sábado, 20 de agosto de 2011

Alguna vez fui padre

Confesiones de un "papá emocional"

Hace poco, en el día del padre, recibí un par de saludos vía Facebook. Coincidentemente de dos personas que trabajaron conmigo en el banco, hace ya un año y medio. Recibí los saludos con alegría y obvié explicaciones (solía hacerlo en ese entonces y suelo hacerlo incluso ahora), les agradecí el detalle y seguí con mi día, como si nada hubiera pasado. El año anterior también recibí varios saludos, e incluso un año anterior a ese (2009) hasta me dieron obsequios. Aunque los registros públicos oficiales no sepan que lo soy, pues sí, soy padre. Digamos que, bajo el contexto más emocional posible, hay una bella niña que de vez en cuando (generalmente cuando le conviene, tan linda ella) me dice "papá". Esa bella niña me quiere. Me lo ha probado con muestras de cariño bastante creibles, aún con lo incrédulo y desconfiado que soy con todo ser humano.

Conocí a Luciana cuando ella tenía 3 meses. Entonces era un pequeño marshmallow rosado, con dos rayitas arriba, un puntito al medio y otra rayita abajo. Esa última rayita se abría constantemente para gritar, llorar y llorar sin consuelo, con tal de obtener su más preciado tesoro, escondido en el pezón de su madre. Desde ese momento supe que sería jodida. A su madre la amé desde siempre. Aunque, como suele pasar, después de la relación sentimental, que terminó algo accidentada, ese amor (de pareja) varió y se transformó en un amor humano. Aunque ella no me crea ese cuento (y seguramente ustedes tampoco), ya que es de las personas que piensan que el amor sólo se puede traducir en dos idiomas: en el de familia y en el de pareja. No la culpo. Yo también pensaba así hasta hace poco. Es más. Si leen el post anterior a este, verán que he perdido la fe en el amor social, otro de los idiomas en el que, creo, se traduce el amor como sentimiento general, tan complejo como es y a la vez tan difícil de explicar con meras palabras.

En fin, volvamos a Luciana.

La vi crecer hasta poco más del año de edad. Nunca supe a ciencia cierta si creía ciegamente que yo era su papá, o si en el fondo de su sensitivo ser sabía que sólo pretendía serlo. Algunos amigos afirman lo primero, pocos creen en lo segundo. Yo me inclinaré más por lo segundo, porque, pensándolo bien, no tener tanto uso de razón te hace ver mejor las cosas. Tal es así que los bebés manejan tan bien el instinto, que saben reconocer de inmediato a aquellos seres que le dieron la vida. No descarto, por cierto, que Luciana haya sabido desde su desarrollo fetal, que su padre biológico nunca estuvo presente (con todo el sufrimiento - transmitido por la madre - que eso implica). Por ello, cuando aparecí en su vida, y ella ya tenía tres meses, lo más probable es que ya supiera que yo era una suerte de newcomer, y que quizás lo más recomendable era no darme mucha bola. Ok, olviden mis estupideces. Volvamos a la Tierra.

La primera vez que me dijo "papá", fue un día sábado, cerca de las 7:46 de la mañana. Antes de irme a trabajar, solía pasar un rato junto a ella, echados en la cama, mientras su madre me planchaba la camisa. Ese instante era, naturalmente, muy especial, porque era de los pocos ratos en los que estabamos absolutamente solos los dos. Ella viendo televisión y yo contemplándola, estudiando sus gestos y reacciones. A veces amanecía de muy buen humor, como en ese sábado, y cuando se daba cuenta de que la miraba, esbozaba una sonrisa tibia y alzaba los brazos, como diciendo "ya pues, qué me miras, ¿te debo algo?". Entonces le hacía cosquillas y empezábamos a jugar. Aquel sábado la alcé por un momento, vaya que era difícil, porque era su gordura lo que la hacía más parecida a mí que a cualquiera, incluso a su madre, me miró y lo dijo: "da-dá", primero. Su madre escuchó su balbuceo y, corriendo, se acercó, para ser testigo de una expresión oral aún más clara, acompañada de una inolvidable sonrisa: "pa-pá", dijo, así, incluso con el acento prosódico en la última sílaba. Fue un momento emocionante y que no se repetiría sino en mucho tiempo. Lo mismo que sus sonrisas, puesto que Luciana siempre fue dura de reír - ahora ya no tanto. Por cierto, este episodio se dio mientras ella estaba por cumplir los nueve meses.

