran parte de mi tiempo desde entonces. Salieron a la luz proyectos que quizás algunos de ustedes conozcan y de los que me siento orgulloso haber sido parte. Contribuí -y lo digo con toda la humildad que jamás en mí hayan visto- con el conocimiento y re-conocimiento de la tradición, evoluciones e involuciones de Alianza Lima, justo en tiempos en los que el internet empezaba a explotar mundialmente mediante las redes sociales. Hoy, los resultados de este trabajo -el cual no hubiera podido hacer solo, por supuesto- saltan a la vista. Tenemos hinchas más informados, objetivos e interesados en seguir conociendo más y más sobre toda la cultura que encierra y despliega nuestro amado club. Pero claro, por más objetivo que intente ser, siempre me toparé con un hermoso muro. Impenetrable, almidonado y acolchonado. Un muro donde podría recostarme, ilusionarme, soñar y vivir por el tiempo que duren los latidos del corazón, pero que nunca podré traspasar sino sólo respirar algunos vientos que vienen del otro lado, donde se respira puro racionalismo. Ese muro es precisamente el de ser hincha. 

¿Qué es ser hincha?, confieso que antes de escribir esta línea del texto había ensayado conceptos fugaces -y algunos feroces- sobre el hinchaje, pero no era nada que no se haya dicho antes, así que preferí dejarlo; ahora estoy siendo un poco más honesto. 

Antes de seguir, es importante que sepan que no pretenderé enseñar a nadie a ser hincha ni mucho menos recomendaré que lo sean. Esto porque no soy quién para ninguna de estas funciones. Gracias.

Las cosas como son. Para algunos el ser hincha es algo que roza o se sumerge indefectiblemente en la estupidez. Es comprensible lo que sostienen porque, ¿qué se gana siendo hincha? Más allá de efímeras alegrías, no hay un rédito visible o palpable para el hinchaje. No corresponde, en absoluto, a una suerte de inversión guiada por la inteligencia. Entonces, ¿quienes somos hinchas somos estúpidos?, es probable en cierta medida, pues muchas veces el ser hincha se recompensa más con el sufrimiento que con la satisfacción -sobre todo si se es hincha en países como el mío-, pero no es tan sencillo. Mi experiencia personal me dice que ser hincha es una especie de devoción cuya principal recompensa es vivir. Así es, vivir, no el sentido biológico de la palabra, sino en un sentido más profundo -llámenme cursi, los oigo- y sublime. Vivir sucesos, compartir momentos, hacer amigos, grandes amigos, enemigos, grandes enemigos, discutir, pelear, divertirse, llorar, incluso enamorarse. Ser hincha amplia nuestro marco social -aunque es cierto que los restringe en ciertos casos, pues hay personas que no soportan a los hinchas y prefieren mantener su distancia- de una forma paulatina, espontánea e inevitable. De pronto estamos sentados en ese cómodo sillón de la aburrida reunión de un amigo medio aburguesado, cuando escuchamos a alguien hablar del equipo que seguimos. El corazón empieza a acelararse, lo miramos para que note que lo comprendemos, que compartimos el mismo sentimiento, y una vez que enganchamos conversación no hay quien nos detenga. Ni siquiera el resto de asistentes a la reunión, quienes de un momento a otro sentirán que son ellos los que sobran. Esto a manera de ejemplo. 

Ser hincha es casi una garantía de que no estaremos más solos de lo necesario.
Una última prueba personal de lo que significa el ser hincha es que me voy a Ecuador a ver a Alianza. Averigüé precios, rutas y estadias. Pedí una semana de vacaciones en la empresa donde laboro. Junté el dinero necesario -en realidad aún falta completarlo con un pequeño préstamo-, y listo. El ser hincha me llevó a conocer más hinchas. Es otro plus. Ser hincha es casi una garantía de que no estaremos más solos de lo necesario -y lo dice alguien que aprecia muchísimo la soledad-, así que en Ecuador seremos varios. Por cierto, ¿han visto cómo está jugando Alianza?, bueno, no está en su mejor momento por decirlo de una forma. ¿Creen que pienso que Alianza puede ganarle a un equipo de Ecuador -por defecto un país más desarrollado que el nuestro en deportes- en el mismísimo Ecuador? 

Agradezco de todo corazón a los genios que me dicen que Alianza va a perder en Guayaquil, ¡qué haría sin su imponente sabiduría! Estoy seguro de que, a su manera, están tratando de hacer que no malgaste mi dinero -ni mis vacaciones- de esa forma tan mundana y escasa en raciocinio. Gracias, de verdad, por su preocupación; pero yo no estoy persiguiendo un resultado -aunque si se da, ¡bienvenido sea!-. Estoy persiguiendo a una parte de mi vida que dejé entrar en mi corazón desde edades tempranas. Véanlo como si se tratara de un gran amigo, un familiar importante o la mujer de sus vidas, sólo para graficar. Porque, parte de lo que soy ahora, para bien o para mal, se lo debo a mi club. Sé muy bien que estos genios, que están al otro lado del muro, son ganadores envidiables. En ese lugar, firmen donde firmen, nunca hay pierde. Se hace todo de forma calculada y metódica. El éxito por ahí siempre será seguro. Aunque, alguna vez un racional me confesó que se apoyó por curiosidad en el otro lado del muro, intentando sentir un poco lo que sentimos los de aquí. Lejos de ser acolchonado y amildonado, me contó, ese lado era duro y su superficie estaba atiborrada de púas rociadas con algo similar al gas pimienta. El daño fue inmediato y esa persona supo cuál era su único lugar. Se me acaba de ocurrir algo: los genios que me aconsejan quedarme en Lima tal vez no sepan que hasta hablamos en idiomas diferentes. Disculpen, ustedes dicen que no me entienden, pero la verdad es que yo tampoco los entiendo a ustedes. ¿Y si lo dejamos así?, gracias, nosotros nos vamos a Ecuador. Nos vamos a seguir viviendo.

sábado, 28 de junio de 2014

Mensaje a mis amigos-enemigos resocialeros

Empecemos por definir qué es un 'amigo-enemigo' (lo de 'redsocialero' creo se entiende bien), ¿existe algo así?, ahora veo que sí, y lo definiría de esta forma: son amigos (entiéndase por 'amigos' a aquellos que han pasado por diversas pruebas de lealtad y confianza y que en base a ello se ganaron nuestro afecto) que hacen roles de enemigos, rivales, detractores o codebatientes, según el caso, de manera frenética y constante. Es decir, aquellos que siempre andan pendientes de lo que decimos para contrariarnos con el fin de demostrarnos que saben más que nosotros en determinados temas. Especifico lo de 'amigo' pues, de no ser así, no tendría sentido este texto ya que si alguien que no es mi amigo anda detrás de lo que publico sólo para contrariarme, asumo de inmediato que es un simple troll y lo expectoro de mi entorno de modo automático. Pero como se trata de amigos, les tomo la suficiente importancia como para responderles sin que esto interfiera en nuestras relaciones (o eso espero). Ahora vayamos al mensaje.

Esto es lo que hacen nuestros otros amigos cuando nos ponemos a debatir en Facebook.
Estimados amigos-enemigos de Facebook y Twitter:

Los saludo y me dirijo a ustedes para informarles sobre algunas generalidades, especificaciones y recomendaciones acerca de nuestros ya acostumbrados debates públicos, la mayoría de ellos, he de decir, acerca de una de mis máximas pasiones: el fútbol.

Antes que nada quisiera felicitarlos por sus denodados esfuerzos demostrados día a día en mis cuentas de red social, donde no falta nunca un comentario suyo tratando de buscarme un debate. El hecho de ingresar a mi muro, buscar una a una las cosas que he posteado y luego lanzar una opinión adversa a mis ideas me supone una importancia que creo no merecer, y que sólo me queda agradecer. Así que gracias. Ahora algunas generalidades:

Primero: mis ideas expresas en mi muro de Facebook (o Twitter, aunque esta red la uso poco) no buscan la aprobación de las mayorías. Que esto no se entienda, desde luego, como que no me gustan los Me Gusta, porque, ¿a quién no le gustan los Me Gusta?, tendría que ser un misántropo empedernido para que odie que le den Me Gusta una publicación mía, puesto que es la forma más simple de demostrar acuerdo (o al menos que mi publicación les pareció curiosa) con sólo un click. No obstante, así como no publico cosas para que alguien me dé un sol por ellas, tampoco lo hago para que le den Me Gusta. Se trata solamente de expresar. Y no se le puede caer bien a todo el mundo, lo sé.

