¿El final de una era?
Nuestros dedos medios, aún manchados de tinta ideleble, confirman que ya cumplimos con nuestro deber de ciudadanos. Hemos asistido a colegios, institutos, universidades y demás edificaciones, a realizar lo que algunos periodistas llaman: "la fiesta de la democracia". Parece mentira que muchos hayan utilizado un medio demócrata para ponerle fin a la propia democracia. Como matar a Cristo clavándole una cruz, o al diablo clavándole su propio trinche. Pero, al parecer, así fue.
Disculpen, los optimistas, por estas líneas atiborradas de pesimismo y mal humor, pero creo firmemente que el día de ayer, domingo 10 de abril del año 2011, el Perú ha vuelto a perder lo que tanto trabajo costó recuperar en años anteriores: La libertad de elegir. A partir de julio de este mismo año, peruanos y peruanas no sólo verán un presidente (o presidenta) llegar al Palacio de Gobierno. También verán, entre fuegos artificiales, quizás algo de cerveza y risas cachosas, esfumarse la única luz de esperanza de un país sumergido en la polarización social, en la ignorancia y en la angustia. Era así. Lo mejor, lo único bueno, lo menos malo (o como quieran llamarlo) de vivir en esta nación, era que podíamos elegir a las personas que nos gobernaban, así como también las actividades que deseábamos realizar para "progresar". Podíamos elegir entre trabajar por un sueldo miserable toda nuestra vida, o estudiar para que eso mejore. Podíamos decidir seguir en nuestra patria, hacer un negocio, que con todo y su burocracia siempre era probable hacerlo realidad. Podíamos tener algo nuestro, aunque eso costara mucho esfuerzo y sacrificio. Pero, disculpen otra vez, señores optimistas, pienso que ayer gozamos, por última vez, de nuestros libres derechos de elección. O perdonen ustedes, aún queda una farsa de libertad, una elección de junio, algo que nos va a asegurar diversas formas de perder nuestras identidades. Empecemos a pensar en qué debemos elegir. O enfrentar el cáncer, o enfrentar el SIDA.
Nos espera elegir entre dos caminos claramente definidos. Vamos a comenzar por el que me parece "el menos malo".
En el post anterior escribí sintéticamente sobre Keiko Sofía Fujimori y sus supuestas ganas de seguir un camino trazado hace más de 15 años por su padre, Alberto. Sigo pensando que un puesto como el de Presidente de la República, sería algo así como una enorme prenda de vestir que sobraría en extremo las, de por sí voluminosas, medidas de la, por ahora, candidata. La inexperiencia política es el factor en contra más mordaz; los que estén a favor de su gestión me podrían decir que experiencia es lo que le sobra, ya que desde adolescente fue testigo de las mil y un hazañas de su padre por mantenerse en el poder. Y sí, he de admitir que ha heredado la maña política del ex-mandatario, mas eso no implica que sea su "versión mejorada" o algo por el estilo. Sigue habiendo inexperiencia por su nula participación en el Congreso de la República, donde nunca sobresalió con algún proyecto beneficioso para el pueblo que la eligió. Entonces podemos deducir que no sólo es inexperiencia, también se trata de incapacidad, algo incluso peor que lo primero. Sin embargo, queda claro que, de llegar a ganar la segunda vuelta, Keiko Fujimori tendrá en su padre a su mayor y más importante consejero, más allá de que esté en prisión (si es que acaso la heredera de los Fujimori no se atreve a modificar las leyes que mantienen a su progenitor tras las rejas). Dicho esto, pasamos a otro complicado y, además, tenebroso factor en contra.
No podemos negar que de 1990 a 1995, durante el primer gobierno de Alberto Fujimori, hubo dos grandes cambios que se dieron uno tras otro y que resultaron ser las dos puntas de una misma espada (japonesa). La eliminación (¿definitiva?) del terrorismo en 1992, con la captura de Abimael Guzmán; un mal que venía afectando a nuestro país desde sus raíces y que tenía ya varios años de arraigo, y con ellos miles de litros de sangre derramados, sobre todo en los pueblos más humildes del interior. El autogolpe de abril de 1993, fue el segundo de esos grandes acontecimientos que remecieron el ambiente político del país. Ver militares y policías circundando el Congreso de la República, sin dejar pasar a los que ahí laboraban, fue la postal final de una decisión radical, autoritaria y por demás antiheróica, aunque no podemos negar algunos beneficios que se vieron mejor tiempo después, cuando por lo menos en un área de nuestra administración nacional no había 'comechado' alguno. Sin embargo dicha reforma, la cual terminó en la formulación de la entonces nueva Constitución Política del Perú, terminó favoreciendo la reelección presidencial, aunque todo esto bien sustentado por un Referéndum, demostrando una vez más que las leyes fueron hechas para sacar provecho de las mismas, favoreciendo a otras.
