Entre el ALC-UE, Juan Diego y el equipo de a CERO
Buenos días a todos, buenas tardes a los que leen vespertinamente, buenas noches a quienes buscan algo que les dé sueño para irse a dormir. En general, mis saludos a todos aquellos que, quizá algo desesperados, rebuscan entre los pliegues cibernéticos algún motivo para sonreír. Cada vez son menos, ¿no?, cada vez los caminos para encontrar una sonrisa se disminuyen exponencialmente; al menos por estos lares.
Y, ¿cómo están?, yo estoy exhausto; el trabajo me tiene loco. Esta semana estuve a punto de mandar a la mierda todo, seguro saben de qué estoy hablando. El estrés se agudiza mientras trato de pensar en lo injusto que es el tener que trabajar sin querer hacerlo, sólo para obtener algo que yo nunca pedí que existiera, y que para colmo sea indispensable para sobrevivir.
Zoraida tiene razón, debería postear más seguido. Pero, ¿cómo?, de hecho hay muchas cosas que quisiera expresar. Situaciones que rondan por mi cabeza y que me gustaría contarles a todos. Pandemonios del día a día capitalino, tantas cosas, tantas cosas que ni sé. Sin embargo siempre hay un plus que te excita, y te impulsa a escribir, a cantar o al mismo hecho de vivir. Ese plus parecía haberse desvanecido durante más de un mes. Mes en el cual fuimos testigos de diversas escaramuzas políticas, de forzadas cumbres, de forzado orden.
Dicen que el ALC-UE salió bien. ¿Qué digo “bien”?, salió de la puta madre, los presidentes se llevaron una grata impresión de Lima, algo que no sucedía desde hacía tantas primaveras. Las opiniones fueron acertadas y todas apuntaban a un proceso mediano-placista de integración económica. Y todos los mandatarios declararon, ya de regreso en sus respectivos países, que se sintieron más que cómodos en este sagrado territorio inca.
Era un domingo en la mañana, habían pasado los, también forzados, feriados que el gobierno propuso al mercado peruano. Pasé por el velatorio de la Policía Nacional y vi el verdadero saldo de una jornada, en teoría, gloriosa e histórica para el Perú. Aquella caravana que acompañaba la fúnebre melodía policial no pensaba en cumbres ni en huevadas. Sólo pensaban en la gratísima persona que acababa de irse, en aquella guardiana anónima que dio su vida por proteger la de alguien que ni siquiera sabe que existe. La familia de ese enorme espíritu que alguna vez vistió de verde (el mismo verde que vistió Quetín Vidal y Lady Bardales), sólo sabía llorar, y no sabía de festejar- “Al diablo con la integración mundial, mi hija se fue” – ¿existe acaso algo más comprensible que eso?, yo no lo creo. Lady Anaya Gómez descansa en paz porque lo dio todo, y todo es dar la vida, nada más que eso, aunque no fue la única que hizo el viaje del “nunca retorno”…
Aldo Miyashiro lloró en cámaras. El tipo a veces me cae chinche, pero aquel lunes parecía más humano que nunca. Su ‘look’ desenfadado se desvaneció como humo de tabaco cuando la voz se le comenzaba a quebrar, mientras en pantallas se apreciaba el original homenaje que le hicieron a Juan Diego Céspedes; adolescente que falleciera de leucemia aquel día. ¿Quién es Juan Diego?, es una pregunta difícil, al buscarlo en Google lo más probable es que encuentren cientos de artículos relacionados a Juan Diego Florez, y otros cientos al ,no menos conocido y aguerrido, delantero Juan Diego Gonzáles Vigil. Entonces, rebuscando en la Web encuentras un poquito más de su cuarteada y sustanciosa biografía: La leucemia lo alcanzó a los 14 años, edad en la que deberías estar haciendo tontería y media en el cole, en la calle o en tonos primarios; él se la pasaba en hospitales, junto a miles de chicos de su edad que sufren de su mismo drama. La meta era alta, 200 mil dólares no es una cifra fácil, menos en un país de roñosos. Se luchó, pero no se ganó, porque “Juandi” (como le decían sus allegados) partió a aquel lugar desconocido al que llamamos muerte. La noticia conmovió a los medios de prensa, a las instituciones que colaboraron, a los que siempre estuvieron ahí y a los que seguimos la trama con cierto escepticismo propio de los contagiados del virus “indiferencia”.