Segundo: nunca está de más recordarles que en mis muros todo comentario será bien recibido mientras no sea acompañado del emoticon ":v". Esto no quiere decir que si veo un comentario con ese odioso ícono lo voy a borrar o bloquearé al usuario que lo posteó, en absoluto. Sólo implica que si hacen ese ícono los consideraré de una inteligencia inferior al promedio, y por tanto sus comentarios tendrán un valor ínfimo a la hora de evaluar si empezar (o continuar) o no un debate. Son mis muros, sí, pero respeto mucho la libertad de expresión, queridos pacman.

Y tercero: no soy dueño de la verdad, precisamente por eso la ando buscando siempre. Pero agradezco que ustedes sí se sientan dueños de la verdad, pues eso me hace los debates mucho más sencillos y entretenidos. Me encargaré de este pequeño problema cuando lleguemos a las recomendaciones, no se preocupen.

Aprovecho para pedirles que le den "laic" a mi página, que está más vacía que estadio peruano en plena fiebre del mundial.
Es momento de las especificaciones:

Primero: aprecio mucho los debates alturados, pero los aprecio aún más cuando vienen debidamente aderezados con la dosis justa de picante, por supuesto sin llegar a niveles de agresión personal u otras ofensas más que innecesarias (bajo la premisa clásica de que en un debate el primero que insulta pierde, así haya ido ganando con diferencia). El uso del sarcasmo, por ejemplo, es algo que usualmente rescato a pesar del terrible nivel argumental de algunos de mi codebatientes. Como dijera algunas veces: la dialéctica a menudo pesa más que el propio argumento. Es mejor perder un debate quedando de sarcástico incomprendido que de idiota expuesto. Aunque esto último al final es inevitable. 

Segundo: yo soy muy buena gente y optimista en estas cosas (creo que sólo en estas cosas). Cuando alguien intenta iniciar un debate conmigo lo primero que pienso es: "manya, piensa diferente a mí, a lo mejor sabe de esto y me enseña cosas que no sé. Hagamos la prueba". Lejos de lo que mi evidente soberbia puede llevarles a conjeturar sobre mí, eso es lo que pienso cuando alguno de ustedes me busca un enfrentamiento argumental. Muchachos, lo mínimo que pueden hacer para premiar mi humildad es no decepcionarme. ¿En qué idioma se los tengo que pedir?

Y tercero: si los debates pasan a niveles personales no me hago responsable en tanto siempre me predispongo a llevarlos por el tema de discusión en sí. Dicho de otra forma, nunca debatiría temas tales como: "¿crees que soy un idiota?", "¿crees que merezco vivir?", "¿crees que mis padres me criaron bien?", "¿soy bueno debatiendo?", "odio a Lionel Messi y a Justin Bieber, ¿eso me hace mejor?", no sé si me entienden. Son preguntas que se responden por sí solas y que si intento responderlas por mí mismo alguien se podría sentir lastimado.

Finalmente, las recomendaciones. No sin antes advertirles algo: estas recomendaciones no son a mi favor, para nada. A mi favor sería decirles que están debatiendo estupendamente y que cada vez me lo ponen más difícil. Eso no sería cierto, claro. Las siguientes recomendaciones son formuladas para que me ganen los debates, 'amigos-enemigos'. Vean lo bondadoso y altruista que resulté. A que no siguen pensando que soy soberbio:

1.- Eso que tienen debajo de tanto pelo, grasa, lunares, liendres, verrugas, caspa, carne y hueso, se llama cerebro. Definámoslo como una máquina natural que nos apoya con razonamientos y elucubraciones en teoría sensatos. Antes de intentar iniciar un debate conmigo, asegúrense de haberlo activado. Esto asegurará lo siguiente: primero, decidir si debatir conmigo es lo más conveniente dado el riesgo de quedar en ridículo ante mucha gente (conocida y desconocida). O segundo, iniciar un debate cuando menos prometedor.

2.- Sean consecuentes. Digan cosas que usualmente defienden con fiereza. No cambien el hecho de ganar un simple debate por su siempre importante honor. Por ejemplo: si se pasaron todo lo que va del año quejándose de lo feo que juega su equipo de fútbol de preferencia, no salgan en pleno mundial a festejar la garra charrúa. ¿Me dejo entender?, espero que sí.

3.- Si van a lanzar frases, pensamientos o elucubraciones que pretenden quedar en la perpetuidad de la sabiduría, asegúrense de que sean al menos difíciles de refutar. Por ejemplo:

No pongo el nombre ni la foto de quien dijo esta tontería porque es mi amigo y lo quiero mucho. Además es papá.
Ante los ojos de un enano mental, esta frase podría ser la más importante y reveladora de su vida: "¡POR DIOS!; ¡CUÁNTA RAZÓN!; ¡SIEMPRE VIVÍ ENGAÑADO!; ¡PUTO SISTEMA DE MIERDA!, ¡MUERTE A MESSI, A RONALDO Y A TODOS LOS QUE GANARON UN BALÓN DE ORO!; ¡NADIE PUEDE OBLIGARME A CONSIDERARLOS LOS MEJORES!; ¡NADIE!", no obstante, si la analizamos bien llegaremos a la certera conclusión de que es una opinión insulsa y carente de todo criterio. ¿Por qué?, sencillo: porque los Óscares, a diferencia de los Balones de Oro, no se entregan en base a cifras o resultados (nos guste o no, lo único objetivo de este mundo es lo representado por la casi siempre odiosa estadística), sino en base a criterios personales y subjetivos de un grupo de jueces. Deporte y arte son cosas monumentalmente distintas. Pero para no hacer quedar tan mal a mi amigo, diré que esta frase tendría cierto sentido (forzado, en realidad) si se entregara un Óscar a la película más taquillera, premiación que hasta nuestros días no existe. Creo que no hace falta decir más.

4.- Explicando un poco más la generalidad expuesta líneas arriba, no se preocupen tanto por los Me Gusta. No crean que por no tener Me Gusta en sus comentarios están quedando como locos o tontos, ni mucho menos crean que porque algún comentario suyo tiene más Me Gusta que uno mío van ganando la discusión. Vean los Me Gusta no como una prueba de que van por buen camino, sino como lo que es realmente: una evidencia de que hay más personas en nuestra red que piensan como ustedes. Ahora viene una pregunta muy simple que de seguro sabrán responder con mucha responsabilidad: ¿el hecho de que haya más personas que piensan como uno es necesariamente una prueba de que tenemos razón?, de ninguna manera. No significa más que eso, que hay gente que comparte nuestra idea. Esto porque, desde aquella lógica, también podría interpretarse como que en este mundo siempre hay más de una persona equivocada que no sabe que lo está. Ejemplos hay muchos, y con decir que "no siempre lo más popular es lo mejor" creo que basta para cerrar la idea. Insisto, hagan caso omiso a los Me Gusta. Si les sirve de algo, yo lo veo como una simple cordialidad. Incluso hasta hay Me Gusta compasivos, lo digo por experiencia propia.

5.- Antes de emitir respuestas a los comentarios, léanlos atentamente. Y si salieron largos, léanlos de todos modos pues no leerlos no sólo hará que pierdan el debate indefectiblemente, también los dejará de flojos e incultos, lo cual nunca conviene. Analicen, encuentren debilidades y ataquen por ahí. Si no encuentran debilidades vuelvan a revisar. Si después de varias leídas no encuentran debilidades estamos en problemas, pues lo más probable es que hayan perdido. En ese caso es preferible el silencio a comentarios como este:

Hay personas que son muy buenas para lanzar opiniones, pero muy malas para leer opiones ajenas.
Y 6.- Cerremos bien los debates. No necesariamente gana un debate el que se queda con la última palabra, pues esto se puede dar por mera terquedad, no tanto por certeza en los razonamientos. En ese caso la victoria es aún más placentera, créanme, ver cómo se esfuerzan en seguir comentando y comentando sobre lo mismo antes ya refutado, dando vueltas sobre el charco y hundiéndose sin salvación en el fango, es orgásmico. Más orgásmico aún es cerrar un debate que perdieron como si lo hubieran ganado con frases como "¿ya ves?, te quedaste callado, ¿qué pasa?, contesta... ¿O es que ya no tienes argumentos?"; miren, no nos hagamos los tontos. Los debates son lindos porque son públicos, y al final es el público el que juzga quién ganó o quién perdió. Y digan lo que digan, celebren lo que celebren, si para el público perdieron el debate, lo perdieron y ya (aquí vale la pena recordar que estas personas no necesariamente apoyan con un Me Gusta a las ideas con las que están de acuerdo; no meterse en algo siempre será una opción). Por otro lado, si sienten que ganaron el debate les aconsejo no caer en cosas como "sacar pica", decir "lero, lero", etc. No hay mejor cierre de debate que el demostrar clase, algo que lamentablemente no todos poseemos.

