miércoles, 26 de octubre de 2011

Al tutor con cariño

Poco a poco. Paso a paso. Esto es como el fútbol. Cada día es una final. Cada paso es importante. No se admiten caídas. El ambiente se torna tenso. La intención es clara: ganar con hombría sobre un salón repleto de reclamos y abandono. No es fácil. Se hace lo que se puede. No. Se hace más. Y algunos frutos comienzan a caer del árbol que crecía chueco. Enderezarlo es la labor más difícil que me ha tocado en mi vida laboral. Me falta mucho. Les falta mucho. Pero la sensación de avance se percibe. Esto es así, como el fútbol.

Quiero campeonar a fin de año. Lo mismo que con Alianza Lima. Quiero que el salón "4to Marcos" sea el mejor. Que todos pasen a quinto con las cosas muy claras. Que culminen de una vez esa complicada transición de niño a adulto a la que sabiamente han denominado "adolescencia". La verdad, estos chicos adolecen de muchas cosas (sí, ya sé que el termino "adolescencia" y el verbo "adolecer" no tienen nada que ver, pero presiento que se pensó en eso cuando se formó la palabra). Quizás no les falte dinero, pero sí, tal vez, atención. ¿Cariño?, sí, ¿quién sabe?, los tutores no podemos meternos en sus casas e indagar. Lo que podemos hacer es llamar por teléfono. Ahí los padres dicen ser los más preocupados. Otros, descaradamente, cubren las faltas de sus hijos con excusas tontas, pero bueno, mi vieja quizás hubiera hecho lo mismo.

Nunca pensé estar del otro lado, es decir, frente a las carpetas. Quizás, sí, en algún momento pensé en enseñar, como lo hacen los profesores que van, dictan clase, resuelven dudas y se van del salón ya pensando en su siguiente parada. Yo no. Yo me quedo con ellos. Algo así como una suerte de niñero "profesional". Eso nunca lo imaginé. Les pregunto cómo están. Si tienen algún problema con algún curso. Si realmente desean acabar en una universidad, o si lo que desean es dedicarse a otras cosas. Total, la universidad nunca fue ni será la única opción, es más, dudo que por lo menos sea la mejor. Aclarar esos panoramas inseguros es una tarea ardua que de a pocos voy cumpliendo con los inquietos alumnos de cuarto de secundaria.

Antes de empezar a chambear, algunos tutores me desearon mucha suerte. Hoy aplauden mi valentía, un carácter que pensé que no lograría aflorar. He ganado en seguridad. Mis chicos (sí, "mis chicos") son tan rebeldes como inteligentes. Saben cuestionarme, argumentan bien sus trabas. Y no puedo caer en lo que se me recomendó con antelación: "yo soy el tutor, y te callas". No, no sería justo. Trato de manejarlo con pinzas, a veces me ganan, lo admito, muchos de ellos (sino todos) son mucho más inteligentes que yo, y para colmo de males, parecen manejar mi trabajo mejor que yo mismo. Hasta me dicen qué debo y qué no debo hacer. Cuando me siento caer, aplico una autoridad alturada, o al menos eso intento. O los saco del aula para conversar afuera. En parte para no pasar roche, en parte para no generar desorden o revoluciones absurdas dentro del salón. Esa es mi historia diaria.

Pero a empeño limpio los he logrado sentar. He logrado que me hagan caso cuando les digo que se cambien de sitio, o cuando les digo que guarden silencio o salgan del aula, según el caso. Cada vez me cuestionan menos. No creo que por miedo. ¿Respeto?, es muy pronto para que me lo haya ganado. Aunque no dudo que me lo ganaré y me sentiré aún más seguro.

Las felicitaciones de la directora y de dos profesores me han dado un buen impulso. El salón está mejor. Me lo dejaron hasta las huevas. Hoy está mejor. Hoy al menos hay orden. La niña problemática que siempre andaba fuera del salón, hoy siempre está adentro y hasta me ayuda en algunas cosas. El chico que nunca me hacía caso, hoy a reducido su desobediencia. El profesor que entra a mi salón, de a pocos recupera su confianza en el mismo. Claro, yo estoy ahí, pero estas dos semanas han sido duras. La semana que viene empieza algo mejor, lo académico.

Este fue el diario del tutor "Marcos", aquel que ya soltó unas cuantas palabras toscas en el salón (los alumnos siempre me recuerdan mi "¡QUÉ TAL OSTRA!"). El reto recién empieza. Quiero salir campeón. Sé que se puede, nadie me lo tiene que decir, ¿entiendes?, nadie.

lunes, 3 de octubre de 2011

De vuelta al origen

Todos volvemos

Durante mi época de colegial, pasé una vida con tránsito "normal". Hice amigos, algunos enemigos, buenas y malas campañas como estudiante. Me enamoré, sí, varias veces, pocas fueron en las que pude salir triunfante, la timidez que me caracterizó desde los 8 hasta los 16 años siempre fue un impedimento. Sin embargo, no puedo decir que la pasé mal, aunque confesar que no he tenido un viaje de promoción quizás sea el resumen que dibuje mejor aquellos años.

