miércoles, 7 de noviembre de 2007

Entre Marte y Venus (Parte II)

(Escribí este pequeño párrafo después de terminar este post, y debo decir que pensé por un momento en no publicar esta segunda parte. Me pareció tan “autoayudístico” que simplemente tardé en digerirlo. Pero una vez que lo hice me sentí tan alimentado que tomé la decisión final de compartirlo, espero que lo disfruten, o al menos no lo tachen de santurrón. Un abrazo.)



El valor de la compañía

Todos huimos de lo cursi, lo más lejos posible. Tememos a todo aquello que nos pudiese avergonzar delante de nuestros amigos, conocidos o familiares. Tememos, también, que nuestras, en teoría, fuertes personalidades, se vean afectadas en cuestiones de imagen. En resumen, tenemos miedo de quedar como débiles, o ridículos al momento de hablar de amor. Sin embargo hay un momento extraño pero casi en un mismo formato para todos. Un momento único, en el cual hasta el más duro de los seres humanos sucumbe sus propios ideales de rudeza y fortaleza emocional. De pronto decimos “te amo, soy muy feliz contigo”; y todos sus derivados. Derivados que ponen rojo a cualquiera, a quien los dice, a quien los escucha, a quien los escribe, o a quien los gesticula.

Decir frases de este tipo es todo un evento en los oídos de las mujeres, quienes ven en los hombres lo que ellas siempre estuvieron buscando: una persona detallista y que las llene de halagos. Porque el amor, según ellas, se alimenta de esos pequeños detalles, y por mucho que se tengan todas las comodidades del mundo, si los hombres no hacemos “cosas por ellas” simplemente la relación fracasará de manera inevitable. Además de las frases cursis, es nuestro deber “como enamorados” hacerles variopintos presentes que puedan servirles de recuerdo: quizás peluches, cartas (con sus respectivos stickers de corazoncitos, y coloreadas a más no poder) perfumadas, globos en formas alusivas al amor, tal vez una caja de bombones, etc. La verdadera idea del amor que podamos tener es lo de menos cuando de exigir detalles se trata, ya que para ellas, el amor empieza por ahí, por los detalles. Sin embargo, el lado más valioso de todo este interminable juego llamado “relación amorosa” es la compañía que obtienes. Entonces los esfuerzos que se hacen se ven espléndidamente recompensados.

Llegan los malos tiempos, y con ellos la terrible y siempre temida soledad; de pronto te das cuenta de que aquella persona es más que besos, abrazos, sexo o demás banalidades físicas. Aquella persona se convierte en algo abstracto y presumiblemente profundo: se convierte en compañía. Podemos ser diferentes, tener muchas discrepancias, discutir cada tres segundos, terminar cada fin de semana; pero nadie puede negar que nos necesitamos (y de qué forma) cuando las cosas no marchan como quisiéramos, y nos sentimos vapuleados por la vida y sus desgracias. El paquete completo de vivir, siempre necesita un soporte que nos evite caer en el abismo, y una relación amorosa, entre tantos otros placeres que podamos disfrutar, puede ser el soporte más fuerte para el hombre o la mujer que sepa valorar la compañía y la lealtad absoluta. Y no hay vuelta que darle, simplemente solos no podríamos salir de tales depresivos momentos.

El valor de la compañía puede llegar a ser más fuerte que muchas otras virtudes encontradas en una relación, y toco siempre el tema del sexo porque los seres humanos (sobre todo desde los 16 hasta los 40 años) priorizamos el placentero aspecto sexual antes que muchos valores dentro de una relación. Tal es así que muchas parejas finalizan su relación por no sentirse satisfechos en ese asunto. Sin embargo, algunas parejas, sobre todo las que maduran reforzando siempre su deseo de ser mejores cada día, llegan a un punto en el cual las relaciones sexuales pasan a un segundo plano. Prefieren, por ejemplo, pasar una noche viendo películas y comiendo canchita, a tener unas horas de sexo desenfrenado que, en teoría, haría sentir más hombre o más mujer a cualquier mortal. Otras parejas (y de esto soy testigo) llegan incluso a visitar hoteles sólo para dormir abrazados, o conversar libremente sobre cualquier tema que no podrían discutir en otros ambientes tan llenos de ojos observadores, críticos y juzgadores. Y yendo al extremo, hay casos en los cuales, hombres y mujeres recurren a líneas telefónicas de amigas o amigos, o incluso a nigthclubes; sólo pidiendo a gritos silenciosos aquel valor tan grande y poco valorado llamado “compañía”.

En estos tiempos más que en otros, la compañía se ha vuelto algo escaso. No cualquiera puede ofrecer una compañía leal, sincera y convincente. Y quienes se ven perjudicados a la hora del desengaño, son aquellos que la necesitan, y que de pronto comienzan a sentirse más solos y decepcionados que nunca. Por ello, dentro de una relación amorosa se debe cultivar ese tremendo e importante valor por encima de otros que socialmente puedan ser más importantes: como la cantidad de sexo que tienen, los precios de los regalos que se hacen, la frecuencia con la que salen a lugares caros, los planes de matrimonio, la iglesia donde será, dónde será la luna de miel, etc. No pretendo fomentar una aberración al sexo (aunque quisiera hacerlo sólo conseguiría fomentar una aberración hacia mí), ni nada por el estilo. Debo decir que disfruto de esos placeres tanto como ustedes; que el calor de una mujer es algo maravilloso, que los besos pueden llevarte al cielo por un instante, que los planes a futuro pueden convertirse en un interesante, divertido y peligroso juego que jamás me negaré a jugar; pero, no sé… quizás me estoy haciendo viejo tan rápido que comienzo a valorar lo que recién hace unos meses avizoró mi abuelo cuando se dio cuenta de que a sus 85 años y después de destapar sus 345 millones (a la “n”) de defectos, su esposa sigue a su lado, dispuesta e incansable; su compañera de siempre.

Las reflexiones pueden ser muchas, y sé que muchos me dirán que lo mejor es que dejemos las lecciones para cuando envejezcamos, sin embargo los exhorto a no esperar tanto, y a pensar en el futuro; cuando de pronto nos veamos tendidos en una cama sin poder ejecutar ningún sinuoso movimiento sensual para complacer damas ansiosas, y pidamos a viva voz lo que antes no supimos valorar. Y si algo en común tenemos los de Marte con las de Venus, es que a nadie le gusta la soledad, y menos cuando se le siente tan cerca.


Pongámonos a prueba.






Lima 07 de Noviembre del 2007.

1 comentario:

  1. Es la segunda vez que leo tu blog y me gusta como escribes, ademas tienes razón en todo lo que dices, la compañia no tiene precio, uno se la gana con el tiempo. Sigue escribiendo y muchos éxitos.

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