Pueden tener miembros fundamentalmente distintos, opuestos en cruz. De hecho, pueden ser las personas con las que más puedes discrepar en cualquier momento de tu vida. Y además de todo, siempre se termina en una pelea, en un “vete a la mierda”, o en un silencio sepulcral que termina por hundir intenciones de supuesta armonía o paz armada. Pero lo cierto es que la familia tiene la particularidad de emanar una energía inigualable. Cuando los miembros de una familia llegan a un nivel de compenetración subconsciente, esa energía no para de emanarse, hasta colmar tus vacíos y darte una fuerza que no esperas. Lo más triste es que es una energía difícil de diferenciar, se parece mucho a la que te da un amigo, una pareja o cualquier persona que tenga cierto afecto hacia a ti. Se parece, pero no es lo mismo. No crean que sea un aventajado de la vida, y que pueda diferenciar entre todos los tipos de energía que existen en la tierra. Lo que sucede es que me gusta escuchar, me gusta aprender y conozco, seguramente como muchos de ustedes, gente que no tiene familia. Ojo. No estoy hablando de personas con familia en provincia, ni de las que tienen sólo a su papá, a su mamá o a su hermano mayor. Tampoco de las personas huérfanas que se quedaron a cargo de sus pequeños y quisquillosos hermanitos menores. Estoy hablando de gente que no tiene a nadie, así como suena, a nadie. Y son estas personas las que sienten la impactante diferencia entre una persona sola y una persona con familiares.
Para visualizar mejor la diferencia entre una persona con familiares y una sin ellos, traté de indagar (a pura conversación, no me gusta entrevistar ni encuestar a nadie) lo más posible sobre las vidas de dos individuos. Uno de ellos, al cual llamaré “José”, es el típico joven problemático que siente que su familia no lo entiende. Tiene 20 años, y cada vez que buscó cierto refugio en su familia para amilanar sus naturales penas, terminó maldiciendo nacer en el seno donde nació. Desde hace varios años ha decidido mantenerse al margen de sus compañeros de hogar, tragándose solo sus pesares con la esperanza de que amigos, amigas, enamoradas o desconocidos de bar, ocupen el lugar que, supuestamente, sus padres y hermanos dejaron vacío.
A “Coco” lo conocí en la universidad. Nació en Ayacucho hace 20 años, y a los 10 presenció una tragedia que marcaría su vida: un incendio en su casa le quitó la vida a sus padres y a su pequeña hermana de 4 años. Desde entonces fue criado por parientes lejanos y fríos, por orfanatos informales, y por gente desconocida; en poco tiempo se hizo un niño de la calle, aunque nunca dejó de estudiar. Aplicado como pocos, decidió probar suerte en San Marcos, donde afortunadamente existe una residencia universitaria para aquellos que no tienen un hogar en Lima – él tampoco lo tenía en provincia. Tenía 18 años cuando ingresó a la universidad, ocupando un buen puesto. Su carrera es la de Matemática Pura – “¡Qué asco!” – le dije riéndome cuando me contó lo que estaba estudiando y él, serio como nadie, me dijo que esta carrera es la más hermosa de todas, y que no sé de lo que me estoy perdiendo.
La vida de Coco es complicada sólo porque él la hace así. No tiene padres, hermanos, tíos, primos o abuelos a los que visite en fechas especiales, a cambio de eso tiene muchos amigos y una cantidad insuperable de cosas por hacer en su humilde depa universitario. Entre tragos, una noche de viernes sanmarquina, me confesó que cambiaría todo lo que ha obtenido por tener una familia a la cual saludar en Navidad. Después de conmoverme, empecé mi comparación.