El país había encontrado estabilidad económica y social, tanto así que ni nuestro más reconocido diplomático, Javier Pérez de Cuellar, pudo contra los resultados finales del primer gobierno fujimorista, perdiendo las elecciones y dando lugar al segundo periodo gubernamental de "Cambio 90 - Nueva Mayoría" (antiguo nombre de lo que ahora es llamado "Fuerza 2011"). En 1995 comienza la parte más sombría del fujimorismo, una historia que Keiko también carga en sus espaldas y que es el segundo factor más puntiagudo que tiene en su contra. Alberto Fujimori inició una dictadura asolapada, empezando por comprar medios de comunicación. Se pusieron de moda los famosos "transfugas", entes políticos que pregonaban una ideología falsa, la cual era intercambiable camaleónicamente, según el "color" de su entorno, y por supuesto en función de más de unas cuantas monedas. La corrupción había llegado a niveles insospechados; la justicia era un producto que se vendía en las calles y no había quién salve esta situación. La única esperanza de la población era esperar pacientemente a que se terminara ese abrupto y desatinado segundo gobierno fujimorista y aguardar por una mejor alternativa, la cual se dibujaba tras la andina, rebelde y comunal figura de Alejandro Toledo.
Para entonces ya se hablaba de Montesinos y su insensible asesoramiento presidencial. Cortesía de Fernando "Popy" Olivera, habían salido a la luz escabrosos videos del popular "doc" transando con diversos personajes famosos de la política y de los medios de comunicación, para eclipsar lo que se avecinaba, la perpetuación del poder fuji-montesinista. Una nueva reelección se aproximaba y parecía que nadie la podía detener. Finalmente, tras la célebre "Marcha de los 4 Suyos", se pudo evitar la prolongación de la dictadura. Fujimori y Montesinos se convirtieron en prófugos de la justicia, manchando para siempre el nombre de lo que pudo ser una gloriosa ideología política. Valentín Paniagua (Q.E.P.D.) tomó el poder momentáneamente, se convocaron a nuevas elecciones y el pueblo eligió a Alejandro Toledo como nuevo mandatario. Lo demás es historia conocida. Keiko trató de mantener limpias las creencias del fujimorismo, quedándose en el Perú para representar a su padre en todas las investigaciones pertinentes. El partido había perdido fuerza, pero ella no, quizás guiada por su padre, quien se resignaba a perder hasta el último ápice de poder que le quedaba en el Perú.
Tras 10 años de campañas (que incluyen la elección y posterior gestión de Keiko en el restaurado Congreso de la República), la hija del ex-dictador se lanza a la presidencia de este nuevo periodo, con el cliché de "heredera absoluta del fujimorismo". En principio, una amenaza no considerada como "potencialmente peligrosa" por Toledo, PPK y los demás, pero que terminó ocupando ese honroso segundo lugar que ahora le permite disputar el mancillado sillón presidencial con Ollanta Humala.
Elegir a Keiko Fujimori es elegir el espíritu puro del fujimorismo. Un espíritu que tuvo unas de cal y otras de arena, que por momentos pecó de radical y que, poniéndolo en un plano "Star wars", tuvo la desdicha de dejarse llevar por el "lado oscuro de la fuerza", algo que no es justificación aunque sí explicación del porqué de los cambios sustanciales de un gobierno a otro. Aunque sigo pensando que lo que hará Keiko, será perpetuar las últimas eneseñanzas de su padre, es decir, una dictadura "diplomática" que nos privará de muchas libertades. En ella está demostrar que, aunque alumna de su maestro, puede aplicar lo mejor de su aprendizaje en nuevos teoremas, más adecuados para la actual coyuntura del país y con mejores proyecciones, para al menos no desviar el nuestro sostenido crecimiento socio-económico.
