«¿Qué queda?
Queda mucho por vivir, desde luego. Años me esperan, ¿ah sí?, no lo sé. Quizás muera hoy o mañana. Hasta quizás ya esté muerto y escribiendo esto desde otra dimensión, un momento, ¿muerte?, dejaré ese tema para el final.
Queda el recuerdo de lo compartido y el remordimiento de lo negado. Queda la desesperación de no poder retroceder el tiempo, para así cambiar una o dos decisiones, tal vez. Quedan las ganas de hacer tantas cosas que no se pudieron, desde ver una película, hasta un viaje.
Quedan, también, algunos cabellos suyos sobre la almohada.
Queda intentar ser el amigo que necesita, cuando en el fondo lo que quisiera es besarla hasta que empecemos a absorber el aliento del universo. Queda ofrecerle un hombro, un abrazo, un consejo o simplemente un par de oídos atentos. Queda ser, también, un par de ojos observadores y analíticos, que no necesiten de otros sentidos para caer en la triste realidad del adiós que no se puede decir, ni escribir.
Quedan, también, los empujones de la preocupación.
Queda dejar que todo siga un cauce inalterable, suficiente razón para que un experto alterador como yo me sienta atado de pies y manos. Queda aprender de mis errores y valorar los pocos aciertos, así como también rescatar las virtudes suyas. No, demandaría mucho tiempo. Hablo por mis errores, claro. Pude contar sus virtudes con los vellos de mis manos.
Queda el último estertor.
Claro, porque morir es un estado y no el final. Uno puede andar muerto por las calles, observando chispazos de vida por todos lados. Envidiando o cegándose un poco con sus luces de neón. Queda reconocer que hay cosas que te matan sin mandarte a la tumba y sin hacer que tus familiares lloren por tu partida. Y andar muerto no te pondrá verde ni te hará oler mal, andar muerto sólo te asegura que has enfrentado cosas contra las que no pudiste. Que perdiste. Queda eso, aceptar que perdiste y sacar de ti el último aliento de la resignación».
Escrito el 1 de enero de 2013 en Barranca, Lima.