No me haré apologías a mí mismo, yo no colaboré con él en las campañas que le hicieron, es decir, Miyashiro me incluyó dentro de ese grupo al que con tanta justicia mandó a la mierda. Lo que sí puedo decir es que estamos cagados, muy cagados, cada vez más indiferentes, más inhumanos, robotizados, programados, gélidos. Y cuando el Perú comenzaba a calentarse, nos cae otro baldazo de agua fría…
Juan Diego (tanto Céspedes, como Gonzáles Vigil) era hincha acérrimo de Alianza Lima. Seguramente su agonía tuvo un toque más triste gracias a la horrenda campaña que cumplía el cuadro blanquiazul en el Apertura. Pero nada de eso es comparable con lo que vendría después, y que dicho sea el paso, Juan Diego se salvó de ver…
Seis bofetadas, seis certeros golpes, seis puñaladas charrúas que nos despertaron abruptamente de un tan lindo como engañoso sueño, el del llegar a un mundial. La vergüenza es general, el malestar es perceptible incluso en el aire que se respira en cada rincón de nuestro país. Aquella tarde salí temprano del trabajo por un malestar estomacal que nadie me creyó. Bueno, estaba con el estómago flojo, en realidad, se podría decir que literalmente me cagaba de miedo. El Centenario siempre me ha parecido un lugar mítico e intimidante. Esta vez mis peores pesadillas se harían realidad.
Del partido todo se ha dicho, y la conclusión es que si voy a seguir posteando para seguir comentando tan malas noticias prefiero anular este blog. Sí, ya sé que Horna campeonó en el Roland Garrós, que nuestros karatekas siguen ganando, que nuestros ajedrecistas siguen haciendo jaques en el mundo entero, que Farfán pasó al Shalke 04, etc. Pero, ¿a quién le importa eso no?, si siguen muriendo niños con cáncer, policías valiosas, y si la selección sigue bajándonos la frente ante los demás países, los motivos, no sólo para escribir, sino también para vivir, parecerán insuficientes.
Y con esa instigación al suicidio me despido de ustedes esperando escribir algo más positivo la próxima vez que nos “ciber” veamos.
Hasta entonces.
Buenos días a todos, buenas tardes a los que leen vespertinamente, buenas noches a quienes buscan algo que les dé sueño para irse a dormir. En general, mis saludos a todos aquellos que, quizá algo desesperados, rebuscan entre los pliegues cibernéticos algún motivo para sonreír. Cada vez son menos, ¿no?, cada vez los caminos para encontrar una sonrisa se disminuyen exponencialmente; al menos por estos lares.
Y, ¿cómo están?, yo estoy exhausto; el trabajo me tiene loco. Esta semana estuve a punto de mandar a la mierda todo, seguro saben de qué estoy hablando. El estrés se agudiza mientras trato de pensar en lo injusto que es el tener que trabajar sin querer hacerlo, sólo para obtener algo que yo nunca pedí que existiera, y que para colmo sea indispensable para sobrevivir.
Zoraida tiene razón, debería postear más seguido. Pero, ¿cómo?, de hecho hay muchas cosas que quisiera expresar. Situaciones que rondan por mi cabeza y que me gustaría contarles a todos. Pandemonios del día a día capitalino, tantas cosas, tantas cosas que ni sé. Sin embargo siempre hay un plus que te excita, y te impulsa a escribir, a cantar o al mismo hecho de vivir. Ese plus parecía haberse desvanecido durante más de un mes. Mes en el cual fuimos testigos de diversas escaramuzas políticas, de forzadas cumbres, de forzado orden.
Dicen que el ALC-UE salió bien. ¿Qué digo “bien”?, salió de la puta madre, los presidentes se llevaron una grata impresión de Lima, algo que no sucedía desde hacía tantas primaveras. Las opiniones fueron acertadas y todas apuntaban a un proceso mediano-placista de integración económica. Y todos los mandatarios declararon, ya de regreso en sus respectivos países, que se sintieron más que cómodos en este sagrado territorio inca.