Hay más cosas que decir sobre los debates y tal vez me estoy quedando corto. Espero, eso sí, que con estos puntos haya quedado claro que quiero más reto de parte suya. Estimados amigos-enemigos redsocialeros, los invito a reflexionar y los conmino a que empecemos a mejorar juntos nuestro nivel argumental y dialéctico por el bien de la nación. Recuerden, hoy debatimos sobre si es justo que Brasil le haya ganado a Chile en el mundial, mañana podríamos estar debatiendo sobre un cambio legislativo que reforme el futuro de nuestros descendientes...

Bien, fuera de bromas, esto es para ustedes. Con mucho cariño.

Saludos cordiales,

Bencho.

PD. El único codebatiente que se ha ganado mi admiración es mi hermano pequeño, Malvado Dylan. Aunque al final siempre le gane en Me Gusta. Perder el debate en lo argumental pero ganar en Me Gusta... Sin dudas es un buen consuelo. Ahora lo entiendo todo.

PD 2. Mención honrosa para mi gran amigo Juan Carlos Ríos que ha mejorado su nivel como codebatiente en los últimos meses. Sin embargo debe tener cuidado con sus amistades cercanas (sin incluirme), pues la calígine mental puede ser contagiosa.

viernes, 21 de marzo de 2014

La pituca y el idiota

La conocí mientras trabajaba en el banco. Era clienta asidua de mi agencia y en poco tiempo buscaba sólo mi ventanilla. No era difícil darse cuenta de su clase social. Vestir particular. Cabello castaño claro, ojos pardos, piel blanca y por zonas rosada, y operaciones bancarias con muchos ceros a la derecha. Un apellido muy europeo y casi sin vocales lo definía aún mejor. Llegaba a la agencia a menudo para hacer operaciones en lugar de su abuela enferma y postrada. Me decía, cuando conversábamos, que ya tenía tiempo así y que, pensaba, fingía estar enferma para que la engrían, pues nunca gozó de ello, ni de parte de sus hijos ni de sus nietos. La historia me pareció curiosa y atendía sus relatos, pero la verdad era que su belleza me tenía algo hipnotizado. Entonces tenía enamorada, no podía fallarle, por lo que tuve que negarle a Gracia -así se llamaba la pituca- la única invitación que me hiciera en aquella época, a tomar un café para ser precisos. 

Aquella tarde de viernes ella se avergonzó, lo supe de inmediato por el veloz cambio en la tonalidad de su piel, algo fácil de ver en las personas de tez muy clara. Luego se marchó. Mi jefe había escuchado todo esa vez. Me llamó a su sitio. Por un momento pensé que me regañaría por hacer tanta conversación con un cliente, a veces alargando la cola -aunque esa agencia miraflorina era generalmente tranquila y no había mucha afluencia-; lejos de eso, me increpó por haber rechazado su invitación. La consideraba muy guapa -yo también-, demasiado guapa para alguien como yo -yo también-, y no entendía cómo fui capaz de rechazarla. Le expliqué que tenía una mujer y una hija que mantener, que no me podía estar dando esos escapes. No encontró en ello suficiente motivo, sus palabras fueron "¿qué podías perder?", no respondí nada. Finalmente cesó de regaños y me envió a continuar con mis labores. Mientras me iba de su oficina escuché un susurro -"huevón", cómo no-. Dentro de mis anteriores conversaciones con Gracia fui lo suficientemente astuto -o tradicional- como para intercambiar números de celular. Aunque nunca nos habíamos llamado. Sin embargo, al ver que ya no iba a mi agencia -seguramente por la vergüenza que le generaba encontrarse con alguien que la había rechazado, y más aún considerando que mujeres así no son rechazables- se me ocurrió llamarla una noche saliendo de la agencia. Me contestó a la segunda llamada, estaba algo nerviosa. Le pregunté por qué ya no iba y me dijo que su abuela de pronto se puso bien. Fue raro ese argumento, la verdad. No le creí, claro. Sólo atiné a decirle que vuelva pronto antes de colgarle. "¿Me extrañas?", me preguntó entre risas. Le respondí "obvio", pero un poco más serio de lo que debí. Hablamos de un par de trivialidades más, nos despedimos y colgamos. 

Al día siguiente volvió a la agencia y fue como empezar nuevamente, o al menos como si hubiésemos borrado su invitación y mi rechazo. La rutina se mantuvo hasta que tuve que renunciar intempestivamente del banco por un asunto que ahora no voy a contar -al respecto sólo diré que todo fue bajo mi voluntad y que no tiene nada que ver con algo ilegal-. Poco tiempo después -como suele pasarme cuando dejo de tener empleo- perdí a mi chica y a mi hija; en realidad era sólo hija de ella, pero la perdí de todos modos cuando terminamos. Me había quedado solo y sin trabajo. Conseguir uno nuevo demandaría mucho tiempo, así que decidí divertirme mientras podía. Fue así que un par de meses después de dejar la agencia volví a llamar a Gracia. Una sensación extraña me invadió en aquella llamada. Una mezcla de excitación y bochorno. Las timbradas continuaban sonando en mi oído derecho y no sabía si hacía lo correcto. Si quizás la estaba interrumpiendo en algo. O si quizás no se acordaría de mí -de hecho, ese sería el peor de los casos-. Dejó de timbrar y sonó la operadora automática que siempre habla bonito cuando alguien no contesta. Volverlo a intentar era ahora mi dilema. Estaba recostado en mi cama mientras todo esto transcurría. Rascaba mi barba a ratos. Extrañaba mi barba, era algo que no podía tener cuando trabajaba en el banco. Disfrutaba tenerla aunque a mi familia le pareciera repugnante. Era mi barba, y me servía -entre otras cosas que ni yo podría describir- para rascarla mientras decidía qué hacer con ciertos menesteres. Dejé de rascarla sin más cuando sentí el vibrar de mi móvil. Me negaba a aceptarlo sin ver la pantalla, pero definitivamente era ella. Me estaba devolviendo la llamada. A la cuarta timbrada le contesté. Hablamos bien. Creo que no parecía nervioso. Con una broma de su parte rompimos el hielo inicial. Quería preguntarle qué había sido de ella en todo este tiempo, pero ella no me dejaba preguntar nada, pues todas las preguntas eran suyas. Le conté parte de lo que había pasado y que ahora había decidido darme unas vacaciones no pagadas. No pasó mucho tiempo más para que le proponga vernos, salir, y me dijo que no. En ese instante lo creí justo. Así que ya preparaba mi pequeño discurso de despedida, de esos que se dicen para no quedar como herido ante el brutal rechazo recibido cual patada testicular; pero entonces me dijo que era broma, que en realidad sí quería verme y que ese "no" me lo merecía por mi rechazo anterior. Empezó a reírse mucho, a carcajadas, a mí no me hizo gracia pero tuve que reírme con ella. Espero no haber sido evidente al fingir.

