Protagonistas:
Rubén "Bencho" Ravelo, como: el galán "experimentado y planificador"
Xxxxx, como: la flor que no debió tocar
Reproductor Mp3, como: el alcahuete electrónico
"Amanecer", como: la mejor excusa, la peor película
Chibolo de 5to de Secundaria, como: "gracias a mí le demostraste que eres parador"
Helados de cono, como: la mejor (y única) alternativa para ir al McDonalds y gastar tan sólo 2 soles.
Agradecimiento especial a: Filosoraptor, por la foto que da alegría al post.
Todo salió ¿bien?
Ahí estábamos los dos. Apoyados en aquella baranda que daba al estacionamiento de un enorme centro comercial. Había terminado la dulzona y empalagosa película que ella eligió ver, mientras yo preferí siempre buscarle la mano o pensar en algo interesante que decirle. En ese instante, cuando las palabras se me terminaban, donde los helados comenzaban a derretirse por un extraño calor, realicé mi última artimaña y saqué de mi bolsillo mi reproductor Mp3: había reservado una canción para ella, era un tema que yo detestaba, pero que siempre la oía cantar en el trabajo. Había bajado, un día antes, la cancioncita esa de la internet. La puse en primera fila de mi reproductor, porque sabía que habría un momento así, en el cual no sepa qué demonios decirle para que su joven mente no se aleje de la cita. Entonces le coloqué un audífono en la oreja izquierda, yo me puse el otro en la derecha, y aquel Mp3 nos terminó uniendo, hasta que, a pocos centímetros, culminé mi objetivo, mi meta; mi frío cálculo había dado resultado: la besé.
Dos semanas antes
Me trataba de "usted" y a veces confundía la formalidad con la apatía. Rompí ese hielo con el método más simple: las bromas. Le bromeaba de todo, incluso le soltaba ciertas bromas de doble sentido. Al principio no se reía, o lo hacía por compromiso, se notaba, pero de a pocos fue captando mi onda y hasta empezaba a responder las chanzas. Fue el inicio de nuestro acercamiento.
Una semana antes
A veces nos quedábamos solos en la oficina, ella haciendo sus cosas y yo las mías. Intentaba conversarle de cualquier tema, pero sólo se limitaba a responder mis preguntas, poco indagaba ella sobre mí, entonces supe que no tenía un interés de iniciativa, que tendría que ser inducido (¿se puede hacer eso, no?). Un día de esos, un alumno de 5to de secundaria, acompañado de varios imberbes más, le hizo un silbido, de esos que se hacen para piropear. Entonces, una mezcla de celos y de "hazte el hombrecito" se amalgamó en mis vísceras. Para qué contar lo que le dije, los demás ni se metieron. Cuando acabé de llamarles la atención, vi por primera vez su mejor sonrisa, una extraña combinación de agradecimiento y grato asombro.
Cuatro días antes
Salimos por primera vez un día después del trabajo. Como compenderán, los tutores no ganamos mucho, así que no la llevé al mejor y más caro lugar (como solía hacer en otras épocas, en otros trabajos y con otras mujeres), sino a una tienda de comida rápida donde vendían esos helados de cono que cuestan S/. 1.50. Como ya había empezado mi dieta, preferí no comer, además sólo me quedaba para el pasaje. A cambio de eso, pedí para ella un helado más caro, de S/. 2.00. Quedó encantada con el helado. Se lo tomó con un gusto único, se manchó todo el contorno de su boca y parte de su blusa. Le tomé una foto con el celular y le dio un ataque de risa cuando vio su facha de payasa. Sólo estuvimos juntos una hora y doce minutos. Tenía que irse a estudiar y yo tenía que irme a dormir, la espalda me mataba.