Al poner a José y a Coco en un particular “versus”, encontramos lo siguiente: José tiene algo que Coco desea con especial devoción, una familia. Sin embargo José desea estar solo, daría lo que sea por tener una independencia que le permita alejarse de la casa que sus padres construyeron y formar su propia vida con sus propias cosas. En tanto que Coco, sólo quiere el calor de un hogar, llegar a casa y que lo reciban con un beso, o con la cena preparada para compartir mientras conversan de los triviales acontecimientos de sus rutinarios días. Ellos no se conocen, pero lo más probable es que, de conocerse, hagan una extraña y novedosa transacción: un cambio de casa. José sería feliz en el departamento universitario que el gobierno le dio a Coco. Ahí no hay nadie, no hay ruidos, no hay gente molestosa, sólo un cuarto de 2 por 2.5, tu cama, tu mesa de noche, y si quieres tu tele de 14. Obviamente te la tienes que comprar. El resto de departamentos que se encuentran aledaños albergan chicos aún más silenciosos que tú, y que no te molestarán en lo más mínimo con situaciones no deseadas, llámese fiestas, reuniones, chupetas, orgías sexuales o simplemente música a todo volumen. En tanto, Coco sería feliz en la casa de José, con padres adoptivos que, aunque secos, estarían ahí para él, ante cualquier circunstancia. Siempre oídos atentos a lo que el buen ayacuchano pueda contarles: que el trabajo que me dejaron, que la raíz múltiple, que la ecuación de 5 variables, y un numérico, aritmético y algebraico etc. Imagino la dicha, la satisfacción en el rostro de Coco, cuando se dé cuenta de que ahora tiene personas que lo escuchan y cobijan de manera incondicional. Sería todo un acontecimiento para él.
Independientemente de lo que pueda pasar con estos dos personajes tan comunes y emblemáticos de nuestra sociedad hay quienes, teniendo una familia, no le damos el valor que realmente merece. Particularmente pienso que mi familia podría servirle a un psicoanalista para hacer su tesis sobre la disfuncionabilidad. Somos tan distintos, pero eso nos hace tan humanos y tan compenetrados que a veces parecemos una sola persona.
Conocer tanta gente y escuchar tantos casos hizo que le diera a mi, tantas veces maldecida, familia una importancia especial. Simplemente sin ellos no sería nada, al menos soy algo eso lo tengo claro, pero sin ellos, nada. Yendo al plano real, lo más probable es que Coco y José jamás intercambien refugios; y si lo hicieran, al menos José no duraría ni un mes lejos de sus tan “detestables” padres; los extrañaría a horrores, y quién sabe, de repente Coco extrañaría su soledad. Esto demuestra que el ser humano es el líder de la insaciabilidad: nada nos complace, y siempre tendremos carencias. Supuestamente buscamos un equilibrio constante, pero es muy difícil conseguirlo en cada aspecto de nuestra vida. Por ello, lo mejor que podemos hacer es valorar lo poco o mucho que tengamos, e intentar ser felices así.
Un viejo amigo me dijo que el sólo hecho de intentar ser feliz, ya te aleja de la infelicidad. Habría que preguntarle si ya lo logró.
Para visualizar mejor la diferencia entre una persona con familiares y una sin ellos, traté de indagar (a pura conversación, no me gusta entrevistar ni encuestar a nadie) lo más posible sobre las vidas de dos individuos. Uno de ellos, al cual llamaré “José”, es el típico joven problemático que siente que su familia no lo entiende. Tiene 20 años, y cada vez que buscó cierto refugio en su familia para amilanar sus naturales penas, terminó maldiciendo nacer en el seno donde nació. Desde hace varios años ha decidido mantenerse al margen de sus compañeros de hogar, tragándose solo sus pesares con la esperanza de que amigos, amigas, enamoradas o desconocidos de bar, ocupen el lugar que, supuestamente, sus padres y hermanos dejaron vacío.
A “Coco” lo conocí en la universidad. Nació en Ayacucho hace 20 años, y a los 10 presenció una tragedia que marcaría su vida: un incendio en su casa le quitó la vida a sus padres y a su pequeña hermana de 4 años. Desde entonces fue criado por parientes lejanos y fríos, por orfanatos informales, y por gente desconocida; en poco tiempo se hizo un niño de la calle, aunque nunca dejó de estudiar. Aplicado como pocos, decidió probar suerte en San Marcos, donde afortunadamente existe una residencia universitaria para aquellos que no tienen un hogar en Lima – él tampoco lo tenía en provincia. Tenía 18 años cuando ingresó a la universidad, ocupando un buen puesto. Su carrera es la de Matemática Pura – “¡Qué asco!” – le dije riéndome cuando me contó lo que estaba estudiando y él, serio como nadie, me dijo que esta carrera es la más hermosa de todas, y que no sé de lo que me estoy perdiendo.