El otro camino a elegir creo que está bastante claro. A diferencia de Fidel, Chávez y Evo, Ollanta Humala NO nos ha engañado. Nos ha dicho con la mayor de las conchas, y además escribiéndolo en su plan de gobierno, que de salir elegido nos espera una dictadura militarista, algo que nuestro país ya ha vivido en años anteriores, con resultados realmente catastróficos. Por eso no me creo el cuento de "la ignorancia del pueblo", al menos no en su totalidad. Es cierto que hay personas fáciles de influenciar en sectores apartados de lo urbano, quienes son, además, las primeras víctimas de lides políticas por obtener sus favorables votos. Sin embargo, con el pasar de los años, engañar al pueblo tendría que ser cada vez más difícil, gracias a la expansión de los medios de comunicación, que ahora son más fáciles de obtener y utilizar, entre ellos el más poderoso siempre es la Internet.
Entonces, ¿si no es mera ignorancia, cómo explicar lo que está sucediendo con los millones de peruanos que depositaron y depositarán su confianza en el candidato de Hugo Chávez?, pues es muy simple, la explicación tiene nombre y apellido: Resentimiento Social. Algo que ya traspasó los límites de la razón. Algo que hace que creamos más en el que nos dice que la política es una mierda, que en quien nos dice que aún hay esperanza y nos demuestra con hechos que "todavía se puede". Algo que hace que confiemos más en quien nos dice que todo debe ser destruído para crear algo nuevo, que en quien nos dice que aún sobre lo malhecho se pueden hacer mejoras. Algo, señores, que hace que pensemos que incluso nuestra libertad es precio a pagar por la supuesta erradicación definitiva de la clase política corrupta.
Los países latinoamericanos lucen hartos de todo y eso lo saben bien los dictadores. Saben que ese hartazgo es su mejor arma y en muchos casos utilizaron esa arma con inteligencia, como una efectiva carnada para sus inmensas trampas. Lo más increíble resulta ser que, en este caso (Perú), el dictador no necesitó carnadas para ganarse la aprobación de la mayoría. Estaba claro que su extensa y tenaz campaña presidencial no podía ser financiada por un militar retirado que recibe, supuestamente, una pensión inferior a los 3 mil soles. Los medios de prensa se mataron diciéndonos y re-diciéndonos, con pruebas y todo, que era Hugo Chávez el principal financista de esta candidatura, obviamente por intereses propios que nada tienen que ver con los del hermano pueblo de Venezuela, y mucho menos con los del pueblo peruano. Que de "nacionalista" Humala no tiene ni un pelo, puesto que entraría en el poder debiéndole favores a personajes ajenos al país. Finalmente, Humala aceptó que contrató a Joao Santana, un especialista brasilero en Marketing Político, famoso por cambiar imágenes generalizadas como por arte de magia, y que además habría sido financiado por otro personaje ajeno al Perú, Ignacio "Lula" Da Silva, quien también tendría intereses nada sanos en nuestras tierras. Pues bien, esa información llegó y salió por todos lados, por lo que creo que sólo una ínfima parte de nuestros compatriotas no están enterados, es decir, siguen pensando que Humala financió su campaña con capital nacional y no extranjero. ¿Y los demás?
Los demás se reparten en tres sectores: los que creen que la prensa está coludida con la actual corrupción del país y dan información falsa para evitar que llegue el "salvador" dictatorial. Los que creen que, aún con esos financiamientos extranjeros, Ollanta no sacrificará recursos sustanciales de nuestra patria para pagar sus inmensas deudas. Y, finalmente, el sector más preocupante y que, creo yo, es el de mayor arraigo: los que creen que sólo una dictadura de corte militarista puede salvarnos de las espinas de la corrupción, es decir, los que piensan que este país necesita alguien "de mano dura", extremadamente radical, que sea capaz de mantenernos vivos y sin necesidades dentro de una enorme burbuja, a cambio de nuestra propia libertad.
Por lo tanto, decir que, de llegar al poder, Humala hará lo mismo que Chávez (estatizar la industria, medios de comunicación, reformar leyes para favorecer su perpetuidad en el poder, etc.) está demás. Creo que eso ya lo sabemos todos. Así mismo, decir que Keiko puede generar autogolpes, cambiar Constituciones, disolver Congresos y coludirse con la inteligencia militar para evitar sublevaciones, también estaría demás. Los dos candidatos que llegan a esta segunda vuelta electoral tienen las cosas más que claras. Está en nuestro derecho (por ahora), elegir cuál de estos males será el menor para nuestro país. Un país que, pese a todo, ha podido mantener su crecimiento. Sí, con exclusión y todo, pero para solucionar la exclusión y la centralización, una dictadura jamás ha sido ni será solución. Ejemplos hay muchos, sólo hay que ver, sentir y leer, mientras podamos.
Así es, señores, "disfruten" esta segunda vuelta, porque puede ser la última.