Salimos ese mismo fin de semana. Nos encontramos en un sitio muy clásico: la esquina del Cine Pacífico, en el Parque Kennedy. Digo que es clásico porque de todos mis encuentros, sean con chicas o con amigos con los que pretendía simplemente tomarme unos tragos, el noventa por ciento de las veces se elegía ese lugar. Debe ser lo más céntrico o ubicable que hay dentro de Lima, aunque a mí me será siempre más sencillo llegar al cruce de Angamos con Aviación, por ejemplo, o al mismo Centro; ahora que lo pienso, es esa infundada idea de que Miraflores siempre es mejor que cualquier otro distrito. Hace mucho que no lo es, pero estamos como programados en ese aspecto. El caso era que ahí la esperé. Casi media hora y la seguía esperando. Aún hacía calor, ahora no se sabe con exactitud cuándo es verano u otoño. Había fumado ya como tres cigarrillos. La verdad es que deseaba que me encontrara fumando para darme un aire adicional de intelectualidad, como si se tratara de alguien interesante. Por cierto, aún no le había dicho que escribía, lo había reservado como un as bajo la manga por si la cita se volvía aburrida. Y eso del cigarro iría a ayudar -"¡ah, eres escritor, con razón esa pinta, y los cigarrillos, ahora entiendo!", ¿lo ven?-, o eso pensaba. Después de todo, ella me conoció como un cajero bancario, es decir, era probable que pensara que era de esos tipos fríos, materialistas o aburridos que sólo sabían hablar de finanzas, de la bolsa, del trabajo, de estudios, de aquí, de allá; aunque también era posible que haya sido justo eso lo que le atrajo. De todas formas, decidí jugármela por la sinceridad y ese cigarro era parte, forzada o no en ese momento, de lo que yo era, y era un fumador, un escritor, además, y un bohemio en potencia. No fingiría tanto, lo ven. Y justo cuando apagué mi cuarto cigarrillo apareció ella. Maldita sea, justo cuando apagué el puñetero cigarro. Había pasado casi cuarenta minutos desde la hora en que quedamos. No sabía si hacerme el molesto -lo cual denotaría una respetable seriedad con respecto a la puntualidad, entre otras cosas- o reírme como dejando entrever que me tomaba la vida con relajo, alegría y naturalidad. Preferí combinar ambas cosas, pues sentía ambas cosas. "Oye, ¿quién te regaló ese reloj?, ¿Alejandro Toledo?", y me reí. Ella rió conmigo aunque sus risas sí fueron sinceras. Fue un chiste malo, improvisado pero con apariencia prefabricada, como si lo hubiera sacado de un programa cómico de los sábados. Aún así, lo importante es que le hizo gracia, y además notó el toque de seriedad que quería darle, pues me pidió disculpas y me ofreció pagar lo primero de lo que hagamos. Eso fue sumamente gracioso, "para que estemos en paz pagaré yo lo primero de lo que hagamos", quise bromear con ello y decirle "¿y si lo primero que quiero es hacerte el amor, pagarías el hotel?", pero iba a ser demasiado fuerte y grotesco. Preferí reírme y decirle que elegiré lo más caro de lo que hagamos. Por ejemplo, si fuésemos a un restaurante pediría el platillo más caro, y si fuésemos a un bar pediría el trago más exclusivo. Se reía nuevamente. Era risueña. Más de lo que recordaba. Y también estaba más bella de lo que recordaba. Ha de ser la ropa que llevaba puesta y el maquillaje, aunque no era muy exagerado. 

Vestía un blue jean bastante ceñido, un polo corto negro que dejaba ver su ombligo y su estrecha cintura blanca. El polo era también ceñido, así que podía ver que tenía un par de senos muy considerables, aunque, al igual que su maquillaje, no eran exagerados. Ya en la agencia había visto que tenía un derrier bonito, pero esa vez lo vi más bonito aún. Bonito y formado. Tampoco exagerado. Creo que nada en ella era exagerado, lo cual para mí era novedad pura. Siempre relacioné a las mujeres con la exageración. O eran muy hermosas o eran muy feas. O eran muy voluptuosas o eran muy delgadas. O eran muy frías o eran muy dramáticas. Gracia era, al parecer, un punto medio, un equilibrio entre tanto extremismo vaticinado por mi experiencia. Que no era mucha, he de decir. Decidimos primero ir a comer. Conocía un buen restaurante en Larco donde vendían empanadas de mucha calidad. Se lo propuse y aceptó. Tal y como lo prometió, ella pagó las empanadas de entrada. Lo que seguía era el plato de fondo que podía ser de comida italiana o fusión. Se pidió unos tallarines al pesto con aceite de oliva virgen. Lo pidió así: "con aceite de oliva virgen". No pude evitar bromear al respecto, aunque sabía que era una broma estúpida: "virgen como nosotros, señor mesero, como nosotros". A pesar de lo idiota de la broma, se rió nuevamente y siempre sincera. Yo me pedí un plato extraño de fusión, hasta ahora no recuerdo el nombre, pero llevaba carne a la parrilla y estaba rico. Luego deliberamos si quedarnos ahí a pedir un vino -lo cual podía significar que la noche termine rápido, pues los restaurantes cierran relativamente temprano- o ir hacia algún bar de la calle Berlín. No duró mucho la deliberación. Gracia quería ir a Berlín.

"[...] es esa infundada idea de que Miraflores siempre es mejor que cualquier otro distrito. Hace mucho que no lo es, pero estamos como programados en ese aspecto".
El camino desde la avenida Larco hacia la calle Berlín, como sabrán, no es muy largo, sin embargo debimos haber tardado media hora en ello, pues cada cosa que hablábamos nos detenía en plena calle ya sea para reír o hacer alguna especificación histriónica torpe sobre lo que contábamos. Cuando íbamos por la calle notaba que muchos tipos miraban descaradamente a Gracia. Por momentos quería encarar a alguno para que ella vea que tengo esquina y que soy un macho alfa de indudable virilidad. Al final me vendía yo mismo la idea de que era mejor que pensara que soy un ser apacible, pacífico y metódico. De más está decir que en realidad sólo soy un cobarde que tenía miedo de quedar en ridículo en caso uno de estos tipos me partiera a golpes delante de ella. Finalmente llegamos a Berlín. Nos sentamos en una mesa cerca a la calle, pues, como dije antes, hacía mucho calor y necesitábamos aire. Me pidió un cigarrillo y seguimos conversando. Llegaron los tragos y empezamos a beber. Como suele suceder en estos casos, las horas pasan muy rápido. Es curioso lo rápido que pasan las horas cuando uno está entretenido. Y es inevitable preguntarse por qué no sucede así en el trabajo. Por qué en esa instancia las horas pasan tan lentas. No importaba. Al final yo no trabajaba y era mi momento pleno con Gracia. Dentro de mis planes estaba pasar la noche con ella en algún lugar íntimo, pero era una posibilidad remota, más aún cuando cada quince minutos ella miraba su celular, escribía algo, enviaba mensajes y luego lo volvía a guardar en su cartera. Cuando las mujeres hacen eso en una cita pienso inmediatamente que están escribiéndole a otro hombre y que pronto me dirán "debo irme". Eso me tenía tenso. Pero las horas seguían pasando y Gracia no se movía, aunque tampoco dejaba de mirar su móvil y enviar mensajes a menudo. Supongo que luego me acostumbré. Tocó el turno de que yo mire mi móvil. No tenía ningún mensaje, sólo una llamada perdida de mi madre; me había olvidado de avisarle que iba a salir. Le envié un mensaje deseando que Gracia me estuviera viendo y pensara que le escribía a otras mujeres. Lo cierto es que quise echar un vistazo a mi móvil para ver qué hora era. Eran casi las cuatro de la mañana. No sé si mi rostro lo dijo por mí pero, al verme la expresión, Gracia volvió a mirar su móvil y exclamó: "¡¿qué cosa?! ¡son las cuatro!"; "sí pues", le dije, "ya, salud", y alcé mi trago agonizante para que choque con el suyo. Me hizo caso aunque le costó un poco levantar su copa. Entonces supe que estaba ebria. Se me ocurrió ir al baño rápidamente para lavarme la cara y mojarme el pelo; en el camino hacia los servicios higiénicos me noté tambaleante. Yo también estaba mareado. Con el agua se me fue un poco, pero ahora me pesaban los ojos. Maldita sea, pensé, en ese estado tenía todas las de perder; es decir, es ideal para alguien que quiere acostarse con alguien que este segundo alguien esté ebrio, no el primero. Aún con eso, continué.

Volví con Gracia y estaba pegada a su móvil. Me senté en la mesa pero no advirtió mi presencia. Llamé al que atendía con un grito horrible, entonces ella reaccionó. "¡¿Qué pasó?!", me preguntó sorprendida. Le dije que estaba pidiendo una ronda más. Pasó lo que no debió pasar. "Gracias, Rubén, pero ya no voy a tomar. Es más, en un rato me voy". "¿Perdón?", le dije con fingida indignación -pues era más que todo preocupación-, "¿cómo que te vas?, ¡si la noche recién empieza!", sonrió pero esta vez lo hizo de manera fingida. Se le notaba fingida y seriamente agotada, como si en lugar de beber esos tragos conmigo hubiese tenido sexo duro con algún actor porno de renombre. Pensé en decírselo a manera de chiste pero iba a ser inútil incluso hacerla reír. Había perdido, aunque me quedaba 'la esperanza de la primera cita', esa esperanza que dicta: "si no se acuesta contigo en la primera cita, no te deprimas, quizás valga la pena". Pero creo que queda claro que, en realidad, yo quería hacerle todas las poses sexuales posibles esa misma noche. No me interesaba que pronto se convierta en una enamorada, novia, o buena esposa, incluso madre de mis hijos. Quería tirármela en ese momento y eso me jodía. Me jodía ser tan puto, además. Me jodía también la idea de querer tirármela a pesar de que no parecía ese tipo de chica. Luego pensaba "y si no es ese tipo de chica, ¿por qué me aceptó esta salida?, ¿por qué, lo que es aún más sospechoso, ella me invitó a salir primero aquella vez en la agencia?". 