La vida de Coco es complicada sólo porque él la hace así. No tiene padres, hermanos, tíos, primos o abuelos a los que visite en fechas especiales, a cambio de eso tiene muchos amigos y una cantidad insuperable de cosas por hacer en su humilde depa universitario. Entre tragos, una noche de viernes sanmarquina, me confesó que cambiaría todo lo que ha obtenido por tener una familia a la cual saludar en Navidad. Después de conmoverme, empecé mi comparación.
Al poner a José y a Coco en un particular “versus”, encontramos lo siguiente: José tiene algo que Coco desea con especial devoción, una familia. Sin embargo José desea estar solo, daría lo que sea por tener una independencia que le permita alejarse de la casa que sus padres construyeron y formar su propia vida con sus propias cosas. En tanto que Coco, sólo quiere el calor de un hogar, llegar a casa y que lo reciban con un beso, o con la cena preparada para compartir mientras conversan de los triviales acontecimientos de sus rutinarios días. Ellos no se conocen, pero lo más probable es que, de conocerse, hagan una extraña y novedosa transacción: un cambio de casa. José sería feliz en el departamento universitario que el gobierno le dio a Coco. Ahí no hay nadie, no hay ruidos, no hay gente molestosa, sólo un cuarto de 2 por 2.5, tu cama, tu mesa de noche, y si quieres tu tele de 14. Obviamente te la tienes que comprar. El resto de departamentos que se encuentran aledaños albergan chicos aún más silenciosos que tú, y que no te molestarán en lo más mínimo con situaciones no deseadas, llámese fiestas, reuniones, chupetas, orgías sexuales o simplemente música a todo volumen. En tanto, Coco sería feliz en la casa de José, con padres adoptivos que, aunque secos, estarían ahí para él, ante cualquier circunstancia. Siempre oídos atentos a lo que el buen ayacuchano pueda contarles: que el trabajo que me dejaron, que la raíz múltiple, que la ecuación de 5 variables, y un numérico, aritmético y algebraico etc. Imagino la dicha, la satisfacción en el rostro de Coco, cuando se dé cuenta de que ahora tiene personas que lo escuchan y cobijan de manera incondicional. Sería todo un acontecimiento para él.
Independientemente de lo que pueda pasar con estos dos personajes tan comunes y emblemáticos de nuestra sociedad hay quienes, teniendo una familia, no le damos el valor que realmente merece. Particularmente pienso que mi familia podría servirle a un psicoanalista para hacer su tesis sobre la disfuncionabilidad. Somos tan distintos, pero eso nos hace tan humanos y tan compenetrados que a veces parecemos una sola persona.
Conocer tanta gente y escuchar tantos casos hizo que le diera a mi, tantas veces maldecida, familia una importancia especial. Simplemente sin ellos no sería nada, al menos soy algo eso lo tengo claro, pero sin ellos, nada. Yendo al plano real, lo más probable es que Coco y José jamás intercambien refugios; y si lo hicieran, al menos José no duraría ni un mes lejos de sus tan “detestables” padres; los extrañaría a horrores, y quién sabe, de repente Coco extrañaría su soledad. Esto demuestra que el ser humano es el líder de la insaciabilidad: nada nos complace, y siempre tendremos carencias. Supuestamente buscamos un equilibrio constante, pero es muy difícil conseguirlo en cada aspecto de nuestra vida. Por ello, lo mejor que podemos hacer es valorar lo poco o mucho que tengamos, e intentar ser felices así.
Un viejo amigo me dijo que el sólo hecho de intentar ser feliz, ya te aleja de la infelicidad. Habría que preguntarle si ya lo logró.