Era un domingo en la mañana, habían pasado los, también forzados, feriados que el gobierno propuso al mercado peruano. Pasé por el velatorio de la Policía Nacional y vi el verdadero saldo de una jornada, en teoría, gloriosa e histórica para el Perú. Aquella caravana que acompañaba la fúnebre melodía policial no pensaba en cumbres ni en huevadas. Sólo pensaban en la gratísima persona que acababa de irse, en aquella guardiana anónima que dio su vida por proteger la de alguien que ni siquiera sabe que existe. La familia de ese enorme espíritu que alguna vez vistió de verde (el mismo verde que vistió Quetín Vidal y Lady Bardales), sólo sabía llorar, y no sabía de festejar- “Al diablo con la integración mundial, mi hija se fue” – ¿existe acaso algo más comprensible que eso?, yo no lo creo. Lady Anaya Gómez descansa en paz porque lo dio todo, y todo es dar la vida, nada más que eso, aunque no fue la única que hizo el viaje del “nunca retorno”…
Aldo Miyashiro lloró en cámaras. El tipo a veces me cae chinche, pero aquel lunes parecía más humano que nunca. Su ‘look’ desenfadado se desvaneció como humo de tabaco cuando la voz se le comenzaba a quebrar, mientras en pantallas se apreciaba el original homenaje que le hicieron a Juan Diego Céspedes; adolescente que falleciera de leucemia aquel día. ¿Quién es Juan Diego?, es una pregunta difícil, al buscarlo en Google lo más probable es que encuentren cientos de artículos relacionados a Juan Diego Florez, y otros cientos al ,no menos conocido y aguerrido, delantero Juan Diego Gonzáles Vigil. Entonces, rebuscando en la Web encuentras un poquito más de su cuarteada y sustanciosa biografía: La leucemia lo alcanzó a los 14 años, edad en la que deberías estar haciendo tontería y media en el cole, en la calle o en tonos primarios; él se la pasaba en hospitales, junto a miles de chicos de su edad que sufren de su mismo drama. La meta era alta, 200 mil dólares no es una cifra fácil, menos en un país de roñosos. Se luchó, pero no se ganó, porque “Juandi” (como le decían sus allegados) partió a aquel lugar desconocido al que llamamos muerte. La noticia conmovió a los medios de prensa, a las instituciones que colaboraron, a los que siempre estuvieron ahí y a los que seguimos la trama con cierto escepticismo propio de los contagiados del virus “indiferencia”.
No me haré apologías a mí mismo, yo no colaboré con él en las campañas que le hicieron, es decir, Miyashiro me incluyó dentro de ese grupo al que con tanta justicia mandó a la mierda. Lo que sí puedo decir es que estamos cagados, muy cagados, cada vez más indiferentes, más inhumanos, robotizados, programados, gélidos. Y cuando el Perú comenzaba a calentarse, nos cae otro baldazo de agua fría…
Juan Diego (tanto Céspedes, como Gonzáles Vigil) era hincha acérrimo de Alianza Lima. Seguramente su agonía tuvo un toque más triste gracias a la horrenda campaña que cumplía el cuadro blanquiazul en el Apertura. Pero nada de eso es comparable con lo que vendría después, y que dicho sea el paso, Juan Diego se salvó de ver…
Seis bofetadas, seis certeros golpes, seis puñaladas charrúas que nos despertaron abruptamente de un tan lindo como engañoso sueño, el del llegar a un mundial. La vergüenza es general, el malestar es perceptible incluso en el aire que se respira en cada rincón de nuestro país. Aquella tarde salí temprano del trabajo por un malestar estomacal que nadie me creyó. Bueno, estaba con el estómago flojo, en realidad, se podría decir que literalmente me cagaba de miedo. El Centenario siempre me ha parecido un lugar mítico e intimidante. Esta vez mis peores pesadillas se harían realidad.
Del partido todo se ha dicho, y la conclusión es que si voy a seguir posteando para seguir comentando tan malas noticias prefiero anular este blog. Sí, ya sé que Horna campeonó en el Roland Garrós, que nuestros karatekas siguen ganando, que nuestros ajedrecistas siguen haciendo jaques en el mundo entero, que Farfán pasó al Shalke 04, etc. Pero, ¿a quién le importa eso no?, si siguen muriendo niños con cáncer, policías valiosas, y si la selección sigue bajándonos la frente ante los demás países, los motivos, no sólo para escribir, sino también para vivir, parecerán insuficientes.
Y con esa instigación al suicidio me despido de ustedes esperando escribir algo más positivo la próxima vez que nos “ciber” veamos.
Hasta entonces.