Mis pensamientos se entremezclaron con esos malditos tragos. Solté de manera inminente: "sabes qué, Gracia, tú te quedas conmigo". Volvió a reír, no sé si fingida o sincera. Hasta ahora no lo sé. Pero de repente se puso seria. Muy seria. Adoptó una expresión que nunca olvidaré. Como si se le hubieran achicado los labios y los ojos, y desaparecido la nariz. Incluso me dio la sensación de que el cabello empezó a erizársele. Al estilo anime. Me miró de frente y me dijo: "¿quieres tirar?". Respondí lo primero que se me vino a la cabeza, aunque tartamudeando: "sí, sí, claro, no lo dudes, ¿quién no quiere tirar?, ¿a quién no le gusta el sexo?; vamos, no me digas que tú no, o que a ti no". "Entonces vamos a mi casa". Me levanté en seguida de mi asiento y pagué toda la cuenta -me salió muy cara, pero valdría la pena-; luego paré un taxi y le pregunté dónde vive. Me dijo su dirección y se la reproduje al taxista. Subimos al auto y nos fuimos. En el camino no sabía si acercarme y besarla como para ir calentándola. Ella había cruzado los brazos y se puso a mirar hacia el lado opuesto. Entonces me contuve. Pensé que tal vez esa era su manera de prepararse para una noche de honroso placer. Vivía cerca, en el mismo Miraflores, en una de las mejores zonas, y teníamos que llegar rápido -temía que se arrepintiera de su decisión-, pero el efecto del tiempo pasó a ser como el que ocurre en mis empleos. 

El camino se me hizo muy largo, hasta que al fin llegamos. Rebusqué en mis bolsillos y tenía ahí los preservativos que siempre cargo en mis citas por si acaso. Estaba listo. Le pagué al taxista y bajamos. Sólo quedaba que Gracia me hiciera pasar para concretar mi gran noche. Eran casi las cinco, momento justo como para un par de horas de buen sexo y luego dormir hasta las diez, luego despertar y seguir copulando. Sería genial. Su casa se veía enorme. Esto me dio más y mejores esperanzas. Pensaba que, en caso estuvieran su abuela o sus padres, siempre habría un espacio para que tengamos relaciones sexuales, aunque sea en su jardín o en su biblioteca -porque tal mansión debía tener una gran biblioteca-. Abrió la puerta y me dispuse a acompañarla dentro, cuando de pronto se puso entre el borde de su puerta y el umbral, mirando hacia la calle, hacia mí. "Gracias por traerme", me dijo. Y luego empezó a cerrar la puerta desde adentro. Mi primitiva reacción fue evitar que la cerrarse por completo con mi brazo derecho. "Gracia, no entiendo, ¿qué pasó?, me dijiste que querías...". "Te pregunté si querías tirar y me respondiste que sí, entonces supe que la noche se había terminado y que tenia que venir a mi casa". Esto me lo dijo esbozando una sonrisa demoníaca, pero que no era fingida, en absoluto. "Tú si quieres puedes tirar, total, la noche recién empieza". Ya no había equilibrio en ella, era demasiada seguridad. Saqué mi brazo lentamente, como para darle tiempo a que se arrepintiera; pero ella siguió cerrando la puerta, lentamente, mientras me miraba y esbozaba esa misma sonrisa que al final tuvo un pequeño sabor a coquetería. Finalmente, se cerró la puerta. Al girar mi cuerpo hacia el otro lado para empezar a dramatizar y buscar absurdamente más explicaciones, noté que el taxista se había quedado esperando. "¿Lo llevo a alguna parte, señor?". Me quedé mirándolo un buen rato, evaluando la posibilidad de echarle a él la culpa de todo. Traté de calmarme. No dije nada más y subí. "A San Borja, por favor". "Señor, con todo respeto, yo sabía que no iba a hacerlo pasar". "¿Por qué?", le pregunté. "Porque ayer hice un taxi aquí mismo. Hubo un velorio. No sé qué relación tendrá el fallecido con la señorita, pero no creo que alguien quiera tirar un día después de que se le ha muerto un familiar". Eso explicaba todo. Se había muerto su abuela. La dueña de las cuentas bancarias. La que estaba postrada y que fingía estar enferma para que la engrían -aunque ahora me era evidente que no fingía-; mis esperanzas volvieron. Gracia no quiso tener sexo conmigo porque estaba deprimida. Sólo era cuestión de esperar unos días para volver a llamarla e intentarlo nuevamente, esta vez tratando de ser comprensivo con su sensible pérdida. Cómo no se me había ocurrido antes. Qué idiota había sido. Qué idiota.

jueves, 13 de marzo de 2014

En defensa de 'La paisana Jacinta' y 'El negro mama'

Ya que está de moda

Debo empezar este post aclarando algo importante: soy blanco. Sí, lo soy, de esos que cuando van a la playa se ponen rojos como una ciruela y que luego se pelan de manera inclemente y malaspectosa. De esos a los que si les sale un chupo en el cachete se les nota a leguas, porque la cara queda hecha una escarapela. De esos que si se rascan el cuello les queda marca todo el día y ni qué decir de los chupetones. De modo que, si hay algo que no encontrarán por aquí son esas frases tan virulentas como "yo soy cholo y me río con la paisana" o "yo soy negro y para mí el negro mama es lo mejor", "allá tú si te sientes marginado". Bueno, creo que se entiende con eso.

Otra cosa, no pertenezco a grupos racistas ni anti-racistas; si bien no me considero netamente fascista o clasista, admito mi afinidad con el racismo asolapado - o el que al menos lo pretende ser - que se respira en la ciudad. No caeré en la hipocresía del hipster ni nada por el estilo. Sé distinguir a un cholo de un colorado y a un negro de un nikkei. Para mí - a diferencia de Dios - no son iguales, y soy consciente de que para algunos hay más trabas sociales que para otros. No hago nada por solucionarlo o revertirlo, tampoco lo celebro ni piso cabezas si no es necesario. Pasa esto por mi vida como el aire más simple entre mis axilas. Me cuesta, sí, aceptar que hay mucha gente que vive de la misma forma que yo - vale decir, asumiendo todo esto de forma natural y pasiva - y que, como ahora hay redes sociales, cree que poniendo un texto moralista de ocho párrafos en su muro de Facebook o un tuit citando a Nelson Mandela ya están luchando cara a cara contra el racismo. Sí, claro, todo un revolucionario. Y eso no es todo, lamentablemente. Ahora veo, aún con más desilusión, que se inyectan de santurrona euforia para criticar programas como 'La paisana Jacinta' y 'El negro mama' - ambos del imitador y cómico Jorge Benavides - tildando a estos personajes de denigrantes para las razas y variedad étnica de nuestro rico Perú. Todo esto suena tan producido que hasta huele a pollo de KFC, ¿no?

Para los amigos que nos siguen del extranjero, un pequeño resumen: 'El negro mama' y 'La paisana Jacinta' en un principio eran personajes con claras pretensiones cómicas que aparecían esporádicamente en programas televisivos del mismo tenor, programas que dirige y produce el ya mencionado Jorge Benavides, para muchos el mejor imitador y cómico del país - dicho sea de paso, para mí no lo es, pero admito que sabe hacer reír a las mayorías -. El negro mama es la versión exagerada de un, se podría decir, ¿típico? negro peruano, o un recién subido de Chincha - ciudad ubicada en Ica, al sur de Lima, famosa por albergar pobladores de raza negra en su gran mayoría-. Como ven en la foto, sí que es exagerado. Benavides exagera además su hablar medio acaribeñado, exagera también su poca inteligencia, y exagera también su fama de bien dotado, sexualmente hablando. Es decir, exagera todo lo que se dice de los negros. 

