jueves, 12 de noviembre de 2009

Crónicas de un cajero (Parte III)

En honor a la verdad

Comienzo a comprender el porqué de las fúnebres miradas en las calles. Todos parecen de luto, todos parecen haber perdido algo, cada día, cada instante. Comienzo a descubrir qué es ese motor que nos jala hacia atrás cuando, según medio país politiquero, deberíamos de echar todos para adelante, dejando el mínimo rastro de pobreza. Echo un vistazo al Infocorp, y la sorpresa que no sorprende, pero cómo desagrada: el micro empresario que pretende surgir en un lugar financieramente hostil, sólo puede ver cómo otras grandes empresas se llenan de plata mientras él se plantea el más simple y brutal objetivo, pagar la cuota a fin de mes. Comienzo a entender, entonces, porqué estamos así de jodidos. Comienzo a entender que los bancos (sí, esas curiosas entidades que me han dado chamba los últimos 4 años) no son más que trampas gigantescas con suculentos buffets en el centro, que atrapan a todo peruano ansioso de surgir. De repente hay demasiados.

El otro rastro del mismo mapa, empresarios que tuvieron padres pitucos, lo suficientemente pitucos como para pagarles una universidad cara y regalarles una empresa. Van siempre a mi ventanilla a retirar miles de soles. De pronto llega un trabajador con el mismo logo en la camisa, quiere cobrar un cheque. Maldición, no hay fondos. Aquel “próspero” empresario pagó el colegio más caro para sus dos hijos. Aquel trabajador con “derechos” no pudo cobrar el cheque. Me quiere mentar la madre, pero no me resisto. No por las absurdas políticas de “calidad”, sino por la compasión misma de saber que quizás ese muchacho contaba con esa plata para pagar alguna que otra cosa, como por ejemplo su comida, luz o agua. Finalmente me la menta en silencio, y se va algo avergonzado. Claro, a nadie le haría gracia un chote de esa naturaleza. Es preferible que te chotee una mujer o un cobrador de combi que no te quiere cobrar cincuenta céntimos hasta la avenida Arequipa. Pero un cheque sin fondos, ay madre querida, debe doler.

Hoy en día las tarjetas de crédito salen como pan caliente. Sólo basta tener una boleta en la que diga que ganas más de 500 soles, y unos tres meses en planilla. Un recibo de agua o teléfono, ¿atrasado?, no importa. Sólo sirve para sacar tu dirección. Entonces caen, caen como fitoplancton en la más enorme ballena blanca. Con la diferencia que las ballenas no saben lo que tragan con tan solo un bostezo. Quizás esté mordiendo la mano que me da de comer, pero no me retracto en decir que a veces me avergüenza trabajar en una entidad de esas. Quizás la mayoría de personas (por ser buena gente) no tengan malas intenciones. Pero los que están arriba, esos que son tan intocables, y tan temibles, estén allí porque en todo el tiempo que laboraron nunca mostraron un solo escrúpulo. Siguiendo esa simple lógica, dudo mucho que pueda llegar lejos en un banco.

Esta crónica (sí, sé que no lo parece estructuralmente) no es más que un pregón. Dar recomendaciones sería fatal, ¿saben por qué?, porque nunca me harían caso. ¿Qué puede saber un bancario frustrado sobre el magnificente poder de convencimiento de un experimentado vendedor?; pues nada. Sólo les puedo decir que, como dice Rubén Blades en uno de sus mejores y más desconocidos temas, al final habrá una cita a la que todos tendremos que ir, y cada uno sellará su propia entrada o salida. Al fin y al cabo, dependerá de ti.