En 1999, cuando mi secundaria llegaba a su final, mi padre tuvo la (gran) idea de preparame mejor para la vida universitaria que me esperaba. Entonces llegué a la academia pre-universitaria. Todo cambió.

Para empezar, ya no me era tan fácil destacar. El nivel era distinto. Había gente proveniente de colegios "pitucos", con una mejor base educativa, en teoría, pero que chocaban contra la cruda realidad: la diferencia casi abismal del nivel escolar versus el nivel universitario. Casi nada de lo que había aprendido en los once años escolares me servía para, tan siquiera, responder una pregunta en un examen tipo ingreso. Entonces supe que era un nuevo comienzo, empezar desde cero.

Pero eso no fue sólo en el plano académico, lo fue también en el plano social. Conocer gente de diferentes atmósferas me dio el pequeño soplido cosmopolita que necesitaba para alzar vuelo, sobre todo en mis pasiones. Por fin había gente de mi edad a la que le interesaba lo que escribía, por ejemplo - "A ver qué tienes" - soltaba mi repertorio, en ese entonces mayoritariamente poético. Mis poemas se fueron haciendo famosos, hasta incluso llegar al conocimiento de tutores y profesores, aunque, claro, no eran la gran cosa, me sentía bien con el solo hecho de saber que alguien los leía. Alguien comenzaba a interesarse realmente en mí.

Con eso llegaron muchas amistades, vale decirlo, algunas muy efímeras, como la misma vida pre-universitaria lo exigía. Un día conoces a alguien, te encariñas, y de pronto supiste que ingresó a la Católica en Primera Opción, o que simplemente se cambió a la ADUNI, Pitágoras, Pre-San Marcos, Vallejo o Trilce.

Llegaron también muchas chicas y amores locos, bajo ese mismo contexto de "no saber qué pasará de acá a dos semanas". El parque de la Reserva, sin los cercos ni las piletas que ahora tan bien lo adornan, era testigo de mil y un batallas por preservar esos amores o por intentar conseguirlos.

De una u otra forma, algo es seguro, en Pamer, la academia donde me preparé para ingresar a la Universidad, empecé a vivir.

Muchas historias me vienen a la mente, de manera irremediable e insostenible, cuando me hablan o me enteró algo de Pamer. De un 100% de esas historias, un nada despreciable 99.9% cuentan relatos agradables y experimentalmente ilustrativos, el 0.01% lo dejo reservado para la vez que no pude ingresar, o las veces en las cuales vi que mi nivel no aumentaba como quería. Como ven, no cuento en ese pequeño porcentaje de negativismo a mis "malas" experiencias amorosas, ni a los amigos que perdí de una u otra forma, porque todo eso terminó enseñándome cosas que no se aprenden en un aula.

Ya han pasado once largos años desde que me enrolé en Pamer, y otros nueve desde que lo dejé para ingresar a otra gran aventura: la Universidad de San Marcos. Durante esos años nunca dejé de dar buenas referencias, no sólo del nivel eduactivo, sino también de la calidez de la gente que trabaja en dicha academia, la cual, ahora, es también colegio. Cada noticia o artículo que leí sobre Pamer me significaron suspiros e hinfladas de pecho, por saber que fui parte de sus pininos y que, con errores y aciertos, se fue ganando el corazón de la gente, al punto de ser, en estos días, uno de los centros educativos más prestigiosos del país. Dicho sea de paso, y a manera de anécdota, el tutor que se encargó de mi salón en 1999, y que entonces recién comenzaba junto con nosotros, es ahora uno de los directores. Algo que me hace sentir sumamente orgulloso.

El día domingo, leyendo el periódico, vi una convocatoria de Pamer para tutoría. No lo pensé dos veces y fui el mismo lunes. Quizás haya sido mi intento de conseguir trabajo con más dosis de fe en los últimos tiempos. De algún modo sabía que, si se mantenía la tónica de años anteriores, Pamer me aceptaría como colaborador sin demasiadas trabas. Y así fue.

No hurgaron tanto como otras empresas suelen hacer conmigo, es más, fui a la primera entrevista con ropa informal y mi barba de dos semanas (pensaba que la convocatoria sólo era para dejar currículum y no para la entrevista directamente), y aún así, con esa pinta de gandul, me escucharon y tomaron las respectivas pruebas psicológicas. Ya el miércoles, ahora sí con mi ropa bien planchada y mi barba ausente, me confirmaron la noticia: había regresado a Pamer.

Quizás no sea exactamente lo mismo que les tocó hacer a mis tutores de antaño, puesto que la labor de los tutores en el colegio es mucho más sacrificada y formativa, pero todo lo que he aprendido de ellos trataré de aplicarlo, e incluso mejorarlo, en mi grupo de alumnos. En estos primeros días estoy aprendiendo tantas cosas que contarlas aquí sería un desbarajuste mental. Sólo puedo decir que estoy muy contento, la verdad, muy pero muy contento.

La vida parece sonreírme después de mucho tiempo. Quizás le sonría yo también.

Paces contigo, mundo cruel.