Por su parte, la paisana Jacinta es casi la misma historia, pero esta vez Benavides exagera a una ¿típica? pobladora de la sierra peruana recién llegada a Lima, bien podría ser de Puno, Cusco, Ayacucho o Huancayo. Exagera su hablar altiplánico, exagera su fealdad - ver foto a la derecha -, pésima dentadura incluida, exagera su astucia y exagera también su picardía. Exagera su miseria y por momentos su inocencia. Como decía, en un principio eran personajes incluidos en programas en los que el cómico ponía en escena diversos sketchs de diferentes temáticas; sin embargo estos dos personajes tuvieron tanto éxito con los televidentes que terminaron peleando por programas propios con sus aventuras de manera individual. Si bien no se llegó a lanzar el programa propio del negro mama, lo que fue compensado con darle más protagonismo en los programas regulares de Benavides, el programa de la paisana Jacinta, lanzado en 1999, fue un éxito rotundo desde sus primeras emisiones; lo que explica en parte sus quince años de vigencia.

Párrafo aparte. En 2010, el Centro de Estudios y Promoción Afroperuanos (Lundu) demandó a Frecuencia Latina - televisora que transmite desde siempre los programas de Benavides - por "actos discriminatorios que atentan contra la dignidad del ser humano" a través del negro mama. La Sociedad Nacional de Radio y Televisión (SNRTV) resolvió que el canal deje de difundir al personaje en cualquiera de sus programas. Jorge Benavides fue astuto, aunque jugó al filo de la navaja: siguió utilizando al negro mama como personaje en sus sketchs pero dejó de llamarlo así, en realidad le quitó el nombre. Lo cierto era que en pantallas seguía apareciendo el mismo personaje con las mismas características, pero ya nadie lo llamaba 'mama'. Lundu consideró esto una burla y volvió a atacar. Ante esto, ya en 2013, la SNRTV no tuvo otra opción que multar al canal y prohibir definitivamente la inclusión de personajes como 'mama' en programas cómicos televisivos o radiales. Este hecho fue bastante comentado y debatido en todas las esferas de la sociedad nacional - sobre todo en redes sociales, que es donde la gente ha aprendido a armar su propio cuadrilátero virtual -. Para muchos fue justo, para otros injusto; viva siempre la discrepancia. No obstante, la paisana Jacinta siguió al aire sin ninguna tacha de este tipo. Viene una nueva pregunta, ¿por qué se restringe a 'mama' y no a Jacinta?, y no me digan que es por la carencia de una organización que defienda los intereses de las personas de ascendencia andina, sobre todo si es mujer - Ministerio de la Mujer, Congreso de la República, Primeras Damas, ¿les suenan estos nombres? -. Pues parece que, para variar, aquí juzgamos lo que nos conviene con la vara del tamaño que nos conviene, cuando nos conviene y sólo si nos conviene.

Partamos de una idea muy sencilla y concisa: estos programas son consecuencia - o ramificación - del racismo que habita en el Perú. Sí. Esto es evidente. Si no existiera la distinción de razas o clases que hacemos con tanta asiduidad por estos lares, no nos daría risa ver a estos personajes ridiculizando razas o etnias. Porque, aceptémoslo, eso hace Benavides, ridiculizar al negro y a la serrana con sus personajes más famosos y exitosos. Sin embargo, si es así, ¿por qué tienen estos personajes tanta aceptación en los sectores étnicos o raciales que supuestamente ridiculizan?, ¿no es esto un poco ilógico?, por otro lado, si bien debemos tener claro que programas como estos son ramificaciones de nuestro racismo, ¿hacemos bien en considerarlos causa del mismo?

Es sabido que el éxito de 'mama' y de Jacinta no se centra en la capital, se trata - muy a pesar de algunos - de un fenómeno nacional. Esto generó que Benavides, durante todo este tiempo, hiciera giras y circos sólo con estas temáticas, y aún así llenara coliseos y locales en zonas donde se concentraban grandes cantidades de personas pertenecientes a las etnias que él supuestamente ridiculizaba. Como en toda generalización, por supuesto, siempre habrá una excepción: puede que haya personas de la sierra que se sientan ofendidas con Jacinta o personas de raza negra que se sientan ofendidas con 'mama', pero, siempre me preguntaré, ¿dónde están? 

Me vi obligado a mencionar lo de Lundu porque se trató de una demanda hecha exclusivamente por dicha organización - no necesariamente por toda la comunidad afroperuana, ya que suponerlo sería infundado más allá de la representatividad que pretende esta organización -, sin embargo el rating del negro mama nunca le fue esquivo, más aún si Benavides empleó la argucia de introducirlo sin ese nombre en diferentes sketchs. Claro que tampoco podemos afirmar que todo ese rating que tiene 'mama' es generado por televidentes de raza negra. Por otro lado, quizás suene muy subjetivo decir que tengo amigos negros que, lejos de ofenderse con 'mama', aprecian su gracia y disfrutan de sus programas. Y lo mismo con amigos o amigas procedentes o decendientes serranos con respecto a Jacinta. Pero si ustedes - o amigos y conocidos de ustedes - sufren exactamente el mismo caso la subjetividad será cada vez menor y ya podríamos empezar a formular hipótesis más certeras. Hipótesis que ganan validez cuando notamos que con otras cosas no somos igual de rigurosos como lo somos con los personajes de Benavides. Por ejemplo...


Creo que no necesito presentar o explicar lo que acaban de ver en esa foto. Así es, se trata de los programas juveniles líderes en rating en el país desde hace casi dos años: Esto es Guerra y Combate. Ahora echemos un vistazo a esto:


Bien. No tengo nada contra ninguno de estos chicos, tanto los nacionales como los mexicanos. Es más, admito que, en el caso de los últimos, algunas de sus canciones se me pegaron por semanas - las combis ayudaron mucho -, y a los primeros tuve que tragármelos porque a una ex le fascinaban y no se perdía ningún programa. Las cosas que uno hace por amor, ¿no?

La palabra 'estereotipo' tiene mucho que ver con mi posición con respecto a estos temas. ¿No es un estereotipo una forma de distinguir?, es como si alguien te estuviera diciendo - si no exigiendo - cómo debes tratar de ser para ser aceptado y tener éxito o una vida bella. En el caso de plantear estereotipos de determinada raza, ¿no se podría interpretar como racismo?; de hecho, si le buscamos tres pies al gato - como hacemos con Jacinta y 'mama' - encontraremos siempre algo oculto entre líneas. Esto es Guerra y Combate, por ejemplo, tratan de adornarse con mujeres y hombres de indiscutible belleza - salvo algunas excepciones, lo siento Zumba - y también con gente de diversas tonalidades de piel para que nadie los tilde de fachas. Pero es evidente que plantean estereotipos sumamente lejanos para el común de la población peruana. Esto trae como consecuencia lo que se ve en la actualidad: O los amas o los odias. O son adorados como dioses o son repudiados por ese extraño segmento red-socialista intelectualoide (sí, otra vez los hipsters, quizás) que muestra su indignación cada vez que puede y por donde puede. Y en el caso de las telenovelas mexicanas - aunque ahora producciones así vienen desde muchos más países - esta fascinación por los estereotipos es aún más aguda y agresiva. Desde esta óptica infiero que tanto 'mama' como Jacinta, así como Esto es Guerra, como Combate y como las telelloronas más exitosas - y si seguimos quizás abarquemos un 90% de los programas de la TV peruana -, todas plantean estereotipos que intentan ya sea alzarse con reflectores como deidades, o ridiculizar a otros puntualizando y exagerando sus defectos. Ambas cosas me parecen igual de condenables - aquí es donde ustedes y yo podríamos discrepar -, sin embargo no las condenamos igual: ¿por qué criticar a Jacinta y hacer mutis con el resto de cosas que pasan por nuestras pantallas? Ya no huele tanto a KFC, ahora huele a hipocresía o, en todo caso, un extraño ensañamiento.

A pesar de lo dicho, me parece tonto culpar únicamente a la televisión de la decadencia cultural - lo que incluye el racismo - en la que estamos tan sumergidos. Si bien la televisión podría hacer algo más para combatir los problemas sociales del país, no está en la obligación de hacerlo, por lo que me resulta también hipócrita señalarlo de esa forma. La televisión es un negocio y le da a la gente lo que quiere. Por ende, si hay una culpabilidad, esta es compartida entre los que ofrecen un producto y los que lo adquieren de manera sostenida. Ninguno de los programas mencionados en lo que va del post existiría si no hubiese gente que los siga y así justifique - con sus debidas creces - la inversión de quienes los producen. Y aunque esto suene obvio o trillado, parece que a veces nos lo olvidamos por completo.