Un día antes
Apenas me desperté, empecé a planearlo. Mi locura llegó al punto de hablarme a mí mismo y en voz alta: "Mira Bencho, lo más probable es que a fin de año (o antes) te vayas del colegio, ¿no te gustaría llevarte lo mejor de esa experiencia?, ofrécele una nueva cita, pero esta vez que sea una VERDADERA CITA, no la estupidez de la vez pasada, esta vez conquístala, que estás por llegar a los treinta y ella no llega ni a veinte, ¿crees que te haría caso después?, no seas iluso, ESTE es el momento. Llévala al cine, y dile ... (...)". Lo que más me gustó de mi plan, fue esa sensación de sentirme capaz de hacerlo, y hacerlo excelente. Incluso pensé en escribirlo para que futuras generaciones vean lo que se puede hacer con algo de locura y experiencia (¿?), pero decidí hace pocos minutos no hacer tal idiotez, por dos cosas, primero, porque aún no sé si los resultados fueron realmente positivos, y segundo, porque no quiero compartir mi agonizante sabiduría con nadie. Disculpen. Volvamos al tema. La invité a salir y aceptó, ¿qué mas les puedo decir?, mi plan resultaba a la perfección. Comencé a recordar todas las observaciones y demás percepciones que vi durante el tiempo que compartí con ella en el trabajo. Las canciones que tarareaba, las opiniones que emitía, sus reacciones, incluso un gusto especial por la música coreana, en fin, todo. Ya en la noche, haría los últimos preparativos. El día siguiente tenía que ser perfecto.
Cinco horas antes
Le hice recordar que teníamos una cita. Su lado femenino afloró y se hizo la que no se acordaba (o tal vez no se acordaba), pero luego sonrió y me dijo "Amanecer". Pensé que había comparado mi incomprendida belleza con el alba, pero lo que me quiso decir fue que quería ver esa absurda secuela de películas de vampiros que se enamoran. Mientras transitaba en mis habituales actividades, la veía entrar y salir del baño a cada instante. Buena señal, esta vez se estaba maquillando.
Tres horas antes
La película estaba por comenzar, ya proyectaban los adelantos. Entonces decidí continuar con mi plan, diciéndole todo lo que pensaba de ella, entre otras cosas ("bonitas"). Combiné conceptos básicos de galantería, con verbo poético, algo de desprecio, rebeldía y una pequeña dosis de soberbia. Luego de diez minutos de discurso, noté que se había ruborizado. Le hice soltar alguna respuesta coherente: "me acabas de descuadrar", me dijo, mientras esbozaba esa sonrisa que tanto me gusta. Ahora sí, silencio, la película estaba empezando.
Una hora antes
Salíamos de la sala y tomé su mano al momento de bajar las escaleras. Ella trató de soltarse, pero yo lo evité. No la miré, simplemente iba hacia adelante, mientras ella iba atrás, con su mano pegada a la mía, forzosamente. Poco a poco dejó de ser forzoso el asunto, hasta que ella misma decidió corresponder mi intención de tomarle la mano. Una vez fuera de la sala, la solté y le pregunté sobre la película; la verdad yo no le había tomado atención alguna. Empezó a comentar, maravillada, lo que significó ver esa tontería; hasta que me comenzó a parecer interesante. Punto para ella, pocos logran hacer que algo me interese cuando en realidad no me interesa. Finalmente, volvimos a comer helados. Ella invitó.
Veinte minutos después
Luego del beso, hubo un silencio sepulcral que no dejó buena vibra. Intenté romperlo, pero no pude, quizás se enteró de que hizo lo que no debió, o quizás yo, con casi 10 años más que ella encima, creí que podía tomar las riendas de algo que nunca dominaré: mi relación con las mujeres. Porque una mujer es una mujer, así tenga 15, 19 o 49 años. Nunca cambiará la esencia, esa esencia voluble e indómita, que ni el mismo Freud pudo descifrar. Pasados casi veinte minutos desde que sentí el dulce sabor de sus labios (gracias al rico helado de chocolate que estaba tomando), me dijo que se tenía que ir. La acompañé hasta el paradero, le ofrecí llevarla a su casa, me rechazó. Se fue sin siquiera darme un beso en la mejilla. Yo me fui con la sensación de que no siempre lo planeado sale bien, aunque salga "bien".
¿Han escuchado la frase "más feo que día lunes"?
Pues mañana será el lunes más feo de mi vida.