Volvamos a adelantarnos en el tiempo. Luciana cumplió un año y lo celebramos con una modesta fiesta en mi casa. Los niños del barrio, primos y otros chiquitos desconocidos (como es típico y afablemente calculable) disfrutaron del show de Horacio, el payaso por excelencia de la familia; con decirles que hizo el show para mi primer año, ya saben, si algún día lo conocen no le pregunten su edad. Las fotos de aquel día delatan que Luciana no la pasó mal, aunque no por eso dejó su pose de "seriecita". Lo que también delatan esas fotos es el compromiso absoluto de toda mi familia en ese plan tan arriesgado que fue el hecho de hacerme padre "emocional" (aunque en ese entonces, además de "emocional" también era papá "financiero"). Seguramente no era lo que esperaban cuando pensaban en mí como alguien que les diera nietos, pero para romper paradigmas, involuntariamente claro, existen los tipos como yo, aunque muchas veces haga el rol de conejillo de indias.

Cuatro meses después de aquella fiesta, mi relación sentimental con su madre llegó a un triste y abrupto final, pero claro, el amor por Luciana siempre fue tema aparte, y no es retórica pura. Dejé de verla varios meses, las cosas se enfriaron y entonces nos reencontramos. Su cabello estaba más largo, ensortijado, y ella iba bajando de peso, denotando con más claridad que no teníamos parentesco alguno, por la principal razón de que cada día se hacía más bella y yo siempre siendo yo. La abracé fuertemente y ella, al principio reacia, poco a poco se iba soltando entre mis brazos, quizás reconociéndome por mi olor. Ya señalaba lo que quería ver o coger con su dedo índice y sus balbuceos de antaño eran ahora palabras simples habladas a medias, pero que se dejaban entender con facilidad. Era más entendible y hasta por momentos parecía que podíamos entablar diálogos. Como se lo comentaba a una buena amiga, para mí es un milagro que los niños aprendan a hablar. Por eso no salgo de mi asombro ante tal consecuencia natural, como hacen algunos que lo resumen todo diciendo: "es normal pues, tiene que aprender a hablar". No sé cómo pueden tomarlo "así", como si vieran niños aprendiendo a hablar todos los días.

Mi relación con su madre se hizo bastante amical (a veces demasiado, diría yo), por lo que de vez en cuando dejaba a Luciana en mi casa mientras ella iba a trabajar o a Sabediosdondelandia. De modo que, paulatinamente, la bella niña que cada día era más bella, tenía cada vez más confianza conmigo.

Así pasó el tiempo y ahora Luciana, bellísima y jodidísima, está próxima a cumplir los tres años de edad. Como dije al principio del post, ahora que tiene más conciencia, me llama "papá" cuando quiere algo, una galleta o un chocolate, o simplemente que le ponga videos de Hi5 o Doki. Generalmente me llama "Rubén", pero el consuelo a eso es que a su madre, generalmente, la llama "Carolina". Han sido dos años y pico de un sinfín de experiencias bellas junto a mi hija "emocional", y aunque sigo obviando explicaciones del tema, espero haber resuelto algunas dudas con este post, al menos para los que seguían creyendo que soy padre biológico, algo que veo aún muy lejano, puesto que este tramo me ha enseñado algo que de hecho les sonará trillado: ser padre es una gran responsabilidad.