Voy acabando este texto respondiendo a algunas preguntas planteadas por la conocida web El Útero de Marita, portal del que soy fiel seguidor por su estilo crítico, sarcástico, mordaz y muchas veces objetivo, aunque creo que esta vez patinaron feo. Cito las preguntas y respondo cada una:

Pregunta 1: "Amigos ecuatorianos: ¿en la TV su país hay algún personaje cómico llamado "la Rosita", vestida como otavala, interpretado por un actor hombre y mostrada como bruta, fea y desdentada?"

Ante todo, disculpen la intromisión porque sé que la pregunta va dirigida hacia los ecuatorianos, no hacia mí - y las demás preguntas tampoco serán dirigidas hacia mi persona, así que serán varias intromisiones, pido disculpas por todas -, pero para fines de fortalecer este post me es imprescindible responder. Y digo esto: probablemente no, pero, ¿eso implica que en Ecuador no exista racismo, por citar el mismo ejemplo, contra los pobladores o descendientes de Otavalo?, no necesariamente. De hecho, Otavalo viene luchando contra el racismo desde tiempos inmemoriales - desde antes que existiera la TV -. Si partimos con la idea de contrarrestar el racismo - porque eso es lo que todos decimos querer, ¿no? -, ¿hacemos bien arañando sólo a sus consecuencias y no a sus causas?, sigo.

Pregunta 2: "Amigos chilenos: ¿en su TV tienen algún personaje cómico llamado "la Francisca", vestida de mapuche y con esas mismas características?".

Pues no lo sé, no veo televisión chilena ni he vivido en Chile. Tampoco estoy enterado de las últimas novedades de su "TV basura", la cual de seguro no dista mucho de la nuestra dicho sea de paso; pero, ¿se necesita mucho sustento para decir que la sociedad chilena es una de las más racistas de Latinoamérica?, que no se malentienda. Tengo allá muy buenos amigos, pero hasta ellos admiten que el racismo allá es menos asolapado que el de aquí - incluso este racismo chileno roza más con la xenofobia, ojo -. Es más, ellos no necesitan una paisana Jacinta, para eso tienen a los mismos inmigrantes peruanos, y lo peor es que cada vez son más. Así que ya pues...

Pregunta 3: "Amigos bolivianos: idem, ¿algún personaje llamado "la Eusebia", vestida de aimara, y con esas características?".

Repito la misma respuesta que a la pregunta 1: si no fuera así, ¿qué implicaría ello?, ¿en Bolivia dejaría de haber racismo por la suspensión de un programa televisivo que ridiculiza a una aimara?, ¿Bolivia sería racista sólo por permitir programas televisivos cómicos que se burlen de sus etnias?, parece que alguien no quiere ver más allá de sus narices.

Pero aquí viene lo interesante: "¿Y por qué en el Perú sí existe este personaje, y encima es tan exitoso? "Ahh, es que así somos acá, pues".

Ajá. ¿"Así", cómo?, ¿así de racistas?, ¿así de burlones?, ¿así de idiotas?, ¿así de poco exigentes?, ¿así de peruanos?, ¿"así", cómo? Hubiese ayudado mucho que el Útero expresara una idea final más concreta sobre esto que pretendió ser una crítica corta y sustanciosa a nuestra sociedad. Lamentablemente no dejaron muchas luces y, seguramente, si le preguntamos al redactor nos dirá "se lo dejé a los lectores". Bueno. Permítanme completar la idea. Yo creo que los peruanos somos así de hipócritas. Así es, hipócritas. Hipócritas porque pasamos por agua tibia o condenamos cosas según nuestros deseos más infundados. Así, y volviendo a lo que dije al principio, si atacamos un programa como la paisana Jacinta mediante un tuit o una publicación de Facebook nos sentimos héroes de la lucha contra el racismo. Si alguien nos lo cuestiona automáticamente es nuestro enemigo, o sea, racista. Genial, hasta ahí combatimos las consecuencias. Pero, ¿qué hay de las causas?; ¿qué podemos reclamarle a la televisión, por ejemplo, si en nuestras casas, frente a nuestros hijos, hablamos despectivamente de cholos, de indios y de negros?, ¿qué podemos reclamar si lo primero que hacemos con alguien es identificar su valor a través de su color de piel, de su contextura física o, en el peor de los casos, de su billetera?, ¿somos consecuentes con lo que reclamamos?

A juzgar por tanta gente que reclama y se encarama en los buses del repudio colectivo, y considerando optimistamente que todos estos señores cumplen con lo que ellos mismos exigen, creo que el Perú debería ser hoy otro país, ¿no creen? Así que alguien aquí está mintiendo, y esta vez no soy yo...

Cierro con otra cita del Útero en el mismo artículo: 

"Ya. OK. Pero ¿POR QUÉ somos así??
A mí la respuesta me da mucha vergüenza y mucha pena. En serio.
Y quizá el gran, enorme problema no es que exista "la Jacinta". Sino eso: que "así somos acá, pues".
Y eso va bastaaante más allá que un tonto programa de televisión..."
.

Independientemente de que otra vez mostró su carencia de valentía y no lanzó calificativos coherentes con sus planteamientos, o al menos una teoría algo creíble, la frase con la que cierra este artículo es fascinante:

"[...] Y eso va bastaaante más allá que un tonto programa de televisión". Especialmente aquí coincidimos totalmente, este es el win del artículo, sin dudas, pero el problema es que esta sola frase se tira abajo todo lo que escribió el redactor anteriormente - ¿se habrá dado cuenta? -; planteándolo de otra forma: ¿TANTA VAINA POR UN "TONTO PROGRAMA DE TELEVISIÓN?", eso mismo me pregunto yo, ¿por qué tanto escándalo o ensañamiento con algo que en definitiva no es responsable de nuestros cadáveres sociales, sino que es más bien una consecuencia, una simple voz de alerta de que algo estamos haciendo mal?, es que así somos acá pues. Yo sí lo digo. Así de hipócritas.

lunes, 13 de enero de 2014

De mujeres, trabajos, amor y almuerzos

Tras un año de mi regreso a la PEA
 
En mi centro de labores hay una clara desproporción entre la cantidad de hombres y mujeres. Esta desproporción se nota en cada una de sus oficinas. Para muchos machos esto podría significar un paraíso en cuanto a posibilidades de ligue. Y confieso que, al menos en un principio, me adherí a este pensamiento (machista, lo acepto). Me perdonarán, pero nunca lo había experimentado anteriormente. Estar en una oficina con siete mujeres (algunas de ellas jóvenes, solteras y guapas) y ser sólo dos varones era algo nuevo para mí. Más aún cuando ese varón estaba de novio y yo era el único soltero. Esto en enero del año pasado. Me preparaba entonces para elegir a quién "atacar" y tratar de sorprender cada vez que se me presente la mínima oportunidad. No necesitaba muchos argumentos. Era el único hombre disponible en la oficina, les guste o no, sólo necesitaba quedar un poco de interesante y para ello decir que escribo sirve de mucho. Cuando un escritor revela que es escritor, las chicas (si no frecuentan a otros escritores, claro) suelen hacerse ideas diversas y, sobre todo, dispersas sobre el asunto. Fue en un almuerzo, recuerdo, uno de mis primeros almuerzos en la empresa. Me preguntaron en cuestión de segundos desde "¿qué tipo de cosas escribes?" (pregunta muy clásica y que hasta ahora me cuesta responder) hasta "¿es cierto que los escritores tienen que drogarse para escribir?; ¿eres fumón?", no, carajo, no soy fumón. No necesito de drogas para inspirarme aunque admito que algunas veces, estando ebrio, me he sentido cómodo frente al Word, lo que no necesariamente implica que haya escrito cosas que me satisfagan en ese estado. El caso es que al menos desperté interés en algunas féminas y el proceso seguiría su curso.
 
Ya había apuntado a mi víctima y estaba dispuesto a seguir sorprendiéndola hasta que muerda el anzuelo. Cuando esto finalmente sucedió, ya no hubo más que hacer. La vida te da esos giros inesperados que superan a cualquier 'telellorona' del mediodía. La chica se fue a un mejor lugar y yo me quedé sólo con algunos efímeros (aunque gratos) recuerdos que no precisamente revelan un verdadero éxito. Mientras el tiempo seguía pasando y veía, día a día, las mismas caras de aquellas señoritas que pretendía cortejar a inicios de año, perdí el interés y ellas, en realidad, nunca lo tuvieron; lo que sí ganamos todos fue confianza. Harta confianza. Así nacen estos compañerismos que parecen amistades, mas nunca hemos de confundir los conceptos. Hasta ahora no he podido hacer un solo amigo (hombre) en el trabajo. En cuanto a amigas, sabrán que tengo mis dudas sobre la validez de la amistad entre un hombre y una mujer. Aquí mismo he tratado de sustentarlo varias veces (en borrador) y presentarles una hipótesis convincente al respecto, pero me perdí. Todo lo que sé es que no tengo amigas, dícese de aquellas mujeres que deberían acompañarte siempre (aunque sea por Whatsapp) y ser el apoyo que necesitas tanto en momentos felices como en los no felices, y a las que puedes contarles absolutamente todo lo que te suceda. Aunque esta definición de 'amigo' suene trillada, uno termina descubriendo con la edad que son justamente los amigos quienes van quedando tras los huracanes propios de la historia de cada uno. Y eso, en una mujer, me resulta más que difícil de creer. Es evidente que hablo desde una óptica muy personal. Digo esto para que nadie me comente (si acaso alguien me comenta) que su mejor amiga es una chica, aunque suene redundante, y que nunca sintió ninguna atracción hacia ella ni viceversa ni nada por el estilo. Bueno, no seguiré ahondando en esto porque pretendía hablar de otra cosa.
 
Esas chicas que antes quería tirarme en algún hotel de la ciudad, ahora son las que hacen de mis almuerzos una experiencia jocosa e interesante. Durante el año pasado, una chica lejana me enamoró por completo. Gracias a esto, reconocer el amor, podría ser, aunque más lo relaciono con navegar en otras formas, vi con más claridad la diferencia entre una persona que te interesa realmente y otra con la que compartes una oficina; sin desmerecer. Simplemente se trata de helados con sabores diferentes (recuerdo que esa analogía la utilizó alguna vez una exnovia tratando de explicar por qué prefería a su ex antes que a mí). Nuevamente el error de buscar sobre esperar. Ni buscar ni esperar son estrategias recomendables si no vienen acompañadas de una buena dosis de autoanálisis y análisis del entorno. Es divertido recordar lo que uno es capaz de pensar con tal de conseguir autoaprobación. Razonando con cierta frialdad se acaba la fantasía y vuelve la ecuanimidad. Comprendes que hay personas que quieres amar, otras que puedes amar, otras que debes amar y otras que te amarán así no lo imagines o desees. Que esto del amor es impredecible si dejamos de mezclarlo con el ego (menuda tarea). En el caso de los hombres, el ego del conquistador, y en el caso de las mujeres, el ego de la presa que elige al cazador. El tener el control absoluto de su parrilla de sirvientes pretendientes. Y de esto se trató la charla de hoy. De la diferencia entre las formas de amar del hombre y la mujer. Una teoría que aprendí en la calle pues no soy mucho de libros de autorrealización ni cosas así (aunque confieso que mi padre sí es aficionado a estas lecturas y a menudo me habló mucho de diversas teorías extraídas de ahí, algunas de ellas - muy pocas a decir verdad - nada desechables):
 
El hombre desea obtener lo que busca, ¿qué busca?, una mujer. Si se inclina por sólo lo sexual o si va por otros aspectos, es cosa de cada uno. Lo cierto es que disfrutamos del éxito de la conquista y esto para nosotros es casi el final de la historia. Las mujeres, en cambio, ven la conquista como el mero comienzo. Si bien es cierto que actúan con cierta frialdad al momento de barajar sus posibilidades con cada pretendiente, una vez que eligen uno se entregan monstruosamente y a menudo no reciben la misma intensidad en su amar. De ahí que generalmente sean ellas las primeras en decepcionarse de nosotros y no al revés. Los hombres, en cambio, nos decepcionamos de las exigencias. Lo interpretamos como que alguien desea cambiar nuestra esencia, nos victimizamos y echamos la culpa de todo a la mujer. Hacemos la fácil. Luego olvidamos rápido porque nuestro nivel de entrega no fue tan intenso. La mujer tendrá ahora que pagar el precio de auge inicial.
 
No es una teoría muy alentadora, pero es de lo que hablaba hoy con mis compañeras. Ambas me dieron la razón, si acaso no piensan que estoy loco, me dijeron que les pareció una idea coherente. Me gustaría escuchar nuevas teorías pero por ahora le doy todo el beneficio de la duda a mi (sobrevalorada) experiencia. Ya voy a cumplir treinta y un años, déjenme sentirme un viejo sabio. Cierto. En este mes cumpliré un año más de vida y el primer año en mi centro de labores. Me he reinsertado en la sociedad, he pasado de ser un vago sin futuro a recibir algunas nuevas luces que me dejan ver proyectos que al menos me mantendrán ocupado. He leído mucho el año pasado (aunque no tanto como en mis picos de lector, hace una década). Amo y me aman (soy feliz). 2013 fue un gran año para mí. Y yo, terco, sigo hablando de amor. O al menos intentando entenderlo a la hora del almuerzo.

martes, 29 de octubre de 2013

Un simple saludo

Hola. Regreso un momento por aquí y veo que todo está igual. Los posts son los mismos, siempre inmóviles, como un archivo virtual que se pudre de a pocos, dejando un polvillo que huele a antiguo. Los mismos comentarios de aquellos que siempre seguían estas letras y que a estas alturas deben haber olvidado la existencia de este espacio. Ahora mismo tengo la certeza de que estoy escribiendo esto solo y que sólo yo lo voy a leer. No habrá comentarios, ni sugerencias, ni críticas, este es el rincón de la soledad y del descuido. O quizás es que se han descubierto las maravillas que hay detrás de estos muros atiborrados de terquedad y pasión. Ya entiendo por qué yo mismo decidí abandonar este barco que se iba hundiendo. Este rincón se nutría de experiencias que, quizás, en un principio sentía como golpes certeros y letales, y que además podía plasmar en unas cuantas palabras que formen oraciones simples de leer (ese es, más o menos, mi estilo, según los pocos que leen a menudo mis relatos), estéticas, a veces. Cuando esas experiencias dejaron de ser asumibles y se transformaron en heridas incurables, supe que la solución era diferente al hecho de simplemente contar el problema. Antes, el sólo hecho de escribir sobre algo que me sucedía ya me daba el poder de la autocuración. De repente se perdió esa virtud, no sé cómo, pero se perdió. Escribir se convirtió para mí en un mero arte (arte que puede gustar o no, pero que practico con muchísimas limitaciones, dicho sea de paso), y ya no en una forma de solucionar mis males o de quitarme pesos de encima (muchas veces cobardemente). Con todo esto, podría decir que he estado utilizando fríamente mi gusto por la escritura, ya sea para hacerme el fuerte y que algunos me lo crean (y admirén - ¿?), o para demostrar miedos y exageradas sensibilidades, a fin de que algunos otros se apiaden de mí. Y por ello se confirma en absoluto que soy tremendo egocéntrico. Un vanidoso inconsciente y mendaz, un ente irregular sin atributos agradables, una simple máquina de expulsar sucios deseos y primivos sentimientos. Ya ni siquiera puedo escribir de amor sin dejar un rastro de sangre. Aún así, y sin rodeos, puedo decir que no odio ya a nadie, y que más bien empiezo a sentir nuevas tormentas propulsadas por las ganas de cuidar, proteger, acariciar, besar y hacer el amor (finalmente, lo que todos deseamos recibir), pero esto no quiere decir que me vaya siempre de la mejor manera en ese y otros aspectos. Hay un abismo oculto entre ir bien e ir mal, el tamaño del abismo sólo dependerá de qué tan bien puedas asimilar los usuales golpes que se reciben desde todos los ángulos y con tal beligerante poder. Y es oculto porque es fácil caer en él cuando no se sabe bien qué tan extenso es (mucho menos qué tan profundo). En resumen, tengo trabajo y buena salud, muchísimos planes para el año entrante (este año quiero acabarlo así de tranquilo y contento - dentro de todo - pero el próximo intentaré meterme en nuevos problemas en busca de la siempre negada felicidad). Pero escribir para sentirme mejor ya no es algo que planeo hacer. Es más, ahora mismo, mientras escribo esto, cada vez me voy sintiendo peor. 

Esto último fue broma, me siento muy bien. Gracias por preguntar. Y bienvenidos nuevamente, pocos pero queridos lectores, a este humilde espacio que sabe a pasado, a reliquia y a juventud.