En cuanto al futuro de esta relación tan extraña que, dicho sea de paso, sólo exige mi cariño y dedicación, mas no responsabilidades de corte económico (en buen cristiano, no la mantengo como un padre "normal" lo haría), pienso que, a pesar de los miles de riesgos, va por un camino saludable en tanto y en cuanto Luciana sepa, muy pronto y con un mejor manejado uso de la razón, cuál es la realidad del asunto y cuál es el papel que realmente represento en su vida. Eso es algo que ya se ha conversado en varias ocasiones y que espero se pueda llevar a cabo, lógicamente con un adecuado asesoramiento, si es posible, profesional.

Hasta entonces seguiré amando a Luciana como a una hija, porque lo es, es mi hija y eso, señores, no se compra ni con dinero, ni con partentescos consanguíneos.

Extensión del post - extracto de nota escrita en noviembre de 2008

"... seguramente muchos cuestionarán esta decisión, pero la tomé sabiendo que así sería. Soy responsable irrestricto de mis determinaciones, eso me ha hecho hombre, a la mala, pero creo que lo soy. (...) esta oportunidad es una especie de continuación de lo que no pude concretar años antes. (...) sigo lamentando, aunque no me crean, haber perdido a ese bebé, el cual ya tenía incluso nombres, tanto en el caso de ser hombrecito, como mujercita. Lamentablemente no pude cargarlo (a) nunca. En vez de eso, se marchó con todas las ilusiones y desventuras que de seguro nos aguardaban. (...) Ahora es como si hubiera nacido, de otro vientre, con otra forma, de otra madre, y de otro padre ...".

viernes, 12 de agosto de 2011

No creo en el amor, ¿y qué?

No se trata sólo de resentimiento, aunque sea una verdad comprobada que por nuestras venas humanas siempre correrá, junto a la a veces caliente sangre, el sentir del fracaso y la soberbia del triunfo. Podemos sentirnos engañados por el éxito propio y engatusados por el ajeno, pero nada peor que pisar tierra con un fracaso salido de nuestra mente, desbaratando pieza por pieza una ilusión creada exclusivamente en esa cosa gelatinosa y maravillosa a la que llamamos cerebro. Hoy festejo hipócritamente el triunfo ajeno, aunque eso signifique lamentar el fracaso mío. Ya no importa. Y si se trata de sacar conclusiones de momento, como hace la mayoría de la gente, más aún la parte que ostenta integridad en sus decisiones NO SIENDO ASÍ, pues hoy saco mi propia conclusión: no creo en el amor. Punto.

Quien me quiera contradecir tendrá que preparar un argumento muy fuerte, porque el amor como sentimiento social simplemente no existe, ese amor del que hablan las canciones, los poemas, las historias románticas, no es nada sino un cúmulo de sensaciones auto-adheridas, que nos engañan constantemente haciéndonos creer que somos felices, cuando la felicidad siempre se encontrará en otro lado - quizás por eso sea tan difícil hallarla.

Y si por saber esa verdad y difundirla como pueda estoy condenado a la infelicidad, pues así será. Si esa infelicidad implica saber siempre la verdad de las cosas, no dejarse engañar por estúpidos paradigmas y tratar de ver otros caminos para encontrar el tesoro perdido, pues así será. Ya nada importa. El amor no existe. Quizás existan otras cosas similares o aún más poderosas, como por ejemplo lo que mis padres sienten por mí. Ese sentimiento incondicional es algo en lo que sí podría creer, pero, ¿en el amor?, no, ya no.

Sigan como están, ustedes las parejitas, que sean "felices" juntos, que coman perdices, nomás no se atoren. De mí no se preocupen, no creo en esas cosas, tómenlo como algo estilo religión, no creo en sus dioses, no creo en las mujeres, no creo en ti, ni en ti, ni en ti, no creo en sus ideas.

No creo en el amor, ¿y qué?